diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Intimidad de las cosas, de Sergio Cueto, Rosario, Nube negra [impar], 2018.
Que ese nombre, aparte del nombre ‘cosa´ no fuese, precisamente porque no nombre nada en particular, el nombre de la singularidad que no se puede nombrar, el inefable nombre la cosa, que ese nombre, pues, existe, se puede demostrar pronunciándolo. Ese nombre es Odradek. Odradek es el nombre de la cosa olvidada y la cosa tal como se olvida en el nombre. En Odradek la cosa encuentra una última residencia en el olvido y el hombre cuida, si no ya de la cosa, sí todavía de su olvido. Acaso la última vocación del hombre sea salvar las cosas perdidas, las cosas olvidadas.
La intimidad de las cosas. Sergio Cueto.
El trato del hombre con la cosa es sin contrato. Sin fundamento, sin otra razón que una confianza loca.
Intimidad de las cosas. Sergio Cueto.
Existen libros que nos acercan a las cosas de manera poética, como lo veía Heidegger: nos hacen habitar en ellas. Ser-con-ellas. En otros momentos, en el ahora y aquí, las cosas parecen no estar, no hay cosas. Llenos de sin cosas vivimos. Sin tener lugar. “Hay una irreparable intimidad entre la cosa y el lugar” (9).
Estructurado en dos partes, la primera, “Intimidad de las cosas”, la segunda “Siete bagatelas”, las cuales son: Paseo, Silla, Jarros, Platos, Puerta, Escoba, Trenes; Intimidad de las cosas nos acerca acontecimientos donde lo que nos rodea deja de ser un impasible grupo de objetos y se transforma en instantes de estar en las cosas en el hacer con ellas, donde ese hacer nos deviene nadie y nada a ambos en una conjunción donde las cosas y nosotros estamos en el mismo ahí.
Por ejemplo: ahora me recorre un estremecimiento porque veo a mi lado a la abrochadora en miniatura que, si bien uso, admiro, me maravilla en su miniatura, la tomo, la observo y casi la hago objeto, pero advierto que si no fuera por la caricia diaria de “lo inhóspito” que, como cada vez que escribo y tomo café, se sienta conmigo, no se disimula, al contrario, me muestra “mi imposibilidad de residir”, no podría experimentar un estar íntimamente con la cosa.
En ese estado de no ser sujeto de un asombro estético, de una observación detenida, sino de acaecer en el hacer de la cosas, por ejemplo, abrochar un grupo de papeles, Cueto desoculta la intimidad de las cosas.
También hace referencia a otras experiencias que por un movimiento sutil pero extraordinario podemos notar esa diferencia ontológica de una cosa como ahí y una cosa como cosa pensada, ansiada, museificada, como decía Agamben, es decir, quitada de su existir humano cotidiano para transformarla en algo que un espectador mira, fuera de un contexto, de un mundo vivo en el que se daba lugar a un encuentro. Otro ejemplo: está amaneciendo. Cada mañana veo los días que dura este amanecer otoñal, esa luz mientras espero semidormida a mi compañera de trabajo que pasa a buscarme. Pero hoy es domingo y ahí está el amanecer, lo miro como si nada, como cada día, pero de repente me impresiona, me pasma, me subyuga y me levanto de la silla, salgo de casa y le tomo una foto.
Allí, nos señala el autor, se produce una pérdida, una huida de sí, en la tierra baldía “atiborrada de espejismos, vacía de cosas pero llena de imágenes” (66). Saturada de inquietud, se vuelve a casa y ocurre ese movimiento y se da lo que Cueto llama “quietud”. Entonces, se toma, al amanecer, “sin darse cuenta”, café, sin iniciativa, nadie sorbe, en quietud, sentado en una silla. Sentarse en las cosas, dice Cueto, es residir. Por esto la silla se transforma en el desarrollo de Intimidad en la cosa que expone más que ninguna esa intimidad de su ser.
Sentarse en las cosas es encontrar un habitar. Existir en ellas.
Otra nota de la intimidad de la cosa es su ser casi-cosa, como cuando se toma un jarrón viejo y algo roto para no saber qué hacer. Entonces, dice Cueto, aparece Mnemosyne y lo rapta, lo guarda en el olvido. Es la ayudante, la que guarda lo inolvidable en lo inolvidable. Una de las ayudantes, seres que testimonian su pertenencia a otro mundo, a ese “mundo complementario”, el de lo olvidado, como explica Agamben en Profanaciones.
Y esta parte –dice Agamben– tiene que ver con el fin de los tiempos, así como la negligencia no es otra cosa que un anticipo de la redención. Las torceduras, la joroba, las torpezas son la forma que sume las cosas en el olvido. Y aquello que nosotros hemos olvidado por siempre es el Reino, nosotros que vivimos “como si no fuéramos Reino.
Reinar no significa cumplir con todo. Significa que lo incumplido es aquello que permanece.
Y Cueto nombra la casi-cosa, ese “resto de nombre” (25), desde Mnemosyne y los ayudantes, lo resguardado de las cosas, “el olvido del olvido, la pérdida de la pérdida” (24) como “el desperdicio”. El desperdicio es la cosa olvidada en tanto olvidada. Su estar en el olvido.
Como una mancha de un fruto aplastado en el piso al pasar los desperdicios se constituyen en “despojos de palabras, retazos de frases, basura del lenguaje, esto es lo que queda. Es con esto que hay que escribir todavía” (26).
Sin embargo, la cosa no es expresable, “efable”, dice el autor –porque las cosas sueñan con acercarse a la lejanía del yugo de la significación– ni inexpresable, es su “efinefablidad” lo que le va a la cosa. Un neologismo en castellano, “efinefabilidad”, que sólo es una cosa ahí, en el dibujo de la palabra que primero es maravilla y no cosa, y luego tan cosa, tan ahí, silla. Quietud.
Cueto vuelve su rostro a los ayudantes que parecen escuchar por las alcantarillas, y los tragaluces, “al jorobado”, “el Manazas”, efabilidad que la madre de Benjamin balbucea cada vez que su hijo rompe alguna cosa, como cuenta en Infancia en Berlín.
A todo aquel que este hombrecito miraba dejaba de poner atención tanto en sí mismo como en el jorobado, solo “estás aturdido ante algo que se ha roto en mil pedazos” dice Benjamin. Por otra parte, este “gobernador”, como Benjamin lo llama, sólo hacía una cosa “cobrarme el tributo de ese medio olvido en cada una de las cosas que tocaba”.
La cosa como desperdicio, asimismo, es otro aspecto de lo humano que no reside en la cosa, sino en su “sido”: en su pasado que se presenta y va y hace, “el porvenir de lo posible”. Y esto es el “trasto”.
La cosa como trasto es la posibilidad que queda sin porvenir, lo “intratable”. Y ese trasto puede ser el inicio del arte. Para el poeta el trasto es el todavía de la cosa olvidada, el cosa-todavía.
No basta con admitir que los desperdicios van ganándole lugar a las cosas y que los basurales crecen; hay que reconocer que para decirlo no quedan más que desperdicios, restos de palabras, palabas ajenas, desplazadas, mutiladas hasta lo ininteligible, basura del lenguaje. El poeta es el ciruja de esos basurales.
Intimidad de las cosas, entonces, nos pone frente a experiencias diversas. Desde su estilo poético, amoroso con el detalle de lo que es y hace, desde su estructura original de referencias bibliográficas, que acompañan al cuerpo del texto desde los márgenes (Benjamin, Heidegger, Kafka, Walser, entre tantos), nos advierte que la relación del hombre con las cosas no es de conocimiento, ni de comunicación, ni instrumental, ni material. Que la cosa, por el contrario, deviene un residir humano, como también, un desperdicio, un trasto, lo inolvidable. Cosas donde, asimismo, nos encontramos y acaso sobre ello resta escribir. Y mientras tanto nos recuerda que “la cosa ya importa al humano”. Ella es hacer y movimiento. No contemplo la silla, me siento. No estudio la escoba, barro.
Si barrer es barrer como barre la escoba, cortar es cortar como el cuchillo corta, es decir, sin intención ni reflexión, entonces cortar, barrer, se hacen solos, a partir del no-hacer, y es el no-hacer lo que hay que hacer. El vacío, esto es, la pura disponibilidad o la virtud de lo que es, es el lugar del sí mismo, es el sí mismo rectamente entendido como lugar. Residir en ese lugar es lo más fácil y lo más difícil. Es lo más difícil en la medida en que no sólo no depende de mí y es para mí literalmente lo imposible, sino que exige cada vez la dedicación del yo a su propia abdicación. Es la tarea, si se quiere, negativa del ejercicio: agotar el yo hasta que el cuerpo y la cosa –la mano y el pincel, el pie y la pelota, los ojos y el crisantemo– se las entiendan a espadas de la consciencia. Pero también es lo más fácil, puesto que se hace solo, antes de toda iniciativa, independientemente de cualquier intención y sin reflexión alguna. En tal sentido, la deposición del yo y la disposición a hacer son lo mismo. El hacer del hombre y el suceder de la cosa son lo mismo ahí (56-7)
(…)
Entonces ya no se trata de la resistencia ni del ocio, de la insidia ni de la desidia, sino de la holganza. La holganza, la que se llama ´la imposible holganza´ porque no es una potencia, una posibilidad ni un poder del hombre, es el nombre de residencia del no-hacer en el hacer, es decir, tal vez, otro nombre para lo que en alemán se llamó Gelassenheit, serenidad (59).
Asimismo, Cueto insiste en que las cosas son singulares y a la vez comunes. ¿Por qué si las “cosas son pocas” porque son excepcionales “las cosas son muchas” (30) por su rareza expuesta por su vacío?
Una cosa singular es singular porque es una entre muchas. Si ´una´ es el nombre de la singularidad, ello quiere decir que una cosa es cada una de las muchas cosas, y cada vez una, pues es una muchas veces, siempre la misma y nunca idéntica. Las cosas están solas en común (31).
Intimidad de las cosas nos hace sentir la monstruosa imposible experiencia de esa cosa que “llaman Universo o Naturaleza o Todo”. Aunque, según Cueto, esto dé testimonio del hastío de las cosas, “porque son molestas, opacas habituales, poca cosa… no tenemos otra cosa”. Al ser muchas y recogerse en su diferencia “forman un coro”, donde cada cosa es una voz, un canto. “El canto es el “que es de la cosa”. Las voces son únicas. Pero “La música de las cosas es polifónica” (32). “Ahí”, Cueto:
La dulzura de la pera, por ejemplo, no es la dulzura de la miel no su amarillo el de la rosa no sus curvas las del violoncelo, y ello porque en las curvas de la pera ya está el amarillo y en el amarillo aguarda el blanco y en el blanco está la dulzura y en la dulzura las curvas y en cada atributo todos. La polifonía, en el llano sentido de la comunidad de voces, es ya una característica y una posibilidad íntima de la cosa. Así el violoncelo encuentra, tocando con el cuarteto, algo de su parte que no podría encontrar solo, así las cosas todas se encuentran un poco a sí mismas en las armonías, contrapuntos, disonancias de su composición con las otras. La pera, por ejemplo, suena muy diferente según se componga con el cuchillo, el plato y el mantelo con el árbol, el cielo y el otoño; la escoba, según se componga con las hojas, el viento y la vereda o con la bruja, la montaña y el aquelarre, y lo mismo sucede con cada cosa y con todas. Ahora bien, las cosas se componen según su diferencia. La diferencia es el silencio del canto de las cosas, ese vacío que es la discreción, el reparto y el recogimiento de sus voces (32-3)
Intimidad de las cosas es como la silla de la poesía. Y el poeta, sentado ahí, paseando atento, entre bagatelas, esto es, amando las cosas, dibujó, sin un yo, letras-cosas, “comita de la enumeración caótica, el silencio de la palabra y la paz del corazón” (37).
Odradek se mueve.
¿Estaremos en el ahí?
Gelassenheit.
(Actualización julio - agosto 2019/ BazarAmericano)