diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Leer con el oído *
Contramarcha, de María Moreno, Buenos Aires, Ampersand, 2020.

Me gustaría hacer algunas notaciones breves sobre el libro de María, algunos subrayados para las conversaciones que creo este libro va a generar o que en realidad ya está generando. Y me gustaría empezar por el lugar de este libro (y, como se dice, de “este título”) en esta colección, Lectoris, una colección excepcional, por la que tenemos que felicitar a editores y a Graciela Batticuore, en la que se habla de la lectura,  sobre todo las escenas de “formación” de lectores y lectoras, del lugar de la lectura en trayectorias de vidas marcadas por la escritura. Naturalmente,   aparecen de manera protagónica  las bibliotecas,  las escuelas, las instituciones, las tradiciones que arman nuestras formas de leer y los modos en que cada lectora o lector los tensa, se ubica, arma un lugar propio ahí. Aparecen las lecturas prohibidas, las maestras que enseñan  y maestros que erran, el canon literario que se hace y deshace: el mundo del libro, un mundo muy argentino, el de las clases medias más o menos educadas,  esa especie que parece siempre en extinción pero que sobrevive y reaparece, justamente, en las historias de sus libros.

Ahí, en esa serie, Contramarcha,  con ese título  imperioso,  que es una especie de consigna o de programa. ¿Qué es la “contramarcha”? El libro arranca así: “Donde otros se explayaron, yo puse el punto final.” Ese giro o corte pasa por una escena que condensa y enmarca el libro: María adolescente que se encuentra en el colectivo con la profesora de Castellano. Toman el colectivo en dirección al colegio, a la escuela secundaria. Y pasa lo siguiente: 

Entonces aturdida, como ciega, le ofrecí mi lugar –ella se negó con un leve golpecito en el hombro para impulsarme a subir–. Retrocedí espantada y terminé huyendo: no volví más a clase.” 

La profesora, el colectivo, el colegio. Hay todo un episodio que sitúa esta decisión de tomar, en camino al colegio,  la dirección contraria: la contramarcha. “Lamento la jerga militar”, escribe María, “pero es precisa” Y continúa: 

En efecto, algo se puso en marcha entonces, algo, no por confuso, menos decidido: de hecho en la contramarcha se impone más la decisión por el desvío que su nuevo sentido. No hay plan ni deseo, sí lo que importa: al contrario que en la retirada, no es el otro el que nos obliga con su acción.”     

La contramarcha es una decisión que se toma a ciegas y en la que se juega un destino, una vida a partir de un desvío. Algo incierto que decide: armar una vida, un itinerario, un recorrido, un personaje a partir de ese gesto.  Ahí se lanza lo que Moreno llama “la novela de la lectura.”

En esta novela de la lectura aparecen varias tramas; déjenme señalar dos nada más. Una: el libro de María desplaza los escenarios de lectura a los que estamos habituados. Moviliza la idea de Sylvia Molloy sobre las “escenas de lectura” de las autobiografías , esas escenas muy diseñadas en las que un sujeto que será escritor finge leer y haciéndolo se hace sujeto performanceando, digamos, la lectura, escenas que en la literatura argentina son típicamente escenas de bibliotecas familiares, o en las escuelas (Borges leyendo Stevenson y pensando en lo que pasa del otro lado de las rejas seria el ejemplo clásico.)  María saca las escenas de lectura de esos marcos habituales y las lleva a otro lado: al conventillo, a la casa familiar poblada por la abuela y la madre, a la escuela nocturna, a ese universo plebeyo (voy a volver sobre esta palabra) pero que no está amoblado por bibliotecas (enseguida vamos a ver que en su lugar aparece una radio, por ejemplo) y que se configura a contrapelo de la escuela, justamente en la contramarcha. Ahora bien, ese mundo iluminado por la contramarcha, es también un mundo de escritores. El abuelo paterno de María, descubrimos, tiene escrita una novela que no se publica. La madre, que aquí es un personaje absolutamente clave porque encarna el ascenso social por la educación profesional (es química), nos dice María, también escribía novelas en su juventud. Estamos, de manera bastante clara, en el universo de escritores amateurs, ese universo que Rancière piensa muy activo desde el siglo XIX, donde los que no son autores, los no autorizados , los plebeyos toman la palabra y al hacerlo inventan eso que llamamos “literatura.” (La literatura, dice Rancière, sucede cuando los que no están autorizados a escribir, los que no tendrían esa capacidad, se ponen a escribir y a publicar y arman mundo desde ahí.)  Es el abuelo que escribe “hubo” sin h y “umbral” con h: la ortografía pifiada como huella de la impertinencia del escriba, de su carácter de ocupa de la literatura.   Pero en este caso esos escribas amateurs no  escriben necesariamente o únicamente para la superación, para el ascenso social, o los sueños revolucionarios; no son los embrutecidos que encuentran la sublimación y su alma bella en la letra escrita. Acá aparece principalmente otra cosa:  estos personajes  escriben porque ahí se disfruta, porque ahí se goza, ahí se le encuentran las trampas  a la ley. Vida de una artista, se llama la novela del abuelo: la otra vida posible, darle la vuelta a la disciplina de este mismo abuelo armará una especie de trío con la esposa y una socia.  Ese goce impropio, ese goce fuera de lugar  de una escritura plebeya, ahí es una de las direcciones de  la contramarcha de Moreno. Arma un mundo desde ahí, como un trasfondo de donde provienen sentidos desde  una mezcla y una nivelación nueva de repertorios, materiales, memorias.   Es ahí, sobre ese fondo,  donde sitúa la pregunta por la lectura.

Y ese fondo es también, interesantemente, un mundo de mujeres, que va desde la profesora, la abuela, la madre (siempre) hasta Simone de Beauvoir, pero también el radioteatro, y las mujeres del tango. Mundo poco apacible, no precisamente unificado o coherente, mundo fragmentario, pero la “novela de la lectura” tiene también aquí una trama de miradas, de legados desviados, un linaje de mujeres. Transmisiones entre mujeres, como fondo para el cómo nos hacemos lectoras, o —quizá mejor— el cómo nos hacemos a partir de ese ejercicio que llamamos lectura.

El segundo punto que quería subrayar, que me parece uno de los ejes claves de este libro, se relaciona al anterior. Se trata de una fórmula, mas bien  un procedimiento. Y que condensa mucho del libro: “leer con los oídos.” Vayamos a una de las  “escenas de lectura” del comienzo de Contramarcha. Estamos con la abuela, en casa.  Y hay una radio, que ya no es la vieja radio armatoste, es la radio que se describe como “funcional”. La radio es una protagonista acá: la literatura llega por ahí, por esa vía. Victor Hugo, Los miserables, nada menos. Pero que es también Abel Santa Cruz, que escribe la versión en radioteatro.  Ahí aparece “leer con el oído”, ese arte, que dice varias cosas. Dice que la literatura es antes que nada algo que se escucha, algo que pasa entre la escritura y la voz, que tiene lugar en las fricciones de la lengua hablada. Dice también que la cultura, ese horizonte que se abre a otros mundos, a otras experiencias, se condensa en ese baile de la lengua que entra por el oído y que las escrituras intentarán siempre, reponer. Y dice también que eso en la literatura es descalabro de jerarquías culturales, porque ahí  los clásicos, Victor Hugo, son inseparable de Abel Santa Cruz, o el modernismo del tango. Inseparables de una radio que no hay que pensar solamente como ejemplo de los “medios masivos” o las “industrias culturales” (con todos los tics adornianos que nunca dejan de salir ante esas expresiones) sino que hay que pensar también, quizá fundamentalmente, como tecnologías de la voz. Leer con el oído es situar la literatura y el libro en el interior del mundo de la voz, de sus tecnologías, sus resonancias, sus líneas de arrastre.

Leer como escucha es antes que nada una actitud del cuerpo. (La abuela se inclina hacia la radio, el cuerpo que tienen que entrar en sintonía, la oreja pescando una onda). La escucha  es un arte de la atención: una inmersión que orienta al cuerpo. Incluso si esa atención es intermitente.  No tiene la distancia de la lectura y el libro; escuchar es un cabeceo, hace del cuerpo una brújula. Leer con el oído,  esa lectura aural, señala hacia otra idea de la literatura, de la escritura, de su relación con el cuerpo. Performática, quizá? O al menos atenciosa a una disposición corporal para la relación con el lenguaje. El oído como el centro de gravitación del sentido.

Esto se declina también por el lado del tango. Por el tango que viene, claro, de la radio, que deja “en las mejillas los agujeritos de la funda de cuerpo de la radio Spica, por quedarme dormida antes de apagarla” Escuchen lo que pasa; escuchen bien:  

Siguiendo las líneas de Gardel con los oídos y agarrada al tango canción fui a parar a la poesía moderna y a la literatura abarcable.” 

Seguir, agarrar: la tensión del cuerpo como si fuese un hilo rojo que te lleva  no se sabe bien hacia dónde pero que termina en la poesía moderna, en Rubén Darío. Y en lo que llama la “literatura abarcable”.

Se entiende, entonces, que aquí no se trata de  llegar a la literatura reconocida, la de los libros, por la radio y por el tango, como si fuesen formas de “acceso” al tesoro de la cultura. Se trata de que en ese mundo aural, en ese campo de resonancia de la palabra escrita, lo que se transforma es la literatura, eso que llamamos “literatura” y que nunca se acomodó bien a la cultura del libro, el fetiche de la biblioteca, el pliegue del lector en su silencio. “Aprender a leer con Gardel”, “leer con los oídos” , tales las fórmulas, es sobre todo una experiencia de la escritura y de lo literario que está atravesada por la voz, por la escucha de eso que viene con la voz, por esa correa de transmisión imperiosa que usa a la escritura como uno de sus carriles (¿quizá el más eficaz?) Pero en todo caso, unas palabras escritas vueltas cámara de escucha y que para llegar a ellas se necesita perforar (uso el verbo deliberadamente) cierta  idea del libro, más bien monumental, sobre todo la idea de que el libro es donde terminan las voces, una especie de archivo final (Otra nota a pie: nos sigue orientando, creo, una cierta idea de la relación entre cultura escrita y voz: esa idea de que la escritura atesora, archiva, las voces desaparecidas. Hay un gesto de melancolía violenta en la cultura escrita, que es muy central a la cultura del libro,  la cultura letrada: atesorar las voces de culturas destinadas a la desaparición, la escritura como homenaje a aquello que el progreso, la modernización, etc, debe aniquilar y que se atesora como voz escrita y como tesoro de la cultura.  Acá pasa  todo lo contrario: que la escritura se enlace a la voz. Ahí Abel Santa Cruz, ahí el tango, ahí la escucha.)

Leer con el oído”: me parece que se trata de entender qué le hacen las voces a los textos, cómo los hilvanan, cómo los llevan hacia lugares inesperados, cómo los modifican. Las voces como clivaje hacia lo que nos pasa, lo que nos toca, lo que nos “saca” de donde estamos.  Eso, me parece, es leer acá.

Una consecuencia más del “leer con el oído”: la lectura es un ejercicio de plebeyización de la “alta cultura” (de Victor Hugo a Abel Santa Cruz: ese movimiento.) No de descarte, no de destrucción del canon, sino de juego e irreverencia. Plebeya es ante todo la desconfianza, la ironía, es no creerse el cuento del monumento ni del ideal;  una picaresca de la interpretación. Y a la vez, esa vuelta plebeya no es tampoco una sacralización de lo popular allí donde parecen jugarse sentidos unísonos. Ni Victor Hugo, ni la poesía modernista como canon, sino lo que de ellos se inyecta en las tramas de las voces compartidas y desde ahí abre mundos posibles.  

Antes de  terminar, permítanme una coda.

Creo que para leer bien lo que sucede en  Contramarcha conviene ir para atrás, hacer una marcha atrás breve: ir a Oración. No tenemos ahí la lectura de un libro sino de una carta de un gran escritor, de un padre, un padre literario que es también un padre biológico, Rodolfo Walsh. Es la carta sobre su hija Vicky, “Carta a los amigos”, ese texto decisivo. No voy a abundar en la lectura formidable, enorme que hace María (que para mí juega un cambio de eje no solo en los modos de leer Walsh sino mucho de la literatura argentina); lean Oración si no lo hicieron todavía. Solamente quiero señalar el método de lectura, porque ese método de lectura es una práctica crítica que tiene que ver con poner juntos, con yuxtaponer lo escrito con lo dicho, la carta con la voz, lo publicado con lo oído. Y lo oído es el relato del colimba que participó del operativo en el que muere Vicky, que se lo cuenta a la madre que es trabajadora doméstica y que desde ahí arma el circuito de la voz.  Y que le llega a Patricia, la hija viva de Walsh, que se lo cuenta al padre que luego escribe Carta a los amigos. En la escena de lectura que arma María, ese circuito de la voz no es solamente la “fuente” del texto de Walsh. Compagina la trama oral con el texto escrito: arma esa contigüidad. Y ahí cualquier transparencia en torno al testimonio se complica. Patricia le reprocha al padre que no la escuchó; reprocha que la posteridad tampoco la escucha. La pregunta por esa escucha organiza Oración: ahí también se lee con el oído. Se lee la “Carta…” con la oreja puesta en lo que se dice, lo que no se dice y lo que se transforma en el circuito de la voz. Y en los modos en que se narra una muerte, y la relación, inestable y política, entre una militante y un régimen de muerte. Para poder leer eso hace falta poder leer con el oído.

Como es evidente, creo, hay una suerte de insistencia, de pregunta que recorre todo Contramarcha. Dónde pongo los libros para incomodarlos, qué contigüidades encuentro con lo escritura. Cómo incomodo, cómo armar una serie (una historia de sentidos, un pasado, un archivo que me sirva en el presente) que tenga como protagonistas a los libros leídos y escritos, pero que no me devuelva a la misma historia tediosa, sorda, de la biblioteca, del lector ensimismado, donde la lectura es supresión del cuerpo (donde vivo, no leo; leo donde no vivo: ésa sería la fórmula.) Cómo armar la novela de la lectura que no se agote en esos tropos que no son solamente figuras de lenguaje, son prácticas que moldean nuestras relaciones con los lenguajes y con el sentido. Creo que el gran gesto de Contramarcha, ese contra  que se incrusta en el título del libro , va en esa dirección. Cómo situar a la lectura en otro encadenamiento, en otra secuencia que no termine en el cuerpo silente, vuelto sobre si mismo, plegado sobre sí —esa figura dominante de nuestra cultura, y su idea enaltecida de la “lectura silenciosa.”

Disponer el libro en la estela de las voces, perforarlo, para leer de otra forma, para que surjan otras historias de los sentidos compartidos: ahí leo la contramarcha.

 Ahora sí, para ir cerrando.

Hacia el final de Contramarcha volvemos al punto de partida: la adolescente escapando del encuentro con la profesora. Pero el retorno a la escena, la repetición ya alberga su desvío. Lo que parece una huida, el esconderse (de la autoridad, del mundo, de la ley), se vuelve fuerza incoativa, fuerza de comienzo. Otra escena de lectura, la última:  la memoria del compañero de escuela nocturna con nombre de rey mago (“Melchor”) diseña el momento del legado desviado, ese legado que jamás es lineal, reproductivo, sino cortado, salteado. Melchor dibuja una estrella, la del Principito, en el pizarrón (estamos, después de todo, en un aula de la escuela nocturna). Y ésa, dice Moreno, “fue mi estrella.”  Y sigue: “Comencé a leer, comencé a vivir. Comencé”.

Lo que parece repetición se revela otra cosa. Leer será, incesantemente, el arte de ese desvío.

 

 

* Texto leído en la presentación de Contramarcha, de María Moreno, el 25 de febrero del 2021. Allí Giorgi comenzaba con los agradecimientos: “Antes que nada, quiero agradecer a María y a Diego por la invitación a acompañar la publicación de este libro formidable, aunque sea desde el planeta Zoom y no en vivo, pero igual siguiéndole las pistas a esta Contramarcha  que , como su título lo indica, nos invita a un desvío, un cambio de dirección, una salida imprevista —fórmula que, espero, nos sirva de guía o de talismán en el contexto de la prometida (o amenazada) “vuelta a la normalidad” pospandémica. El registro audiovisual del encuentro está disponible en el sitio de Youtube de Ediciones Ampersand: https://www.youtube.com/watch?v=LOSz5AdMJrI

 

(Actualización abril –mayo 2021/ BazarAmericano)

 

 

 

     

 

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646