diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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/  María Eugenia López

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Diseño

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Bienvenido a mi cerebro: diario íntimo de una fan de Marylin Manson
D.I.F.M.M, de Cuqui, Buenos Aires, Ediciones Nebliplateada, 2019.

“¿Todo deseo que no sea el mío no es loco?”

Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso

Bienvenidos al cerebro de Marylin Manson, o más bien, al de Cuqui. Como indica el epitafio del final, nació en Córdoba en 1977, escribió diez libros entre 1998 y 2006 hasta su muerte por suicidio. La otra “Cuqui”, que asiste regularmente a Festivales de poesía, se llama igual pero no es la misma persona. Son varios heterónimos ¿espíritus de mujeres? que habitan un mismo cuerpo “Cuqui, Natsuki Miyoshi, Karen Smith, Alma Concepción, Charlotte von Mess, Francis Vipond, Margarita del Acantilado”. La pregunta que emerge de este diario es inmediata ¿Quién fue esta fanática de los noventa misteriosa y hechicera? 

Como la aparición del rostro de la virgen en un tanque de agua, el primer poema funciona como una epifanía: la tapa de la revista Rolling Stone “año n.º 7 en 1998 a 4,50” en la que Manson aparece por primera vez ante los ojos de su fanática. A partir de ese momento, en el que un cyborg televisivo -mezcla de diosa y de demonio, un montaje de todas las películas gore del siglo XX- nos interpela (mira) desde la calle, se va a desplegar una historia de amor unidireccional, que no respondería al anhelo romántico del club de fans y del póster en la pared. Si a los fans “en la repartición de genes” no les tocó el de líder y se encuentran “tirados excusados rectos y anos” existiría la manera, desde la poesía del cuerpo, de intervenir esa figura subalterna, menor y despreciada por la cultura (no hay que olvidar que un verdadero fan carece de todo talento y es alguien que se encuentra en estado poseso). Hay una escena maravillosa en la televisión argentina que puede verse en Internet. Cuando la madre del periodista Santos Biasatti, una mujer de ochenta años, forma un club de fans de la cantante Gilda y discute por la validez de un carnet con la presidenta de otro club de fans enemigo. Los fans como la poesía siempre circulan por los bordes. En este sentido, la escritura del cuerpo que practica Cuqui no es metafórica, el cuerpo no es un mero significante vacío, una abstracción inanimada. La poesía de Cuqui es cuerpo deseante comprometido con su objeto. Desde el registro que invoca, puntúa, instala la experiencia del goce en la piel (como un estigma); hasta el registro que intenta archivar (guardar para el propio deleite) esa performance privada e íntima:

escribí su nombre en un papelito
lo doblé
me lo puse en la vagina
dormí toda la noche
al día siguiente me lo quité humectado
durante unos meses quedó en reposo
ahora está crujiente.

De este modo, se ponen a prueba las resistencias de una serie de materiales gozosos: “buzos de Marylin con olor a nuevo”, videoclips, CDs, pósters, cuadernitos, fotografías, entradas de recitales (que guardan la huella, rememoran la experiencia de que el cuerpo estuvo ahí, en un mismo espacio, respirando el mismo aire que el artista). Son los objetos que, salidos de las cadenas de montaje de las fábricas taiwanesas conservarán, por propia ilusión de la fanática, un aura, la reverberación del sonido de una voz metálica, distorsionada y bestial (la de Manson). De este modo, Cuqui archiva en su museo privado; pero también, establece un registro preciso (después de Cristo) de lo que le sucede a su inconsciente en estado de fanatismo/ posesión del anticristo de MTV. Se trata de una serie de sueños “reales” numerados que la sumergen en placenteras y oníricas aventuras eróticas con su amado: “(sueño real n.º 2)/ abro una puerta/ tras ella hay muchos regalos/ uno es para mí/ me lo envía el niño dios que está en una cunita/ en realidad es marylin manson/ tiene unas pestañas grandes de papel glasé brillante color/ [dorado/ y los ojos muy grandes también”. 

En este sentido, subrayo la palabra “real” y me vuelvo a preguntar por la condición de realidad en la poesía de Cuqui, por esta emergencia de lo “real” trasmutada en sueño, vidas posibles y pasadas, fantasía de la música y la televisión. Quizás sea posible pensar estos poemas como dispositivos que traccionan la fantasía hasta volverla legible, hacerla parte del mundo “real” carente de aventuras, pasiones y entusiasmos. En el mundo real: “¿hay que creerle a manson cuando sermonea a la gente/ en la entrega de los premios mtv y luego canta “the/ beautiful people?” y “mr manson es un personaje de ficción/ una revista muestra fotos del actor que lo representa/ es viejo con el pelo un poco largo y canoso”. 

A medida que la esfera de lo “real” se va desgranando y mostrando las costuras poco encantadoras de la industria cultural, la fanática que asiste a los recitales vestida de blanco, como una novia comienza a tomar venganza de su amado: “puse el culo de marilyn fotografiado/ contra la superficie/ de una de mis tetas/ el corpiño delimitaba nuestra cama/ mi pezón erecto no dejaba de sodomizarlo” y “soy bastante lesbiana al respecto/ me gustaría más que me idolatrara”. La perspectiva, de repente, cambia y se invierten los roles de la fanática y del objeto: “en muchas fotos parece un niño indefenso y miedoso” y “hay veces que cuando veo a bart simpson/ tan fan de krusty el payaso/ me pregunto cuánto de payaso tiene marylin”. Puede advertirse en los textos el poder invasor del sonido, la imagen, los videoclips de conejitos con portaligas (un mantra repetitivo que se instalaba en los televisores de Sudamérica). 

Una hábil fusión de significantes, que reciclan/ensamblan exitosamente dos celebridades oscuras: una diosa en decadencia de la época dorada de Hollywood muerta a causa de barbitúricos, y el asesino Charles Manson, líder de la secta hippie que planificó el asesinato de miembros del jet set californiano algunos años después. La fusión de ambos nombres expone un punto sensible, casi como un recordatorio de que lo bello y apacible puede mostrar su cara más siniestra (como las últimas fotos de Marylin Monroe en la que se la ve sin peluca, sin sus prótesis y sin su dentadura postiza). Una muñeca para armar y para desarmar. Como dice Osvaldo Baigorria, el asesinato perpetrado por el clan Manson dejó en claro que el sueño hippie de los sesenta se terminaba: “Los Ángeles era el territorio plástico del dinero, la fama, el poder, todo aquello que solo podía crear resentimiento, exclusión, miseria y venganza”. Sin embargo, la recuperación de esos sentidos condensados en un rock-star de los noventa, dice Cuqui: “es una mierda porque fomenta la idea de dios”. Como respuesta, la fanática de Manson descuartizará sus canciones para fabricar nuevos poemas, implementará técnicas de psicomagia para que la fusión de cerebros -el de Manson y el de ella- sea exitosa: “dónde mierda estás/ un animal mecánico (1) quiere descuartizarme/ para poner sangroso el gran mundo blanco (2) /la gente hermosa (3) se ríe de mí”. Al final del libro, podemos ver una serie de imágenes terroríficas. Los poemas se transforman en registros visuales del cuerpo de Cuqui escrito con sangre. En algunas fotografías se la ve semidesnuda, en otras, incorpora una imagen de la cara de la novia de Manson a su propia cara, como un montaje hecho con una fotocopia ¿La fusión es total? No los sabremos, podría tratarse de un exorcismo.


 

(Actualización diciembre 2021 – febrero 2022/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646