diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Yo, la mejor de todxs
Diario de una marica mala, de Ulises Rojas, La Plata, Pixel, 2019

Toda escritura no-ficcional, o aquellas que enmarcan sus artilugios en esas vestimentas, apelan –apuestan– ineludiblemente a la curiosidad. Como un retorno análogo a la parábola de Barbazul, estos son textos que nos tientan con el enigma de ese alegórico cuarto cerrado y esa llave ahí, para que ingresemos a la intimidad revelada de sus páginas. Quizás este resulte un primer gesto cuír, un dar vuelta la gran narrativa (hétero-cis-patriarcal-normativa) de la consecuencia desastrosa de la curiosidad, que literalmente mata. En realidad, se trata, en este caso, de, ni más ni menos, que ese juego de extimidad privilegiada, de accesibilidad única a secretos cifrados entre palabras por el que nos vemos atraídxs a los diarios, a las memorias, a las autobiografías. Como moscas absortas por lo dulce posamos nuestros ojos múltiples buscando data. Por eso se me hace apetecible como pocos el diario de una marica mala. Porque acaso no hay figura más recurrente, más fascinante, pero a la vez más temida para otra marica, y por eso, nada mejor que dos distancias prudenciales: la de la “lectura”, en el doble sentido, y la de la escritura.

Prudencial ha de ser esa distancia, lo suficiente pero no tanto – un alejamiento, como ese que se figuraba una analogía exquisita con el proceder de los antiguos cartógrafos, que se alejaban para ver mejor y así trazar un territorio acaso más fielmente – analogía invocada por comparatistas, con su afán por encontrar un punto, o varios, de comparación, o de contraste, entre literaturas que merezcan, que convoquen, que conlleven esa confrontación de temas, de períodos, de autores, de estilos. Ese alejamiento para ver mejor es el que podría decirse que Ulises Rojas efectúa en la escritura de su Diario de una marica mala (La Plata: Pixel, 2019) y el resultado – o al menos lo que en primer lugar me interesa como efecto inmediato de esos modos de representación – me recuerda ese dictum que se le atribuye a Tolstoi: “pinta tu aldea y pintarás al mundo”. Porque la perspectiva marica – no gay – es “glocal”; local y global a la vez, producto de una subjetividad que se ha encontrado entre la identificación y la resistencia más de una vez al leernos en las “teorías” traducidas, viajeras, hubiera dicho Edward Said, “ambulantes”, como han traducido al español su ensayo de 1982. Es ese el giro que me interesa destacar de este texto. Desde La Plata es que leemos con la marica mala; es decir, contra una cultura gay con su tránsito translaticio de norte a sur, problema para nada soslayable al pensar esa primordial economía de acercamiento y alejamiento de ese punto de origen – vaya paradoja cuír, los influjos del mito de origen – al pensar en los referentes, las alusiones cinematográficas, artísticas, performáticas y, desde luego, literarias que la conforman. Este es un diario “desde acá”. Es decir, también, que nos habla un lenguaje cercano, no mediado, ni traducido, a tantas maricas, o tortas, a travas, que hagan lo propio y, como yo, arrimen sus ojos a esta novela que resulta formadora en el sentido de dar cuenta de una cultura viva de las disidencias sexogenéricas de hoy, acá. Y ese es otro complejo don de este texto: el de las modulaciones que presenta su misma contemporaneidad – cómo no pensar aquí en Agamben, en lo que llama la “relación singular con el propio tiempo…esa relación con el tiempo que adhiere a este a través de un desfase y un anacronismo”. No se trata solamente del desfase de la lengua marica, filosa, incisiva: el diferencial de la disidencia de la que cuenta como una escuela en comunidad indudablemente forma parte de la potencia contemporánea del texto de Rojas. Pero también, como la marica mala reflexiona en un “diario” que de ratos se draguea como manual de disidencia sexo-genérica, como un registro militante y, también, como una reflexión acerca de un posicionamiento escéptico (“Desconfío o cuestiono, siempre ante todo como regla principal. Incómodx de la vida.”)

No quiero aplazar la aclaración de que no intento fijar el Diario de una marica mala a ninguna categoría (identitaria) de análisis teórico-crítico porque sería completamente incompatible con cualquier intento por una epistemología marica, porque sería algo oximorónica la consecuencia, como querer describir algo con otra cosa que resulta incongruente. No obstante, no le estaría haciendo completa justicia a una escritura que me gusta pensar con sus ecos, con sus reverberaciones en ese cúmulo de escrituras que viene marcando un modo contemporáneo en las escrituras en español, según Josefina Ludmer en uno de sus últimos trabajos, Aquí América Latina (2010). Porque la de Rojas es una novela que no sería inexacto llamar “post-autónoma”, porque trabaja en varios sentidos ese deslizamiento entre el afuera y el adentro de la máquina literaria que caracteriza esa condición. Porque es una novela que invoca una tradición, pero la monta, la mariconea, la da vuelta. Porque está escrita en un lenguaje que se desliza entre los procedimientos literarios de la introspección y las voces en un juego coral que pronto pasa a un registro coloquial, de maricona de redes, centennial, cercana. Porque, a su vez, para volver a esa necesaria incongruencia – o alejamiento – de la contemporaneidad, hay algo de paradojal anacronía como condición en la conciencia de la marica hoy: “putxs eran lxs de antes”. No es menor que sus amigas, al conocerlo, le digan: “Vos me hacés acordar a las maricas de antes…”

Al referir un movimiento de alejamiento pienso también en la promesa de un diario que, como indicaba antes, resulta tener otros vestidos – novelescos, episódicos, político-activistas, sentimentales, etc. Pero también pienso en un replanteo, en una redefinición – consecuencia paradojal de la aproximación a una experiencia – la de la marica mala. Sería este un alejamiento que se describe al narrar, al afirmarse como una mostra. Siempre pensé en ambas identificaciones como revestidas de un cierto eufemismo, o como describiendo un cierto desplazamiento (distanciamiento) de lo que en realidad quiere significar: filosa, mordaz, maliciosa, taimada, lenguaraz. Mucho de ello hay, aunque en realidad, todo lo que sigue al título termina construyendo una marica más buena que el pan tibio: empática, militante, y amante de lxs gatxs, como todo ser del bien.

¿Y si nos permitiéramos acompañar esos gestos diferenciales en la escritura de Rojas con la invocación de la metáfora de la “interrupción” que propone val flores en Interruqciones: ensayos de poética activista (Neuquén: La Mondonga Dark, 2013)?:

La interrupción es una práctica mal-educada, mal-avenida. Su acto consiste en insertar un corte en una conversación, un modelo, un acto, un movimiento, una quietud, un tiempo…y abrir la posibilidad a otros devenires u acontecimientos, a otras líneas de pensamiento. Desbarata el orden lineal del discurso, alterando la inmovilidad y pasmosa inercia de lo que se da por obvio. Su uso disloca el escenario cotidiano de las prácticas, introduciendo un mínimo gesto de discordancia, encendiendo la chispa de una sensibilidad fogosa que se deja afectar por lxs otrxs. Porque es el territorio de las prácticas, de los modos de hacer que se inscriben en modos del pensar, lo que hay que alterar. (flores 22)

¿De qué modo opera como interrupción la escritura de Rojas? No son pocos los preconceptos de lo que conlleva la disidencia sexo-genérica y sus expectativas los que se me hace que la novela suspende, replantea, dis-loca: “Prefiero hacer el ejercicio de dejar de presuponer, hacer el ejercicio de no seguir la corriente, o de ser políticamente incorrecta hasta en lo incorrecto”.

En absoluto resulta irrelevante lo que esa operatoria desencadena: la escritura deviene diferencia de forma y de contenido; “confunde”, como decía Siobhan Somerville de todo proyecto cuír. Ya dije que hay un “corte” en lo que a priori podríamos esperar de un “diario”, pero también el dislocamiento se da hacia adentro de lo que se narra, revelando ese “territorio de las prácticas” o de los “modos de hacer”. Luego continúa val flores:

Interrumpir la lógica identitaria de los géneros literarios, las disciplinas académicas, los trabajos y profesiones, produce cruces narrativos, interfaces identitarias, ficciones somáticas, imaginarios híbridos, que descolocan los horizontes de lectura sostenidos bajo la promesa de un objeto delimitado y definido, ya sea desde la pedagogía, el activismo, la literatura. (22)

Todo esto ocurre en la novela de Rojas. Porque la suya es una interrupción hasta de los mundos con los que nos encontramos, y que no nos gustan, como esas vueltas en auto los fines de semana “en familia”. Ha surtido efecto lo que le decían que hiciera cuando era chico y no la estaba pasando bien en esas salidas: apretó la piedra para que pasara la sensación fea de no estar en el lugar correcto y así surgieron otras voces y otros ámbitos de los que su diario da cuenta.


 

Actualización julio - septiembre 2021/ BazarAmericano


 


 


 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646