diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Placeres, de Mario Bellatin, La Plata/Santiago de Chile, Oficina Perambulante y Bulk Editores, 2020.
Una primera observación: las tapas de los libros de la editorial cartonera Oficina Perambulante nunca son iguales. En mi caso (escribe Irupé) elegí la cubierta de Placeres hecha con un cartón que tiene varias veces la inscripción “El galgo”, incluso tiene un dibujo de ese animal con el que tantas veces Mario Bellatin (México, 1960) se ha colocado frente a algún fotógrafo. Un libro, se sabe, no es el mismo dos veces y Placeres, de algún modo, no escapa a la cuestión. El relato fluye y desborda la experiencia apoyándose en la presencia del agua, tanto para la vida como para la muerte, tanto para vivir como para seguir buscando los cadáveres de aquellos que desaparecieron bajo leyes de purificación. Los espacios tienden a inundarse de peces o de muertos; hasta una escuelita, aquella fundada por el Pedagogo Boris, quien recuerda allí a su vez un sueño de un filósofo en un baño público rodeado de cuerpos líquidos y fugaces, filósofo que no se dedica a hacer tratados sino a crear con su máquina de escribir personajes que parecieran extraídos de un estricto presente –como Nuestra Mujer, la guía turística obligada a permanecer recluida en su casa por tiempo indefinido.
Los límites, como las palabras y las escrituras, se desdibujan. No se posee solo una mirada, sino varias, a manera de lxs muxes, nombre que designa al “tercer género” en el Istmo de Tehuantepec. Las voces se sobreponen unas a otras hasta integrar un cuerpo compacto; el mismo relato socava lo que se lee y quizá, al final de cuentas, todo sea una ficción de aquel hombre inmóvil, considerado uno de los mejores entrenadores de perros de América, encerrado en una habitación donde llegarían a revelarse los misterios. Sólo un Perro Sagrado podrá manifestarse con la Nueva Escritura, llena de olvidos, de movimientos, como el agua. Una manifestación inmaculada, pulcra, impecable, conforme con las normas de los ritos ancestrales, como sería en este caso, una escritura innombrable. El animal sagrado llevará el Sello Escritural de la No Memoria y quien no esté acompañado por éste es, afirma un Poeta Ciego o un Profeta, hombre muerto. Y en esta muerte, como en todas, será insustituible la manifestación de una gran cantidad de líquidos.
Leer un libro de Bellatin, a esta altura del partido, es leer todos sus libros. Cada relato es una caja –una pecera– en el que se mueven las figuras espectrales de sus relatos. ¿Qué es la aparición simultánea del joven filósofo –“un infectado, un apestado”–, el Pedagogo Boris, el masajista, el loro, el entrenador y el Poeta Ciego, entre otras apariciones en espacios superpuestos y mutantes, sino una congregación de espectros? La Escritura Actual ha dejado de existir y estas figuras se asimilan dentro de un mismo “Archivo de la Realidad”, recubiertos de auras míticas, provenientes de escrituras sagradas. Cada libro, al entrar en sistema con los anteriores, se disuelve en una operación recíproca; los libros anteriores también parecen disolverse en una narrativa que se mueve sola, ahora independizada no sólo de su autor, sino también de su forma de origen. Y esto da cuenta de una serie de transcripciones a las que somete Bellatin a sus libros: la escritura migra de soportes, va de la vieja máquina de escribir a los dispositivos electrónicos y en ellos, a través de sucesivas transcripciones, también sigue transformándose. Este caso de errancia es el destino de muchos de sus libros; por tomar un caso, las sucesivas ediciones de Salón de belleza, un libro que ha migrado de lenguas, con diseños y resoluciones gráficas infrecuentes para un mismo título. En el caso de Placeres, asistimos a un capítulo extremo del asedio de forma –un largo batallar que es marca de agua en los libros de Bellatin–, como si desde el interior el golpe de Enter provocara un desmembramiento que de las inscripciones temáticas pasa a constituirse como una acción física radical, la de romper un texto desde adentro del libro.
* * *
Hay que decir que esa primera versión cartonera de Placeres, puesta a circular durante el mes de mayo en una edición restringida, le siguió otra, la misma, aunque sustancialmente diferente, publicada en los primeros días de septiembre. El bloque de texto dejó lugar a un texto cuyo aspecto gráfico es el de un largo e ininterrumpido poema. Los efectos del corte ¿de verso? de la prosa trabajan la lectura sesgándola (no se trata de poesía ni de transcripción etnográfica). El bloque de texto se despide y surge un libro donde la lectura se produce en un campo visual destacándose el blanco de la página ausente en la versión anterior –el formato del primer Placeres es el de un libro tradicional, tamaño A5; la segunda versión que clausura la primera es de tamaño A4 porque la apertura del texto parecía reclamar una ampliación (escribe Carlos); las tapas de cartón fueron fijadas al interior con broches y arandelas de papel, al modo de un expediente.
Resulta inevitable hacer el juego de reproducir los dos párrafos iniciales (sí, como en el clásico de clásicos, en este caso con una fuerte variación formal):
Placeres (1)
La obsesión por mantener un contacto perenne de la piel con líquidos diversos. Agua, petróleo, lodo, fluidos del cuerpo: sangre, aceites, ácidos, lágrimas, esperma. Carnes brillantes, restregadas una y otra vez, limpias, carcomidas, desnudas, enterradas, inmaculadas, percudidas, muertas.
Placeres (2)
La obsesión por mantener
un contacto
perenne de la piel con líquidos diversos.
Agua,
petróleo,
lodo,
fluidos del cuerpo:
sangre,
aceites,
ácidos,
lágrimas,
esperma.
Carnes brillantes, restregadas
una y otra vez, limpias,
carcomidas, desnudas, enterradas,
inmaculadas, percudidas,
muertas.
Efectos a la vista, no hacen falta mayores detalles. En general, los “versos” se conforman de pocas palabras y se leen desde el margen izquierdo hasta la mitad de cada página donde el golpe de Enter deja paso al vacío. Uno de los efectos más visibles de esta determinación es el ritmo impuesto por las enumeraciones, algo que se pierde en la primera versión. En otros pasajes cobran fuerza inusitada las sentencias, que en la primera versión se modulaban en el rumor monocorde de un mismo bloque textual, sin que a primera vista pudieran ser recortadas del conjunto; muchas de ellas refieren al mismo acto de escritura que accionan la presencia del libro como un fenómeno en proceso de extinción:
[…]
Aparte de crear un libro
todo lo demás es impostura.
[…]
La Escritura Actual
ha dejado de existir.
[…]
Escribir con sangre.
[…]
La necesidad de escribir
para crear un Archivo de la Realidad.
El Sello Escritural
de la No Memoria.
Para quienes leímos los dos versiones de Placeres, resulta inevitable la comparación entre la primera y la segunda. Esta última es reactiva a la primera, la destituye, busca abolir el orden secuencial del texto que se lee de corrido; la interrupción trabaja, además, en la supresión de la atmósfera donde se movían aquellas figuras fantasmáticas. Hay, entonces, un mismo texto (o no tanto) y en su derribamiento la Nueva Escritura se revela menos por una sustitución formal que por el impacto que provoca la implosión de “su” universo narrativo. Como si desde la cáscara de un texto anterior se abriera otro, absolutamente radical respecto de su antecedente mientras acecha, ancestral –y por qué no, también poético– el enmudecimiento. Escribir lo mismo, una y otra vez, con la secreta convicción de que la divergencia, al romperse el mecanismo, terminará por exhibirse: acción viral en las formas establecidas. Un gesto a tiro de piedra y, sin embargo, tan lejos. Hay que llegar con el primer impulso. Tal vez, eso y no mucho más, sea escribir. En la sala de baños colectivos que es Placeres, también la escritura es un cuerpo desnudo vivo/muerto a restaurar en una serie de acciones purificantes que lo despojen de las excrecencias, acaso en una búsqueda de absolución final. El parloteo persistente de una sombra. Bellatin, una vez más, corre el arco de su literatura. Por ahí va la cosa.
(Actualización septiembre-octubre 2020/ BazarAmericano)