diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En 1961 años se publicaba en Francia Cent Mille Milliards de Poe?mes, Cien mil millones de poemas, de Raymond Queneau. Un libro objeto, troquelado que permitía combinar los versos de diez sonetos originales para crear cien mil billones más. Fue considerado por los Oulipianos como la primera obra de literatura potencial y Queneau explicitó en sus Instrucciones de uso haberse inspirado para su creación más en un libro infantil que en los cadáveres exquisitos del surrealismo. Sesenta años después ese dispositivo fantástico volvió al campo del cual parece haber salido, la literatura infantil, pero transformado en otro libro: La fábrica de poemas, 10 millones de poemas para combinar temblando escrito por el poeta uruguayo Horacio Cavallo con dibujos de Tati Babini y editado por Libros Silvestres en 2019 y reimpreso en 2021.
Es un libro desopilante, un libro que invita al lector a sacudirse de la silla y comenzar a escribir y a hacer collages. Es un libro que manda a chicos y grandes, literalmente, a trabajar. Nos hace fabricar nuestros propios poemas de a poco, combinando una pestaña tras otra hasta encontrar el monstruo que más risa o espanto nos genere. Cada creación resultante tendrá siempre un poema de ocho versos alejandrinos con rima consonante (ABBACDDC) acompañado de una ilustración en la página par. Los dibujos parecieran estar pensados por Babini como versos dibujados. De esta forma, el lector crea simultáneamente poemas e ilustraciones. El concepto de fábrica es tomado del mismo Queneau que describía a su libro de esta la forma: “Es, al fin y al cabo, una especie de máquina de fabricar poemas en número limitado...”.
Me puse a leer o a jugar o trabajar, que para la literatura potencial es más o menos lo mismo (siempre que se trabaje y se lea atento, sin automatizarse al mecanismo), y armé este poema o esta bestia espantosa a la que a lo mejor alguno de ustedes les tema tanto como yo:
He visto una criatura capaz de estremecer:
un niño carilindo con la voz cavernosa.
Pasa el tiempo en el baño de una casa lujosa.
Come churros viejísimos, que ya empiezan a oler.
Su misión en el mundo es volverte aburrido
y acunarte con poemas cuando nadie lo advierta.
Cuando alguien descuidado deje la puerta abierta
morderá tu memoria hasta volverla olvido.
En las diez páginas de La fábrica de escalofríos, además de este poema que les acabo de mostrar, pueden caber otros 9.999.999 más. Y si hablamos de potencialidades, esta apuesta editorial subraya algo que varios venimos pensando últimamente, la potencia de experimentación que habita en el campo de la literatura infantil. Este libro es una muestra ineludible de que en poesía se puede volver a la rima y a la métrica regular (lugares de los que hemos corrido espantados como por un cuco) sin acercarse ni un ápice a la poesía tradicional.
En la poesía contemporánea hay nuevos cucos, el chico carilindo con voz cavernosa que sube poemas instantáneos desde el baño de una casa lujosa es solo un ejemplo. Horacio Cavallo no se le parece en nada, es un poeta actual de la versificación y de las formas. Eso podemos verlo también en otros libros como por ejemplo Poemas para leer en un año (Calibroscopio, 2019) donde escribe tankas para las estaciones, haikus para los días de las semanas, y limericks para los meses y lo hace con maestría y chispa. O en Los dorados diminutos (Ediciones del Estómago Agujereado, 2018) una novela ilustrada por Matías Acosta y escrita por sonetos que le contesta a El gran Surubí de Mairal. Horacio Cavallo es también un poeta de la apropiación y del homenaje. Es un poeta bestial que el campo de la poesía argentina parece todavía no haber descubierto quizás porque A) es uruguayo y B) en Argentina se mueve más que nada en la sombra (o en la luz) de la literatura infantil. Pero que el aromo no nos tape el monte.
(Actualización mayo – junio 2022/ BazarAmericano)