diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Quisiera comenzar por el final de La forma como ensayo, el último libro de Raúl Rodríguez Freire editado por La Cebra. Quisiera comenzar, más precisamente por el último texto, que en verdad corresponde a Evando Nascimento y se llama “El día en que Walter Benjamin daría clases en la Universidad de São Paulo”. Pero más que centrarme en el texto de Evando, un bello texto que imagina la posibilidad cierta de que Walter Benjamin hubiera dado clases en la Universidad de São Pablo, quiero apuntar al gesto de colocar el texto de un colega al final de un libro propio. Este gesto de Raúl, sin embargo, no es el único, en casi todos los ensayos que componen el libro podemos leer un breve texto que nos cuenta no solo la historia del ensayo que acabamos de leer sino también el diálogo con otras y otros colegas que de un modo u otro fueron decisivos para su forma final.
Esos textos breves, esas marcas de amistad, transforman decisivamente los ensayos del libro. No se trata de meras contextualizaciones, ni de los agradecimientos de rigor, que por otra parte, se encuentran en la presentación, se trata de una inscripción en un tejido de conversaciones (y el propio Raúl define a la conversación como una de sus pasiones, la otra es leer). Esa conversación, en cierta medida, refuerza una escritura que aborda sus objetos a través de múltiples y diversos caminos y que convoca diversas y diversos interlocutores. En estas tentativas el libro va construyendo una forma que es, en sí misma, una crítica al paper académico, que con frecuencia se presenta recortado y aislado de sus condiciones de producción. El paper, una de las figuras centrales con las cuales debate La forma como ensayo representa algo así como la exhibición más inmediatamente apresable de la lógica académica neoliberal, que parece haber subsumido casi por completo la universidad en nuestro presente. En este sentido, ya desde el comienzo se afirma:
la forma como ensayo da cuenta de una preocupación por el lugar de la ficción literaria en el siglo XXI, una preocupación que incluye las condiciones de posibilidad del ejercicio de la crítica y la reflexión teórica. La universidad que habitamos ha transformado la forma en que concebíamos y realizábamos nuestro trabajo, por lo que no veo factible pensar la literatura sin pensar a la vez desde dónde y cómo lo hacemos. A menos que se esté cómodo con la universidad neoliberal, que así como estandariza disciplinas bajo la lógica de la calidad y las competencias, también homogeneiza la escritura, obliterando radicalmente lo que Roland Barthes llamó “la responsabilidad de la forma”. Ya no hay desafío alguno cuando el académico deviene un facedor de papers”.
Intervenciones como esta constituyen un eje central de los ensayos, me atrevería a sostener que los primeros ocho ensayos, sobre un total de doce, se encuentran atravesados por este tipo de reflexión, una reflexión que Raúl ya viene desarrollando desde sus libros anteriores La condición intelectual. Informe para una academia (2018) como en Sin retorno. Variaciones sobre archivo y narrativa latinoamericana (2015).
Pero ¿qué significa ser un “facedor de papers”? Podríamos afirmar que, en primer lugar, significa escribir de una determinada manera que respete una suerte de esquema compuesto por la triada “introducción, desarrollo y conclusión”, que a su vez deba exponer claramente una “hipótesis”, un “marco teórico”, y una “revisión bibliográfica” (el famoso “estado del arte”) y una “metodología”. El “facedor de papers” es, en principio, entonces alguien que renuncia, por voluntad propia o por presión académica, a cualquier rasgo expresivo, y al intento de construir otras formas de plantear sus recorridos críticos. El paper sería algo así como el formato inmanente de la universidad neoliberal. Ese formato, además de su recorrido preestablecido, debe estar atento a las novedades que el mercado académico ofrece cada temporada. Y aquí aparece otra cuestión importante en la reflexión de La forma como ensayo que tiene que ver con la hipótesis de que la universidad neoliberal y la consecuente producción de papers se rige por la generación de modas académicas que adquieren su visibilidad a través de una sucesión vertiginosa de giros: “visuales”, “culturales”, “urbanos”, de movilidad, afectivos, cada cual con su propio reader y, en general, surgidos y provenientes de la academia de Estados Unidos.
Hay un documental sobre Pierre Bourdieu, dirigido por Pierre Carles, que se llama “La sociología es un deporte de combate”. Además de que el documental es muy bueno, siempre me gustó el título. Creo que El ensayo como forma es un libro de combate no solo contra los facedores de papers sino, además, contra ciertos modos de entender la literatura, muchos de ellos vehiculizados a partir de algunos de los giros mencionados. Raúl combate contra Roberto González Echevarría, principalmente contra su libro Mito y archivo, y su modo de entender la literatura, contra John Beverly, contra Ángel Rama y su ciudad letrada, incluso combate contra Josefina Ludmer y su idea de una literatura postautónoma. Libra un combate contra quienes, desde diferentes ángulos y perspectivas, decretan o describen algo así como un “fin de la literatura”. Pero atención también en el libro hay héroes, empezando por Theodor Adorno que inspira el título y el aliento del libro, siguiendo por Silviano Santiago, Julio Ramos y Eric Auerbach, por citar unos pocos.
Los momentos destructivos de La forma como ensayo son, por supuesto, complementados por momentos constructivos y es en esos momentos en donde podemos observar que hay una metodología de lectura y una idea de la literatura. En relación al método creo que hay dos cuestiones a destacar. En primer lugar la dimensión materialista de una posible crítica latinoamericana, palabra que aparece estratégicamente tachada, y que supone el “evento” de la colonización como punto de partida, y la relación con Occidente que ha supuesto este evento enmarcada por la idea de que fatalmente ocupamos un sitio periférico o somos una mera copia que nunca se acerca al original de las producciones centrales. El método consiste en ubicarse, y no olvidarse en el sentido de permanentemente inscribir la crítica allí, en esta suerte de trauma originario para adoptar una postura que ni adhiera a la idea de original y copia (y por ello Silviano Santiago pero también Jacques Derrida son héroes) ni niegue esa relación periférica que conduciría a una suerte de falsa negación o autotelismo purificante. La metodología es la de un entre-lugar crítico desde donde sea posible ejercer una tarea deconstructiva de lo propio como idea, y de la originalidad como concepto. En segundo lugar y a través, principalmente, del pensamiento de Eric Auerbach, una rehabilitación de la filología entendida como una metodología que se plantea una problemática en torno a los comienzos. Un comienzo no como origen esencial, sino punto de irradiación temporal. La rehabilitación de la filología es el modo en el que Raúl, borgeanamente, se apropia de la larga historia de la literatura Occidental y el modo en que construye sus recorridos sin, digamos, caer en la maldición del modelo original y su copia.
Desde el entre-lugar construye un lugar de enunciación, un prisma atento. Desde la filología construye una red infinita de reenvíos y apropiaciones, que son también una postura política y una concepción de la literatura, ese espacio que según postula debe ser defendido de los ataques postautonomistas que terminan entregándola al mercado ávido de entretenimientos. Ni postautónoma, ni autónoma, la literatura es heterónoma, vinculada al trabajo, a las técnicas de reproducción y diseño pero configurando un territorio propio, poroso, abierto, desde donde imaginar otros mundos del como sí, otras formas de texturar nuestra historia.
Finalmente, La forma como ensayo nos hace preguntarnos, a la vez que el propio libro reflexiona y pone en escena, no solo por un modo de escritura que hace de la deriva, la digresión y el montaje filológico sus principales motores, sino por un dispositivo visual que desarma la supuesta neutralidad del paper a través de un uso variado de tipografías, principalmente aplicado a los títulos de los diferentes ensayos y a los epígrafes, que además juegan con la disposición, en diagonal o en el centro. Es difícil calibrar el efecto de lectura aunque quizá sea menos difícil imaginar el objetivo perseguido. Propuse al inicio de la reseña que esos pequeños textos que cierran los ensayos pueden ser leídos como gestos de amistad y como inscripciones en un tejido múltiple hecho de diálogos. Las experimentaciones tipográficas también funcionan como una forma de inscripción, como un rastro, como un indicio del trabajo manual que implica el pensamiento. Haciendo de la página en blanco un espacio de agenciamiento que la concretiza en el diseño y los espaciamientos intuimos las huellas de un trabajo en plural, que va de la mano al pensamiento, de la amistad de los viajes a la lectura de los clásicos, de los orígenes hasta el presente para terminar en estas páginas que hoy llegan a nosotros.
(Actualización mayo – agosto 2020/ BazarAmericano)