diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Diseño

Luciana Di Leone

Dos veces otra vez la primera vez: estratófera y partículas
Mark en el espacio/ Días tras día, de Mariana Suozzo, Rosario, Neutrinos, 2020.
Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo, de Tilsa Otta, Rosario, Neutrinos, 2021.

Editar, sin dudas, es un gesto de escritura. Las pequeñas editoras, o editoras independientes o artesanales, con ese gesto suelen apostar por escribir el presente. En el caso de las que se dedican a la poesía, una apuesta por escribir con/la poesía contemporánea, por escuchar y amplificar las voces que están circulando en su propio espacio tiempo. Generalmente, esas editoras escriben nacimientos. Sin embargo, si a simple vista puede parecer que el compromiso se tiene apenas con un presente constatable, con un tiempo simultáneo al de nuestras fechas, es necesario observar que no se trata de una inmediatez ansiosa por publicar el último aullido de la moda, sino de un compromiso con la historia, de un modo de pensar la historia como plagada de tiempos que resuenan. Pero ¿cuál es el tiempo cuando explota un poema o, mejor, cuando explota un libro de poemas? ¿Un libro de poemas puede detonar dos veces? ¿Por cuánto tiempo quema? 

La editorial Neutrinos, de Rosario, respondió a esas preguntas de forma directa dos veces en el último año. En plena pandemia, reeditó dos “primeros libros” aparecidos originalmente en tiradas muy pequeñas, hace tiempo agotadas: Mark en el espacio, de Mariana Souzzo y Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo de Tilsa Otta.  

Mark en el espacio fue, en 2007, año de su primera edición por Huesos de Jibia, un libro que tuvo un acogimiento rápido y caluroso entre poetas. El texto ya circulaba en el blog de su autora, y fue recuperado junto con los dibujos que acompañan las peripecias de Mark. Mariana Suozzo, nació en San Justo, en 1982. Y tenía 24 años cuando publicó ese tremendo primer libro. Algo en él retomaba un tono de época, una recuperación de lo cotidiano, cierto juego con un universo o un modo de mirar infantil. El cotidiano puesto en el centro es la marca de los poemas que componían el libro y así como en los poemas de Día tras día (2004), también recuperado en la edición de Neutrinos: “Roberto// Soy muy joven para morir de angustia/ ya tendrías que haber arreglado el refrigerador/ que te llevaste de mi casa hace algunas semanas/ un dolor comenzó a estrujarme el alma/ por las noches”. 

Sin embargo, Mark en el espacio traía algo especial (espacial), principalmente, por el poema compuesto de nueve partes, o de nueve escenas, que le da título –y que ya circulaba en el blog de la autora junto a unos hermosísimos dibujos–, en el que a Mark, un protagonista que es contado en segunda persona por un sujeto poético extremadamente pegado a él, lo asalta un poema, que cae como un fruto maduro, crece, y lo lleva al espacio. La segunda persona hace con que parezca que todo lo que le sucede a Mark sea un acontecimiento imprevisto, algo que le pasa sin que él o el sujeto que lo cuenta lo hayan buscado. Ni activo ni pasivo, Mark vive su peripecia casi como una voz media: te reconoces como el astronauta que mira por la escotilla”

En la nave y desde la nave, se mirarán de otro modo las reacciones de las personas, sus modos de resolver problemas, sus modos de vivir juntos: “cada uno se prepara como puede para el último día en el espacio/ mientras los otros chequean la rutina de aterrizaje/ vos te permitís escuchar canciones de otros tiempos/ recordás lugares de la tierra, amigos, la familia…”. Mark en el espacio es un punto de vista estratosférico que, a fin de cuentas, sirve para mirar de nuevo el poema y pensar dislocadamente, la vida y la muerte de aquellos a quién se ama. Sólo desde el espacio se podrá tocar la muerte de un abuelo, un domingo después del almuerzo. 

           

A los 22 años, la peruana Tilsa Otta, también nacida en 1982, nos coloca en órbita con su primer libro: Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo (Albúm del universo bakterial, Perú, 2004). El libro está compuesto por textos variadísimos -–inclusive, en la primera edición, incluía dibujos– y aunque tenga muy poco de la narratividad o de la dicción cotidiana de su ahora pariente editorial Mark…, también en él hay una potencia de crecimiento del poema, una potencia difícil, venenosa. Mi niña veneno…, no reconoce  un límite genérico, como si se lo hubiera hecho estallar en la entrada en la atmósfera: “poesía, comedia, romance y drama”: poemas cortos (“Voy a abrir esta cuenta corriente”, “La utilidad”), crueles pequeñas narrativas de finales centrífugos (“La risa herméticamente cerrada”, “La verdad y candor”), un pequeño texto dramático (“La telaraña en el jardín de infantes”) componen el libro. Nada que pueda ser tomado y detenido en una definición, no hay verso clave que nos pueda hacer definir el libro, todo se acelera, se mueve, se corroe. Como si fuera Candor, su personaje, “siguiendo fielmente su decisión de no creer en nadie”, en nada que detenga la velocidad de la luz, de las palabras.

Los textos/poemas de Mi niña veneno…  están poblados de aceleraciones, cortes, interferencias y detonaciones: “Mi corazón está minado/ abre fuego a cada latido/ latido/ latido/ latido/ el número que has marcado no existe”. Las imágenes convocadas se someten a un proceso de desintegración, por momentos luminosa y chispeante, lanzadora de “irradiaciones”, que sin embargo no llegan nunca a dibujar un terreno sólido o promisorio: “el centro de la tierra/ tiene sinfín de formas/ un cadáver es el mapa (…)/ es un parásito sin generatriz”. La niña que descubre el poema en Mi niña… lo encuentra como un gesto de corrosión, ya que ella misma se presenta como alguien que tomó la misión “de generar un levantamiento […] sin levantarse de la cama”, como una “Caja de Pandora al revés llamada TILSA (que) asumió la tarea de transformar el veneno cósmico”, con “Pensamientos tormentosos y –por qué no– chistosos” que iluminan la noche y se materializan en textos.  

Mark en el espacio y Mi niña veneno… son dos “comienzos”, pequeñas explosiones para la historia de cada una de sus autoras, pero también comienzos en sí mismos, por la aparición inquietante de la juventud que hay en ellos. Por eso, se hace necesario recoger estos dos libros reeditados como si fueran nuevos, o mejor, como si fueran capaces de renovar sus células, de encontrarse nuevamente con un estado potencial, pequeños libros neoténicos. Como si la capacidad de desarrollarse no desarrollándose estuviera en la posibilidad de acelerar partículas y salir de la órbita terrestre (Mark en el espacio): 

cada uno se prepara como puede para el último día en el espacio
mientras los otros chequean la rutina de aterrizaje
vos te permitís escuchar canciones de otros tiempos
recordás lugares de la tierra, amigos, la familia…. 

Y aunque verse de afuera no sea  algo ameno, ni pacífico (Mi niña veneno): 

Galaxia 28-G, órbita interestelar desconocida, 
en un campo de batalla crece un jardín. ataques enemigos, aluvión de rayos ultravioletas para desintegrar las rosas y ser la princesa del mundo rojo.
Gran Kaboom¡¡¡. 

Todavía apostamos en los inicios, las bombas, las princesas que suenan: “una explosión no es una explosión si no hay un buen ruido de fondo”.

 

 

(Actualización diciembre 2021 – febrero 2022/ BazarAmericano)


 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646