diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Varios meses atrás me escribió una amiga para hacerme una consulta sobre el marco teórico de su tesis de maestría. Quería saber, con cierta urgencia, qué autores y problemáticas estaban en boga en la actualidad. Debido al apremio de tiempos escuetos de producción, mi amiga me pedía libros panorámicos y breves, dos cualidades que rara vez se encuentran en un mismo volumen. Le mandé varios audios de WhatsApp que malamente explicaban, con las vacilaciones y dudas propias del caso, que me resultaba muy difícil abreviar las últimas décadas de los debates teóricos que siguieron al posestructuralismo. Le recomendé con reticencia algunos libros, alisté nombres insoslayables, quedamos en juntarnos a charlar y eso fue todo. Después de uno o dos meses de silencio, hoy volví a escribirle, retomé la conversación con un mensaje auspicioso, maníaco, casi publicitario: «creo que tengo el libro perfecto para vos». Le recomendé con euforia el Indiccionario de lo contemporáneo. Le dije que ahí encontraría exactamente lo que necesitaba: no solo un mapa de conceptos sino, ante todo, una placa sensible de problemáticas de época, un mapa de debates, de tensiones, de discusiones, con líneas guía bibliográficas, literarias y artísticas.
El Indiccionario de lo contemporáneo se escribe en la tradición de otros diccionarios literarios y teóricos: el Diccionario de lugares comunes, de Gustave Flaubert, editado póstumamente; el famoso Diccionario del diablo (1906), de Ambrose Bierce; el Diccionario del argentino exquisito (1971), de Bioy Casares; el Diccionario de autores latinoamericanos (2001), de César Aira; el Exonario (2008), de Jorge Mux. Ya del lado de la teoría, Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov tienen su Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje (1972). Deleuze y Guattari concluyen Mil mesetas (1980) con una suerte de glosario. Conceptos de sociología literaria (1980), de Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, es como un diccionario, aunque no se explicite el género en el título. Sucede lo mismo con el imprescindible Conceptos de literatura moderna (1979), de Jaime Rest, faro de los náufragos. Eliseo Verón incluye, en uno de sus libros, su propio «Diccionario de lugares no comunes». José Amícola y José Luis de Diego coordinaron el volumen La teoría literaria hoy. Conceptos, enfoques, debates, donde también resuena la forma del diccionario, aunque quizás más atravesada por el manual. Por último, Claudia Kozak coordinó su Tecnopoéticas argentinas. Archivo blando de arte y tecnología (2012), con una serie de términos ordenados alfabéticamente. Estos son los ejemplos que me vienen a la cabeza y que funcionaron como marco de lectura. Más allá de cualquier puntualización, el diccionario es un género literario: a partir de una operatoria de orden mínima –el alfabeto– los efectos de sentido se activan ya sea por la sucesión misma, por acción de la contigüidad, de la selección y, claro, de las redefiniciones. El diccionario es el género de la crítica por antonomasia. En su vertiente teórica, suele lindar con la divulgación científica, es pragmático y útil para el estudio: en ellos se encuentran los huesos de un esqueleto que al lector le tocará rearmar de acuerdo a sus propios intereses.
En este caso se agrega el prefijo “in” como antecedente, que indica privación o negación: ¿un diccionario acerca de la imposibilidad de perpetuar un diccionario? Para empezar, el prefijo anticipa una resistencia. Es cierto que el diccionario es una forma moderna y, a la vez, contiene en sí mismo su propio desborde, su desafuero, su locura. La película The Professor and the Madman (Farhad Safinia, 2019) narra la historia de James Murray (Mel Gibson), el filólogo escocés autodidacta que editó, desde 1879 hasta su muerte, el prestigioso y colosal diccionario Oxford. Murray es ayudado por una figura polémica: el doctor William Minor (Sean Penn), esquizofrénico hiperculto y erudito que asesina a una persona identificada como un perseguidor imaginario. Por este crimen, es recluido en una institución mental dirigida por un fan de la lobotomía. En el título, el coordinante «y» une dos términos que, en una primera impresión, parecerían opuestos: el profesor y el loco. A medida que avanza la película, se advierte el alto grado de monomanía que hay que tener para editar una enciclopedia de esas dimensiones: una tarea digna de una obsesión demencial. Algo late constantemente detrás del film: la sospecha de que todo intento de organización de la lengua es emisario de la locura.
Algunas palabras aparecen subrayadas en la presentación del Indiccionario: «insubordinación», «inquietud», «índice». No se trataría tanto de la posibilidad de fijar una dicción, de cristalizar un sentido, sino de relevar las tensiones, en todo caso, la dificultad/imposibilidad contemporánea de un anclaje concluyente a un significado estable. Indiccionario de lo contemporáneo podría leerse como una tautología: lo contemporáneo sería esa misma imposibilidad de diccionarización de un lenguaje alrededor de las prácticas artísticas y literarias. Esto quiere decir que estamos ante la hiperactividad misma de la lengua, cuyos sentidos jamás se quedan quietos. El Indiccionario solo podría apelar al diccionario como simulacro, como fantasma: hay una pulsión por definir y ordenar y otra que, bajo la ficción del orden, descree de las definiciones y apuesta a la problematización, la interrogación, la duda y la contradicción.
Los conceptos abordados son complementarios, solidarios, hacen eco uno en el otro: en «comunidad» resuena «archivo», en «destinación» aparecen ya las «prácticas inespecíficas», en «postautonomía» confluyen las anteriores y «lo contemporáneo» atraviesa todo el libro. Claro que esto ya estaba, en potencia, inadvertido y fatal, en cualquier diccionario: para definir una palabra siempre hacen falta otras. En lugar de ocultar esta fuerza de socavamiento, el Indiccionario la exhibe en su trama relacional, desde la cual compone una estampa teórica de época. Lo que se lee en primer plano son los principales problemas teóricos del presente. Las entradas suelen proceder así: historizan el concepto, lo interrogan, lo cuestionan, hablan de sus límites, de aspectos positivos y negativos, llegan hasta un callejón sin salida, retroceden, toman envión, saltan hacia un futuro posible, abren preguntas, dejan resonando varias dudas productivas.
La cuestión metodológica aporta otro factor. El Indiccionario cuenta con la participación de Florencia Garramuño, Paloma Vidal, Wander Melo Miranda, Antonio Andrade, Antonio Carlos Santos, Ariadne Costa, Luciana di Leone, Rafael Gutiérrez y Reinaldo Marques. Se explica, al comienzo, que cada entrada fue escrita por una dupla. En pos del trabajo colectivo que implicó la coordinación del volumen, a cargo de Diana Klinger, Mario Cámara, Jorge Wolff, Celia Pedrosa, la decisión final fue no firmar las entradas –con excepción del posfacio, escrito por Raúl Antelo–. Esta disposición refuerza el efecto relacional de la lectura, la fusión de los tonos que se deja oír incluso en la traducción al castellano.
En Borges Verbal –otro diccionario realizado por Pilar Bravo y Mario Paoletti en base a entrevistas– la entrada «Contemporáneos» recupera una cita de Borges que dice así: “Nada sé de literatura actual. Hace tiempo que mis contemporáneos son los griegos”. Sentencia que parecería funcionar para los casos de Rancière y Badiou, por poner dos ejemplos clásicos donde se vuelve palpable la vigencia de los griegos. Lo contemporáneo, se entiende, no es lo que sucede en el presente, lo que confluye en él, lo simultáneo, lo inmediato. Lo contemporáneo no tiene la forma de ningún estado, sino de un movimiento, de una desarticulación. Benjamin es contemporáneo; Derrida, Freud, Foucault, Kant, Bataille, Nietzsche, Heidegger, Nancy, Esposito, Negri, Hardt, Groys, Adorno, Didi-Huberman, Virno, Bourriaud, Perolff, Agamben: algunos están muertos, otros están vivos, algunos incluso vivieron a siglos de distancia. Todos son contemporáneos: lo contemporáneo es, en el marco del Indiccionario, una aceleración adecuada a una urgencia, a una velocidad. Es impensable sin el movimiento de lo contemporáneo sin sus intensidades y velocidades –vigencia de Spinoza vía Deleuze–. Lo urgente es lo apresurado, pero sobre todo lo que sacude, lo que insiste como agitación. Hay un factor político en la urgencia: combatir el acecho de un síntoma.
El Indiccionario de lo contemporáneo es, en este sentido, no solo un índice de problemas alrededor del cual orbitan una serie de conceptos, sino una especie de lista de tareas pendientes para la crítica: en el Indiccionario está el futuro, el porvenir de una palabra todavía impronunciable, la potencia de los problemas que aún no supimos plantear, pero cuyas consecuencias nos afectan, tanto en el sentido negativo como en la acepción positiva de esta palabra.
(Actualización mayo – junio 2022/ BazarAmericano)