diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Julieta Novelli
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Diseño

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El gran movimiento del mundo (interior)
Croma, Buenos Aires, Caja Negra, 2018 y Naturaleza moderna, de Derek Jarman, Caja Negra, 2019. Traducciones de Hugo Salas.

Leí Naturaleza moderna en el verano en Mar de Cobo, lo que significa una lectura atravesada por (pero también proyectada hacia) salidas en bicicleta por los largos y siempre solitarios caminos rurales (volví a ver al zorro plateado), visitas al bosque ahí donde el sumiso arroyo dobla y crece (todavía crece) un álamo joven, traducciones (en esta ocasión fueron unos textos del movimiento Arts and Crafts, tan jarmaniano), escribir alguna cosa suelta (esencialmente, sobre la pregnancia y los moyotes) y dibujar y pintar. En este caso, además, la lectura estuvo acompañada por el recuerdo permanente, casi fantasmal, de otro libro de Jarman que yo había leído en el mismo lugar y durante la misma estación pero del año pasado: Croma. Y si bien es cierto que no se puede hacer que el tiempo transcurra más lento, yo conozco al menos dos maneras de propiciar ese efecto, esa sensación: estar dentro de un auto que da tumbos y repetir un ritual.

Tanto en Croma como en Naturaleza moderna Jarman sabe que está muriendo, aunque se trata de instancias bien diferentes. Jarman supo que tenía VIH en 1986. Naturaleza moderna es un diario de los años 1989 y 1990, un diario de reclusión, en cierta forma, aunque de espacio abierto, y de jardinería, puntualmente. Croma también es un diario de reclusión pero es un diario de cama de hospital antes que nada, de espacio (en)cerrado escrito en 1993, apenas un año antes de morir.

Siempre me acuerdo en casos como estos de la categoría de “libro único” que utiliza Roberto Calasso (y que tomó de su amigo y enorme lector Roberto Bazlen): en el libro único al autor le pasó algo, y ese algo tomó la forma del texto. Tomar la forma no es sólo materializarse sino además asaltar la fábula en la instancia de escritura, deformarla con la escritura. Por eso la experiencia de lectura del libro único es totalizadora: va de la vida al texto y de la forma y la escritura al dispositivo libro.

El jardinero cava en otro tiempo, dice Jarman, sin pasado ni futuro, principio ni fin. Y así como la rana de Jôsô flota porque flota, el jardinero vive porque quiere vivir.

 

Croma

Jarman hizo su última película, Blue, en 1993: estaba ya prácticamente ciego y sólo veía confusas sombras azules. En la película Jarman y algunos amigos narran episodios de su vida sobre un fondo azul, estrictamente hablando: IKG (International Klein Blue), un color mezclado por primera vez por el francés Yves Klein. Un poco antes, durante y después de este trabajo Jarman escribió también Croma. El diario no es, claro, un tratado técnico sobre los colores, y Jarman pasea y se ocupa también de los procesos de manufacturación de los pigmentos, de referencias literarias y de la cultura popular, de cuadros e ideas de la historia del arte, etc. La prosa de Jarman es brillante, y cuando cuenta cuenta como desde atrás de un viejo azogue.

El diario es también una despedida del mundo de los colores, del mundo de las formas a través de los colores, y de la lectura, del paisaje (especialmente de las tierras bajas y el cabo de Dungeness), del trabajo manual en el jardín, de los amigos y de la amistad como experiencia terrenal vital, imprescindible; de la vida tal como la vivió, sin sacar cuentas. El diario es, por fin, un acercamiento mortal y conmovedor al país de los recuerdos, un país que a medida que la escritura avanza se vuelve angosto y neblinoso, tortuoso pero también gracioso, aleccionador y, por qué no, redentor en cierta forma.

Croma es un reconocimiento a ese mecanismo primordial y jarmaniano según el cual la belleza engendra belleza, y una elegía por la gracia de haber vivido.

 

Naturaleza moderna

Cuando le confirmaron a Jarman que tenía VIH decidió abandonar la vida en la ciudad (Londres) y mudarse a un lugar apartado donde pudiera retomar una vieja pasión de infancia: cultivar un jardín. Le compró entonces su cabaña venida abajo a un pescador del cabo de Dungeness, en el sur de Inglaterra. Todo el mundo creyó que Jarman estaba loco además de enfermo; nada como no fueran unos pocos arbustos insulsos podría crecer en la fría y salobre gravilla de esas tierras pantanosas. ¿Quién podría molestarse? ¿Y para qué? Muy cerca había, para peor, una monstruosa planta nuclear, y también unas enormes orejas de concreto de los tiempos de la guerra enclavadas en la costa.

Jarman inició así varias aventuras, en el sentido más vetusto de la palabra. Refaccionó la cabaña (de 4 habitaciones; el dormitorio tiene casi exactamente las dimensiones de la cabaña de Thoreau en Walden), la impermeabilizó con alquitrán aplicado a mano (le que además le dio una personalidad única y propia), pintó los marcos de puertas y ventanas de un llamativo amarillo y grabó en una de las paredes exteriores unos versos del poeta metafísico John Donne. La bautizó “Prospect Cottage”. Diseñó, planificó y comenzó los trabajos de jardinería removiendo la dura tierra y abonando (hacía unos agujeros en el suelo y echaba en el fondo estiércol fresco que compraba en una granja cercana), plantando (trinitaria, celidonia, galanto, bardana: ¿no suenan, acaso, los nombres de las plantas a buenos nombres de fuentes tipográficas?), decorando, poniéndole su impronta al paisaje y tomando de él algo para sí. Le gustaba recoger las porquerías que el mar arrojaba en la costa e integrarlas a la casa y el jardín (la lengua inglesa tiene 4 palabras para los diferentes tipos de material que aparece en la costa: flotsam, jetsam, lagan y derelict). Todo lo que Jarman cuenta que hace adentro (escribir, dibujar, leer, pintar, cocinar, decorar) y afuera (jardinería, vagabundeo, vida social comunitaria) puede leerse como un (otro) fuerte gesto de conexión solitaria, como un intento hermosamente desesperado por tender unos lazos nuevos con una parte minúscula del enorme mundo de las cosas y las personas. Se trata, como él mismo dice, de restituir la forma de las cosas antes del ataque de celos de algún dios.

Jarman se restituye, en definitiva, una pequeña comunidad, y le da forma, y la contiene y la alimenta, y teje cada una de las fragilísimas conexiones como una laboriosa araña.

Naturaleza moderna también es un apasionado diálogo con la bibliografía del jardín y los jardineros, desde Plinio hasta Gerard y Lawson. Respecto al cine, una noche Jarman escribe: No puedo ver nada que no esté basado en la vida de su autor. La actuación, el trabajo de cámara, toda la parafernalia del cine me trae poco placer si falta el elemento de la autobiografía.

Una mitología personal se retorna en mi escritura, dice después. Y quiero hacer cine, no películas.

¿La creación, este tipo de creación, siempre se relaciona con el escape? En cualquier caso, se trate de un cuarto propio, una cabaña levantada con las propias manos o una pequeña casa remodelada para escribir y cultivar un jardín, la experiencia arroja más o menos el mismo resultado: construir a la propia medida, porque, como le dice Jarman al sol en el poema que grabó en una de las paredes:

 

Brilla aquí para nosotros, que en todo estás,

este lecho es tu centro, y tu órbita estas paredes.

 

Dos menciones finales muy especiales

Las pacientes y cuidadas traducciones de Hugo Salas (y de paso gracias también por los glosarios), y el diseño de los libros que hizo Caja Negra: la tapa de Naturaleza moderna es bellísima, y Croma pertenece, sin ninguna duda, al pequeño grupo de los muy pocos libros industriales que pueden llamarse, con toda justicia, libros-objeto.

 

(Actualización mayo-junio 2020/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646