diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Amor total: los 90 y el camino del corazón, de Fernanda Laguna, Rosario, Iván Rosado, 2020.
Un archivo-kiosco-bazar de obras visuales en donde conviven imágenes de Caperucita Roja, Blancanieves, los tres cerditos, un cowboy, Luis Miguel, perritos, gatos, formas abstractas, peluches, un gauchito, naves espaciales, la chica más linda del mundo, una amiga extraterrestre, mensajes de amor, Cristian Castro, carteles del diario íntimo, palmeras, y flores. El libro Amor total: los 90 y el camino del corazón, que forma parte de La serie Maravillosa Energía Universal de Iván Rosado, reproduce una selección de las obras visuales de Fernanda Laguna realizadas entre 1994 y 1999. En la contratapa hay una foto de Fernanda, enmarcada, oliendo una rosa. Pienso en sus cuadros de Luismi o de Cristian Castro pero también en sus poemas y en la ubicación de Fernanda personaje dentro de su obra. Por su variedad, la falta de nomenclaturas disponibles para definir su arte, la mezcla de materiales y técnicas, el archivo se percibe como una especie de kiosco o bazar persa aggiornado (Gumier Maier) que nos remite no sólo a la estética de la obra visual de Laguna, sino también a su poética y a los espacios ideados por Fernanda desde Belleza y Felicidad (1999-2008) hasta el Universo (2017) y Para vos... Norma mía! (2020).
La primera pregunta que me hago al contemplar las obras reunidas en esta edición es si es posible trazar una distancia entre la obra visual de Laguna y sus poemas, entre este archivo y sus libros de poesía. Las relaciones entre esta selección y sus poemarios son inmensas y, sospecho, difíciles de nombrar. Pienso, sobre todo, en el libro La princesa de mis sueños (2018), también editado por Iván Rosado, en el que los carteles de los diarios íntimos, presentes también en esta selección, son un poema más; por otro lado, hay poemas que, al igual que los cuadros de este libro, reproducen nombres de artistas contemporáneos; declaraciones de amor como en la pintura Gusto de vos (1999); recuperación de personajes famosos e infantiles –la pintura Princesa (1994), por ejemplo, en la que aparece Blancanieves rodeada por tres enanos me conecta inmediatamente con el poema “El planeta de los gnomos”(2018)–. Sigo el camino del corazón de Laguna y las pinturas de playas me trasladan hasta los versos de Salvador de bahía ella y yo (1999); aparecen varios cuadros que vehiculizan los rayos fulminantes de Samanta Felicidad e invasiones de otros planetas; la obra titulada la Motoquera (1999) conecta con una serie de poemas en la que la mujer se apropia del objeto moto volviéndose fuente de deseo, como cuando leemos: “Vi una chica/ en su moto alucinante. / Es que acaso estoy soñando?” (2018:85). Ahora bien, me interesa hacer mención especial a la aparición de números. Confieso que la serie de poemas que son sólo números y está incluida en La princesa de mis sueños me había parecido una exageración de lo compacto; fue una revelación, para mí, encontrarme con el cuadro titulado 55 (1997) en el que los números cobran vida con ojos, manos y pies. Aunque es en la charla transcripta por Gumier para la muestra del 94, en donde descubro una búsqueda común entre la serie de poemas y el cuadro; puedo leer el gesto, antes que como una búsqueda extravagante, como un arrojo hacia la simpleza: “Los cuadros que me gustan son como matemáticos, no veo la figura, es como un número. Ahí no sucede nada importante, por lo tanto no hay (posibilidad de) equivocación. Es como si fueran cuadros telepáticos”, dice Laguna (51). De modo que tanto los poemas como el cuadro se vuelven una reivindicación del gusto por lo simple.
A su vez, la disposición de las obras de los noventa, junto con el texto y la entrevista de Gumier del 94, visibilizan otros vínculos insoslayables de su producción visual y su escritura. Por un lado, la precariedad de los materiales de las obras –algodón, papel glacé, marcadores, acrílico, tela, madera, brillantina, lana, ramas, stickers– conecta directamente con la precariedad de los libros fotocopiados de Belleza y Felicidad y su filosofía DIY –Do It Yourself– proveniente del punk; la idea desacralizada de libro y de obra, trabajando con lo que se tiene a mano. La combinación de la brillantina, el papel glacé, los stickers, junto con los carteles del diario íntimo y la técnica de collage, fue vinculada en su momento a saberes de la escuela primaria, aquello que la crítica llamó “escuelismo” (a), y que podría iluminar, también, la figura infantil o ingenua a la que tantas veces se ha asociado la poesía de Laguna.
Sin embargo, como bien señala Francisco Lemus en el texto titulado “Un legado radical” que funciona como curaduría de este archivo, el vínculo de Laguna con el arte excede estos intentos de clasificación –infantil, ingenuo, naif, escolar– porque lo que Laguna propuso, y salta a la vista en estas muestras, fue una nueva manera de hacer y de ser del arte: “corrió los límites hacia zonas de menor confort, mezcló personas y consignas” (6). Lo que ocurre cuando contemplamos la obra de Laguna, entonces, es que ese saber de “principiante” –del que habló a propósito de la muestra titulada “Subjetiva 1999-2002. Belleza y Felicidad en retrospectiva” organizada en enero de 2003, Ernesto Montequín en su texto curatorial– potencia la obra de Laguna, sus alcances e influencias dentro de todo el arte contemporáneo. Laguna olvida lo que sabe para aprender a decir y hacer de otro modo.
Este gesto implica también dinamitar los límites disciplinares y las especializaciones dentro de esas disciplinas. En el texto para la muestra de 1994 en el C.C. Rojas que acompaña el archivo propuesto en esta edición, Gumier Maier comienza relatando sus primeros pasos en la pintura y la necesidad de especializarse en un tema que le había inculcado su profesora de dibujo. Gumier recuerda este mandato para señalar el gesto contrario en Laguna: “ama la plenitud, la variedad, por eso adora los kioscos” (32). La selección propuesta, en efecto, invita a entrar a su kiosco en el que se exponen retratos, pedestales de peluches, figuras de yeso, collages y pinturas abstractas. Así, observamos que Laguna no sigue una escuela, un movimiento, una habilidad como la profesora de Gumier que coleccionaba cabezas de perritos jadeantes; Laguna sigue el camino que conecta al arte con el corazón, con el gusto y el goce. Esta apuesta es leída por Gumier en el texto curatorial, antes que como conformismo, como una opción radical. De hecho, Laguna provoca la pregunta por la exclusividad del arte, desde dónde sancionar sus producciones –visuales y escritas– para definirlas o no como artísticas; y arroja sus piezas incómodas para cuestionar gran parte de las etiquetas disponibles. Recordemos, por ejemplo, el binarismo que suscitaron sus obras y la de otros artistas del Rojas: arte comprometido frente a un arte –el del Rojas– “light”, “puto”, “rosa” (b) o “menemista”; un arte considerado despolitizador, naif y encubridor de las políticas neoliberales del menemismo, acusación que involucra, además, a la estética de ByF.
Frente a este reduccionismo y estas acusaciones, Laguna persiste en sus búsquedas con brillantina, en el goce, en el juego y en escuchar a su corazón. Esta reproducción de obras de los noventa, manifiesta los gestos radicales y provocativos que revitalizaron la escena del arte –en el Rojas y en el mundo de la poesía–, en ese contexto de urgencias, de crisis y avance de las políticas neoliberales. En efecto, Laguna construyó nuevos espacios y nos obligó a expandir la sensibilidad; cuestionando los compartimentos del arte y de la cultura, las ideas de calidad, la noción de artista y de obra que, como señala en el poema “Terminaron los 90”, dependía de la tiranía de los varones que decidían quiénes podían o no participar, qué era arte y qué no, qué era frívolo, quiénes eran artistas. Finalmente, como señala el poema, terminaron los noventa y triunfó la fiesta.
Gumier Maier aceptó la carpeta con las obras visuales de Laguna en el ‘94 creyendo que era el arte de una “vieja gagá”; más tarde se publicaron sus poemas en diferentes editoriales y algunos encontraron en sus versos –y sus obras– una voz infantil o adolescente. Entre la niña y la vieja gagá, Laguna expande una obra sin edad, sin prejuicios ni etiquetas, convirtiéndose en una de las comandantas de “la libertad de la fiesta por sobre lo bueno” (“Terminaron los 90”). Y cada corazonada que sigue Fernanda, de los noventa hasta hoy, no hace sino convertirla en una artista total; la dueña de un bazar que con una rosa en la mano nos obliga, como dice Gumier Maier en la presentación de su primera muestra, a reconsiderar el gusto y el goce; a la vez que nos induce a soñar y a sentir, como dice la canción de Gilda, lo que pide el corazón.
(1) El término fue acuñado en 1978 por el crítico Martín Crosa para pensar las artes plásticas de los 60 y referirse a los artistas cuya obra se podía leer condicionada por los métodos y técnicas aprendidas durante la escuela primaria tales como el collage, los brillos, la tijera en zigzag, lo manual. En el año 2009, el MALBA recupera el término para pensar en las obras de más de cuarenta artistas de los años 80 y 90, entre los que se encuentra Laguna, en la muestra titulada “Escuelismo. Arte argentino de los 90”.
(2) En El Tao del Arte (1997), Gumier Maier propone pensar el “arte rosa light” o “arte puto” como una estrategia de resistencia a la presencia del “maricón” en las artes visuales. El término light es utilizado peyorativamente, entendiendo un arte liviano frente a un arte pesado o cargado, el arte político.
(Actualización diciembre 2020 – febrero 2021/ BazarAmericano)