diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
En La arqueología del saber (1969), Michel Foucault propone interrogar la categoría de “libro” como entidad objetiva: “por más que el libro se de como un objeto que se sostiene en la mano, por más que se abarquille en ese pequeño paralelepípedo que lo encierra, su unidad es variable y relativa. No bien se la interroga, pierde su evidencia.” Para Foucault, un libro no es, simplemente, un volumen de hojas que empieza en la tapa y termina en la contratapa. Se trata de un dispositivo que se construye en el cruce de una serie de prácticas complejas.
Habría que releer, desde acá, el famoso manifiesto “Rizoma”, con el que Gilles Deleuze y Félix Guattari abren su monumental Mil Mesetas (1980): “un libro no tiene objeto ni sujeto, está hecho de materias diversamente formadas (…). Un libro es una multiplicidad.” En este ensayo profético, es ostensible y premeditado el abandono de la palabra “texto” –asociada al posestructuralismo– y la adopción, en su lugar, de la palabra “libro”: volanteo fundamental para repensar la escritura como agenciamiento heterogéneo de flujos semióticos, sociales y materiales, dado que la idea de “texto” resulta demasiado abstracta para un abordaje que cruza materialismo y deseo. Incluso la noción de “dispositivo” sigue sonando un poco dura: si bien contiene la dimensión maquínica y tecnológica, queda corta para escuchar las palpitaciones del libro como organismo vivo.
La figura del rizoma, en cambio, cumple mejor con ese objetivo: como una enredadera, una hiedra que enhebra, con sus movimientos tentaculares, aspectos históricos, sociales, culturales y pulsionales, materiales y simbólicos, abarcando el arco total de la microfísica del libro y sus brotes inusitados. El libro-rizoma es “abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, con múltiples entradas y salidas”.
En El libro expandido. Variaciones, materialidad y experimentos, Borsuk hace estallar los sentidos del libro en esta dirección. Borsuk retoma el gesto clásico de otras historias del libro, pero lo hace a partir de una reconexión con el trabajo de las exterioridades: animales, alimentos, territorios, espacios, modos de producción, máquinas, tecnologías, costos, tiempo invertido, instalaciones, performances y experimentos. Podríamos decir: estamos ante una relectura en clave rizomática de la historia del libro, a la que Borsuk agrega un capítulo fundamental: la historia del libro electrónico. Tal recorrido constituye una cartografía multidimensional que mapea las relaciones históricas entre soporte y escritura.
En un video de Youtube que pueden ver acá, se habla del libro como si se tratara de una novedad actual del mercado: un dispositivo de conocimiento bio-óptico organizado, una revolucionaria ruptura tecnológica, sin cable, sin batería, sin circuitos eléctricos, sin necesidad de conexión, compacto y portátil, mágico e increíble. El efecto de esta descripción es cómico: dicho así, el libro tradicional parece superador del libro electrónico. El concepto de libro que construye Borsuk tiene que un poco que ver con esto: “los libros son siempre una negociación, una performance, un evento: incluso una novela de Dickens está inerte hasta que un lector la abre e interactúa con su lengua y su mundo imaginativo.” Así, un libro es el producto de un anudamiento entre lo físico y lo metafísico, lo sólido y su disolución, lo material y lo inmaterial. Por eso, como objeto, un libro es estructuralmente novedoso: porque implica la producción necesaria de una virtualidad siempre por venir, una negociación cuyos términos se formatean con cada lectura.
En La galaxia Gutenberg (1962), Marshall McLuhan explica cómo el alfabeto y la imprenta actuaron a lo largo de la historia como generadores de modos de sentir y pensar. Borsuk habla del “libro expandido” en esta dirección: la idea invita a dejar de lado los preconceptos y prejuicios que nos hacen creer, bajo un principio inexpugnable de redundancia, que un libro es un libro, para empezar a pensar, sin ningún tipo de determinismo, los vínculos entre la palabra escrita y sus diversos teatros y escenografías.
Por eso, el arco de variaciones que recorre Borsuk va del pergamino, pasando por los libros “tradicionales”, experimentos de vanguardia, no-libros, antilibros y audiolibros, el Kindle y otros dispositivos electrónicos, hasta la performance de Fiona Banner, que en 2009 se publicó a sí misma al tatuarse un ISBN en la espalda (el cuerpo como libro).
Hay que decir una cosa: la edición de Ampersand es verdaderamente “de colección” –contiene ilustraciones, imágenes y hasta un muestrario de citas intercaladas sobre el libro, en páginas negras con letras blancas. En este sentido, el volumen se presenta, en sí mismo, como ejemplo de esa “expansión” que refuerza el recorrido analítico e informativo de Borsuk con archivos e intervenciones visuales.
Un dato anecdótico y nostálgico: en un momento, Borsuk llega a referirse a los “libros multisecuenciales”, específicamente a la colección de Elige tu propia aventura. ¿Quién no hizo trampa alguna vez para llegar a un buen final en la historia? Borsuk cuenta que, por esta misma razón, uno de los libros de la colección, llamado Dentro del Ovni 54-40 –cuya tapa todavía recuerdo–, tenía una página inaccesible por cualquiera de los caminos de lectura: solo podíamos leerla haciendo trampa. Me pregunto si esa página no podría leerse como alegoría del libro expandido y sus futuros próximos.
En una de las conferencias incluidas en Borges, oral (1979), el escritor declaraba un manifiesto desinterés por la dimensión física del libro. Podríamos decir que Borsuk escribe exactamente en el reverso de esa indiferencia: porque hace de lo físico una catapulta para dar el salto hacia la dimensión desconocida, del materialismo al Espíritu. En este sentido, Blanchot dice que un libro no es solamente empírico: “el libro es el a priori del saber”; es la artimaña mediante la cual la escritura va hacia la ausencia de libro.
Dicho de otro modo: un libro siempre tiene algo de OVNI, un resto No Identificado, no identificable –que trabaja incluso contra la idea de identificación– y que insiste más allá de su inmanencia. En definitiva, un libro siempre tiene una página inaccesible, una página a la que ningún lector puede llegar: la página del porvenir.
(Actualización diciembre 2020 – febrero 2021/ BazarAmericano)