diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Ángel Rama y la democratización del modernismo latinoamericano
Las máscaras democráticas del modernismo, de Ángel Rama, Santiago de Chile, Mimesis, 2021. Edición a cargo de Hugo Herrera Pardo

Son varias las discusiones que propone la reedición de Las máscaras democráticas del modernismo de Ángel Rama, organizada y prologada por el académico chileno Hugo Herrera Pardo y publicada por Mimesis en 2021. Por ahora quisiera detenerme en tres: el concepto de democratización utilizado por el uruguayo, el lugar del modernismo latinoamericano en su crítica literaria y la posible actualidad de estas reflexiones en el contexto de las asediadas democracias del presente. Paso a comentarlas a continuación no sin antes destacar el trabajo de diseño y diagramación de Mimesis, editorial independiente cuya característica experimentación visual añade una dimensión sensorial que acaso dialoga con parte de los debates propuestos por Rama en esta obra póstuma, aparecida originalmente en 1985.


Sobre la democratización de fines del siglo XIX en América Latina

Los períodos de democratización parecen ser los nudos culturales que más llaman la atención de Ángel Rama en términos de sus repercusiones para la literatura latinoamericana. Según afirma Herrera Pardo, “[e]s el índice por medio del cual evalúa cada fase o momento distintivo de su devenir histórico; en la independencia, en la modernización y el modernismo, en las vanguardias y las narrativas regionalistas, en el boom y sus estratos adyacentes, en las dictaduras y sus exilios” (11). Por esta razón, cabe reflexionar sobre la manera en que Rama usa este concepto en los ensayos de Las máscaras democráticas del modernismo. La primera afirmación que nos acerca a su idea de democratización es aquella según la cual una sociedad se democratiza cuando derrumba sus jerarquías, es decir, cuando emerge una nueva clase que estimula la transformación de los valores imperantes mediante una guerra de ideas (23-24). Para Rama, un momento importante de derrumbe de jerarquías en América Latina es el que describe como modernización, que va aproximadamente de 1870 a 1920 y que se caracteriza por su internacionalismo. Ello habría ocurrido porque la democracia gestada durante un siglo republicano, burgués y social como el XIX, puso en peligro la jerarquía de las culturas en una disputa por la propiedad no solo de las tierras, sino también de los conocimientos. Sobre este grupo o clase desestabilizadora, Rama dice: “se subieron al barco del mundo sin reparar en medios, muchedumbres en franca pelea: venían de las profundidades, de los márgenes desdeñados, y se hicieron un lugar entre los que ocupaban espaciosos puestos sobre cubierta” (25), con lo cual subvirtieron los modelos sociales de los poderosos de la hora, aunque sin sustituirlos completamente. En este contexto, quizás habría que recordar, por un lado, que esos modelos sociales eran los oligárquicos, legados casi sin modificaciones del período anterior a las independencias; y, por otro, que los poderosos de turno eran esos rancios dueños de la tierra que comenzaban a incursionar en la bolsa y en las nuevas formas de hacer dinero puestas a su disposición por el momento internacionalista de fines del siglo XIX —suerte de reyes burgueses transicionando económicamente a la nueva sociedad globalizada, pero anclados férreamente en los usos y costumbres del patrón de fundo.

Ahora bien, Rama aclara que en América Latina lo que comienza a surgir es una cultura no democrática sino democratizada, innovadora (50), en la que algunos de sus elementos se muestran abiertos al movimiento. Se trata de rasgos que reconoce en artistas que, sensibles a las demandas de los tiempos, las recogen en su creación y democratizan el arte de sus antecesores. Sin embargo, esto ocurre con la resistencia de quienes defienden el orden intelectual previo, como el colombiano Miguel Antonio Caro (30), o, incluso, de quienes están a favor del cambio pero que, según Rama, han sido formados en los valores ilustrados e hispanistas de la generación anterior. Tres figuras que encarnarían posiciones emblemáticas en este sentido son el uruguayo José Enrique Rodó, el cubano José Martí y el nicaragüense Rubén Darío. Rama dice que, en Ariel (1900), Rodó critica la democracia por utilitarista y mediocrizante, mientras defiende los valores de una cultura no contaminada por la vulgaridad del materialismo. En el “Prólogo al Poema del Niágara” (1882), Martí, un ilustrado según Rama, sospecha de los nuevos tiempos porque “[h]a entrado a ser lo bello dominio de todos” (38), aunque al mismo tiempo estimula el libre albedrío artístico y el volverse sobre sí mismos. Darío es quizás el más irreverente frente a la tradición por su fe en esa libertad —“mi literatura es mía en mí” (39)— y por su rechazo al imperio (e imperialismo) de la lengua, ejemplo de lo cual es su libro Los raros (1896), con el cual dice que buscaba “hac[er] todo el daño que me era posible al dogmatismo hispano, al anquilosamiento académico, a la tradición hermosillesca, a lo pseudo-clásico, a lo pseudo-romántico, a lo pseudo-realista y naturalista…” (100).

Antes de pasar al siguiente punto, quisiera hacer dos comentarios en torno a los recortes geográficos sobre los cuales Rama echa a andar su método crítico. Uno relacionado con valorar su esfuerzo comparativo de traer a colación el panorama literario que en la época presentaba Brasil —ello pese a que resulta cuestionable el uso de categorías demasiado generales como la de ilustrado para hablar de un escritor afrodescendiente más bien autodidacta como Machado de Assis y, por la misma vía, colocarlo al lado de un crítico con preconceptos raciales como Sílvio Romero (57) [1]. El otro comentario tiene que ver con su esfuerzo de traer a colación el quehacer literario de España, lo cual, según creo, no resulta viable si no se marcan las distancias de años luz que distinguen a sociedades cuyas historias modernas están opuestamente marcadas por el colonialismo, esto es, como sociedades colonizadoras de un lado y como sociedades colonizadas de otro. Esto seguramente responde a una formación filológica más clásica, más ahistórica, que agrupa expresiones artísticas y literarias a partir de la variable de la lengua, como si solo ese elemento bastara para establecer afinidades culturales. Aún así, el posicionamiento de Rama ante la literatura, buscando entenderla desde las complejidades de la cultura y del contexto económico global, fue un ejercicio renovador de la crítica de su época.


El modernismo en la crítica literaria de Ángel Rama

Uno de los momentos en que las transformaciones epocales producen renovaciones artísticas que despiertan el interés crítico de Rama, es el momento “de transición” (Sanín Cano 63) del modernismo. Y, como sugerimos antes, este sería una suerte de correlato literario de la democratización que el crítico distingue en el fin del siglo XIX latinoamericano, aún con su carácter colonizado y marginal respecto de las metrópolis. Para Rama, el modernismo sería un movimiento pre-vanguardista de creación a partir de las diversas fuentes literarias y artísticas que el mercado internacionalizado pone a disposición de grupos que él asocia con la clase burguesa, con migrantes de provincia y con “inmigrantes intelectuales” como Darío (120). La originalidad de esta creación radica en que constituiría un primer momento de subversión del discurso ideológico racional ilustrado, lo que ocurriría por vía del simbolismo francés, el cual se agrega a otras tendencias literarias, contemporáneas y anacrónicas, también cultivadas en la época. Una de las renovaciones principales no sería de carácter temático sino instrumental, es decir, de los instrumentos poéticos a disposición del artista: de este modo, el “subjetivismo sensualista” (55) del simbolismo sirve para distanciar las palabras de su función significadora, así como para concebirlas y gozarlas en tanto “significantes fónicos” —en la descripción de Ramón del Valle-Inclán (171).

Ciertamente, el goce sonoro de la palabra requería de cierto grado de irreverencia respecto del imperio de la lengua y las reglas académicas de uso, aspecto al que contribuyó el surgimiento de un nuevo tipo de intelectual, autodidacta y espontaneísta, formado en la lectura de revistas y libros azarosos, al cual Rama llama “intelectual de café” (51). Se trata de un intelectual que no viaja a España para realizar sus estudios y que, por tanto, no era “amante de la lija y de la ortografía” ni defensor de “la corrección académica en letras” (68) —según ironiza Darío en “El rey burgués”. Sin embargo, acaso por tratarse de un intelectual innovador pero no rupturista, Rama comenta la paradójica operación estilística de algunos modernistas, atraídos a lo informe, lo impulsivo y lo irracional, pero sometidos al rigor de la forma (65) o a la cautela frente a la convención (100). Debido a las particularidades de este cuestionamiento incipiente del discurso lógico racional, a Rama le parece acertado que Darío llame modernismo a estas tendencias artísticas porque con tal concepto concilia “múltiples aspectos de la renovación en curso” (76), proponiéndolo como poética epocal donde caben diversas poéticas individuales.

Algo que conviene comentar en términos comparativos con el resto de su obra es la elección del aparato conceptual con que Rama lee la renovación literaria del fin de siglo XIX latinoamericano en los ensayos de Las máscaras democráticas del modernismo. Me refiero específicamente al uso del concepto “interpretación”, que toma de Nietzsche, como una suerte de operación sincrética realizada desde “la plebe”, ligada a la idea de las máscaras, y que se intuye de la siguiente cita del filósofo: “descubrimos la originalidad y el genio inventivo como parodistas de la historia universal y polichinelas de Dios” (90). En este sentido, la interpretación de los innumerables textos de la cultura occidental conlleva, según Nietzsche, la impronta de una perspectiva histórica, mientras que para los americanos, según añade Rama, la interpretación también imprime una perspectiva geográfico-cultural arrítmica respecto de la cultura europea porque la nuestra “ya no es asimilable a ella” (158). En el caso de los modernistas, la solución integradora de interpretación provino de los periódicos como “modelo de una acumulación heteróclita y novelera de informaciones que procuraba abarcar el mundo todo, aunque concediendo un puesto minoritario a la información hispanoamericana” (163). 

Ahora bien, el uso del concepto de Nietzsche puede llevar a la pregunta por la fecha de al menos parte de los ensayos contenidos en el libro, pues se podría suponer que la elección de “interpretación” para exponer un proceso de integración heteróclito corresponde a una reflexión anterior a 1982, año en que publica Transculturación narrativa en América Latina. En este libro, Rama usa el neologismo del antropólogo cubano Fernando Ortiz para referirse a un proceso realizado por literaturas regionales de mediados del siglo XX que también puede pensarse como ‘interpretación integradora’ —esto en vistas de superar el escollo crítico que separaba a escritores urbanos o vanguardistas de rurales o regionalistas al reconocer, en los últimos, formas de ruptura con el discurso lógico racional convencionalmente atribuidas a los primeros. Si bien en Las máscaras no se detiene en la región andina, sí la cataloga como un espacio de “movilidad menor” (117), lo cual invita a pensar que su propuesta de literaturas regionales que interrumpen el telos occidental con su experimentación en la lengua y en la cosmovisión —como la del peruano José María Arguedas, el mexicano Juan Rulfo o el brasileño João Guimarães Rosa —emerge de una reflexión posterior pues, con sus limitaciones (notadas entre otros por Antonio Cornejo Polar), la transculturación pareciera dar mejor cuenta de las complejidades de procesos de integración como los notados en estos escritores.


¿Otro proceso de democratización?

Quisiera terminar refiriéndome a una invitación que hace el crítico Hugo Herrera Pardo en su prólogo a la segunda edición de Las máscaras democráticas del modernismo, y que se relaciona con pensar las formas en que los ensayos de Rama pueden contribuir a considerar la democracia en la América Latina de hoy, a la luz de los sucesivos procesos de democratización desde las independencias hasta el presente. Al adoptar una mirada panorámica de la sociedad latinoamericana, similar a la de Rama, tal vez se podría afirmar que siempre hemos estado transicionando a proyectos de modernización que prometen formas de convivencia más democratizadas, algunos de los cuales han intentado abrir espacios a los grupos no considerados por los proyectos republicanos latinoamericanos de inicios del siglo XIX, mientras que otros han agudizado exponencialmente las formas de exclusión. Si seguimos a Guy Standing (2011) respecto de que los “many millions around the world without an anchor of stability … are becoming a new dangerous class” (1), la cual llama precariado, acaso le cabe a la crítica literaria examinar las formas artísticas surgidas de esa clase o de otros grupos de descontentas y descontentos que están dando cuenta de lo que Herrera Pardo describe como las últimas “cuatro décadas de saqueo neoliberal” (9). Las nuevas generaciones de escritoras y los movimientos feministas de los últimos años ciertamente sugieren que asistimos a una revisión intensa de esa “democracia históricamente elitista y masculina” (Herrera Pardo 9) que ha acompañado los dos siglos republicanos de la región. Pensando en las versiones latinoamericanas de modernidad, como la experimentada por la generación modernista y la modernidad neoliberal que padecemos hoy, resulta casi inevitable recordar la provocación del antropólogo e historiador haitiano Michel-Rolph Trouillot (2002) en relación a que quienes habitamos los márgenes de los proyectos de modernización global quizás siempre hemos sido los más modernos de todos. [2]


Notas

[1] En Machado de Assis. Estudo comparativo de Literatura Brasileira, Romero elabora argumentos racistas —por ejemplo, que Machado es “um genuíno representante da sub-raça brasileira cruzada” (66)— y que, incluso, hacen alusión a la tartamudez del escritor para cuestionar su prosa y definir su humor como “pessimismo de pacotilha” (157).

[2] Trouillot busca localizar la categoría modernidad desde una perspectiva no central, específicamente, revisitarla “from the Caribbean historical experience to highlight the problematic character of North Atlantic universals” (840).


Obras citadas

Darío, Rubén. Azul… Santiago: Editorial Zigzag, 1970.

Herrera Pardo, Hugo. “Prólogo a la segunda edición”. En Ángel Rama. Las máscaras democráticas del modernismo. Hugo Herrera Pardo (ed.). Santiago: Ediciones Mimesis, 2021, pp. 7-20.

Rama, Ángel. Las máscaras democráticas del modernismo. Hugo Herrera Pardo (ed.). Santiago: Ediciones Mimesis, 2021.

Romero, Sílvio. Machado de Assis. Estudo comparativo de Literatura Brasileira. Campinas: Editora da Unicamp, 1992.

Standing, Guy. The Precariat. The New Dangerous Class. London & New York: Bloomsbury, 2011.

Trouillot, Michel-Rolph. “North-Atlantic Universals. Analytical Fictions, 1492-1945”. The South Atlantic Quarterly 101.4 (Fall 2002): 839-858.


 

(Actualización julio – septiembre 2021/ BazarAmericano)


 




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