diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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Cierta dosis de lo narrable

Huevo o cigota, de Esteban López Brusa, Buenos Aires, Ediciones Simurg, Buenos Aires, 2009.

En la presentación de Huevo o cigota, Esteban López Brusa contó una breve historia acerca del momento de creación de la obra que hace perfectamente sistema con cualquiera y todas las historias que la novela cuenta: corrían los años 90, la gente viajaba al extranjero de manera casi obligatoria, y él esperaba en el aeropuerto de Ezeiza el vuelo que lo llevaría de vacaciones a España, cuando decidió abandonar el lugar y regresar a La Plata a escribir el relato de aquel, su presente inmediato, el que vivía como integrante del staff de la programación de Radio Universidad. El desarraigo material del héroe creador protagonista de esa escena (¿Fue García Márquez también quien contó que dio media vuelta del viaje de sus vacaciones para seguir escribiendo Cien años de soledad?) es la primera gran historia de una novela que se arma como un collage de momentos que se entrelazan, o no, como una reunión de personajes que se conocen, o no, como un recorte de voces que se asimilan, o tampoco.

Seiscientas treinta páginas del más puro discurrir narrativo. Son unas cuantas. Podría decir que no es moco de pavo, buscando emular las formas que adopta el narrador en esta novela que pretende encontrar, según ha manifestado López Brusa, el tono para plasmar “esa medianía en la percepción de la realidad”. Intercala entonces palabras “de diccionario” (en la búsqueda burguesa del “hablar bonito”, o el “hablar difícil” o el mucho más sectario y fundamentalista “hablar bien”), con eufemismos rápidamente identificables en el habla común de un platense tipo, con el agregado –sin mediar aclaraciones, ni preámbulos- de palabras de tono soez, vulgar, callejero. Así cabe la aparición de expresiones como: “si se iban a meter con Raíces, cave canem: cuidado con el perro”; “el resto de las especies recibían todo el año un coloso de verde variopinto”; “como cuando hay que hacerse sí o sí el pelotudo”, “un edificio art nouveau que reciclado quedó bárbaro”, “Loado sea el zarpado de Armstrong” o “se cazaría unos emboles germánicos”. Composición que tiene la sutileza de las bajas calorías: huye del efecto bomba del contraste y las señaladas junto a otras formas se integran de un modo envolvente para ser digeridas en un tono que se sostiene sin sobresaltos a lo largo de la narración nuclear, amenizada además por los cambios de modelos de género que implican, claro, cambios en el registro. A decir de un lector avezado, el narrador podría ser un abogado culto y prolijo que, por apartarse de su tarea habitual, hubiera decidido incursionar en la creación literaria. El autor deja en evidencia en la prosa de Huevo o cigota el material noble con el que trabaja: el lenguaje como hecho social y cultural, con sus marcas de uso, intenciones, precisiones, desatinos. Que identifica y extraña al mismo tiempo al lector.

Una nueva forma del realismo propone esta novela que parece decir que todo puede ser contado. Su estructura es una suerte de caos regularizado. Para empezar, carece de un personaje principal, y si bien se puede reconocer como eje el relato de un momento en la historia de Radio Universidad, con algunos hechos destacados (como la organización del programa La semana de noviembre), puede decirse también que su gran apuesta es carecer de un conflicto o eje narrativo que sostenga en su ilación tamaña cantidad de páginas. Con la habilidad propia de un narrador de oficio, López Brusa nos entrega pequeñas historias en dosis apilables, creando una atmósfera que rompe para de inmediato volverla a crear.

La novela cuenta momentos de la historia de la Radio. Así nos enteramos, por ejemplo, de un intento de suicidio desde el edificio de la emisora, del incendio del puestito de Plaza Rocha, de la descripción de una fiesta de cumpleaños o una peña en el Club Universal o el desmayo del locutor en el aniversario de fundación de la ciudad, entre tantos otros episodios. Cada capítulo desarrolla así algún núcleo narrativo, con grados de tensión variable, y culmina con una apostilla, nombre que se da en la novela misma a estas notas finales que se intercalan a partir de un número. Tales apostillas desarrollan los temas más diversos, generalmente en un registro informativo. Se supone que surgen a partir de alguna cuestión puntual del fragmento, pero suelen discurrir libremente contando historias de la ciudad de La Plata, su Universidad, la Radio, explicando en tono didáctico el funcionamiento de la radio, o la diferencia entre AM y FM, o argumentando en tono filosófico respecto a cuestiones como la clonación, la justicia, etc. Hay un solo capítulo que, además de tener su consabida apostilla, cuenta con su propio sistema de pies de páginas, con numeración independiente (algunas de estas notas, como la número 4, son por demás llamativas). Inmersos en este relato explícitamente fragmentado y con su arquitectura de desnivel, aparecen cinco cuentos. En ocasiones se habla de ellos como los Documentales de Eugenio López Brisas. Son relatos delirantes que mueven a los personajes que se vienen dibujando en la historia en los escenarios más variados y en ocasión de episodios extrañísimos.

Si un botón vale por muestra me gustaría citar el siguiente: “Conoce Pérez una chimpancé monísima, traba relación con ella y debe dirimir su noviazgo en arduas peleas”. En el desarrollo de estas historias se distingue la intromisión de otros géneros como la radio, el cine, el comic, que en consonancia con los que ya se proponen a partir de los capítulos y las apostillas, convergen en una novela híbrida. Esa mélange que se encuentra con facilidad precisamente en el dial de una radio, que puede recorrerse para encontrar múltiples voces, múltiples géneros y temas. Si pensamos en el oyente para quien la radio funciona como compañía, es decir, que la enciende a horas inciertas, podemos reconocer esa aparición desordenada de personajes que se descubren y reaparecen, de diálogos espontáneos o no tanto, de música variada.

Huevo o cigota es una novela de la ciudad de La Plata. Su historia y su geografía pueden identificarse a veces con precisión enciclopédica. Los personajes dejan entrever a partir de sus nombres mimetizados, a las personas de las que devienen (o EN las que devienen, quizás). Con un preciso movimiento literario, Esteban López Brusa crea a Eugenio López Brisas, que se mueve y habla sin empacho como el resto, y que incluso protagoniza una de las cinco historias intercaladas. Tal vez podamos pensar que considerar personas-personajes como una dicotomía es un movimiento en falso. Tal vez, como propone el título de la novela, podamos concluir con que aquellas dicotomías a las que estamos acostumbrados (realidad- ficción; masculino-femenino; mimético-fabuloso; vida-muerte, etc.) sean en realidad falsas e integrantes de un mismo todo. “No se deje engañar. Huevo o cigota: siempre le estamos hablando de lo mismo.”

Sería entonces a partir de esa unidad que podría pensarse que los géneros literarios y discursivos convergen en uno; que La Plata, el imperio incaico, las playas brasileras y el conurbano bonaerense coexisten en el mismo sitio; que humanos, alienígenas, Tarzán, Raquel Welch, el Rector de la Universidad y Dragon-Ball Z conviven en idéntico tiempo y lugar. Todos ellos en una instancia única, que puede ser la de la radio, o, seguramente, la de esta novela.

 

 

(Actualización abril-mayo 2010/BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646