diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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Julio Schvartzman
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Ella y yo
Marea, de Graciela Batticuore, Buenos Aires, Caterva editorial, 2019

And life is like a pipe
And I’m a tiny penny
rolling up the walls inside

Amy Whinehouse, “Back to Black”

 

1.

 

Me doy cuenta en la página 72 que Marea está escrita en tercera persona. Y solo porque la narradora me llama la atención al inmiscuirse en las reflexiones de la protagonista: “si cambiás la primera persona por la tercera ya nadie más se entera de tu intimidad” (71), nos dice ¿Por qué leí hasta acá como si estuviera escrita en primera?

 

2.

 

Soy una lectora ingenua. Cuando leo “yo” en las narrativas del presente comienzo a buscar pistas. Esta vez, con Marea, percibo algo, me doy cuenta de algo, pero respiro hondo y me animo a quedarme afuera del entre-nos, a exponerme si cometo algún error, a dejar que las preguntas surjan a pesar del dato. Me dejo atrapar por la primera escena. El Tigre. Ese imaginario siempre me seduce. Y Graciela logra, en solo tres páginas, darle cuerpo a esa atmósfera sobre la que el cine y la literatura han vuelto una y otra vez. La urgencia de escapar de las islas, la necesidad de quedarse un rato más. Lo siniestro que se oculta tras la decisión de lavar la carne. Darle cuerpo a una atmósfera: es eso lo que logrará con los sueños que se irán superponiendo en el trascurso del relato.

El agua. El agua va a volver a lo largo de la novela. En forma de inundación, en forma de charcos de mar, en forma de líquido cristalino que se vierte a través de un embudo sobre la cama. Lluvia que cae por la escalera y se convierte en una marea que abarca todo. Pero también como lágrimas contenidas en las que se intentará cifrar un origen que poco a poco se convertirá simplemente en una pasión por el misterio.

 

3.

Pero yo es ella. Lo sé ahora. En la página 72. Ella se llama Nina. O al menos eso creo comprender arrastrada por el ir y venir de la prosa. Marea juega con los nombres. Se va a detener en la relación de la protagonista con la hija que se llama Julia y con ella se va a interrogar por los modos del amor materno. Nos va a contar historias de Cristina, la hermana, y de Lina, la prima, y el diálogo a media voz sobre los inicios de la sexualidad. Pero están también aquello personajes que se mencionan solo por el vínculo: la madre, el padre. La novela va a explorar la relación de la protagonista con ambos, a través de los cumpleaños, los vestidos, las mascotas. Y finalmente, hay otros personajes que se sostienen solo sobre iniciales. H, el padre de Julia y, a través de él, la separación. M, el nuevo amor de la protagonista y, con él, los diálogos entre Berlín y Buenos Aires.

Así, a través de esas figuras apenas delineadas la novela va tejiendo las historias. Entre el tiempo pasado de los recuerdos y el presente ganado por la temporalidad de los sueños se superponen la ruptura, el viaje, la espera, la desolación. La necesidad de huir, la necesidad de quedarse, la necesidad de conseguir un papel en una obra, la necesidad de escribir.

Las iniciales me interrogan pero me insisto que no importa no saber.

 

4.

Un impulso: “Siente que algo se está moviendo en su vida sigilosamente. Quiere escribir una pieza acerca de lo íntimo”. Pero a M que Nina quiera exponerse le parece raro. Y se lo dice: “Le dijo M por teléfono que le parecía raro que ella pensara en publicar ese texto del sueño porque es algo íntimo”. Las figuras masculinas imponen contención. Antes el padre y su relación con el llanto: eso que se expande en el ámbito privado pero que es necesario contener cuando se está en público. Contención que obliga a montar sobre el rostro un andamio invisible para disimular lo evidente. Es ahí donde Nina aprende a contener las emociones intensas. Es ese gesto el que se coloca en el origen del pudor. “ser discreta y nunca perder el pudor”, es el mandato. Pero en Marea el pudor no es, o no es solo, una cuestión de imposición de género que hay que subvertir.

Rescato de un artículo sobre Alejandra Pizarnik una cita de una autora que no voy a nombrar: un embate contra el pudor en tanto monstruo que nos azota. Una invectiva en favor de la necesidad de escribir el cuerpo, de inventar una lengua inexpugnable que reviente muros de separación, clases y retóricas, reglas y códigos. Y sé que es necesario. También percibo que es otro el camino de la escritura de Marea. La novela juega en los bordes del pudor. El cuerpo se escribe en los bordes del pudor. Se instala la pregunta en torno a la idea de si en realidad la autora ha apelado a ese truco que sabe su protagonista: el cambio de personas. De la primera a la tercera. Si la necesidad de sostener la incertidumbre es algo compartido. Procedimiento que puede llegar a resguardar lo privado pero que en ese pasaje a ser literatura habilita la exposición a lo íntimo.

Y no solo a través de las diferentes maneras en que se explora la contención y, a la vez, la necesidad de actuar de la protagonista, sino también por la forma en que se articula ese momento autorreflexivo. Sabemos que la autora conoce los modos de relación entre lo público y lo privado. Y las maneras singulares en que el género opera en esas divisiones. Y no lo sé yo simplemente porque enseño siglo XIX, sino que es uno de los datos que se elige consignar en la solapa del libro: allí se nos cuenta que Graciela ha escrito, entre otros ensayos que abordan problemas similares, Lectoras del siglo XIX. Cualquiera que se acerque a ese libro podrá ponerse en contacto con la sutileza con que la ensayista piensa esas relaciones. Podemos ir más allá. Lo íntimo es siempre una irrupción que no solo deja al yo más allá de sus máscaras sino que cuestiona directamente las relaciones que damos por sentadas entre el rostro y la apariencia, entre lo privado y lo público. Podemos conjeturar que la autora sabe. Y, sin embargo, la narradora nos dice que no. Y es ahí cuando el truco ya no es refugio sino pura exploración. Del decir querer escribir una pieza sobre lo íntimo, al explorar que pasa si ya no sabemos. O si verdaderamente no nos creemos.

¿Cómo hacer, frente a la proliferación de confesiones, que la posibilidad de publicar un sueño en Facebook equivalga a patear el tablero?

 

5.

La novela asedia los tiempos del yo. Recordar, se nos dice en el comienzo a través de una cita de Pavese, es salir del tiempo. Marea compone una multiplicidad de recuerdos de infancia, más allá incluso del padre: las telas para el vestido, la búsqueda del perro, el asco que produce la leche, los comienzos de la sexualidad. Y cuando la protagonista recuerda sale verdaderamente del tiempo: no solo por la lógica fragmentaria que se articula fuera de la pretendida totalidad de la memoria sino por cómo los retazos multiplican las formas de relación con el hoy. El origen y la explicación al mismo nivel que la digresión.

Algo similar ocurre con el presente. El tiempo del presente es, como dije, el del sueño. Otra manera de instalar una temporalidad singular en que las divisiones cronológicas ya no son rígidas Y ahí vuelve a jugar la imagen de la marea. La marea de interpretaciones. Eso que adviene, eso en lo que la protagonista se hunde, pero que justamente sabemos que solo es posible a través del relato. Y no como captura del sentido. Marea hace suceder los sueños. Uno detrás del otro pero para resaltar otro modo de conexión: metonímica. A los saltos. Es que íntimamente ni la protagonista ni el relato se deciden a dejar de buscar el sentido. Algo que se dirimirá en la novela entre dos referencias: Pavese, sí, pero también Proust.

 

6.

Releo Sol de enero, el segundo libro de poesía de Graciela. Recordaba bien. En ese libro la palabra funciona en algún punto como resguardo para aquella que dice yo en los poemas:

Leo y releo poemas

estos días.

Descubro poetas, madreselvas.

Las palabras me hacen un

hoyo un cobijo donde adormecerme:

descansa en ellas

mi alma dolorida

 

Salto a La noche. El momento esperable para los sueños. La escritura toca, teje una “madeja envuelta en llamas” pero también cree:

confío en las palabras como un bálsamo

ahora estoy recién muerta

 

Marea es la puesta en juego del creer en el relato. Hay un aparte al final de la primera sección que obviamente funciona como un llamador. La protagonista sostiene: “No sé componer un relato que me crea”. La astróloga, responde con una pregunta: “¿Que vos te creas?”.

La intensidad con que Graciela hace jugar el creer y la creación hace que eso que se nos dice no sea tan solo un dato fácilmente relevable sino que se sostiene en toda la narración entre la posibilidad de decir en voz alta y la necesidad de explicitar el juego con la tercera persona. La escritura es, en su diferencia con la actuación, un resguardo, la posibilidad de hacer “una casa aparte de las miradas del mundo”. Pero es también aquello que desborda, la posibilidad de patear el tablero, de “tocarse en público” sin especular.

 

 

(Actualización diciembre 2019-febrero 2020/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646