diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Volver a traducir, reescribir, releer: una pluralidad llamada Roland Barthes
Roland Barthes por Roland Barthes, de Roland Barthes, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2018

¿Podemos imaginar la libertad y, si se puede decir así, la fluidez amorosa de una colectividad que solo hablara con nombres de pila y con shifters, diciendo siempre yo, mañana, allá, sin referirse a nada legal, y en la que lo borroso de la diferencia (única manera de respetar su sutileza, su repercusión infinita) fuera el valor más precioso de la lengua?

 

El shifter como utopía”. Roland Barthes por Roland Barthes

 

 

Hace años circula ente nosotros una versión en castellano de Roland Barthes por Roland Barthes de Julieta Sucre, editada en Caracas por Monte Ávila, datada en 1978. No recuerdo exactamente cuando leí este texto por primera vez –seguramente entre diez y quince años atrás– pero recuerdo que su lectura fue una conmoción para mí. En la universidad de la dictadura nos habían enseñado un Barthes estructuralista absoluto y nos habían hecho hacer descripciones textuales despanzurrando supuestos textos siguiendo las indicaciones del Análisis estructural del relato para no llegar a ninguna conclusión, “¡válgame dios!”, menos a algún sentido que pudiésemos llamar interpretación. Palabras prohibidas según nos machacaron, “sentido” e “interpretación”, unidas por siempre a la “muerte del autor” del que ni siquiera podría pronunciarse el nombre y ni que hablar de sus “intenciones”. Barthes se fue morigerando en/con mis lecturas personales después de haberme recibido pero, como sucede con la infancia, aquellas primeras impresiones/imposiciones que le habían hecho costaba borronearlas para darle paso al otro Barthes, el ¿verdadero? Recién cuando leí Roland Barthes por Roland Barthes pude pensar la dimensión del equívoco –el daño– al punto de convertir desde entonces al autor tergiversado en uno de mis escritores preferidos, junto a Walter Benjamin. Y digo “escritor” consciente de que obvio aquí el carácter de teórico o crítico de la literatura que se le sabe endilgar cual etiqueta multipropósitos. Un escritor para leer y gozar y, si se produce –corre por cuenta del lector– reescribir. “Fichado: estoy fichado, asignado a un lugar (intelectual), a una residencia de casta (si no de clase). Contra eso hay una sola doctrina interior: la de la atopía (del habitáculo a la deriva). La atopía es superior a la utopía (la utopía es reactiva, táctica, literaria, procede del sentido y lo hace funcionar).”

Yo creía que esta historia, la conmoción, era historia antigua para mí pero cuando Eterna Cadencia publica la nueva traducción, de Alan Pauls, y me dispongo a reseñarla, si aquella primera versión me conmocionó, ésta directamente revoluciona mis ánimos. Debo decirlo, puede que se trate del particular momento de vida en el que el texto llega y toma a la lectora. Pero también, que la traducción de Alan Pauls hace olvidar las más de las veces que se trata de una traducción logrando provocar una intimidad tal con el texto de Barthes que parece recién escrito por Barthes, ahí no más, a nuestro lado. Casi puede escuchárselo. Pude yo escucharlo. La cuestión hace pensar que una crítica académica debiera hablar de los posibles sentidos que podría afrontar una nueva traducción, editarla y lanzarla al deprimido mercado editorial argentino. Y en esta línea, el primer paso podría darse en pos de marcar las diferencias y resaltar los aciertos de la nueva traducción. Sin embargo, sospecho que eso quedará para especialistas en problemas de traducción y, en el mejor de los casos, mi caso, prefiero trazar algún apunte sobre la experiencia de relectura de Roland Barthes por Roland Barthes y primera lectura de la traducción de Alan Pauls. Estimo hoy mejor la experiencia de contar mi nueva lectura, en la que poco a poco apenas evoco la primera. Si fue un texto fascinante en tanto me permitió volver, y redescubrir, a un Barthes del que me había distanciado a partir de las versiones que sobre él habían proliferado en la academia argentina, este Roland Barthes por Roland Barthes volvió a mostrarme, otra vez, al escritor que, sin darme cuenta, incluso en la primera lectura, había desleído y dejado estar.

La reedición entonces, una nueva traducción, una lectura/relectura a esta altura de la vida, no pueden ser más precisas, ¿oportunas? Casualidad, azar, la vida misma, Roland Barthes por Roland Barthes quedó para el final después de una pilita de libros que reseñé a lo largo del año, sin premeditación alguna, quedó para cuando iniciara un nuevo recorrido, jubiloso en sentido restrictivo con respecto a la institución académica, “gritando de alegría” hablando en términos filológicos. Es decir, el nuevo recorrido, mi nuevo recorrido, se inicia con este Barthes quien al momento de escribir su texto se encuentra, quizás, en una situación semejante a la mía e hizo que el júbilo de la deriva, lo borroso de la diferencia, la atopía del shifter se haga aquí de alguna manera realidad. Empiezo a releer, no sabiendo que será mejor hablar de una nueva lectura, al día siguiente de la que anuncié como mi última clase formal en el grado de la carrera de letras. Ese día, precisamente, empiezo a leer/releer Roland Barthes por Roland Barthes, el prólogo de su nuevo traductor y el texto, desde el prólogo, hay que decirlo, me pega de frente: Barthes lo escribió a los sesenta años, cuando estaba de vuelta de muchas vueltas y también de la teoría y de la crítica. Más allá de las más que obvias diferencias no pude no sentir y transitar un cierto estado de identificación. Si en la primera lectura leí a Barthes contado por él mismo, ahora me leo en este texto y veo/siento/experimento claramente cómo era aquello de que el lector escribe en la lectura su propio texto. Y no puedo parar, en la nueva lectura, de subrayar, de intervenir el texto, de anotar a cada paso, de comparar el subrayado y las notas de hace años con este nuevo subrayado: este nuevo texto -¿será la traducción?- vuelve a interpelarme pero ahora de otra manera, me conmueve hoy hasta los cimientos, me da vuelta como una media, me hace llorar y me lanza a miles de kilómetros de distancia en el espacio y el tiempo. Recuerdo que peleé bastante con la afirmación de la muerte del autor y sin embargo aquí, ahora, alcanzo a entender el sentido que tiene en aquel textito la bienvenida que, hacia el final, da al lector/escritor. Cada fragmento, porque de eso se trata, de fragmentos, fotos, enunciados, ¿lenguaje en libertad?, shifters de una vida (lo aclaro por si alguien nunca leyó antes un libro llamado Roland Barthes por Roland Barthes), me está dedicado, pareciera. Y es la fruición en el detalle, el goce en la escritura, el placer en el reconocimiento y la aceptación del pacto. Me doy cuenta entonces, y puedo afirmarlo convencida, que se trata claramente de la nouvelle de una vida particular, la vida de Roland Barthes, contada en tercera, primera, segunda persona, desdoblándose, plegándose, abriéndose y abriéndonos en/a una multitud de “yoes” que poblaron, pueblan todavía, la vida del niño, el hijo, el académico, el amigo, el solitario y silencioso Roland Barthes, hasta podría decirse, el muerto.

A propósito de la página 97 en la que dice “la diferencia… vale sobre todo porque dispersa o vence al conflicto”, para ampliar su sentido de la “diferencia” (“la diferencia es plural, sensual y textual… tiene el aspecto mismo de un centelleo, una dispersión, un espejeo”) y confesarse al pie de lo que siempre lo sedujo pero un cierto rigor ¿académico? le impedía mostrar: “ya no trata de encontrar [esta tercera persona remite al propio escritor con sesenta años] oposiciones en la lectura del mundo y del sujeto sino desbordes, superposiciones, fugas, deslizamientos, desplazamientos, derrapes”. Podemos también pensar que Barthes finalmente, aquí, pudo escaparle a los términos de la dialéctica tradicional sin tener la obligación de la síntesis sino el dejarse llevar y regodearse en lo plural, las mútiples diferencias, las sutilezas sin límite. Este texto es el relato de un estado, el estado Barthes, en el que los que se ven envueltos por el lenguaje, lo sienten, lo experimentan y lo trabajan a diario, puede que en algún momento de su vida lo encuentren. Cada frase, cada fragmento dispara, anfibológicamente, al centro de la vida. La mía por ejemplo, hoy, aquí, ahora.

Un sentido para una nueva traducción habría de ser la invitación a la relectura, el cotejo de marcas e interpretaciones, la evaluación del acierto o el yerro pero, en verdad, en mi caso ha sido el señuelo que me permitió repensar(me) la vida académica. El relato de esta experiencia muestra la importancia académica, social y semiótica que consiguen las nuevas traducciones (por la diferencia de contextos, lenguas y ámbitos en los que se espesa la costumbre) pero, sobre todo, la importancia de la fuerza plural y transformadora que alientan las relecturas. Un consejo: haga la prueba y después me cuenta.

 

(Actualización diciembre 2019 – febrero 2020/ BazarAmericano)

 

 

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646