diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Nadie viene
vivo cerca
de lo que necesito.
María Canale
Como hace algunos años, trabajo con 4to y el programa tiene un eje que pasa por lo épico y la tragedia, intento relacionar algunos mitos a ciertas situaciones que nos sean próximas, que lleguen a nuestro presente. Es por eso que al comienzo del año, luego de leer unos mitos y leyendas, hacernos una serie de preguntas, llevo la conversación para el lado del 2 de abril y lo que fue la inundación que tanto daño le hizo a la ciudad de La plata. La catástrofe golpeó mucho a las poblaciones en donde generalmente estoy, dejando familias sin vivienda, generando pérdida total de puestos de trabajo y traumas tales como ver niñxs ahogados, animales muertos flotando, barrios arrasados, etcétera. Como un mapa de los acontecimientos, las historias que se narran año tras año llegan a mí junto al tejido de voces; entrevistas, recorridos barriales, imágenes de aquel día, noticias periodísticas, todo un material que muta con el tiempo. Este año, si bien me presenté con la guriseada y les comenté mi primer plan, no pudimos reencontrarnos porque la cuarentena no nos lo permitió.
En el libro Las personas y las cosas, Roberto Espósito se pregunta: “¿cuál es la relación entre las personas y las cosas? Y ¿de qué modo el cuerpo transforma esta relación?”. No es mi intención detallar las ideas de este libro (aunque recomiendo su lectura), sino tomar algunos conceptos al boleo con el fin de introducirnos en la lectura de Hiper y de La piedra que surca en la luna.
Como es importante para mí que las ideas no se estanquen, busco textos que traten esta temática de catástrofe con el fin de aumentar las voces y letras de lo que marca un antes y un después en la vida de quienes transitan tamaña circunstancia. El cuento La inundación de Martínez Estrada, la novela de López Brusa El lecho, textos que en otro momento también hemos leído en clases.
Este año conseguí dos nuevos:
Hiper, de Alejandro de Angelis, joven autor platense y La piedra que suena en la luna, de Guillermo De Pósfay, libro que puede encontrarse en las FLIA (Feria del Libro Independiente y Autogestionado) que se llevan a cabo desde hace más de quince años en distintas ciudades del país.
Hiper cuenta la historia de El bola, Sañá, El carnicero, y la voz narradora que describe cómo es ese viaje del barrio totalmente inundado a un lugar seco y grande, el hiper que está allá…
Peripecias, organización, dudas y esperanza; sensaciones que se entremezclan con la particularidad de cada personaje y con las decisiones que hay que tomar cuando el agua sube y no queda más que subirse a lo primero que sirva de bote y nos traslade… Sapos, centinelas, barricadas, lo que aparentemente era normal se trastoca para que las relaciones entre vecinos, familiares, referentes barriales, también muten. Veremos qué es lo que pasa más allá de esa línea.
Una novela breve sin principio ni fin, un entramado de voces y circunstancias que nos trasladan, como se puede, a flote. Los capítulos como episodios y la voz en primera persona hacen que nos metamos en el paisaje junto a los demás tripulantes del bote, y así compartir esta experiencia acuosa.
La novela de De Pósfay también es breve. Situada en la ciudad de Buenos Aires, el narrador nos cuenta el comienzo de una catástrofe. Las represas de Itaipú y Yacyretá cedieron ante el empuje del agua. Cien mil millones de litros a doscientos kilómetros por hora, arrasando todo lo que hay a su paso, devastando pueblos, campos y ciudades hasta llegar a donde nuestro narrador se encuentra.
Un yacaré amarrado al obelisco, algunas personas en los techos, balsas por doquier, cuerpos flotando, voces que dicen que se comieron un elefante del zoológico, que no existe Puerto Madero, que la Casa Rosada no se ve, aglomeración de personas en los estadios de fútbol.
Un mundo en donde se desea una sola cosa: sobrevivir.
Me encantó esta novela no solo por los recursos y la imaginación con la que se componen los paisajes, sino también por ese vértigo narrativo que te lleva a no quitarle los ojos de encima… Se va transformando todo con el avance del bote, con las peripecias en las terrazas, con la ida al hospital, no nos podemos detener a comprender qué sucede, hay que avanzar, seguir hasta donde estemos seguros… como decía la Queca en esa novela de Onetti: “¡Mundo loco!”.
Espósito en su libro escribe algo en relación a lo que fue el atentado a las Torres Gemelas: “Este trágico evento fue precisamente lo Real proyectado más allá de sí mismo. Reproducida infinitas veces sobre pantallas de los televisores, la escena puede ser considerada como el desierto de lo real y al mismo tiempo, como una producción televisiva. […] cuando lo virtual se refleja en lo real, lo real parece devenir él mismo virtual. Probablemente sea nuestra incapacidad para resistir el encuentro directo con la Cosa, lo que la transforma en una pesadilla, una horrible combinación de sueño y realidad. Lo que se define como el retorno de lo real esconde en su interior ese torbellino aniquilador. La cosa es sustraída en el mismo movimiento que la aproxima a nosotros”. Mucho más adelante, dice que “las cosas nos afectan al menos tanto como nosotros las afectamos a ellas”.
Los paisajes que mutan con la llegada del agua hacen que los personajes de ambas novelas se pregunten sobre situaciones nunca antes vividas y esto es lo que hace tan vital los relatos. Nuevos paisajes requieren nuevas interpretaciones, nuevas relaciones, no solo entre las personas sino también entre las personas y lo que las rodean, es por eso que cuando un cartel se transforma en balsa, o los cables de tv hacen de tirolesa, no hay explicaciones previas sino acción, movimiento continuo, como el agua que no se aquieta.
“Dos hombres de los que participaron del rescate se piden disculpas por algo, se perdonan, se abrazan. Evidentemente estaban enemistados y se acaban de dar cuenta que no tiene sentido seguir así. Una vecina acerca ropa para que nos cambiemos. Es ropa de mujer, pero eso qué importa, está seca y es suficiente. Me llevo una pollera de algodón gruesa y una campera rosa para el viejo y vuelvo a su terraza. El viejo se refugió de la lluvia bajo el tanque de agua”, leemos en la novela.
Por último Lisiana, de Carlos Ríos.
Se trata de la vida de Montalbetti, poeta, tallerista y trabajador en un ministerio, quien está culminando “El resplandor”, su obra maestra, y coordinaa un taller de poesía en un bar, al que asisten dos chicos y una chica, Lisiana.
Reflexiones del ambiente, comparaciones con Aguinis, lecturas de Di Marco, las voces de quienes deciden, las voces de quienes pronuncian, lxs nuevxs, lxs viejxs, el tiempo del reconocimiento, la vida como poema, la gloria, todo se entremezcla entre capítulo y capítulo para hacernos reflexionar sobre la vida de un hombre dedicada a la literatura.
Me acuerdo que una vez alguien en un taller me dijo algo así: “Yo no quiero el reconocimiento, yo quiero la gloria. Y la gloria es que alguien me lea dentro de 60 años y diga fuaaa, esto me partió la cabeza”. Ya sea por la idea de pensarse post mortem o por desear algo que dependería de la acción de lxs demás, este tipo de añoranzas me parecen un poco pesadas. Montalbetti también piensa en la gloria, el deseo que se aproxime a aquello que se merece pero que aún no le fue dado. Por eso es un poeta de la espera… ya sea que espere su próximo libro o una entrevista, algún recital de poesía, algún premio, la invitación a un festival u otra cosa, él siempre espera algo de la poesía.
Novela que se mueve entre lo risueño y la esperanza, donde Montalbeti cuestiona sus ideas y su forma de vida a partir de las intervenciones que Lisiana lleva adelante y los comentarios que ella le hace. Novela que se mezcla entre un pasado (antes de conocer a Lisiana) y un presente (después de conocer a Lisiana), proponiendo un continuo con el pensamiento y los deseos más que con los hechos.
En fin, me encantó el libro de Carlos, al que aprovecho para mandarle un saludo, sobre todo porque pide que quien lea esté despiertx, atentx. No por su complejidad, no para estar de acuerdo con sus reflexiones sino por los guiños, los chistes, la ironía. Me hizo acordar mucho a La vida nueva de César Aira y a algunas novelas de Katchadjian...
–Tengo un poema –dijo Lisiana.
–Hola. ¿Escrito, pensado?
–Acá, lo tengo acá desde el otro día.
Lisiana se apretó el vestido a la altura del ombligo.
Él sonrió.
–No hay poema que pueda arrancar de un malestar estomacal. Ya te lo dije.
–¿Te parece?
(Actualización mayo-junio 2020/ BazarAmericano)