diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Cuando Hugo Herrera Pardo me contó que había decidido publicar una segunda edición de Las máscaras democráticas del modernismo, la sensación fue de sorpresa y desconcierto. Yo acababa de entregar mi tesis de doctorado sobre la obra del crítico uruguayo, un mamotreto de más de cuatrocientas páginas titulado Por una crítica latinoamericanista: La praxis intelectual de Ángel Rama. Durante cinco años había viajado a Montevideo a revisar su archivo varias veces, había leído sus textos esparcidos en revistas y diarios uruguayos, venezolanos, puertorriqueños, argentinos, mexicanos, había recuperados textos mecanografiados, borradores de libros, proyectos de investigación, traducciones. En todo ese tiempo, nunca pude conseguir ninguna pista acerca de cómo Las máscaras democráticas del modernismo fue concebido como libro ni por qué se decidió editarlo. Por eso, en mi tesis, la obra apenas es revisada. En un trabajo como el mío, en el que me esfuerzo en contextualizar y situar geopolíticamente cada una de las intervenciones de Rama en pos de construir una crítica latinoamericanista, este ensayo —póstumo, inédito, fragmentario y a cargo de editores anónimos— era un objeto inasible. Y un poco incómodo.
Pero Hugo lo hizo de nuevo: tal como lo había logrado con aquella maravillosa compilación de textos sobre literatura y teatro chileno publicada también por Mimesis e iluminó desde un ángulo inesperado el eterno combate de Rama con los desajustes de las letras latinoamericanas, en esta oportunidad el colega volvió a darle una vuelta de tuerca al libro, un clásico de la crítica sobre el modernismo. Y así, me empujó a mí, y espero también que a los demás lectores, a volver sobre la extraña obra póstuma y a emprender una lectura renovada, cargada de cuestiones, planteamientos, dudas, pero también de entusiasmo e interés por explorar lo que terminó siendo la última exploración de Ángel Rama a un tema que lo fascinó desde los tiempos previos a Marcha, allá por la década de 1950.
La posibilidad de releer al último Rama es, entonces, uno de los grandes méritos de la nueva edición a cargo de Hugo. Por supuesto, también es trascendente su esfuerzo por recuperar el archivo de la literatura y la crítica latinoamericana e insertar las preguntas y desafíos de aquellos años en un presente convulsionado, sumido en crisis recurrentes, en medio de sociedades fracturadas, al filo de varios colapsos. Se trata, en todo caso, de una operación propia de la tradición intelectual de nuestra región, en la que Rama se destaca como intérprete y en la cual Hugo también se inserta, aunque no sin reparos y a través de una interpelación poco complaciente. Un impulso semejante se puede identificar en Las máscaras democráticas del modernismo, un ensayo sobre épocas de cambio elaborado en años también de transición, crisis y refundaciones. En lo siguiente, me gustaría señalar apenas tres nuevos elementos que me deparó la nueva lectura del libro: su relación con trabajos previos del autor y con la última etapa de su trayectoria; ciertas entonaciones superpuestas que entiendo que se pueden reconocer en la obra; y, por último, la cuestión de la democracia y la utopía para Rama hacia 1983.
Sobre el libro y su inserción en la obra de Rama, me cuesta no volver a remitir a mi trabajo de investigación sobre el tema. El último capítulo de mi tesis sobre su praxis intelectual lleva por nombre “Historia cultural, relaboraciones y proyectos” y se focaliza en el período 1979-1983. Se trata de un momento plenamente atravesado por la experiencia del exilio y el desarraigo. Recordemos: Rama se había establecido en Estados Unidos luego de años de estadía en Caracas, donde desarrolló una gran tarea como docente, investigador y crítico y donde construyó su gran emprendimiento latinoamericanista: la Biblioteca Ayacucho. Pero la suerte le es adversa y hacia 1981 el Departamento de Estado le niega la renovación de su visa bajo la acusación de “subversivo comunista” que su pasaporte venía arrastrando luego de su paso por Puerto Rico a principios de 1970. Rama apela la decisión y organiza una campaña continental en contra la persecución de tinte macartista, que concluye con la negación definitiva de la visa y con la expulsión de hecho de los Estados Unidos. El crítico parte hacia Paris con una beca Guggenheim para trabajar en un proyecto de investigación sobre la cultura latinoamericana del siglo XIX. En la capital parisina continúa su investigación y publica dos antologías con textos del período en España, además de ser invitado por L´École des hautes études para dictar un curso sobre “La modernización cultural de la América Latina a fines del siglo XIX”. Resulta evidente entonces que Las máscaras democráticas del modernismo integra en sus capítulos distintos textos, acercamientos, hipótesis y conceptos con los que Rama pensó el período finisecular durante los últimos años de su vida.
Lo anterior no significa que esta pasión sea nueva o extraña en su trayectoria. Como bien se señala en el nuevo prólogo de la obra, el modernismo desvela al crítico desde sus años de joven intelectual montevideano, antes de Marcha, cuando el teatro y la poesía acaparan gran parte de su entusiasmo y producción crítica. Pero es hacia la segunda década de 1960 que el modernismo (y Rubén Darío sobre todo) se transforman en un objeto de estudio central desde entonces en sus reflexiones. Inspirado en sus lecturas de Ernst Fisher y Walter Benjamin, Rama escribe hacia 1967 Los poetas modernistas en el mercado económico, el primero de sus trabajos extensos sobre el tema. Ese mismo año participa también de un encuentro clave para entender su lectura del modernismo: el “Encuentro con Rubén Darío” organizado por Casa de las Américas en Varadero, Cuba, al cual acuden escritores e intelectuales de todo el subcontinente para debatir y a celebrar la obra del poeta nicaragüense. Allí, Rama se encuentra con un bloque de críticos que contraponen las producciones de Darío y Martí para condenar el preciosismo ornamental del primero y celebrar las convicciones ideológicas del segundo. La intervención del uruguayo niega la dicotomía y coloca la poesía de Darío como un hito en la autonomía de las letras latinoamericanas debido a la creación de una nueva lengua poética, liberada de las estéticas románticas y la norma española. Esta será una de las hipótesis con la que Rama aborda en adelante la lección modernista en general y la producción de Darío en particular.
Me gustaría destacar dos textos más que sirven para pensar ciertas perspectivas e inflexiones de Rama al momento de analizar la cultura y la literatura de fin de siglo. El primero es “La Belle Époque”, el tomo 28 de la Enciclopedia Uruguaya que Rama escribe en 1969. El fascículo despliega una de las modalidades más frecuentadas por Rama para exponer sus hipótesis: el panorama histórico. En tanto género discursivo, el panorama supone una entonación didáctica, la proposición de etapas y secuencias, una investigación de archivo capaz de iluminar las ideas recibidas con datos poco conocidos, la recuperación de autores o fenómenos culturales poco advertidos y cierta mirada marxista ante la historia, que tiende a reconstruir procesos de una manera dialéctica y a articular fenómenos estéticos y transformaciones sociales (a veces, de manera lúcida; otras, de manera forzada). En “La Belle Époque”, Ángel Rama procede a un minucioso trabajo de reconstrucción histórica, que se detiene en la revisión de la vida pública y privada de las elites y las clases populares montevideanas, los cambios en la edificación y organización urbana, los espacios de socialización, las nuevas instituciones y hábitos culturales, los escritores y artistas emergentes. Se trata de una exposición que sigue muy de cerca el planteo de Las máscaras democráticas y que también reaparece en sus textos sobre la narrativa uruguaya y latinoamericana.
El segundo texto que entiendo relevante para pensar el libro de 1985 es el ensayo que Rama escribe en 1973, titulado “La estética de Julio Herrera y Reissig: el travestido de la muerte”. Su interés reside en que la obra del gran poeta uruguayo motiva una reflexión acerca del concepto del disfraz y la máscara y en torno al erotismo como fuerza motriz de las provocaciones morales y exploraciones estéticas del modernismo. La simulación asciende como la estrategia modernista por antonomasia: “El signo dominante es la teatralidad. Gestos grandilocuentes, como trazados bajo reflectores en enormes teatros y voces estentóreas que los subrayan con una melodía obvia y directa, serán los rasgos de la manifestación pública del arte herreriano” (33), escribe Rama por entonces, enunciando de manera temprana una idea que dará forma al libro que hoy nos reúne. Otro elemento de interés para rescatar este texto publicado en Puerto Rico es el carácter ensayístico de su prosa, que se despega de cierta certeza sociológica presente en los panoramas y se lanza tanto al análisis detenido de los versos, el ritmo y los recursos poéticos de la obra de Herrera como a la acuñación de nuevos términos y conceptos para pesquisar su objeto.
Panorama y ensayo entonces son dos géneros que conviven y se entrelazan en el discurso crítico de Rama sobre el modernismo. Y creo que también son dos de las entonaciones principales a través de las cuales podemos releer en esta nueva edición las propuestas sobre la cultura latinoamericana finisecular desplegadas en Las máscaras democráticas.
La lectura del volumen depara varias sorpresas. La que más me sobresaltó en esta oportunidad es la diferencia entre los tonos de enunciación y las estrategias de exposición y análisis que hay entre los diversos capítulos. Por momentos, se percibe cierta disonancia que la argumentación general tiende a atemperar. Si bien hay un evidente orden lógico que va construyendo una narrativa histórica y conceptual coherente, también es posible detectar una autonomía relativa en cada uno de los ensayos que compone el tomo. Y, aún más, cabe considerar ciertos agrupamientos y series entre los textos.
A mí se me ocurren al menos dos. Podemos pensar, por ejemplo, que los dos primeros capítulos de Las máscaras democráticas y el cuarto, “La canción de oro de la clase emergente” forman un bloque, caracterizado por la reflexión sobre ciertos conceptos teóricos (democratización, modernización, materialismo) y el despliegue de grandes panoramas históricos que anudan procesos sociales, transformaciones económicas, historia intelectual y producción estética. Rama retoma en estas páginas varias observaciones sobre la vida en el fin de siglo latinoamericano dispersos en su vasto corpus de trabajos sobre Darío y el modernismo y los aglutina bajo el concepto clave de democratización, que Hugo supo cuestionar de manera muy productiva en el prólogo de la nueva edición. La mirada se torna sociológica y tiende a asociar fenómenos históricos con creaciones literarias. Se trata en todo caso de una forma de entender la historia de las letras de nuestra región que Rama cultivó a lo largo de toda su trayectoria intelectual y que alcanza sus mayores alturas en textos como La ciudad letrada.
El otro bloque de ensayos agrupa los siguientes capítulos del libro: “La guardarropía histórica de la sociedad burguesa”, “El poeta en el carnaval democrático” e “Interpretación americana del texto universal”. En ellos, el diálogo con la filosofía, la teoría y la crítica literaria es más elaborado y se puede reconocer en ellos una intención de revisar el tema del modernismo desde perspectivas renovadas. Si bien aquí hay también reconstrucción histórica y panorama, la voluntad sociológica queda atenuada ante la enunciación de términos, el detenimiento en las formas literarias y el juego con las ideas de la máscara y la simulación. En estos capítulos, es posible captar una sospecha: el acontecimiento modernista no puede ser entendido solamente a partir de la historia social, económica, artística. Más bien, el modernismo parece surgir como una singularidad estética que exige poner en suspenso las consabidas certezas (el capitalismo, la burguesía, las clases sociales) y tender hacia un análisis de los poemas que abrace amorosamente su lengua, sus formas para hacer proliferar el mundo de ritmos, sonidos, imágenes, sabores, perfumes, fiestas, paisajes y luces que cada pieza produce.
Entiendo que los bloques no son conjuntos cerrados y que la idea presenta varias incongruencias y puntos ciegos, pero no me interesa tanto proponer una estructuración rigurosa del libro, sino sugerir lecturas e identificar cierto solapamiento de intenciones, estrategias, tonos, géneros y objetivos en la obra. Esta observación sí me resulta relevante subrayar, porque a lo largo de mi investigación sobre la trayectoria de Rama me fui convenciendo que es trascendental al momento de leer y estudiar sus aportes tener en cuenta el tipo de intelectual integral que fue. Tal como lo han señalado Alicia Migdal (1985) y Hugo Achugar (citado por Larre Borges, 2008), entre otros, Rama no fue solo un crítico literario, un intelectual público, un investigador, un militante, un docente. Fue todo eso a la vez. Y mientras escribía sus textos de análisis estaba comprometido con otras tareas adyacentes en aras de la integración latinoamericana y el estudio de su cultura. Los caminos se cruzan, las estrategias se entrelazan y los diferentes objetivos traspasan una y otra esfera de su praxis. Esta cuestión deja huellas en sus textos: una heterogeneidad manifiesta, que revela su múltiple actividad intelectual y su incesante labor en torno a nuestra literatura.
En Las máscaras democráticas, algo de esta heterogeneidad se reconoce en tres entonaciones que se yuxtaponen en el texto. La entonación sociológica es una de ellas. Sobrevuela los capítulos más panorámicos y trabaja sobre la idea de una “respuesta” de los autores latinoamericanos ante los fenómenos modernizadores desencadenados en Europa y Estados Unidos. En ellos opera la idea de la “poética del desajuste” sobre la cual Hugo se refiere en el prólogo y tiende a buscar en el medio social o el condicionamiento profesional, institucional o geográfico las claves para entender el modernismo. La historia occidental se impone como narrativa hegemónica y hay un esfuerzo por detectar los modos en que los intelectuales resolvieron las demandas de su tiempo. “El arte de la democratización”, segundo capítulo del libro, y la lectura de “Yo persigo una forma” que Rama articula aquí ilustran con claridad esta forma que adquiere el volumen.
Otra entonación es la ensayística, en una inflexión casi filológica. Se trata de la modalidad que atraviesa el libro entero, pero que se adquiere mayor trascendencia en el segundo bloque de capítulos ya señalado, donde los significantes de la poesía modernista se transforman en el objeto de estudio más relevante y los conceptos muestran su operatividad para iluminar los poemas e identificar apuestas y desafíos estéticos. La historia, la sociedad, la economía devienen en esta entonación también objetos significantes y se los sumerge a una argumentación que ya no los tiene como verdad última, sino que opera con ellos con las mismas herramientas analíticas y libertades creativas con las que se leen, cuestionan y aprecian los poemas. Rama reproduce en su escritura la lección modernista y transforma su pose de historiador en una de las tantas máscaras que emplea para interrogar la cultura latinoamericana de fin de siglo.
Finalmente, la última entonación que identifiqué en el libro es la latinoamericanista. Se trata de la voluntad firme, tesonera, inclaudicable de Rama por pensar los fenómenos históricos y estéticos del subcontinente de una manera integradora y por gestionar todo tipo de proyectos para consolidar y fortalecer el diálogo y la unión entre sociedades nacionales y sus planteles intelectuales. A través de distintas maneras, mediante diferentes estrategias, desde 1959 el intelectual uruguayo se lanza a construir un discurso crítico que tome a las letras de la región como un corpus unificado y que pueda pensar transversalmente los principales procesos que las caracterizan y condicionan. Rama apuesta por una noción de América Latina entendida como un conglomerado humano con un destino común y como una utopía secular sostenida por intelectuales, artistas y dirigentes. Esta certeza se encuentra en el corazón de su praxis y es la que opera a la vez de una manera productiva y problemática en sus indagaciones sobre nuestra literatura. La existencia de una identidad latinoamericana expresada principalmente en el arte y la cultura es un axioma que recorre todos sus trabajos desde la década de 1960, incluso en momentos de crisis y transformación.
Esta militancia latinoamericanista puede ser percibida en Las máscaras democráticas cada vez que Rama reflexiona sobre el rol de los modernistas ante la avanzada de la modernización occidental hacia fines del siglo XIX. La conciencia de los escritores de pertenecer a una región periférica del sistema capitalista mundial es clave para comprender sus jugadas estéticas. En capítulos como “Interpretación americana del texto universal”, el diálogo con la tradición europea se pone en primer plano, así como también las estrategias culturales y elecciones estéticas que desplegaron los poetas para negociar cómo insertarse en una cultura universal que parece devorar y trastocar todas las tradiciones locales. En ese contexto, los modernistas y principalmente Rubén Darío ascienden como héroes culturales, en tanto dejan de copiar modas para construir instrumentos de expresión artística propios, nacidos de la particular coyuntura histórica y geopolítica desde la cual escriben.
En fin, el juego que se traba entre estas tres entonaciones constituye y alimenta cada uno de los ensayos y hacen del libro un objeto complejo, por momentos inestable, pero siempre productivo y estimulante.
Dejo para lo último una lectura muy tentativa y subjetiva disparada por el impecable prólogo de Hugo y su focalización en la noción de democratización. Sin su capacidad teórica para discutir el término ni su lucidez para cuestionar la genealogía del discurso crítico latinoamericana, opté por seguir una intuición que se desprende de cierto detalle de la edición de 1985. Allí, luego de la nota introductoria de los editores que explica el origen del manuscrito, se encuentra una sugestiva dedicatoria que reza:
A mis jóvenes amigos
rioplatenses,
críticos y editores de
literatura,
Alberto F. Oreggioni, Álvaro Barros Lemez, Jorge Ruffinelli, Gabriel Saad, Hugo Verani, Roberto Echevarren, Hugo García Robles, Hugo Achúgar, Ricardo Nudelman, Saúl Sosnowsky, Beatriz Sarlo, Jorge Lafforgue, Josefina Ludmer, Martha Francescato, Daniel Divinsky, Guillermo Schavelzon.
La escena de enunciación que uno puede imaginar es entrañable y significativa: Ángel Rama, tras años de exilio le dedica una nueva reflexión sobre el modernismo a sus colegas más jóvenes. Algunos de ellos habían sido estudiantes suyos y otros, compañeros en diversas aventuras intelectuales. Hay también colegas que habían llamado su atención con sus lecturas innovadoras, como es el caso de Josefina Ludmer. Podemos leer aquí cierta idea de traspaso generacional: Rama reconoce que en la obra de estos críticos y editores sobrevive un legado, constituido por la labor intelectual de su propia generación, marcada por las transformaciones del ´60 y las derrotas del ´70. Pero aún hay más: el autor elige como destinatarios a sus jóvenes amigos del área cultural rioplatense, todos ellos uruguayo y rioplatense. Y no les dedica un libro sobre cualquier tema ni un texto que desea mapear distintas áreas culturales del territorio latinoamericano, sino un libro que claramente se focaliza en el Río de la Plata. Este es un punto que muchas veces no se capta por la voluntad latinoamericanista de Rama, pero que es importante resaltar. Por más que se incorporen autores brasileños, colombianos, cubanos, mexicanos, Las máscaras democráticas y casi todos los estudios del crítico sobre el modernismo toman como escena cultural y enclave geopolítico central a las ciudades letradas de Buenos Aires y Montevideo y a la vida social y artística que en ellas se produce. En cada uno de los capítulos es posible captar esta focalización a través de los autores, las fuentes, los fenómenos, los procesos y las ideas analizadas. Casi todas se formulan y cobran impulso entre las dos ciudades rioplatenses, en torno a las cuales se van añadiendo otras coordenadas que sirven para contrastar y complementar las afirmaciones.
La dedicatoria personal y la cuestión espacial me remiten entonces a una pregunta por el tiempo y la época: ¿por qué hacia 1983 Rama le estaba dedicando estos ensayos sobre el modernismo a sus colegas y compañeros? Aquí, me permito una digresión. Cristina Peri Rossi, en un testimonio sobre su amigo que apareció en Cuadernos de Marcha, recuerda hacia 1984 la última vez que vio a Rama en Barcelona, en una reunión de exiliados uruguayos en la casa del crítico de cine Homero Alsina Thevenet. Y rememora un hecho luminoso para todos los allí reunidos: el triunfo de Alfonsín en la Argentina en las primeras elecciones en el país tras el golpe de Estado de 1976. Una época de restauración democrática empezaba a ser vislumbrada con mucha cautela, pero también con muchas esperanzas, tal como lo apunta Peri Rossi, cuando refiere que el retorno surge como tema obligado de conversación y escribe que pronto los uruguayos se imaginan replicando el encuentro, pero en una Buenos Aires ya democratizada. Al país vecino le faltaban por entonces un par de años para la recuperación de la democracia, pero desde el exilio el proceso abre y renueva los horizontes soñados.
Justamente, sobre el futuro y la utopía es que Rama escribe un hermoso texto hacia 1979, “Otra vez la utopía, en el invierno de nuestro desconsuelo”. En él recupera la experiencia del exilio de la diáspora uruguaya, traza una valiente autocrítica acerca de las responsabilidades de su generación en la deriva autoritaria del Uruguay y se permite recuperar la idea de utopía para pensar la necesaria reconstrucción de la patria luego de los oscuros años de la dictadura. El texto cuestiona la polarización ideológica de las décadas pasadas y apunta que la cultura uruguaya falló al tomar como propios los esquemas operativos. Por lo tanto, de cara a un futuro de reconstrucción nacional, Rama apuesta por un trabajo colectivo entre exiliados y residentes en el país en pos de una cultura plural, democrática, dinámica, caótica, que logre reunir y preservar tradiciones, linajes, tonos, experiencias. Y en ese sentido, el valor de la lengua se jerarquiza, al punto de celebrar la palabra poética y la creación literaria como principal sostén de la cultura. Escribe por entonces Rama:
hay que atender y agradecer a ese poeta que oye la peculiar sintaxis de la lengua en el país y se le humedece el alma cuando una palabra perdida y recuperada rueda entre la lengua extraña en medio de la cual vive, o a ese narrador que busca traducir ese sueño recurrente de una esquina de la ciudad. (1979, 77)
La digresión termina aquí para aterrizar nuevamente en Las máscaras democráticas, un libro dedicado a las nuevas generaciones de intelectuales de la literatura, principales responsables de reconstruir un legado en la nueva época democrática que se avecina en los dos países. Rama escribe sobre poetas que en una coyuntura de crisis histórica inventan y usan máscaras para transitar un proceso de democratización que todo lo trastoca. La enseñanza más relevante de los modernistas, en este sentido, es crear y renovar una lengua que reúna las inflexiones del habla popular latinoamericana pero que aprovecha la experiencia de la modernidad cosmopolita para consolidar una cultura original y autónoma. Podríamos pensar entonces que el libro publicado hacia 1985, el mismo año en que la democracia formal retorna al Uruguay, funciona como un traspaso de posta, un reconocimiento intelectual y un respaldo afectuoso para las nuevas generaciones intelectuales uruguayas. A los jóvenes, Rama les dedica su última vuelta de tuerca sobre el modernismo y también les recuerda la gran enseñanza de Darío y sus pares: para reconstruir la sociedad en una instancia de crisis y cambio, es preciso reinventar la cultura. Y no hay otra forma más perdurable de refundar lo propio que crear una nueva lengua que exprese lo común y que batalle ante las incertidumbres del presente.
Tal como la lectura de Las máscaras democráticas lo señala, tal como el propio trabajo de Rama sobre los modernistas lo expresa, se trata de una tarea generacional en la que es menester usar máscaras, asumir lo teatral y dedicarse a una exigente labor de imaginación crítica, investigación lúcida y convicción utópica.
Bibliografía
Larre Borges, María Inés (2008). Ángel Rama: a 25 años de su muerte. Para pensarnos mejor. Entrevista a Hugo Achugar, Mabel Moraña y Ana Pizarro”. Disponible en http://sopadesvan.blogspot.com/2008/12/angel-rama-25-aos-de-su-muerte.html. Visto el 30 de junio de 2017.
Migdal, Alicia (1985). Ángel Rama, la fecundidad sin tregua. Texto crítico, 10 (31-32), pp. 134-137.
Peri Rossi, Cristina. Conversación secreta. Cuadernos de Marcha, segunda época, V (25).
Rama, Ángel (1969). La Belle Époque. Enciclopedia Uruguaya. Tomo 28. Montevideo: Editores Reunidos.
Rama, Ángel (1973). La estética de Julio Herrera y Reissig: el travestido de la muerte. Río Piedras, 2, marzo, 23-40
Rama, Ángel (1979). Otra vez la utopía, en el invierno de nuestro desconsuelo. Cuadernos de Marcha, segunda época, I (1), 75-81.
(Actualización julio – septiembre 2021/ BazarAmericano)