diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En los últimos años la física se ha visto
completamente sacudida por una proliferación
de dimensiones –diez de espacio en que moverse,
dos de tiempo para fluir- producto de su intento
por hacer calzar las matemáticas de la relatividad
general y la mecánica cuántica, nuestros mejores
modelos de la naturaleza. Pero no es el espacio
ni el tiempo los que han cambiado, es la mente
del hombre que ya no cabe en un solo universo
y construye más para expandirse, ramificándose
como un hongo, sembrando realidad.
Benjamín Labatut, Después de la luz.
En ¿Qué es real?, uno de los libros más esotéricos de Giorgio Agamben según la lectura de Fabián Ludueña Romandini, el filósofo italiano emprende la tarea, probablemente inútil, de comprender el caso Majorana. Según los registros oficiales, el joven físico italiano Ettore Majorana desapareció la noche del 25 de marzo de 1938 a las 22:30 en un viaje marítimo desde Nápoles a Palermo. A partir de allí las huellas desperdigadas por el, desde entonces, desaparecido, se confunden en un océano especulativo abierto a un conjunto finito de hipótesis aparentemente incontrolables. La astucia de Agamben busca no tanto visibilizar un itinerario jurídico policial que dé cuenta del destino del cuerpo, vivo o no, de Majorana, cuanto interpretar este “caso diferente”, y tal vez “ridículo” –como el del famoso gendankenexperiment elaborado por Schrödinger que catapultó a la fama a un gato cuántico, cuasi zombie– a la luz de los conceptos físico-matemáticos que por entonces revolucionaron el campo teórico y experimental de la ciencia Física, e incluso más allá de ella. Transitando la segunda década del siglo XXI, seguimos inmersos en la vorágine de esa gran oleada, uno de cuyos epicentros coincide con el descubrimiento de la disgregación del átomo de uranio –la fisión nuclear– gracias al desarrollo de la mecánica cuántica, más precisamente a la prevalencia de la interpretación de Copenhague liderada por Niels Bohr.
La clave de esa oleada, según apunta el pensador italiano leyendo un artículo de Majorana publicado de manera póstuma, radica en “la transformación de la física como consecuencia del abandono del determinismo de la mecánica clásica a favor de una concepción puramente probabilística de la realidad” operada por la mecánica cuántica. El principio de Indeterminación de Heissenberg junto con el principio de Complementariedad de Bohr, dinamitaron el suelo sobre el que se había asentado la realidad espacio-temporal cimentada en una armonía estética matematizada desde tiempos de Newton. La teoría de los quanta implosionó, desde la escala microscópica del no-átomo (pues de ahora en más el átomo podía ser dividido en subpartículas cada vez más pequeñas, extrañas e inestables), la posibilidad del conocimiento de las leyes que gobernaban las fuerzas del cosmos. En su lugar, lo que aparecía aun de modo espectral, era una realidad movediza, impredecible, pero sin embargo controlable y proclive a ser llevada a un puerto –futuro– predictible gracias a las artes de la probabilidad estadística. El mismo Einstein se pasó las últimas décadas de su vida polemizando con Bohr, en un intento desesperado por mantener la localidad y autonomía de la realidad al margen del entrelazamiento cuántico primero –la acción fantasmal a distancia, como lo llamó burlonamente–, y de la incidencia del observador y los sutilísimos aparatos técnicos sobre la medición de las partículas elementales. Resulta que, si Bohr, Heisenberg, Pauli y Dirac estaban en lo cierto, y Majorana habría extraído las fatales consecuencias de esa lectura extrapolando los experimentos en un laboratorio con la vida y trayectoria de los cuantos, al plano de los actos y las relaciones que rigen la vida social, “el carácter exclusivamente probabilístico de los fenómenos en cuestión en la física cuántica autoriza una intervención del investigador que le permite ´conducir´ el propio fenómeno en una cierta dirección. El principio de indeterminación revela aquí su verdadero significado, que no es el de ponerle un límite al conocimiento, sino el de legitimar la razón por la cual es inevitable la intervención del investigador”, escribe Agamben. Al nivel de los sistemas atómicos la realidad es discontinua, sin embargo, la descripción cuántica de la realidad decidió, a pesar de las advertencias incansables de Einstein, no reflexionar sobre la completitud o no de la teoría cuántica, ni sobre los sentidos que ella podría dar de la realidad en la que habitamos. Los físicos aliados al grupo de Bohr, que en definitiva triunfaron, introdujeron la probabilidad al interior del hipotético mundo cuántico, cortando de raíz, sin que lo hubiesen sospechado, el mundo que nos es dado por medio de la experiencia. ¿Y cómo convivir con la probabilidad? Toda una técnica proveniente del análisis del juego de dados tenía la respuesta. Remitirse a esta cuestión sería reescribir el libro que estamos reseñando. Quede como ilustración, una invitación a pensar, dos frases: “Dios no juega a los dados con la realidad” (Einstein); “Un golpe de dados jamás abolirá el azar” (Mallarmé). La estadística conjura estas ideas “fabricando” una imagen del mundo que se corporiza, en un momento lógico posterior, conduciendo y controlando las decisiones que emprenden los sujetos en su existencia diaria.
La estadística se alza entonces como la herramienta capaz de domesticar el azar y conducir los fenómenos, tanto físicos como sociales, en principio incontrolables por la naturaleza de la misma realidad en su escala fundamental (cuántica), hacia la estación que el observador, aparatos y saberes técnicos mediante, desea. Según Agamben, Majorana previó el peligro de una ciencia que abdicaba a su amor al conocimiento, para sustituirlo por el plan de intervenir en la realidad para gobernarla. ¿Acaso ese plan no se ha extendido por las vías invisibles de las redes electromagnéticas que configuran el paisaje de la Red Global? La realidad ha sido sustituida por representación probable de la realidad. Los circuitos de la realidad circulan por el espacio virtual jugando con la vida de las comunidades humanas y no-humanas conducidos por la configuración estadística de deseos, emociones, formas de vida y perfiles sociales producidos por la formalización de Big Data. Lo aleatorio se torna predictible, y eso predictible luego pasa a ser la realidad en la que han de moverse los sujetos al son de la música de las mercancías, el consumo y la acumulación económica. El circuito cerrado funciona en loop porque del programa que diagrama lo real, lo que acaece, el acontecimiento, es la misma realidad la que ha sido borrada. Esta circularidad implica, entre otras cosas, que “la noción de probabilidad nunca se refiere a un caso real (…) sino al acontecimiento considerado en su pura posibilidad”, según Agamben. Y si el caso probable incide en la toma de decisiones es porque la incertidumbre, el acontecimiento, se yerguen como el terror que debe ser disipado para mantenernos en una realidad, a pesar del paralogismo, segura. Vivimos de este modo influidos por el cálculo de los riesgos probables que pueden llegar a ocurrir (predictibilidad de las enfermedades a nivel genético, predictibilidad de los riegos económicos al momento de emprender una inversión financiera; predictibilidad de los riesgos al momento de emitir el voto en una instancia electoral, etc.). Asistimos aquí, para retomar aquella imagen de la oleada que comenzase a principios del siglo XX con el “descubrimiento” de la mecánica cuántica, a la remodelización del mundo, una vez sepultada, eclipsada, la realidad bajo la pura posibilidad reducida a lo meramente probable, que coincide punto por punto con lo esperable, calculable y conducible. El campo de experiencias se empobrece y las expectativas solo responden al imput de la imagen que las ciencias estadísticas producen.
Las especulaciones sobre la realidad pese a todo no se han detenido: universos paralelos intuidos por Hugh Everett III y que este año (2019) la física Leah Broussard intentará demostrar experimentalmente abriendo un portal hacia uno de ellos; burbujas de universos que crecen y se multiplican sin cesar dando como resultado un multiverso (Linde). Queden estas teorías como hipótesis. La misiva que Majorana envió a la posteridad con su desaparición sigue en pie: “Con la decisión, esa tarde de marzo de 1938, de disolverse en la nada y de borrar toda huella experimentalmente comprobable de su desaparición, le planteó a la ciencia la pregunta que todavía aguarda una respuesta que no puede exigírsele, y que, no obstante, es ineludible: ¿Qué es real?”, leemos en este nuevo libro de Agamben.
(Actualización julio – agosto 2019/ BazarAmericano)