diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Cartografía telúrica
Las voladoras, de Mónica Ojeda, México, Páginas de Espuma, 2021

I.

Deseo usar una imagen metodológica para rastrear e inscribir a Las voladoras. La imagen que a mi parecer genera Ojeda es una cartografía telúrica, una nueva cartografía materialista que se alimenta de los minerales de la tierra, que expulsa de su matriz animales híbridos y una incandescente pregunta por las vidas sin cualificar, las vidas sin marcaciones. La vida zoológica y biótica sin ordenes clasificatorios. Por la vida de los cuerpos múltiples, entretejidos, en devenir.

Este procedimiento de trazo, de delineamiento, es una cartografía en el sentido experiencial y sensitiva de la palabra. La cartografía se va haciendo, nunca esta acabada y sirve para localizar movimientos, intensidades, para pensar cómo lo heterogéneo produce cuerpos en el ensamblaje espacio y tiempo. Por supuesto, se trata de una literatura que funciona como saber geográfico.

Deleuze cuando toma como ejemplo literario la morfología de la novela corta y el cuento lo hace para explicar cómo se trazan líneas en una determinada cartografía. Es decir, cómo el procedimiento del cuento lanza y direcciona líneas de tránsito, de quehacer figurativo. El cuento aparece como un anti-archivo autónomo construyéndose a sí mismo. Un mundo habitable o, mejor dicho, un mundo que puede volverse vitalmente explorable. Con lo anterior Deleuze trataba de comprender diversas tramas que se van coagulando en algo que no necesariamente es la iluminación de la experiencia. O, pensando en la crítica literaria, en sus Tesis sobre el cuento, Ricardo Piglia (o su heterónimo Emilio Renzi) afirma que es probable que en un cuento siempre se narren dos historias. El asunto es que no solamente hay plano y [contra]plano sino una madeja de tramas que actúan, de líneas en movimiento que hacen siempre eco en la resonancia cultural de quién lee, de quienes leen, de quienes extienden el relato. 

La cartografía telúrica funciona como hechizo del mito, de la textualidad emotiva y de la fuerza contemporánea de la violencia. Esta composición reúne y explota tres líneas. Líneas de segmentariedad, líneas moleculares y líneas de fuga. Fuga entre las letras, fuga por todos lados, la fuga esta activando esta cartografía. Y esto último es lo que aparece estridentemente en Las voladoras, un libro compuesto por ocho cuentos. Publicado este año por la editorial páginas de espuma, que nos convoca en este ciclo a desmembrar el cuerpo, el afecto y la literatura.

Cuando me refiero a la fuga, me refiero al sonido de las plantas, a las axilas chorreantes de miel, a las diversas figuras del reptil, a la explosión de la sangre, al encuentro corporal, al miedo fulgurante, al soroche. A cabezas voladoras, cabezas con un solo ojo, cabezas con plumas, cuerpos que se excitan con esas cabezas, cuerpos buscando cabezas. Todas figuras que aparecen y resuenan en los distintos cuentos que componen Las voladoras.

Deleuze afirma que una cartografía esta hecha de líneas y que esas líneas varían de individuo a individuo, de un grupo a otro, pero las líneas siempre se superponen, contraponen, avanzan en direcciones similares y es aquí donde las líneas se vuelven sociales, comunitarias, comunes – frecuentes, habituales. La cartografía telúrica funciona como agenciamiento de un locus emotivo y un estrato cultural. Las imágenes que dispara Ojeda prenden desgarrar la piel más próxima y ubicar en un punto del mapa esa sensación. Es por eso que el procedimiento de la cartografía telúrica reúne la materia corporal, la intensidad afectiva y la longitud de las letras. 

Como cualquier cartografía, la existencia, su vida, necesita de un plano en donde organizarse, necesita espacio, necesita tiempo, maduración. En la cuestiones del plano de composición, de inminencia, se necesitan una modulación entre afecto y sentimiento. La pregunta, insisto, no es sobre la materialidad humana ya que Ojeda avanza sobre materialidades (humanas-no-humanas-anti-humanas) que se componen y se dañan. 

No se trata de la subjetividad y la individualidad del sujeto. La pregunta que hace Deleuze tratando de escapar a un tiempo nuestro que marca la existencia singular es, ¿qué es la individualidad de un día? Y Mónica responde en cada secuencia de cuento, en la narración del cuento Las voladoras afirma que un cuerpo siempre necesita a otro cuerpo, sobre todo si es en la oscuridad. La respuesta es la inmanencia de lo otro, de la respiración o de su sudor, de la expulsión de la leche. 

O en el cuento «Sangre coagulada» narra la vida de una abuela y su nieta, ambas brujas, quienes asisten a otras mujeres que desean abortar. Una noche narra la nieta: alguien nos dejó un bebé en el establo y los cerdos se lo comieron. Como si los personajes tuvieran la piel áspera, dura, como cocodrilos, como lagartos. Una textura particular de las pieles y las capas epidérmicas en la cartografía telúrica de Ojeda. La muchacha, la nieta, comprende en este procedimiento los tipos de rojo, se los aprende. Distingue cromáticas a través de la estética de su ubicación, de su localización. Que la sangre de gallina es un tipo de rojo: Rojo cerdo, rojo vaca, rojo cabrito. Rojo caracha, terreno, aguja, raspón. Rojo pelo de árbol, cabeza de montaña. Rojo arcilla, vino. Rojo capulí, rojo arándano.

La respuesta es un mapa de circunstancias. De una determinada hora del día. De una región. De un río. Del viento. Todo esto forma acontecimiento, zanja, ilumina, presiona.

Esta cartografía se va construyendo así, lanzando líneas por todos lados volviendo y regresando al cuento, se va interesando por la individualidad del tiempo, de la temperatura, de lo animal, por supuesto, la cartografía telúrica de Ojeda insiste en el devenir conjunto de materialidades múltiples.

El cuerpo no esta desdibujado, sino que es trazado por otras configuraciones. El cuerpo cabeza de la mujer voladora, el cuerpo del soroche, el cuerpo de la miel que escurre, axilas chorreantes, el cuerpo del culto, el cuerpo pies danzantes. La longitud del cuerpo son esas relaciones de movimiento y reposo, velocidad y lentitud. En efecto, grados de velocidad o lentitud que definen longitud. Afectos o intensidades formando latitudes. Esa línea, ese límite entre la mandíbula y la destrucción. La escritura de Mónica se forma entre la fuerza destructiva de la mordida y el pensamiento siempre cínico de sus personajes.

Los movimientos telúricos ayudan a esta cartografía a pensar el terreno, el territorio, lo territorializado a través del sismo, de la sacudida, de esas fuerzas misteriosas que producen movimiento al interior. Movimiento que no es solamente del gran cuerpo terrestre sino de los cuerpos que habitan su superficie. Es sencillo, si los movimientos telúricos son fenómenos que pasan al interior de la tierra (algunos son imperceptibles y otros pasan por el registro del misterio). Lo importante es que ambos movimientos afectan. La afectación telúrica aparece por un acomodo geológico, una superposición tectónica, de placas, capas y estratos. Los movimientos telúricos generan expansión y contracción de energía produciendo que las estratificaciones terrestres sufran daños, movimientos violentos, que afectan en todas direcciones a los cuerpos.

La otra figura del movimiento telúrico es la erupción volcánica. El calentamiento del magma en el cuerpo rocoso estalla, expulsa materia fuera del cuerpo, esto es bilis, vomito, magma estomacal. Otra imagen que ronda este libro sería que el contacto de la erupción volcánica cerca del mar produce tsunamis. En otras palabras, lo telúrico es una conformación de materia sólida, guardando en todos los estratos altos niveles de condensación. Geológicamente explosivos, geológicamente afectivos.


II.

El primer epígrafe que aparece en Mandíbula es de Lacan y cita «Estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre». Esta es la precisa descripción de la escritura de Ojeda. Esa es la fuerza de su ficción, de su secuencia de imágenes. Provoca estragos, espasmos, alucinaciones. En un momento volveré a esto.

En el seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, Lacan centra su discusión sobre el discurso del amo, pasando por Hegel y Marx, para aclarar que si el análisis importa es porque “la verdad del discurso del amo está enmascarada”. La pregunta latente sería la cuestión sobre las cualidades o la taxonomía de estrategias, modulaciones o técnicas de las cuales se fía el discurso del amo para seducir la mirada, el pensamiento y el deseo del otro que, al parecer, no tiene poder o que se encuentra condicionado por esa verdad. 

Si consideramos lo anterior como certero entendemos, entonces, que la verdad enmascarada es el mito. El espacio del mito es una zona cultural indefinida, sí, evidentemente cercado alrededor de los elementos de su construcción y funcionamiento. Pero el mito funciona solamente como una narración fantasmática, arraigada, ficcional y no es, efectivamente, la realidad, aunque se alimente de ella. La apuesta de Ojeda al renovar los mitos andinos tiene un potencial catalizador que crea una maquinaria, la maquinaria de Ojeda contempla una sesión fundamental. Por una parte, se encuentra un elemento mineral, rocoso, la zona del manglar, de los volcanes, del frío. El otro, oscila entre la figuración de los cuerpos, de las pieles, de lo fibroso, de lo animal. La tensión va del cuerpo-cocodrilo al cuerpo-volcán. En medio de todo esto hay crueldad, violencia, reconocimiento, vulnerabilidad, hay fuego. Temperaturas que bajan y ascienden. Es la montaña, es el aire, es el afecto, esa fuerza física que circula entre los cuerpos. 

La máquina narrativa no se detiene nunca, se posa sobre uno y otro energéticamente, telúricamente. Actúa como choque, como una forma de ensamblar lo cultural a través del miedo y el desconcierto. Indudablemente hay algo spinozista en su funcionamiento ya que Las voladoras avanza sobre las preguntas del filósofo: ¿Qué puede un cuerpo?, ¿cuánto puede soportar un cuerpo?, ¿de qué es capaz un cuerpo? Y frente a estas preguntas, Ojeda antepone tantas otras: ¿Cuál es el límite de eso que llamamos cuerpo? ¿Cuáles son las fuerzas de eso que llamamos cuerpo? ¿Cuáles son las fuerzas-cocodrilo que afectan o interpelan al cuerpo-volcán? ¿Qué hay de la fuerza cocodrilo y la energía intempestiva del volcán que desarregla las demarcaciones generizadas en los cuerpos? Si Spinoza pregunta por el límite afectivo de la conformación «cuerpo», Mónica le responde que la fuerza telúrica afecta de otro modo los cuerpos y las preguntas no se condensan únicamente en función del límite sino de su contracción y restauración.


El mito aquí no es estructura, no es formación subjetiva sino un acontecimiento cultural en la experiencia colectiva. La mitología de Ojeda, la cartografía volcánica que construye rastrea puntos culturales para pensar el frío de los cuerpos, la extensión limítrofe de sus prácticas, sus deseos sociales. El deseo como motor de búsqueda de lo finito, de lo alterable, de lo que se desgarra. Algo que en algún punto, sí o sí, te va a devorar. 

La escritura de Ojeda es una relación carnal de dos cuerpos o más cuerpos que al presionarse tanto se convirtieren en un solo cocodrilo, tal como pasa en la escena del Codex de Luigi Serafini. O, también, puede ser la excitación por ahorcamiento, un acto que mezcla el horror, el miedo, el placer y el deseo carnal de experimentar la falta de aire, asfixia erótica, algo que se queda en el último respiro.

En las escrituras previas de Ojeda estallan varios mitos. Un mito es la diosa-drag-queen que aparece en su novela Mandíbula, un mito es el juego cibernético en Nefando, otro mito es la naturaleza estética de la tiniebla en el poemario La historia de la leche. El mito que provoca la exposición de la carne al miedo, al imperceptible sonido cero, a despertar al día siguiente de la muerte, a la proyección de la oscuridad sobre la materia.

Ojeda va más allá de la voz y la imagen poética. La lengua de Mónica despliega filamentos es aspera y rugosa, por supuesto es filosa, es mineral, volcánica, pesada, estriada, violenta, es atravesada por el deseo, por lo deseante, por un locus compulsivo que relata la violencia. Siempre existe la posibilidad de erupción, de generación de magma, de estridencia vegetal. La escritura de Mónica Ojeda es la descripción de Lacan sobre el deseo de la madre. No resulta indiferente y siempre produce estragos. La escritura de Ojeda es estar permanentemente adentro de la boca de un cocodrilo. Es saber que en cualquier momento la escritura te puede devorar.


 

(Actualización julio - septiembre 2021/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646