diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“Si crecer es aceptar
la normalidad de ciertas cosas
soy un retrasado”
Un año sentimental podría, tranquilamente, ser un libro escrito en cuarentena. Podría, también, participar en un concurso de poesía de ciencia ficción. Pero se publicó en agosto de 2019, y se volvió a reimprimir en abril de este año.
Por las obligaciones del parentesco
paseo a un bebé por un hipermercado.
Lo llevo en un cochecito
que empujo despacio
bajo la claridad artificial
de las luces.
(...)
Algún día
él va a caminar por estos pasillos,
va a elegir cosas confiando
en su gusto,
o se sentará en una de las cajas
con su uniforme de empleado
para odiar a los clientes.
Estos son versos de “Wal-Mart”, el tercer poema. Los leo a través de los vidrios de mis lentes que están llenos de marcas que dejaron los deditos de mi hijo y me pregunto (aunque eso sea algo totalmente esperable o posible): ¿quién es capaz imaginar para un bebé un futuro donde odie su trabajo?, ¿un futuro donde el sistema lo ha domesticado? Quizás allí, donde casi nadie es capaz de imaginar, Venturini escribe.
En Un año sentimental nos encontramos con una mirada que pareciera estar escasa de filtros. Y es esa mirada la que lo tiñe de un clima propio de la ciencia ficción. Muchos de los poemas de En la colonia agrícola (Ivan Rosado, 2016) –su libro anterior– hablaban de la familia. los integrantes eran nombrados con pronombres de pertenencia y por el grado de parentesco: “mi mamá”, “mi papá”, “mi abuela”. Ahora, en este libro, esas particularidades se borran o se esquivan. ¿Quién es el bebé que pasea en el supermercado “por las obligaciones del parentesco”? “Tuve una madre” dice en lugar de “mi mamá” en “Larga distancia”. No habla de crianza, sino de adiestramiento: “te adiestraron para ser simpático” (“Flipper”); crecer es “evolucionar” o “mutar”; no habla de muerte, sino de extinción: “donde dos padres/ que se extinguieron/ están frente al televisor” (“En el espejo del baño”). “Fuimos al cementerio municipal/ porque es domingo/ y los domingos la gente / hace la revisión técnica/ de sus muertos” leemos en Agua. En Un año sentimental, también se habla de la familia, pero se lo hace con cierta ajenidad. Todo lo que se nombra parece estar mirado desde el lugar extraño de “un espécimen adulto”.
Recuerdo un cuento de mi infancia en el que una monita encontraba unos lentes y cuando se los ponía veía todo hermoso. Salía pasear con los lentes nuevos y juntaba regalos para su mamá. Llegaba a su casa con una canasta llena de flores, frutas y piedras preciosas que –ante los ojos de su madre y los suyos al sacarse los anteojos– resultaban no ser más que papelitos, basura y cascotes sin gracia.
La basura que junta la monita no duele ante los ojos, salvo que antes se hayan usado los lentes de la vida color de rosa. Salvo que antes se haya mirado con ojos de ilusión. Para que haya desencanto, en algún momento, tuvo que haber encantamiento. Santiago Venturini escribe en el desencanto. Y el desencanto, aunque se lo oculte, está cargado de nostalgia.
Si en El espectador (Gog & Magog, 2012) nos encontrábamos con la cara de abulia de una cajera de super en un diciembre caluroso con decorados de nieve de telgopor, ahora Venturini no sólo muestra, sino que nos lleva a sentir. Y lo que sentimos es desencanto y desazón.
Hay un poema que se llama Excursión, escrito en segunda persona en el que el sujeto sale a la puerta de su casa camina dos cuadras y muestra, luego de un “mirá” comienza a enumerar, pero además además reflexiona sobre eso que ve.
A propósito del cuento de la monita, cito estos versos que hablan de la basura:
... y un señor aparece en la vereda
como la asistente de un mago
con una bolsa de basura.
Todo lo que considera inservible
está en esa bolsa
que otros van a escarbar
para sobrevivir.
Es una falla
pero la máquina
sigue funcionando…
Que el mundo, esta máquina, siga funcionando con todas sus fallas, es desalentador. Y más desalentador aún es que la dejemos funcionar:
Volvé
ya te llenaste de oxígeno
Este es el momento
en que el paisaje
se te puede venir encima.
En tu bunker hay una cama
y comida.
Mañana vas a despertarte en la luz
y vas a creer que todo
empezó de nuevo
aunque estés en el mismo lugar
es la tierra que te lleva a dar
otra vuelta.
Así termina la expedición de la vuelta a la manzana. Con la certeza de que somos millones de especímenes adultos encerrados en los bunker de nuestros hábitats privados en una matrix llena de fallas que no para de girar alrededor de una luz. No podemos negar esa afirmación. Pero mirar sin filtros una cosa puede volvernos locos. O sentimentales.
En la distinción que Friedrich Schiller realiza entre poesía ingenua y poesía sentimental, plantea que el poeta ingenuo está en unidad con la naturaleza y se maravilla con ella, y que el poeta sentimental es quien lejos de mostrarnos la naturalidad, “nos conmueven por ideas”[1] en un mundo donde la cultura y el artificio han roto todo estado original.
“En algún momento/ tu relación con la naturaleza/ se rompió”, leemos en “Evolución”, el segundo poema del libro de Venturini. No podemos negar tampoco que todos vamos a extinguirnos algún día, ni que muchas veces vivir se parece más a sobrevivir, ni que (casi) todos los niños van a trabajar y que quizás esos trabajos no los hagan felices. La cultura dicha sin filtros parece un relato de ciencia ficción. Un relato que –como pasa en el poema Vidente– quizás no estemos preparados para escuchar, ni para ver. El tiempo de las esperanzas ha pasado para este libro, y es eso lo que se añora. No un mundo mejor (porque quizás nunca lo hubo); sino la creencia de que algo iba a cambiar, de que un momento mejor iba a llegar. Se tiene nostalgia de la ingenuidad. Y una vez que se ha mirado sin los lentes color de rosa, pareciera no haber retorno, las esperanzas se han extinguido y ese es quizás nuestro “estado natural” (”Desde el piso 16 de un edificio”). Solo nos queda derrotarnos a nosotros mismos “con el poder de la química” (“Tetralgin”) o confiar y cerrar los ojos:
Señor chofer:
llévenos con cuidado hacia el futuro
que cada uno de nosotros mira
con los ojos cerrados (“Larga Distancia”)
[1] Poesía Ingenua y Poesía Sentimental, Friedrich Schiller, 1976.
(Actualización septiembre-octubre 2020/ BazarAmericano)