diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

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El tiempo de las palabras

Ramitas. Poesía reunida (1992–2018), de Carlos Battilana, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Caleta Olivia, 2018

Tiempo. Silencio. Termino de leer la poesía reunida de Carlos Batillana con la sensación de haber respirado a otro ritmo a medida que pasaban las imágenes y las páginas. Es que la lectura –además de abrir un mundo de jardines, preguntas, vientos, playas, piedras, oraciones, infancia y ancestros– trajo silencio.

Ramitas de Carlos Batillana reúne nueve de sus libros (1) editados desde 1992 hasta el año 2018, acompañados de un prólogo escrito por Santiago Llach y un breve comentario –“Sobre Ramitas”– escrito por Diana Bellesi. Al hacer una lectura corrida de poco más de veinticinco años de escritura, con sus mutaciones y persistencias, mi sensación es la de estar frente a una voz íntima y, como señala Bellesi en las notas que dan cierre al libro, seca pero tierna. Porque más allá de la cautela con que esta voz nombra o intenta nombrar el mundo, se cuela y crece una ternura desmedida en la manera con que esta voz mira alrededor dejándose atravesar por la emoción: “Emilia, la niña más chica,/ es/ un humo dulce/ –los afluentes/ de una droga profunda–/ que trajo/ la alegría/ a todas las horas del hogar./ Juega, aún, en su habitación:/ cuando lo hace/ quiebra todas las cosas herméticas del mundo,/ nuestra voz más áspera,/ la más dura”.

La cautela de la voz se debe, entre otras cosas, a la búsqueda (imposible) de precisión en las palabras, leo en uno de los poemas: “sitiar la precisa palabra/ que incorpore/ lo perdurable…”; en otro: “´Yo´, ´hijo´/ ¿dónde se halla/ lo específico/ de estas palabras?”; o: “La poesía/ no es/ epifanía/ ni un recuento/ de revelaciones. Eso/ es falso. Calibrar/ con precisión/ aquello/ que como un gusano/ roe/ lo más preciado/ del dolor…”. Una zona de su poética, entonces, pone en primer plano la inquietud sobre el lenguaje y su insuficiencia pero también habilita la posibilidad de pensar en otros lenguajes que están en la naturaleza como el lenguaje de los ancestros en el jardín o el discurso del viento que atraviesa el fondo de la casa o las playas del Sur.

La pregunta por el lenguaje se vincula directamente con otra cuya potencia es aún mayor: la pregunta por el tiempo que aparece tanto como tema de sus poemas como, y sobre todo, en la manera de nombrar de esta voz, dijimos, con cautela, con atención minuciosa, como si se tratara de una oración o un ritual: “como un cristo bueno, tan delicado en su ritual, mis palabras tardan en ser verdaderas”. Un ritual atento a la perduración de las palabras, que aparecen y arrastran como ecos lo que fue y lo que vendrá: las palabras, en Ramitas, son tiempo acumulado.

¿En qué tiempo se ubica esa voz? En el poema “Búfalos” aparece la imagen de la orilla como posibilidad de pensar el “presente pleno”, inestable e incierto, dice: “La línea de la playa fagocita todos nuestros días, los pasados y los que están por venir”. Como con el agua y con el viento, no se sabe qué va y qué viene, qué es lo viejo y qué es lo nuevo, qué el pasado y qué el futuro. Porque en los poemas de Battilana, los días se “acumulan”, el “yo” se extiende en el tiempo, la memoria habla durante los sueños, los “antiguos mecanismos” aparecen en los hábitos y las costumbres cotidianas como amar a un hijo o construir un pesebre, las horas pasadas “no terminan de suceder”, los días se acumulan, el viento trae las voces de los Ancestros, los restos de la infancia persisten, las viejas y las nuevas palabras se mezclan, el cuerpo y los lugares hacen brotar las heridas de un pasado que se percibe “indestructible” y besar profundamente a un ser querido engendra una despedida futura. “El aire/ transparente/ atraviesa/ el jardín. Vivimos/ acosados/ por narraciones y palabras./ A veces/ los sobresaltos del pasado/ se disuelven/ apenas miramos/ lo dichoso: el pasto,/ el árbol que busca/ crecer, el jazmín./ El jardín,/ levemente nevado,/ está allí/ rompe/ cosas antiguas/ desintegra los viejos relatos,/ lo que se hunde/ como si fuera/ un pozo/ profundísimo/ o una piedra/ la piedra, sobre todo,/ del pavor”.

El tiempo, entonces, atraviesa y es todo: las palabras, el jardín, el mar, las plantas, el cuerpo –“estoy aquí, como una madera/ estriada, deshaciéndose”–, la escritura y la lectura. Porque este tiempo extendido, que parece abarcar todos los tiempos, los recuerdos y los presagios, invita también a una posibilidad de lectura que no es la progresiva, y permite escuchar diálogos íntimos entre los versos del ´92 y del 2018 sin ningún esfuerzo. El poema “Dioses” del libro Materia (2010) comienza: “Cenamos. Mi padre, mi madre/ arman con palos y ramitas/ un jardín secreto”; mientras que el poema “Ramitas” del libro Una mañana boreal (2018) comienza: “El pesebre/ se logró/ con las ramitas/ que recogimos/ en el jardín.” Tomo estos dos poemas ya que, además de mostrar los ecos de ese jardín y la potencia de los ritos familiares junto con la idea de un tiempo que va y viene como el agua, me permite pensar –tal como se ve en la elección del título de la poesía reunida– la poética de Battilana. Carlos, como aquel que arma un fuego y disfruta del ritual de colocar cada ramita, cada palabra, enciende como una ofrenda su plegaria: “…y estoy aquí/ –aquí–/ con los restos de la infancia,/ trabajado por los días,/ haciendo de este fuego/ la única base/ del porvenir”.

 

(1) Unos días (Libros del Sicomoro, 1992), El fin del verano (Siesta, 1999), La demora (Siesta, 2003), El lado ciego (Siesta, 2005), Materia (Vox, 2010), Narración (Vox, 2013), Velocidad crucero (Conejos, 2014), Un western del frío (Viajero Insomne, 2015), Una mañana boreal (Club Hem, 2018).

 

(Actualización marzo-abril 2020/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646