diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Quien ha empezado a abrir el abanico de los recuerdos encuentra siempre nuevas piezas, nuevas varillas. Ninguna imagen le satisface porque ha comprendido que, al desplegarse, lo esencial se presenta en cada uno de los pliegues: cada imagen, cada sabor, cada sensación táctil por las que hemos abierto todo esto se han desdoblado a su vez, y ahora el recuerdo va de lo pequeño a lo más pequeño, de lo más pequeño a lo microscópico: lo más grandioso se halla siempre en lo que aún está por descubrirse en este microcosmos.
Walter Benjamin. Crónica de Berlín. Barcelona: Paidós, 1995, 24.
Un “rompecabezas”, que en inglés, francés, italiano y alemán se dice puzzle (del latín ponere y cuya evolución parece provenir de oponere, ob-ponere, “poner sobre”, daría el participio oppositus para ofrecer la idea de lo “com-puesto”), contiene el desafío del juego y el azar, la inteligencia y la obsesión, el don y el derroche del tiempo perdido y reencontrado, en busca de alguna figura entrevista y no, alguna vez. De tal suerte se me ocurre el legado Benjamin en la lejanía de la lengua (para mí), los manuscritos y sus dispersas publicaciones. Cada tanto aparece una nueva pieza, una traducción, un dato al borde de una nota al pie, casi al caer, desapercibido a primera vista, que ilumina en sus propios términos alguna lectura diferente de la inmensa y a cada paso sugerente producción benjaminiana. La correspondencia mantenida entre Theodor Adorno y Gershom Scholem durante treinta años, aparecida en 2015 en alemán e inmediatamente traducida al castellano por Martina Fernández Polcuch y María Gabriela Tellechea para Eterna Cadencia, de la precisa edición de Asaf Angermann, tiene algo de las últimas piezas que todavía faltan montar en el rompecabezas/puzzle Walter Benjamin.
No es casualidad que me refiera a esta figura para hablar de la producción benjaminiana que incluye sus cartas y ahora las de Adorno y Scholem. Alrededor de 1900 nacieron los puzzles artísticos para adultos, que venían usándose para la enseñanza de la geografía desde principios del siglo XIX, y en madera y cortados a mano se convirtieron en uno de los entretenimientos favoritos de la alta sociedad. Se trató de un elegante pasatiempo que pasó a formar parte de la herencia y la tradición familiar que no habría de pasar desapercibido a Benjamin. En aquellos juegos, las piezas no se ensamblaban sino que se acoplaban unas a otras y, a diferencia de los rompecabezas infantiles, no incluían una imagen que sirviera de guía, los jugadores debían dejarse llevar por la referencia de un título para resolver el enigma que, a la vista, ocultaba el juego. Reconstruir la imagen paso a paso era el atractivo fundamental dado que la obra una vez entrevista habría sido observada con atención en sus más nimios detalles. Forma y contenido resultan indiscernibles tal como quería Benjamin fuera leída también su obra.
Así la correspondencia entre Adorno y Scholem, en sus tres escansiones (una: la muerte del amigo; dos: la recopilación, edición y resguardo del legado Benjamin; tres, las polémicas en torno al legado junto a la inesperada muerte de Adorno) se ofrece como pieza y también como instructivo del montaje.
Hoy la red de redes parece haber abierto la intimidad en términos que no alcanzo a calibrar pero hasta principios del siglo XXI, puedo arriesgar, cuando dos personas se escribían suponían que sus cartas serían leídas solo por los respectivos destinatarios. La cuestión es que remitente y destinatario alcanzaban para instituir un espacio comunicativo, a veces literario, aunque algunas veces, también es cierto, ese espacio resultase trascendido en un tiempo distinto al que le dio sentido. El caso de la correspondencia entre Adorno y Scholem parece uno de estos últimos, por el prestigio de los involucrados y por los temas, cuestiones y personas a las que refieren, en especial a Benjamin. La extensa correspondencia, como la de Benjamin y Gretel Adorno, o Adorno y sus padres, o entre Benjamin y Scholem, o Adorno y Benjamin entre otras publicaciones de correspondencias que llevaron adelante los integrantes de la constelación Frankfurt, se instalan en este lugar. Sus nombres, sus firmas al pie, despiertan nuestro interés por sí pero además por la profusión de notas, aclaraciones, noticia de ediciones y el minucioso detalle de quién es quién en cada caso. Cosa que hace a la obsesión del especialista y del curioso ¿jugador? del rompecabezas, impertinentes ambos a la hora de inmiscuirse en la correspondencia ajena.
Una carta objetiva una experiencia que es puesta a consideración de un lector elegido. Aquí podría pensarse la correspondencia entre Adorno y Scholem a partir de la experiencia de conocer a Benjamim, querer ayudarlo a salir de Europa en los momentos de peligro frente al avance del nazismo, la experiencia de su irreparable pérdida. Pero el intercambio epistolar no termina allí. Me animo a decir que, más bien, allí comienza. Luego de la muerte de Benjamin Adorno y Scholem siguen escribiéndose, primero en torno al duelo y, poco a poco, sobre sus propios temas, sus libros y sus artículos en los que, sin embargo, siempre sobrevuela el nombre del amigo en común y la correspondencia que hubieron mantenido con él. Su nombre y sus cartas, a su vez, rondarán estas otras cartas durante treinta años para cerrarse, en algún sentido, con la muerte inesperada de Adorno.
Correspondencia 1939.1969 aparece con un subtítulo en el interior del libro, “El buen Dios habita en los detalles”. La frase es retomada por Adorno para caracterizar la obra de su amigo pero Scholem agrega lo del “buen (Dios)” que implica todo un signo. La frase es ya todo un signo como signos son cada una de las cartas. Importa decir que por primera vez aparece completa y puesta en diálogo esta correspondencia dado que hasta ahora existían por separado en cada una de las publicaciones personales (veintiséis cartas de Scholem a Adorno en los primeros dos tomos de la edición de Correspondencias de Scholem -1994 y 1999-, y veintiuna de Adorno a Scholem, editadas por Rolf Tiedemann en 1998). Esta nueva edición, de 2015 en Suhrkamp, las reúne y hace dialogar nuevamente. Sin duda alguna y tal como plantea su postfacio, se trata del “tercer lado, que hasta ahora faltaba, de un triángulo epistolar” y se refiere a las cartas entre Benjamin y Scholem publicadas también por Suhrkamp en 1980 y a las de Benjamin y Adorno editadas por Henri Lonitz en 1994. Scholem pregunta a Adorno “¿Está en Hegel, y si es así dónde, la frase ´El buen Dios habita en los detalles´? Me da la sensación de haberla leído citada en algún escrito de usted...” y Adorno responde: “Hasta donde yo sé, la frase proviene de Aby Warburg y jamás escuché que otro fuera el inventor de este dicho. Serviría como ningún otro de lema para Benjamin”.
La recopilación del legado Benjamin, diseminado por su exilio desde Alemania hacia Francia, Italia, Dinamarca, España, la Unión Soviética, Suiza, una y otra vez, el establecimiento de los textos, su posterior publicación, es un proceso que dura todavía. Al principio, la responsabilidad la tuvo Scholem, el amigo de la juventud, desde que fueran estudiantes, e inmediatamente también Adorno quien lo consideró indiscutible maestro en su propio camino de filósofo y no dejó de buscar el reconocimiento del valor de su obra. Parece ser la muerte de Benjamin la que da lugar a la amistad intelectual primero, académica después y afectiva al final, entre estos dos hombres que, uno en Jerusalén, otro desde el exilio en EEUU y después vuelto a Frankfurt, se encuentran, nunca tan literal, pensando y escribiendo el mundo de la posguerra, el de la segunda mitad del siglo XX junto a la preocupación por reunir y sacar a la luz los escritos y cartas de Benjamin que, así lo prevén, mucho tienen para decirnos. De suerte que esta correspondencia puede leerse como una novela, debidamente anotada sin embargo en los pormenores del caso, en cuyo desenvolverse se recrea el campo intelectual del exilio judío alemán a lo largo de Europa, EE.UU. e Israel. También, la precisa relación entre Adorno y Scholem marcada por una obsesión: reunir, leer, editar, publicar el legado de Walter Benjamin. Es posible que se trate de un intento de reparación ante la pérdida del amigo guiado en/por la admiración pero también, en el buen sentido, un cierto espíritu de apropiación intelectual. La demora en la publicación de esta correspondencia, que se proponen tempranamente -recién se publicará en 1966-, se debe al establecimiento de acuerdos legatarios entre Adorno y Scholem y los familiares directos de Benjamin (su hijo Stefan, su ex mujer Dora), la reunión de los materiales, la transcripción de las diferentes letras de Benjamin (usaba diferente tipografía y distintas lenguas según el objeto y los destinatarios), la interpretación y sobreinterpretación a veces, quién es quién cuando se nombra a alguien, qué se dice o se sugiere, si deben incluirse o no las postales o las notitas de ocasión, las cartas sin contenido filosófico, etc., etc. Mientras tanto ambos autores consolidan su amistad y escriben: Adorno por ejemplo Notas sobre literatura, Mínima Moralia, Consignas, Filosofía de la nueva música, Dialéctica Negativa, hasta su última monumental Teoría Estética y Scholem La cábala y su simbolismo, Lenguajes y Cábala, Las grandes tendencias de la mística judía, entre otros libros y artículos y conferencias e intervenciones radiales que se publican o aparecen cruzados todos, siempre, por los textos de y las conversaciones con/y/o las cartas tenidas con Benjamin. Lo sabemos ahora, por ellos, las cartas cuentan los avatares de la reunión de materiales (más de lo que cada uno de los involucrados atesoraba, solicitando por medio de anuncios de prensa, cartas de o a Benjamin a todo aquel que deseare preservar el legado, para ser publicadas), así como sus propios textos, hipótesis de trabajo, publicaciones, conclusiones y ejemplares que intercambian en un ida y vuelta permanente que contiene el comentario preciso y pormenorizado así como la recepción y los acalorados debates que a veces se suscitaron.
Si en una segunda parte la novela conduce hacia el enigma de si podrán o no reunirse todas las cartas, luego gira sobre los problemas en torno a si podrán o no publicarse por su calidad e importancia, más tarde qué y cuáles cartas podrán publicarse dada la extensión que la editorial puede ofrecer, si habrá o no que poner tal o cual nombre en otra, si tal o cual dará los derechos para sus cartas, si unas cartas son de mayor relevancia que otras, si cuando Benjamín nombra a alguien se está refiriendo a alguien que Adorno y Scholem conocen y consideran de tal o cual manera, que si Stefan, que si Dora, que si Asia Lascis (otra mujer) que si lo de Brecht (el amigo de Benjamin repudiado por ambos), que si Hanna Arendt y las (des)consideraciones para con ella. Y así podríamos seguir con cada una de las cartas. Tras la publicación, en el ´66, y con el ´68 y las revueltas estudiantiles sobrevolándolos, la trama se nutre de las polémicas por la recepción académica y la apropiación del legado. No se trata de adversarios menores sino de nombres de peso dentro del campo histórico, político, filosófico y artístico que tanto Adorno como Scholem (éste un poco más discreto) critican con rigor y no sin impiedad: dos de esos nombres, reiterados, son los de Hanna Arendt como el de Bertold Brecht sobre los que Adorno no ahorra insultos. La disputa sobre el legado Benjamin es la cuestión. ¿Quién estuvo más cerca? ¿Quién hizo más o menos por Benjamin? ¿Quién entendió mejor lo que escribió o dijo o hizo? ¿Quién será el dueño finalmente de su memoria? Adorno y Scholem se justifican en el afán filológico, prurito científico que, se deja ver en las cartas, prueba su honestidad y rigor de archivo y publicación. Obsesivos, no se permiten error alguno en la edición y, a la vez, ponen a la vista la necesaria erudición de los editores frente a los materiales que refieren aquel mundo que, recién ahora, reconocemos como nuestro. Las publicaciones de los textos de Benjamin, incluido el monumental Libro de los Pasajes, así como las de Adorno, Scholem, los integrantes de la escuela de Frankfurt, Arendt, Bloch o Kracauer, han tenido entre nosotros, en lo que va del siglo XXI, su mejor momento en términos editoriales. Recién ahora parecieran ir estableciéndose los diferentes textos que poco a poco arriban a una edición de obras completas y en consecuencia a un poco más confiables traducciones (tanto de Benjamin como de los otros autores mencionados). Y entre esas obras completas, las cartas cobran una relevancia fundamental. Allí se ve la intimidad del pensamiento de cada uno de los interlocutores que se rearma, sí y sólo sí, en la puesta polifónica de la correspondencia entre los diferentes emisores y destinatarios.
Las cartas sostenidas con Benjamin durante la primera mitad del siglo salen a la luz en un momento de revueltas en toda Europa, iniciado en la década del 60, y en el que el legado Benjamin se transformará casi en botín de guerra. En Alemania, los protagonistas lidiaban por la memoria, el pasado nazi que retumbaba en el silencio mantenido hasta entonces. Adorno estuvo, no queriéndolo, en el centro de las disputas y sus cartas a Scholem dan cuenta de la perseverancia en el resguardo del legado así como, al mismo tiempo, la meticulosa reflexión sobre las nuevas industrias culturales, el materialismo, la dialéctica negativa, las nuevas estéticas, las revueltas vacías. El muro se levanta en Berlín en 1961 y ejemplifica, en concreto, alambre de púas y garitas de vigilancia, la imposibilidad de pensar dialécticamente tal como Benjamin, Adorno y la Escuela de Frankfurt, en definitiva, habían intentado. La lengua de las revueltas, en marxismo dogmático y ortodoxo, no ofrecía salidas. Hubo que resguardar el legado Benjamin, custodiado por el Instituto de Investigación Social, con la policía y trasladarlo para evitar su robo. Adorno fue uno de los protagonistas de esta compulsa que lo cansa y aleja tristemente de las aulas. Los mismos estudiantes que habían aprendido con Adorno y Horkheimer las distinciones entre teoría y praxis o habían compartido con ellos el nacimiento de la teoría crítica, pedían hacer de ese modelo una realidad mediante la inminencia de una revolución de raíz.
En medio del torbellino, es posible que estas cartas respondan a un género extinguido. Su lectura sin embargo lleva a repensar la cuestión de los géneros y la intimidad puesta en escena hoy entre nosotros a través de las redes sociales. El cuidado con que Adorno y Scholem conservaron las cartas, las de Benjamin y también las propias, con copia en carbónico (a veces postales, esquelas o tan siquiera cartas breves para concordar un encuentro) dicen de un sentido de la intimidad pasible de ser expuesta, de querer ser expuesta, de prever su exposición, ya desde entonces. ¿Por qué buscar y guardar un papelito, en medio de la diáspora, los viajes, las idas y vueltas, en el que se avisa nada más que se estará tal o cual día en tal o cual lugar? Es posible que sea porque “el buen Dios habita en los detalles” y las mínimas esquelas sean el detalle entre otros de la vida y en ella el detalle de la mayor magnitud: el resguardo de la letra, cifra misteriosa en la que podrían hombres y mujeres resguardarse. Puedo ver que para Benjamin, Adorno o Scholem este es el punto, el centro de todas las cuestiones y será por ello que podemos leer sus cartas como una novela filosófica o filológica.
Cuando Benjamin escribe sus Personajes alemanes. Romanticismo y burguesía. Cien años de literatura epistolar (1931-1932), para publicarse como libro en 1936, reflexiona de manera particular sobre el género y la “muerte de la correspondencia” retomados por Adorno a la hora de publicar su correspondencia con Benjamin. Desde la perspectiva benjaminiana las cartas son un género estético filosófico de innovación formal frente al agotamiento de las fórmulas clásicas del tratado o el ensayo filosófico. De apariencia nimia, se transforman a sus ojos en grietas que abren camino subrepticio por debajo del campo de batalla de las ideas y, como una granada, hacen saltar el objetivo por los aires. Por esta razón, las cartas de Benjamin, y quizás ahora las de Adorno y Scholem, hablando/escribiéndose a la vera de las cartas tenidas con Benjamin, no son un añadido a los escritos principales sino textos, cada carta en sí misma. Sin embargo, hay que decirlo, las cartas en torno a las de Benjamin carecen del pathos que animara al objeto de publicación. El mismo Adorno, en 1966, en el prefacio a las primera edición dice: “la forma de la carta es anacrónica”, al remitirse a la “pérdida de la experiencia” de la que había hablado Benjamín en “El Narrador” (1936), y dada la era del derrumbe de la experiencia, la segunda mitad del siglo XX, los hombres ya no estarían dispuestos a escribir cartas, no serían necesarias y su sustancia quedaría diluida. A diferencia de las cartas de Benjamín, en las de Adorno y Scholem falta la pasión que ellos mismos observan en las de Benjamín y que pretenden presentar en la paciente y cuidada selección. Esta correspondencia es el detrás de escena de aquella otra publicación de las cartas de Benjamin a las que él mismo se refirió como “testimonios”. Parte de una historia de sobrevivencia donde se lee cómo se incorpora a la vida la sobrevivencia de la propia historia, dice, por lo que la muerte de un autor no cambia la visión sobre su legado sino el legado mismo. Las cartas usadas en la investigación, según Benjamin, como fuente de prueba, neutralizan la distinción entre el hombre y el autor, entre lo privado y lo objetivo, entre la persona y la cosa. Agrego, ofrecen una nueva pieza al montaje de una vida en el que la dificultad y delicadeza hacen al descubrimiento y reconstrucción de la constelación de imágenes, ideas, conceptos o incluso afectos que allí se ocultan, paradójicamente, sin ocultarse. Hay que aprender a leerlos.
(Actualización marzo - abril 2017/ BazarAmericano)