diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Spinoza, poema del pensamiento en cuarentena. Un casi diario de la lectura
Spinoza poema del pensamiento, de Henri Meschonnic, Buenos Aires, Cactus/Tinta Límón, 2015. Traducción de 

Cómo se hace la experiencia de la lectura en estos días. Qué libro se elige entre todos los libros que es un libro. Qué libro se puede armar en estado de cuarentena. Qué les pasa a las preguntas que ya nos veníamos haciendo, o a los problemas sobre los que veníamos investigando, cada vez que algo cambia en el resto de la vida. Cuál es la continuidad que podemos ver. Qué se puede leer cuando todo se enreda entre las mismas paredes. Qué experiencia de lectura se puede hacer en estos días. Qué se puede hacer con estos días.

L envía un video con una modelo cadavérica, maquillada como una zombi y andando en círculos por un decorado futurista. O de apocalipsis, no percibo la diferencia. Dice que así está ella, caminando por su casa. Sugiere que yo debo estar igual, pero se equivoca: ya no camino. Me arrastro de la cama al sillón, del sillón a la silla del escritorio o de la mesa, y así. Qué puede mi cuerpo cuando repta. Qué puede el reptar con el pudor de la voz. Parece que es el momento perfecto para pensar lo que un cuerpo le hace al lenguaje. Meschonnic dice que para pensar esto es necesario escuchar a Spinoza. Si es cierto que las casualidades no existen, Meschonnic llegó en el momento adecuado.

Ya no duermo de corrido. Si estoy muy desvelada, me pongo a leer. Eso me relaja, y también ayuda con sueños más amables (a veces). Uno de esos días, X me cuenta que, despierto a la madrugada, se puso a leer a Spinoza. Amigues que no pueden dormir de corrido: todos. Qué le harán sus cuerpos insomnes a lo que escriban. Cuál será ese ritmo. Qué rastros quedarán en lo que un día vamos a leer.

Spinoza poema del pensamiento puede ser un libro sobre la lectura. Un libro de crítica literaria que pone en juego un modo de leer, lo explicita y lo conceptualiza. Meschonnic se pregunta por el pensamiento de una escritura -la de Spinoza, pero también la de quienes lo leyeron- y su esfuerzo lector está en describir el sistema que mueve ese pensamiento. Llama a esta lectura, inmanente. Pero no es la inmanencia del estructuralismo o del close reading. Principalmente, porque se basa en una teoría del lenguaje como continuo o, en otras palabras, en una crítica al modelo discontinuista del signo. Es un modo de leer que encuentra las preguntas que las respuestas encubren. Para Meschonnic esta unidad está en Spinoza, por eso quiere escuchar su práctica del lenguaje. Spinoza le permite a Meschonnic pensar lo continuo: del afecto y el concepto en el lenguaje, del lenguaje en el cuerpo. Pensarlos juntos para hacer crítica es leer poéticamente. Es decir, conocer una poética: desplegarla como poética de un pensamiento. La unidad forma contenido, la forma como relación histórica y la pregunta por lo político en el ritmo -que con Meschonnic convendría reformular como la política del ritmo-, eran hipótesis de trabajo que estaban para mí, en algún sentido y hasta el encuentro con estas lecturas, todavía más cerca de la declaración de principios que de las posibilidades de entrarle a los poemas, o a cualquier escritura.

Chat de las amigas maestras que un día se volvieron a su pueblo: 112 mensajes. Chat de las amigas que fueron compañeras de la facultad: 221 mensajes. Chat de los compañeros de yoga: 555 mensajes. Los chats de la escuela: números inverosímiles.

Uno de los apartados del libro tiene el título: “¿Quién no tiene su Spinoza?”. El de Meschonnic es un Spinoza disputado a los filósofos: “Los filósofos se interesan en el pensamiento. La poética intenta escuchar en el lenguaje los movimientos del cuerpo. Spinoza piensa la unidad de los dos”. Meschonnic bardea. Con argumentos, con elegancia, pero bardea. Sobre todo, a los filósofos, pero también a traductores y lingüistas. Es una diferencia que sostiene en todos sus trabajos. Básicamente, porque no tienen una teoría del lenguaje. Una de sus hipótesis fuertes se sostiene en registrar esa ausencia, y en este libro la rastrea en cada análisis sobre Spinoza que discute. Entiendo que lo que les objeta es que adoptan un poco acríticamente, una concepción discontinuista del signo. Cuando leen a Spinoza no reparan en su lenguaje, y reproduciendo la distinción entre forma y contenido, separan su pensamiento. Aíslan los conceptos del conjunto de la escritura. Esa ausencia es la llave que desmonta cada uno de los argumentos que cita y que le permite señalar lo que para él es una lectura a veces errónea, a veces demasiado parcial o sesgada, y que finalmente reproduce el dualismo espíritu/materia.

 

prestar atención al modo de significar en Spinoza, entendido como una gestual del sentido. No un medio de expresión, una forma para un sentido, sino la energía misma y el movimiento del sentido del cual el sentido no es separable

 

Para explicar su idea de crítica Meschonnic sitúa a la tesis XI, de las Tesis sobre Feuerbach de Marx, como el eje de su programa en una operación que coincide con la que acá, si no me equivoco un poco antes, hizo Grüner. Habrá que indagar cruces posibles. Ambos subrayan que interpretar es ya cambiar el mundo y disputan la noción de interpretación a la hermenéutica. Meschonnic agrega la importancia de pensar en una teoría del lenguaje.

Googleo el libro y encuentro un video de presentación en el Museo de la Lengua. Mientras mi ojo derecho escucha a Savino decir que aspira a traducir cada vez peor, mi ojo izquierdo se pierde en un rulo perfecto de Sztulwark. Spinoza poema del pensamiento también es un libro sobre la traducción. Sobre la interacción entre una lengua y el pensamiento, sobre lo que un discurso le hace a una lengua.

Extraño muchísimo. Los cuerpos amigues, los abrazos, las miradas. Necesito acariciar algo vivo y esa cucaracha huye cuando intento acercarme.

Parece que Spinoza era fanático de los combates de arañas. A Meschonnic le gusta que Deleuze rescate este detalle y que lo vincule con el sistema de las relaciones en la Ética: “Al menos es la primera interpretación inteligente de lo que hasta aquí solo fue referido como un rasgo repugnante”. Pero lo que a Meschonnic le interesa es la noción de “rasgo existencial” de Deleuze porque ahí registra una posibilidad: conocer en una manifestación condensada el “apelotonamiento” que es una vida. Un dato donde leer también la continuidad y encontrar el pensamiento. Lógicamente, él va a elegir otro detalle. No quiere, dice, dejar afuera al Spinoza político: “su compulsión a salir solo, en pleno motín” con un cartel contra el asesinato de los hermanos Witt, exponiéndose al linchamiento.

Cómo leer algo que no había imaginado leer. Con la desaparición de la grilla externa que ordenaba las actividades, el cuerpo empieza a ordenar los horarios. En el edificio cambiaron los ruidos. A veces se intensifican los sabores.

Mi mamá manda mensajes para saber si estoy comiendo. J cierra los suyos pidiendo que me alimente. Es raro que las dos personas que vivieron más tiempo conmigo ignoren mi vínculo con la comida. Le reenvío a J información sobre medicina cubana con plantas: las hojas de eucaliptus frenan el virus. J vive entre eucaliptus. Un monte de eucaliptus que plantaron sus abuelos. El tiempo que tarda en crecer un árbol. En hacerse un bosque.

ya no es sonido lo que se escucha, sino un sujeto. Y cualquiera haya sido su realización fónica, no son sonidos lo que hay que oír, sino sus relaciones”, escribe Meschonnic. Entonces: una precisión sobre la noción de oralidad que define como la máxima subjetivación de un sistema de discurso. No sé si me pasa mucho más con este libro que con otros, o si solamente es que estoy más atenta: el modo de leer de Meschonnic me genera preguntas para pensar al mismo tiempo, juntas, la crítica, las clases en la facultad y la escuela. ¿Será esto parte de estar atenta al continuo?

Les nenes de los últimos años están escribiendo sus diarios de la cuarentena. Empezaron a llegar fotos de las carpetas por mail. Una nena de 5to grado cuenta que habla con sus abuelos a través de la medianera, subida a un banquito para que la escuchen mejor o para sentirse más cerca. El relato me lleva instantáneamente a los cuentos de Fámili, de Ema Wolf. Antes hubiese dicho que era por la escena, hoy creo que es por la oralidad en el sentido en que la define Meschonnic. Releo Fámili y soy feliz. Me engancho como si fuera la primera vez y afuera del libro no hubiese mundo. Si estuviésemos en la escuela, pensaría cómo discutir con les chiques el ritmo en esos relatos. Qué pensarán elles del ritmo.

Meschonnic lo diferencia de la que llama “noción escolar”: un modo de pensar el ritmo basado en la concepción discontinuista del signo, y que lo confunde con la métrica. O con la alternancia de velocidades ligadas a la musicalidad. El problema es la atención sobre la palabra y el olvido del discurso, es no pensar el lenguaje. El problema es ignorar la significancia del ritmo: “Si solo nos quedamos con el nominalismo y el análisis de discurso […] solo tenemos la parte explícita”. El ritmo es una hipótesis de lectura: para entender el sistema Spinoza, Meschonnic se propone “Pensar a Spinoza en su ritmo. Pensar el cuerpo en el ritmo de su pensamiento”. El ritmo es entonces, un afecto. El cuerpo en la lengua es el ritmo como movimiento de las palabras en la escritura.

Si antes ya era difícil escribir sobre algo que no me afectara, ahora sería imposible. Este año mi cumpleaños cayó en cuarentena, pero el pasado pude encontrarme con les amigues y G me regaló el libro de una joven escritora argentina que me fascinó, y que seguramente voy a seguir trabajando. Me hace pensar en el ritmo y en el neoliberalismo. Comienzo por hacer una reseña. Envío el borrador a X a Y, y a Z. X es el primero en responder. Cometí un error: incluí en el mismo mail un mensaje de amor. Se obnubiló su sentido crítico. La reseña le pareció hermosa. Su risa en el audio de respuesta marca algunos de mis ritmos, por unos días. No supe que estaba triste hasta que recordé esa risa. Y y Z, aunque están atentos a cosas diferentes, coinciden: sospechan que la reseña les gusta más que lo que podría llegar a interesarles el libro ¿Será porque viven en la misma ciudad? Conclusión: como reseñista, soy un fracaso total. Cómo se inventa una lectura en la cercanía afectiva. Meschonnic diferencia, mientras corrige a Deleuze, entre una “lectura afectiva” y la lectura del “afecto como escritura del pensamiento”. La primera es la lectura que se deja arrastrar o hamacar en el ritmo de una escritura, la segunda también pero además se pregunta por cómo esos afectos construyen un sistema. La lectura como posibilidad de conocer los afectos, de “descifrar la ignorancia de sí”, dice citando a Moreau.

Afecto del entender. Un modo de la teoría: como una práctica. La teoría se hace, como se hace el cuerpo y el lenguaje. Y hacer teoría para Meschonnic es pensar sobre lo que no se conoce. El énfasis, en todos los órdenes, lo pone en el hacer, no en el producto. Desde Spinoza, el afecto más fuerte es el de saber, el de entender. Lo que hay es una alegría de la teoría.

En Para salir de lo postmoderno, el otro libro que editó Cactus, Meschonnic dice que pensar es inventar un pensamiento. Es “lo que anula la diferencia física entre el viaje a comarcas extrañas y reflexionar sobre el mundo desde la propia casa”. Si antes esta afirmación me habría resultado encantadora, ahora, aún en su sentido metafórico, me parece inverosímil. Descubro que mi cuerpo no sabe pensar si, literalmente, no se desplaza. Que piensa con más agilidad cuando lo toca el aire. Que cuando agarra la calle se expande, que se bifurca si toma el tren o esquiva la baldosa suelta en la vereda de una ciudad cada vez más rota.

Cierro los ojos y me concentro en sentir la tela sobre la piel. Extraño el sol. Aunque haga frío. Ando desnuda por el departamento para ver si logro algo, pero nada se mueve. La “aventura” del pensamiento es “ir adonde uno no ha ido”. El poema del pensamiento es “la escritura en y por la cual un sujeto se inventa y se reinventa sin cesar”, leo en Para salir del posmodernismo.

Ya no se puede salir sin barbijo. Pruebo con un pañuelo violeta al cuello. Las canas crecen y necesito una tintura. Camino de regreso, en un polirrubro abierto veo un cartel: venden barbijos y alcohol en gel. Entro a comprar un barbijo, el pañuelo es incómodo. Atiende un chico que me da charla. Es tanto el entusiasmo de hablar con alguien afuera de las pantallas, que por supuesto, lo sigo. Además, tiene mucha onda y la remera de una banda de rock que me encanta. No hay nadie en la calle, no sabe si va a seguir abriendo. Estoy sin impresora, veo que hacen impresiones y le pregunto. En un momento me dice: vos pasas seguido por acá, yo te tengo vista. Cuando me voy, me anota en un papelito su teléfono: me llamo A, y me lo da. Lo que está interrumpido también se interrumpe. Meschonnic dice que para oír a Spinoza es inevitable entrar en el griterío de la época, que era el clima “del fin de los tiempos”: una peste, un cometa, las guerras y persecuciones religiosas. Contra ese tiempo escribió Spinoza. Su pensamiento es “intempestivo”, por eso no tiene “su tiempo”. Pero inmediatamente lo piensa mejor y aclara: “el tiempo del lenguaje es de todas formas siempre un tiempo con los otros. El con del para, el con del contra”.

 

(Actualización mayo-junio 2020/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646