diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Osvaldo Aguirre
/  Carlos Ríos

Ana Porrúa
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Juan Bautista Ritvo

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Federico Cortés

Lector por venir
La edad de la lectura, de Juan Ritvo, Rosario, Nube Negra, 2017.

Permítanme empezar con una pequeña digresión autobiográfica, que refiere a la génesis de esta nueva edición de La edad de la lectura y a una especie de ausencia, casi fantasmal, que recorre esta obra:

Conocí a Juan Ritvo y a Carlos Surghi en diciembre de 2016 en Santiago de Chile por medio de Alberto Giordano. Las circunstancias del encuentro fueron bastante particulares y merecen una mención. Junto con Ritvo y Giordano habíamos sido cordialmente rechazados de un congreso que se celebraba en Chile a propósito de la obra de Maurice Blanchot. Las razones del rechazo, que no vienen al caso, impulsaron a Giordano a organizar con colegas de Chile una especie de contra-congreso, dedicado tanto a Barthes como a Blanchot. Fue allí que los escuché proyectar la publicación de esta nueva edición de La edad de la lectura, a cargo de Carlos Surghi.

Los quince años que pasaron entre las dos ediciones de esta obra nos hablan de una temporalidad extraña, quizás ajena, encarnada en una forma de leer y de escribir que, como ya se ha dicho, desdibuja los límites disciplinares entre filosofía, crítica literaria y psicoanálisis. En su prólogo, Surghi hace especial hincapié en el rasgo de "interrupción" que el movimiento crítico de Ritvo supone a la vez que genera en sus sucesivas lecturas y relecturas. Los ensayos que se suman a esta edición, provenientes de Crítica y fascinación y Decadentismo y melancolía, además de la reorganización de los capítulos existentes, componen una obra que según su prologuista pretende ir “de lo concreto –ciertos nombres: Benjamin, Kierkegaard, el humor como acto en Freud, pero también en Sócrates y Richter– hacia el análisis de modos de lectura que suponen una mayor abstracción en la escritura”; apostando por el fin de la lectura como interpretación y en favor del encuentro con ese objeto –el libro, el texto, la obra –que se resiste al sueño de la comprensión total. Este movimiento, nominado como "lógica de la sensibilidad" por Giordano en el prólogo de 1992 y retomado también por Surghi, es el que se caracteriza por la exigencia de destotalización –dialéctica, si se quiere– y el que desemboca en la transgresión disciplinar recién mencionada. La soledad de la escritura como objeto material, en su dimensión retórica, encuentra su respuesta imposible en el espacio singular que se abre con cada acto de lectura entendida como auto-resistencia.

En este marco me gustaría proponer una lectura posible. Retomando la anécdota con la que comencé, esa ausencia ¿decisiva? da cuenta del movimiento de lectura que Ritvo despliega en sus ensayos: Blanchot no aparece mencionado en todo el libro y, sin embargo, su influencia en el modo de leer de Ritvo es central. Parto esta cita de El espacio literario: “El acto de lectura no cambia ni agrega nada a lo que ya estaba allí; deja que las cosas sean como son; es una forma de libertad, pero no la que otorga o quita, sino una libertad que acepta y consiente, que dice sí. Sólo puede decir sí y, en el espacio abierto por esta afirmación, permite que la obra se establezca como la inquietante decisión de su voluntad de ser –y nada más”. Este acto, que supone el encuentro con la obra como objeto, es en apariencia pasivo, silente y, en tanto nada puede ser agregado por nadie, rompe con el paradigma de la observación objetiva en la que un sujeto (alguien que lee) interpreta –comprende, en el sentido hermenéutico del término– un objeto (algo escrito por alguien). Pero, entonces, ¿qué es leer? ¿puede haber algo así como un límite de lo legible? ¿es posible interrogar lo ilegible? Desde esta perspectiva la obra –el libro, el texto, el poema, el ensayo, la palabra, la letra ¿la escritura? – no posee un estatuto objetivo, no constituye una positividad metódicamente estudiable, más allá de ese acto de lectura que cada vez que ocurre abre un espacio en el que la obra se itera, se la dice de nuevo repitiéndola en su diferencia material y temporal. El espacio íntimo donde alguien que lee se encuentra con alguien que escribe.

Siguiendo esta especulación, ¿puede alguien leerse a sí mismo de esta manera? ¿La lectura no es, siempre, lectura de otro? El espacio literario comienza y termina con la misma afirmación: “noli me legere”, la auto-lectura está marcada por la imposibilidad. Para el escritor, “él es lo ilegible”. Esta imposibilidad de leer no es un movimiento puramente negativo, sino la única aproximación posible de quien escribe con su obra. Todo depende de la construcción de la obra que Blanchot realiza: “la imposibilidad de leer es el descubrimiento de que ahora, en el espacio abierto por la creación, ya no hay sitio para la creación, y que el escritor no tiene otra posibilidad que la de escribir siempre esa obra” (18). Es una suerte de “autonomía” de la obra, pero no la que distingue la polaridad positiva entre sujeto y objeto, o la síntesis dialógica que alcanzaría la hermenéutica, sino que arroja al escritor a la “soledad” de quien escribe en relación a la cultura y la historia. El movimiento de la imposibilidad de auto-lectura entonces da cuenta de que el escritor, al no poder leerse, no puede “aprender” y seguir escribiendo en base a ese aprendizaje; la lectura es siempre lectura del otro y, entendida de este modo, uno no puede ser otro para sí mismo, quedando condenado a volver a escribir sobre lo mismo, convirtiendo cada comienzo en recomienzo.

Una vez que la concluye, la obra se escapa del escritor, y este alejamiento toma la forma de la lectura. El lector, de esta manera, es siempre futuro: lector por venir. Leer no es obtener comunicación de la obra, sino hacer que la obra se comunique, realizarla como acto comunicativo, es “ser uno de los dos polos entre los que surge, por mutua atracción y repulsión, la violencia esclarecedora de la comunicación, acontecimiento que los atraviesa y los constituye en virtud de su propio pasaje [...] la abre, por esa contradicción, a la libertad de su comunicación, pero no pretende que tal antagonismo sea el de dos polos fijos que responden a un esquema grosero, definitivamente determinado, de dos poderes llamados leer y escribir”. La frase con la que cierra la edición del ‘92, "un objeto solitario le hace señas a un lector solitario", opera en esta iteración de La edad de la lectura como clave de entrada a los distintos ensayos del libro, donde Ritvo estresa la distancia inabarcable sobre la que se constituye la subjetividad humana, el lenguaje, la experiencia literaria y artística. Cuando leemos, algo nos pasa por el cuerpo.

Leer es desviarse.

 

(Actualización septiembre-octubre 2019/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646