diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
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Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Diseño

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El poema y sus palimpsestos
La tiza de Poe, de Roxana Páez, La Plata, Malisia, 2018

Qué pensar de volverse imperceptible

sin desaparecer

Roxana Páez, “Mutación”

 

Tiza que me atraviesa las tripas.

Trip que traducir.

Roxana Páez, “Sueño de traducción”

 

 

En Inscribir y borrar. Cultura escrita y literatura (Siglos XI-XVIII) Roger Chartier se detiene en el vínculo entre las prácticas de escritura y borradura y su relación con aquellos antiguos códices reescritos sobre folios de pergamino a los que se llamó palimpsestos (literalmente “grabado de nuevo”). Como parece sugerir el texto de Chartier, hay entre el palimpsesto y la escritura literaria una relación de mutua necesidad y convergencia en la medida que en los textos literarios, al igual que en sus antepasados antiguos, siempre intervienen al menos dos textos. Podríamos llevar esta indagación inicial más allá: lo que estos textos pretendían, en los siglos señalados por el autor, era conjurar el terror a la muerte haciendo de la superficie textual el receptáculo de una nueva escritura siempre difusa, siempre en construcción.

Los poemas que conforman La tiza de Poe, de Roxana Páez no escapan a esta comparación. Su lectura supone al menos dos lecturas: la del texto real, superficie topológica donde se deposita la escritura, y la del texto virtual, superficie invisible que se despliega más allá de la primera. Sin embargo, dicha lectura debe situarse en el intersticio entre ambos, puesto que leer es abrir un hiato entre dos escrituras, entre la palabra y el gesto, entre el texto real y el texto virtual. De este modo, detenernos en las huellas de estos textos virtuales puede acercarnos a orígenes heterogéneos, tiempos heterogéneos, montajes y supervivencias, que se muestran imbricados en la difícil tarea que supone poe-tizar. La indagación del yo-lírico se configura a partir de un doble movimiento: el lugar que ocupa la conflictiva noción de imagen benjaminiana en la obra, como instancia de suspensión del tiempo cronológico, de cognoscibilidad histórica y de montaje anacrónico; en segundo lugar, la opacidad de la palabra que se convierte en nueva superficie topológica y propone otros recorridos de lectura, otros planos de sentido.

En los primeros poemas, “De qué río refuso” y “La colección de piedras de Roger Caillois en la Bienal de Venecia”, el pasado y el presente no dejan nunca de moverse, de reconfigurarse, de devenir. El primero entremezcla imágenes de la inundación de la ciudad de La Plata (2 de abril de 2013) con La tempestad de Shakespeare. El segundo señala los avatares del tiempo que erosionan las piedras (y por extensión, la piedra que escribe: la tiza), a la vez que remite a una “colección”, una alteridad que se resiste a ser museificada en la escritura de la poeta.

La dimensión fantasmática que se despliega en “Cumpleaños”, “Puerta de ensayo” y “Alguien va a acompañarme a la frontera” da lugar al desarrollo de lo que Benjamin llama imagen dialéctica, una imagen que posee el poder de perturbar y de hacer recomenzar el pensamiento en todos sus planos. Para acceder a estos distintos tiempos estratificados, a las supervivencias, es necesario un choque, un desgarramiento del velo, una irrupción en el tiempo. Es en esta memoria involuntaria que aparecen la infancia, la ternura, el miedo por la separación y el abandono: “Ahora voy a estar con mi hijo”; “El hombre mira a una mujer que se escapó/ consigo misma”; “Las ruinas de las industrias se vuelven campo./ La basura, una mina. Nómades malentretenidos,/ la historia vuelve a empezar.”

Hacia el final, el libro trabaja con interrogantes propios de las teorías de la lírica y los estudios del lenguaje, en torno al sonido y al ritmo como factores constructivos del verso y, por ende, del sentido en la poesía. Esta problemática provee, asimismo, un muy rico acervo para el despliegue de la idea de anacronismo. En poemas como “La tiza de Poe” o “Annabel Lee”,  las palabras se tornan opacas y el sonido nos permite hacer un nuevo recorrido por el significado: “Cada verano/ habitar allí/ la casa poema: Ana ve lee,/ Annabel Lee.” Así, sonido y sentido adquieren en la poesía un mismo nivel, combatiendo aquellas viejas concepciones que –no únicamente pero sí con mayor frecuencia desde la narrativa– jerarquizan al significado por sobre el sonido. La imagen en la poesía se resiste a las prerrogativas de una historicidad definida y definitiva, y este carácter resistente, esta práctica del intervalo no puede dejar de ser, como hemos visto, traumática.

 

(Actualización diciembre 2019 – febrero 2020/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646