diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Editora

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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Ulises Cremonte
/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
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Julieta Novelli
/  María Eugenia López

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/  Carolina Zúñiga Curaz

Juan Bautista Ritvo
/  Marcos Zangrandi

Rodrigo Álvarez

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Diseño

Sebastián Bianchi

El bebedor equilibrista y otras historias
Fabricación de juguetes de madera, de Aldo Musarra, Buenos Aires, Editorial Hobby, 1978.

Enmarcado en el campo de ofertas destinadas al hacer hogareño, como una rama lúdica y proactiva de las artes y oficios, y de algún modo respondiendo al tópico del “hágalo usted mismo”, este clásico de Aldo Musarra que enseña cómo construir juguetes de madera nos introduce en el amable mundo del juguete artesanal, sus técnicas y secretos, mediante un atractivo lenguaje denotativo aunque ocasionalmente adornado con símiles y giros léxicos de época. Con un claro sentido didáctico, el libro organiza la progresión de lo más simple a lo más complejo, empezando por los austeros esquemas de madera sólida y perfiles en terciada, para ir de a poco ganando complejidad constructiva cada “chiche” porta su propia hipótesis evolutiva y se asume en tanto modelo cognitivo en 3D hasta finalmente llegar a las vedettes del artilugio cinético, los juguetes animados mediante mecanismos propulsores de baja complejidad. En este sentido, apunta Musarra, los juguetes mecánicos apuestan por cierta vocación epistemológica, ya que “accionados mediante cuerdas, resortes, electricidad o vapor”, despiertan en niños y niñas la compulsión por la promesa interior, allí donde llevados por una mano inquisitiva, los objetos “suelen ser reducidos a pedazos para ver qué es lo hay dentro.”

Nota aparte merecen las ilustraciones que acompañan al texto explicativo. Como ocurre con casi toda la serie de libros didácticos de este autor, los planos y dibujos se deben al plumín de Franchot, prestigioso artista gráfico e historietista que durante la década del 30 tuvo a su cargo la tira “Don Simón y su hobby”, y luego entre el 45 y 47, fue el ilustrador de “Serapio el serviceman” para la revista del Radioarmador. Aprovechando el impulso narrativo que semejantes personajes le imprimen a la reseña, iniciaremos la saga de los juguetes cinéticos con “Los cazadores de mariposas”. El dispositivo, de perfiles calados sobre madera terciada y atractivos colores, representa a dos duendes con aspecto de viejos que dejan caer alternativamente su brazo articulado sobre una mariposa posada en un hongo. Aquí el motor del juguete depende del movimiento hacia un lado o hacia el otro de dos listones asegurados con remaches al brazo articulado de los personajes. Cuando se activa el listón, el brazo cae con su red correspondiente sobre la mariposa. Luego le tocará el turno al otro duende y así. Esta diégesis binaria, escueta pero efectiva que nos propone el juguete, reparte el botín de la caza de manera pareja y equitativa entre ambos participantes; el sujeto sacrificial, por su parte, se mantiene incólume, posada siempre igual sobre el hongo a lunares, desprovista de cualquier estrategia de escape. ¿Podremos nosotros, los usuarios del juguete, añadir un listón a la pobre mariposa para que también ella emprenda el vuelo cada tanto, e imprimir tensión narrativa a esta pequeña tragedia recursiva y circular?

Más atrevida, casi satírica, la propuesta de “Un bebedor equilibrista” pareciera hacerle un guiño cómplice al adulto, como esas películas de dibujos animados plagadas de intertextos, con remisiones incluso a la tragedia griega o a Shakespeare, pero que divierten por igual a grandes y chicos. Como su nombre lo indica, se trata de un bebedor con bombín y bastón que, empinando una botella, trata de hacer equilibrio sobre un caballo encabritado. La cinemática que posibilitan las oscilaciones dubitativas y el vaivén del alegre bebedor se deben a la propulsión de un cigüeñal que, por impulso de las ruedas a las que va agarrado, anima el conjunto formado por jinete y montura. Musarra, contenido como siempre, aquí se deja ganar por cierto pathos triunfalista y asevera: “el sistema de cigüeñal es el que da más vida a los juguetes de madera”; y redondea el concepto: “podremos aplicar a una infinidad de artículos el mismo principio.”

Encontramos también, entre otras propuestas, la clásica calesita, una jaula rodante con cascabeles, los “personajes cómicos a recortar”, el giroscopio, “El baterista de jazz”, un “Barquito que navega”, “El negro bailarín”, el “Payaso trapecista” y el tradicional trompo zumbador movido por ejes helicoidales. A cada uno de estos dispositivos lo animarán diferentes sistemas cinéticos y obtendrán el movimiento ya por tracción de hilos, ya por torsión de elásticos, por fricción, por listones, por contrapesos. Para casos puntuales, algo más sofisticados, se podrá recurrir a mecanismos a cuerda espiral (de relojería), a juegos que aprovechan las propiedades del imán o al combinado de tracción y resorte, “cuyo mejor ejemplo tenemos en el clásico monito trepador.” Justo es reconocer que después de haber recibido tantos buenos consejos podemos también nosotros poner a prueba el ingenio y arriesgar unos modelos personales.

Lo que sigue, entonces, será un intento por adaptar, versionar –verdadero remixado– al que nos alientan las palabras del propio Musarra, quien, haciendo suyo el tópico licentia poetarum que Curtius señala como característico de los manierismos formales y aggiornándolo a la fabricación del juguete, le propone al lector: “el ejecutor del trabajo adoptará caso por caso y de acuerdo con su fantasía, cualquier idea que pueda resultar novedosa”; unos párrafos más adelante redobla la apuesta: “fácil será adaptar, fijándole al extremo libre de la varilla, cualquier agregado cuya rotación pueda dar mayor atracción al juguete.” Así pues, sirviéndonos de la cinemática que nos provee el movimiento por fricción, diseñaremos un sencillo juguete textual, para el que vamos a necesitar:

a) 1 tablita de madera de 1 cm. de espesor

b) 4 ruedas macizas

c) 1 disco de madera delgada, atravesado en su centro por una varilla cilíndrica

d) 1 tachuela, 1 resorte cónico y 4 clavitos

e) varias tiras de piolín de 20 cm.

f) cartones para las letras de la palabra elegida como “tema”

A continuación, armaremos la base del juguete, en este caso, el carrito movido por la fricción que una de las ruedas traseras imprime al disco giratorio. Como bien señala Musarra, “al dar vuelta las ruedas se transmitirá el movimiento de la trasera al disco por efecto del contacto […]; se obtendrá una transformación del movimiento vertical en horizontal; por consiguiente, el disco girará tan pronto como se arrastre el carrito.” Así, el impulso cinético del disco se trasladará a la varilla, en cuyo extremo superior van anudados las tiras de piolín, una para cada letra. Colgando del extremo opuesto, a pocos centímetros de la base del carro, flamean las letras de la palabra que elegimos como “tema” del juguete textual. Lo que sigue ya lo andará vislumbrando el/la hipotético/a lector/a… Todo el conjunto, por efecto de la energía cinética que se contagia entre las partes a semejanza del impulso del lenguaje en la línea de montaje sintáctico se pondrá en movimiento rotatorio, desplegando las letras por el aire y haciendo que nuestra palabra cobre vida propia llevada por el viento, cerca y lejos a la vez, un poco del poeta, un poco del operador del juguete.

Los capítulos finales los dedica el autor a la decoración y acabado de las piezas. Si bien hace hincapié en el concurso de “colores siempre vivaces y contrastantes” y desalienta “los tonos pardos, rojizos y grises”, para nuestro carrito giraletras preferimos una decoración contenida, en lo posible en grises, blancos y negros, ya que darán al juguete cierto aire de imprenta, destacando el perfil tipográfico de las letras en un remedo de las económicas impresiones en blanco y negro. Para “poner el moño” a nuestro artículo, nada más adecuado que sacarlo de paseo un domingo a la tarde, tirando del piolín de arrastre. Una vez que el carrito cobre impulso, veremos cómo liberadas de su peso las letras y toda la palabra elegida –por ejemplo: “V - U - E - L - O”– se despliegan en círculos ondulantes por la vereda para regocijo nuestro y de los transeúntes, quienes truecan sus roles sociales en lectores de soslayo o por el rabillo del ojo; en definitiva, en aquello que Agamben un tanto democráticamente llamaba los co-jugadores del juguete textual. Para que no nos ocurra lo que con bastante mala fe asevera Sten Hegeler en Cómo elegir los juguetes –“Una y otra vez sus hijos le darán la sorpresa de usar sus juguetes textuales de una manera que a los anquilosados adultos jamás se nos ocurriría”– preferimos seguir tras los pasos de Roberto Neri y hacer carne en nosotros su pregón, tal como expresa en este fragmento de Juego y juguetes: “con el examen del faire semblant, de las ficciones lúdicas, del símbolo y de las estructuras ilusorias…”

 

(Actualización mayo-junio 2020/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646