diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En su libro Radical Artifice. Writing Poetry in the Age of Media, Marjorie Perloff piensa las transformaciones que la fotografía y la publicidad generaron en la poesía del modernismo norteamericano: ¿de dónde obtienen sus imágenes los poetas? ¿De la naturaleza o de imágenes previamente manipuladas por los medios? ¿William Carlos Williams vio la famosa carretilla roja en vivo y en directo o vio una foto de la carretilla entre las páginas publicitarias de alguna revista de la época? ¿Qué puede captar visualmente el ojo del poema en la ceguera de la fotografía? ¿Qué puede narrar la literatura ahí donde el cine trastabilla? Estos interrogantes podrían exportarse para pensar cómo los franceses resolvieron, más o menos en el mismo período, problemas semejantes en torno a la relación entre la mirada y el lenguaje.
En efecto, William Carlos Williams, Ezra Pound y sus discípulos Louis Zukofsky, Carl Rakosi y Charles Reznikof son contemporáneos, en mayor o menor medida, de la obra de Francis Ponge. De parte de las cosas podría ser el nombre de un libro de cualquiera de ellos. Sin embargo, las resoluciones que encontramos acá y allá son absolutamente distintas. Podríamos adjudicar las diferencias a una sola, muy simple: la diferencia entre verso y prosa. Mientras los norteamericanos buscaron en el verso libre de arte menor una forma de generar un ritmo singularmente poético asociado a una temporalidad que trabaja por cuentagotas y a contrarreloj, ralentizando la formación de una imagen a la vez que ponderando el lugar del lenguaje en estos procesos, en la punta diametralmente opuesta Francis Ponge parece militar una idea de los objetos a partir del desarrollo especulativo de un estilo de prosa particular. Ponge buscaba “purificar el lenguaje de la baba antropomórfica” –así lo escribe Silvio Mattoni en el prólogo a la edición de El cuenco de plata. Esta bien podría ser una batalla generacional común a ambos polos. El objetivismo norteamericano, sin embargo, buscaba la inteligencia de los objetos: “No ideas, but in things”, “No hay ideas, salvo en las cosas” o “Ideas sí, pero en las cosas”, como traduce Sergio Raimondi. En una especie de declaración de principios incluida en otro libro –también traducido por Mattoni–, Ponge es contundente al respecto: “Sin duda que no soy muy inteligente: en todo caso, las ideas no son mi fuerte. Siempre he sido decepcionado por ellas”. Habría entonces una misma inclinación, predilección y fascinación por las cosas: pero donde el objetivismo busca ideas, diría que Ponge aboga más bien por el desconcierto del mundo.
Una operatoria clásica podría definir su modo de abordaje: el extrañamiento shklovskiano. Por momentos, la mirada de Ponge es extraterrestre: mira las cosas como si –después de percibirlas por mucho tiempo– finalmente las viera por primera vez. Donde el objetivismo entabla cierta proximidad familiar con el objeto, Ponge encuentra una rareza maravillosa, más parecida a la mirada del niño que, en el acto de ver, reinventa los objetos por medio de fábulas. Algo de eso hay: “Escribir es más que conocer: escribir es rehacer” leemos en una de sus prosas. Quizás, por eso, en estos textos las cosas son más parecidas a hipervínculos, a constelaciones, que a las formas relativamente estáticas del poema fotográfico. Y es ahí donde el lenguaje ejerce su rehacer en relación a los objetos: en la invención de sistemas de relaciones diferenciales. Así, por ejemplo, “cada pedazo de carne es un especie de fábrica, molinos y prensas de sangre”. El esfuerzo compositivo está concentrado acá: no tanto en “El pedazo de carne” –es el título del poema– como en su fabulosa escalada metafórica. Importa elaborar, entonces, la imagen de una fábrica: “tuberías, altos hornos, tanques lindan con los martillos pilones, los cojinetes de grasa”. Primero, hacer un salto comparativo; luego, suprimir el punto de partida y concentrar la fuerza expresiva en la segunda imagen, como si las cosas fueran siempre objetos duplicados, espejismos de la lengua.
Predominan, de este modo, metáforas de metáforas, o metáforas de segundo grado o metametáforas. Así, la mariposa es un “Minúsculo velero de los aires maltratado por el viento como pétalo”. Ahí es donde se pierde toda referencialidad: en el lugar donde la primera comparación se desplaza, de pronto, hacia una segunda imagen; porque esto implica la posibilidad sugerida de una tercera, de una cuarta, de un algoritmo basado en una X que siempre podemos adosar al sistema de imágenes primarias. El segundo grado de la metáfora es, en definitiva, la famosa “modificación de las cosas por la palabra”, en el sentido en que ahí se adensa como materialidad y rompe su lazo con el referente para generar un lazo consigo misma.
Decía que Ponge parece buscar más bien el desconcierto de las cosas o ante las cosas. Creo que esta voluntad es declarada: “Que no podamos creer con certeza en ninguna existencia, en ninguna realidad, sino tan solo en algunos profundos movimientos del aire al paso de los sonidos, en alguna asombrosa decoración del papel o del mármol por el trazo del estilo”. No es casual, en este sentido, que Ponge se refiera a sus textos como “ejercicios de reeducación verbal”.
Por otra parte, varios de los objetos que le importan a Ponge se comen: hay una confluencia ahí, entre las cosas, la palabra y la acción de la boca, sobre todo en lo que un cuerpo hace cuando come: transformar materias, producir desplazamientos de energía. Se entiende, luego, que no haya definiciones, sino reminiscencias y asociaciones fantásticas, preguntas y especulaciones maravillosas: “¿Es perceptible la cólera de los caracoles?”.
Fabio Morábito, con Caja de herramientas, y Mario Ortiz, con Crítica de la imaginación pura, realizaron incursiones en la línea compositiva de Ponge, por poner dos ejemplos cercanos. La edición bilingüe de De parte de las cosas aporta al encuadre de poéticas como estas, cuyos autores han leído a Ponge seguramente en su idioma original. ¿Qué más podemos pedir? Que mejor cierre Ponge: “no hay que decir más: cuando se habla se descubren los dientes. Ven conmigo: prefiero besarte en la boca, amor de lector”
(Actualización marzo-abril 2020/ BazarAmericano)