diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Editora

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

Carlos Battilana
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Ulises Cremonte
/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
/  Fermín A. Rodríguez

Julieta Novelli
/  María Eugenia López

Felipe Hourcade
/  Carolina Zúñiga Curaz

Juan Bautista Ritvo
/  Marcos Zangrandi

Rodrigo Álvarez

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Verónica Stedile Luna

Los de corazón valiente
Mi vida con ella, de Julieta Novelli, La Plata, Erizo Ediciones, 2019.

Inauguré la segunda generación de chicas que amamos a Gilda y recibimos su magia”, leemos en la primera página de Mi vida con ella. No se trata, sin embargo, de la historia de un club de fans ni el pasaje de poderes paranormales, porque la novela de Gilda empieza con el rapto de la promesa arruinada: Gilda la Santa falló. Mi vida con ella es, ante todo, la novela sobre una abuela con pájaro cantor, a la que vemos casi siempre sentada, que llora con los noticieros y cuando alguien le señala que hace comentarios discriminadores; o sobre un tío que pasó “al otro lado de lo humano”, que tuvo un ACV y “fue como la caída de una capa que lo cubría todo”, quedó solo “un cuerpo vaciado” “al borde de la humanidad”. Aunque el Tío Miguel no es el único al borde de eso que se dice ser humano: Mi vida con ella es principalmente la novela de la voz de Sara, quien también tiene que “sanar [sus] órganos”, porque sus ex la fueron “comiendo” hasta dejarla al “borde de los vivos”. Gilda, Ella y el Tío Miguel forman la cosmogonía un poco mágica un poco humana, “los de corazón valiente”, con la que el personaje de Sara nos narra a su familia y en el camino busca calibrar los momentos donde la intensidad de la vida puede tener que ver con la transformación de lo que parece irreversible.

Aira se quejaba, hace un tiempo, de la proliferación de novelas escritas en primera persona donde se narra la terrible tragedia de que al personaje se le muera la abuelita. Julieta Novelli nos cuenta la muerte de una abuela, y también el milagro que le sigue a la ausencia del milagro pedido. Como el canto de un largo poema oral que podemos recordar por el ritmo y porque sus personajes se presentan a la medida de un verso con epítetos que escuchamos una y otra vez (“mi abuela, la de sin abuelo vivo”; “mi papá, el desquiciado”; “mi abuela la del pájaro”, “mi tío, el siniestro”, “el día de la caída de la capa”, “mi tía, la revoleadora de ojos”), Mi vida con ella reescribe la épica subjetiva: toma la forma del sonido de la tradición llamada “anónima”, la pone en una primera persona y la hace estallar. Hay una primera persona y a la vez no hay nada más que la escucha de los movimientos sutiles de la transformación. La voz de Sara está saturada de referencias culturales y al mismo tiempo no es ninguna de esas referencias porque estas operan como como marcos o como filtros de Instagram en una cámara del siglo XX. Todos los recuerdos, las anécdotas están un poco deformadas, en el sentido más literal: tocados en sus formas, mirados con distintas cámaras, la visión legendaria –“la chica del pájaro en las vías del tren” a la medianoche–, el ritmo de tutoriales para el duelo “en un videíto instructivo mexicano de youtube”, la cámara BAFICI, Spielberg o Lynch, películas de nazis, Kill Bill, la tele, las publicidades de Mister Músculo, de Loreal, Natalia Oreiro, Cris Morena, el final de Cuidado bebé suelto. Esta voz está pegada a la memoria de un ojo que no tiene criterio, que puede hacer de todo una mezcla con todo. Es una voz sin cabeza a la que se van cayendo las Ideas:

Cuando el estribillo terminó las dos estábamos sonriendo como dos muñecos mal hechos, se nos caían las lágrimas, se nos caían las ideas, sonreíamos mirándonos fijo con los ojos rojos, ¡la chorrera infinita!, mi cuerpo duro y acalambrado que solo sonreía, mientras la música seguía y tapaba los espasmos. Todas nuestras ideas se nos caían, tan cansadas de ser las que habitaban esos cuerpos, los cuerpos de los que dan y esperan, a los hijos, a los amigos, a los padres, a los novios. (50)

Tal vez por eso Julieta Novelli nos entrega con este libro un canto popular y acefálico hecho de una voz sociológicamente inverosímil y un apego a la desproporción como forma de la anécdota que se labra en la sintaxis al borde de la agramaticalidad con que se las narra.

El primer milagrito que viví, no era mío, lo vi por youtube pero lo sentí”, leemos también en la primera página de Mi vida con ella. ¿Es un milagro una experiencia del orden de lo soberano?, ¿cuáles son las gradualidades de un milagro?, ¿existen? Bataille diría que se trata de aquello que se produce sin esfuerzo, una paradoja porque hacer siempre tiene como contrapartida una pérdida de energía, y en cambio los milagros hacen cosas sin que medie el trabajo causal; Sara diría que no, que hay que concentrarse mucho como “los chinos, en los reinos interiores”, pedir con fuerza, enojarse para que tengan lugar los milagros “más del cuerpo”; pero también nos dice algo más: los milagros son transformaciones, y tal vez en el camino descubramos que no se trataba de concentración, ni de fuerza ni enojos. Ambos tal vez coincidirían en que es algo que sucede cuando se caen las ideas de la cabeza. “Primer milagrito”, “viví”, “no era mío”, “youtube”, “sentí”, en esa frase, que tiramos casi como un rasgado de la primera página a estas líneas, se condensan muchas de las palabra-imágenes que la novela despliega. Podemos reírnos reiteradas veces a lo largo de la novela, por momentos es una risa nerviosa la que nos suscita, otras es la risa de la invención inocente, como las cosas que escuchamos decir a les niñes y nos causan gracia porque descubren la sutura de las cosas que marchan con naturalidad. Entre los nervios y la inocencia, Novelli trabaja el lenguaje al borde de una pregunta constante: ¿qué es una vida? y ¿qué es un humano?

Entre esas dos preguntas se mueven las imágenes que llevan el ritmo de la novela. Miguel es, “desde ese día, el de la caída de la capa”, un “entre casi inhumano pero no, casi muerto pero no, un jubilado, un hermano, pero no”. Hace cosas como llevarse atados de cigarrillo sin pagar, de “lo de la Queca”, sin intención de robarlos ni divertirse, simplemente es la desconexión de un código del intercambio; tomarse “remises del infinito”, llamar un remís para ir hasta un punto indeterminado, bajarse y tomar otro; o intervenir artículos académicos de la editorial donde trabaja haciendo frases como “la crítica ha decidido (mejor) no hablar (de ciertas cosas) de género en la obra…”. Es el tío que se atrinchera atrás de los conceptos cuando no quiere hablar, o que pasa de visitas a mostrarle libros a su sobrina Sara, pero se pierde en las publicidades de televisión, y también puede dejar de hacerlo de un día para otro:

Después de unas semanas, dejó de venir sin más, no me extrañaba, no me pidió disculpas, no le pedí explicaciones, entendí otra vez lo de siempre: ya no importaba tanto nada, era eso, nada más y el hecho de venir con esos libros cada tarde no era más que una pequeña obsesión inventada, otra trinchera donde esconderse, donde vestirse de humano, porque si había algo que hacía seguir funcionando el engranaje de mi tío Miguel eran las pequeñas obsesiones que lo hacían moverse, estar en algo, sin caer en la depresión, del otro lado del costado vital. (33)

Como contrapartida del Tío Miguel, está el tío siniestro, y la tía que “iba sacando de la vida” y “de la parte humana”, a la abuela, que “revestía [su] cuerpo y [sus] relatos” con un costado no-humano. Los tíos que cuando muere la abuela ocupan toda su heladera con un lechón y un vino, que la dejan sentada. Pero a veces, hacer tambalear un poco eso que se entiende por “humano” no está tan mal, y es la posibilidad de atravesar las cosas hacia otro lado. Es tal vez lo que tiene que ver con los milagros. Por eso, cuando Sara quiere enojarse mucho pero no le sale, porque revolea la carne recién comprada contra la pared y vuelve por ella, protesta: “Hay algo de la humanidad que no me desata ni siquiera hoy. ¡SOY MUY HUMANA! Soy muy humana, la puta madre, qué humana que soy”.

Si Gilda La Santa falló, falló en ese pedido del milagro “más del cuerpo” y menos espiritual; el pedido incumplido es el de la parte MUY HUMANA de Sara, y ese incumplimiento es tal vez lo que deja abierto el lugar a otro tipo de milagro, el que se anuncia cuando, desde ese otro lado en que se encuentra su tío Miguel –que es el otro lado de los valores y los juicios– nos llega un mensaje mínimo que hace temblar lo que parece inconmovible.

 

(Actualización septiembre-octubre 2020/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646