diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Osvaldo Aguirre
/  Carlos Ríos

Ana Porrúa
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Antonio Carlos Santos
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/  María Eugenia López

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Daniel García

Diseño

Paula Tomassoni

Modos de nombrarse
Hermanatria, de María Ester Alfonso Morales y Alejandra Szir, La Plata, Pixel editora, 2020.

            Cuántas dimensiones puede abarcar el lugar. La mirada inmediata cae sobre el territorio, y entonces, sobre la identidad, por tanto, sobre el arraigo. Pero las coordenadas que llevan a pensar en el lugar, en la esfera posible a ser habitada, se desbordan a sí mismas y van más allá del espacio, de la tierra que se pisa y se nombra. Las dimensiones del territorio se despliegan hasta ser casi todo.

            Hermanatria es un libro de poemas escrito por dos autoras que tienen un destino en común: sus padres fueron víctimas directas de los crímenes de Estado de la última dictadura en Argentina. Es decir, que ellas han sido niñas víctimas de la misma represión. Una verdad en un mar de incertidumbres sobre la que construyen su identidad y a la que miran e interrogan a través de la poesía que, como dice Margarita Merbilhaá en el prólogo, reemplaza esta vez al testimonio.

            Las autoras escriben desde el impulso de su experiencia. Observan desde cerca y también a la distancia, porque otra certeza que comparten es que no residen en Argentina. María Ester vive en Hamburgo, Alemania, y Alejandra en los Países Bajos. Pensarse entonces implica también mirar el desplazamiento, medir la distancia que da marco a lo que fue, a lo que se vuelve, a lo que ya no y a lo que nunca.

            Los poemas están dispuestos en bloque. La primera parte del libro reúne la poesía de Alonso Morales, la segunda, la de Szir. Incluso el título del libro se repite cuando comienza cada serie, como si fuera un nuevo libro, como si fueran dos y el punto que los une estuviera más allá, desplazado hacia el contexto y el sentido.

            Todos los poemas se enuncian desde un yo testimonial, autobiográfico. Con estéticas propias y una voz particular y perfectamente discernible, las poetas abren un diálogo sobre su historia.

            En la primera parte del libro, escrita por Alonso Morales, Hamburgo emerge como escenario pero también como punto para medir la distancia. El mundo otro que presenta aparece en los detalles, como el sentido en el que corren las estaciones del año (esperan la primavera a fines de marzo). En el primer poema, la autora detiene la mirada en un objeto (las escaleras mecánicas) que hacen la diferencia entre el lugar en el que está y del que viene. ¿Qué significa vivir en otro país? La voz que enuncia los poemas intenta explicar esta distancia y el modo de vivir en ella. La enfermedad de su madre que lo ha olvidado todo, por ejemplo, como un símbolo de un lugar ya no habitable del pasado que se suma a los ya sabidos. Su muerte próxima e inevitable. ¿Adónde volverá, cuando su madre muera? “Dicen que eso/ precisamente/ es el exilio”. No es el único momento en que los poemas refieren a la orfandad, pero es en ese en que la asociación entre esta y el desarraigo se hace explícita con mayor contundencia.

            En el poema llamado “Bernal” se compara el invierno en Argentina en 2020, con la primavera en Berlín en 1945 para reflexionar acerca de qué es sobrevivir. “tengo pocas certezas/ una de ellas es pisar/ el lugar donde nací”. En otro poema, titulado “Bajo la llovizna ajena” la autora se ocupa de la migración a partir de otro personaje. Ese otro, que vive a Europa de prestado, que quizás esté decepcionado y desee irse, volverse. Ese personaje es también una parte de ella que espera volver a reconocerse en su lugar. Aunque se propone la idea de no ser de ningún lado y a la vez de todos, el contraste allá-acá atraviesa el libro: “Ya quisieras volver/ con tus teclas/ el tiempo atrás/ para nunca partir”

            Muchos de los poemas están atravesados por los sueños. Sueños en los que aparecen personas, situaciones que son descriptas como reales. Los sueños son también un lugar, o la extensión de un único lugar, en definitiva. Allí aparece un mundo fértil para los deseos pero también para los miedos y broncas. En el sueño se gestan amores, se cierran deudas de justicia, aparece la vida que pudo haber sido y no fue.

            La segunda parte del libro reúne los poemas de Alejandra Szir. Sus textos proponen, desde el lenguaje, un lazo menos directo con el mundo de referencia. En un mismo verso entonces se cruzan imágenes que parecerían irreconciliables en otro contexto. Son poemas sensoriales, impregnados de colores, olores y sabores, que funcionan también como lugares en los que reconocerse.

            Los poemas de Szir se suelen organizar en torno a la acumulación, al ordenamiento de cosas del mundo que es posible, bajo la sensibilidad de la autora, listar. Su mundo íntimo aparece en el punto que vincula esos objetos, y esa relación que se establece no es lógica sino poética: “No escribo sobre el pensamiento/ lo que siento es esto:/ calor, ajo, mucho ajo/ ajíes felices rojos y verdes/ papel, la postal que hace juego con/ los cuadernos no/ escribo”

            La poesía busca otro modo de ordenar el mundo, no necesariamente más amable, pero sí más asible. Porque aunque ofenda y lastime, hay que transitarlo. En la dedicatoria, Alejandra Szir recuerda (¿se recuerda?) que el libro iba a ser sobre la rabia. Probablemente sea un libro sobre un modo de habitar la vida en suerte, con rabia, pero también con pasión e inteligencia.

            Al igual que Alonso Morales, Szir se refiere a la instancia del juicio a los responsables de la tortura y el asesinato de su padre. En los poemas “El parqué judicial” y “El viejo allá” escribe su encuentro con el otro y el modo en el que ella se asume. Ese encuentro también es el lugar. En el primer poema la imagen de tocar con sus manos al torturador de sus padres le permite discutir la justicia, la venganza, la mirada y la falsa moral del status quo sobre los hechos de la historia. En el segundo, con una voz que apela directamente a la fiscal, recorre su historia, la de su padre, desde una perspectiva histórica coyuntural. También observando el rol que le toca. Muchos Hijos fueron a testimoniar, pero ella prefiere no hacerlo. “yo no fui testigo/ estaba/ pero era muy chica/  estaba de otra manera”.      

            Esta reseña comienza hablando de los modos casi infinitos de pensar el “lugar”, del gesto identitario que significa habitar. Quisiera, sobre el final, relacionarlo con los vínculos. Más que hablar de la orfandad, el libro abraza la idea de la hermandad en su forma más amplia. La hermandad como una red de amores y experiencias. “Eugenia/ la de noble estirpe/ estábamos en Abuelas/ escaneando documentos/ amarillentos” escribe Maria Ester. En la contratapa, Mariana Eva Perez habla de la necesidad de dejar de ser Hijas de para pasar a reconocerse ellas mismas víctimas del terrorismo de Estado, infancias violentadas, mutiladas, agredidas. Ante esa hipótesis, la Hermanatria se levanta como el lugar del resguardo, del futuro posible. La Hermanatria tiene límites elásticos, inasibles. Se levanta en el mapa de la historia como un espacio en el que pensarse, percibirse. Un espacio en el que forjar la voz de la que nacen estos poemas.

 

(Actualización septiembre – octubre 2020/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646