diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Ulises Cremonte

Fogwill abre hilo
Estados alterados, de Fogwill, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2021.

Fogwill sigue escribiendo. Desde el más allá o el más acá, de manera póstuma o predictiva. Su vigencia no asombra, pero sí su vitalidad, su pata puesta en el presente, aun cuando haya nombres nuevos para vicios añejos. Ahora es el turno de Estados alterados, un libro raro, fácilmente inclasificable, que viene con su propia reseña en ese prólogo y notas en las que Silvia Schwarzböck muestra, sin caer en un tono pedagógico, la parte más visible de la psiquis periodística e ideológica del autor de Vivir afuera.

En este ensayo, escrito en el 2000, Fogwill se deja llevar por un fluir de conciencia donde literatura y política funcionan como categorías asimilables, hay una insistencia por recordarle al lector que se está hablando de literatura, aun cuando en vez de autores de ficción se nombre a ministros de economía, presidentes, ex presidentes, secretarios de cultura. Como si nos dijera: todo preso es literario. Y eso que por aquella época la operación de equiparar la idea de “relato” a la promoción de actos de gobierno, aún no se había incorporado al léxico mediático. Pero lo literario/político en Fogwill parece vincularse más a un estado de cosas, al hábito no pensante, a la estrechez del lugar común, Por eso dice o más bien proclama que se precisan nuevos “prejuicios” que estén “a la altura de este tiempo”:

La literatura, como todo ámbito comercial, necesitaría una inyección de prejuicios, supersticiones, preferencias caprichosas, hostilidades arbitrarias. Porque sin prejuicios, casi no se puede pensar. Y sin enemigos, no se puede pensar. Y los enemigos prêt-à-porter que oferta el menú de los medios –y de la prensa cultural hecha de medios– son tan compartidos que sacan las ganas de pensar.

La noción de “enemigos prêt-à-porter” hace estallar el presente. Allí donde la llamada “cultura de la cancelación” establece una lista de “malos” o en todo caso de “malos hábitos”, Fogwill, desde el pasado, nos avisa que hay batallas armadas en combos que no mueven ni montañas, ni cimientos. También sabe ejercer una especie de mea culpa, como muy bien puntualiza Schwarzböck en el prólogo, cuando piensa, se piensa a partir de la palabra “colaboración”, “colaboré con tal o cual revista”. Colaborar o ser funcional, eso que se debatía en la militancia de los 70 y que Fogwill actualiza, ya en la vida democrática, a la insistencia de la prensa por (siempre) cuidar el culo del poder de turno. Ahí entra lo que podríamos llamar el factor Levinas. El fundador de El Porteño se vuelve un blanco ideal para los dardos fogwillianos. Y eso que el Levinas del 2000 todavía no nos deleitaba con sus diatribas de simio iluminado en “Intratables” o como columnista de Jorge Lanata. Fogwill supo ver antes que nadie lo que Levinas era y sería. Pero en su crítica hay un enemigo mayor, sus cañones parecen no dejar de apuntar hacia las marquesinas progresistas, ataques que, a veces, despliega de manera sutil y, en otras, desvergonzadamente, como cuando critica a León Gieco y su hit “Sólo le pido a Dios”.

Cada tanto Fogwill un poco se pierde, entra en su propia niebla, se lanza a una carrera ególatra donde pareciera querer ganarse a sí mismo, superar un sintagma lúcido con otro más lúcido aún. Lo bueno es que eso termina por generar un campo acumulativo de ideas. O de frases. En época de Twitter, Fogwill sería un gran twittero. Para muestras van estos dos botones. En relación a un poeta joven dice: “Le sobra apuro, como a todos”. Brillante. O cuando escribe: “Conste que no me chupo el dedo y que tengo siempre a la vista la evidencia de que no hay mejor mito que la desmitificación. Pero sólo se podría vivir dentro de un mito nuestro, no de una construcción de la historia que nos tuvo en cuenta sólo como consumidores de su secreción ideológica.” En pasajes como estos, Fogwill muestra que su inteligencia no es abstracta, ni retórica, sino decididamente práctica o más bien concreta, por lo aplicable que podría ser su idea. Todo eso sin desatender la música del lenguaje.

¿Hay herederos de Fogwill? No creo, pero sí malos imitadores. Justamente en Twitter sobran. Sin ir más lejos, Pola Oloixarac, intenta asumir el tono polemista del autor de Muchacha Punk, pero se queda en una pirotecnia peligrosa, de esas que arrancan el dedo de una mano o hacen perder un ojo. Si hay algo que tenía o tiene Fogwill es sensibilidad humana. Aún en sus pasajes más irónicos y hasta desquiciados, su humanidad prevalece.

Vuelvo al comienzo o al menos al comienzo del libro, al excelente prólogo de Silvia Schwarzböck. En su exposición aparece no sólo presentada esa máquina pensante llamada Fogwill, sino también, una reflexión sobre qué significa ser liberal o ser de izquierda. Desde su referencia topográfica parece que Fogwill siempre fue difícil de ubicar: demasiado de izquierda para ser de derecha, demasiado de derecha para ser de izquierda. Se lo suele presentar como “un liberal despiadado (o un marxista de la derecha liberal)”. El prólogo, como en una sesión de espiritismo, nos trae ese Fogwill a nuestro presente, al uso actual de la palabra libertad, a los movimientos anti política, al falso enigma Javier Milei. El pasado nunca se fue, el río de Heráclito, en la Argentina es un estanque. Vuelve en risa o en tragedia, pero vuelve. Fogwill afila las uñas y en un desvío en el registro, arma una especie de fábula olorosa para hablar de los políticos:

Es el momento de imaginar sesenta y siete despachos, con sus correspondientes sesenta y siete baños privados, encima de sesenta y siete inodoros, sendos senadores se han sentado a cagar. Y vos los ves y calculás que a una media de veinticinco onzas per cápita (en rigor, per culum), estás asistiendo mentalmente a la producción de casi doscientas libras. ¡Más de seis bushels de mierda que pujo a pujo van agregándose al patrimonio cloacal de tu patria…! ¡Brotando desde culos paternos de tu patria…!


La verba lamborghiniana de este pasaje es evidente y, por lo tanto, no hay una crítica al sistema político desde esa impoluta moral republicana de los canales de noticias con pantallas de fondos rojos y azules. Esto, Fogwill, es otra cosa. Lo lúdico y hasta esa infantil propensión hacia lo escatológico coloca a los sucesos reales en una cadena de distribución distinta a la de los abanderados del zócalo televisivo. En definitiva, mierda e ideología, no se le niega a nadie.


 

(Actualización diciembre 2021 – febrero 2022/ BazarAmericano)


 


 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646