diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Osvaldo Aguirre
/  Carlos Ríos

Ana Porrúa
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Antonio Carlos Santos
/  Julio Schvartzman

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
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Julieta Novelli
/  María Eugenia López

Felipe Hourcade
/  Carolina Zúñiga Curaz

Juan Bautista Ritvo

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Cristián Gómez O.

Arquitectura del ojo

Observante, de Rocío Cerón, Bahía Blanca, Hemisferio Derecho ediciones, 2019.

Dos son las impresiones más inmediatas que uno se lleva de la lectura de Observante, de Rocío Cerón (México, 1972). La primera (o por lo menos la primera impresión que yo tuve) fue volver a reconocer en estas páginas temas y giros propios de un estilo característico, una escritura ya familiar para aquellos que venimos siguiendo el trabajo de Rocío Cerón, desde los lejanos años de Basalto, una de sus primeras entregas. El enrarecimiento de la palabra y la postergación del sentido como principios básicos de construcción del discurso, pero también como declaración de principios. Cerón ha hecho de su ejercicio de la poesía expandida, esa poesía que no es solamente de mesa y mantel, un verdadero apostolado. Observante es un peldaño más de ese ejercicio.

La segunda impresión, por lo tanto, está directamente ligada con esta última afirmación. Porque Observante, además de ser un libro de poesía, también parece un guión. Me explico: la escritura expandida que pregona Cerón es la puesta de escena de las distintas posibilidades que la autora le otorga a la palabra. El poema, para ella, no sólo se escribe, sino que también se escucha y se observa, se palpa y disfruta, se traduce y se experimenta. La interdisciplinariedad de la que ha hecho gala desde hace casi veinte años, es en ella, por sobre todo, sensorialidad. Permítanme alejarme por un segundo del texto inmediato de este libro, al cual volveremos más tarde, para adentrarnos en sus otras versiones, en su instalación performática. El poema aquí se transforma en una hoja de ruta, en un plano que puede o no ser respetado a la hora de llevar a cabo la construcción de la casa. Programa: esquema: esqueleto. La carne la ponen las versiones en vivo de estos poemas, voz, sonido e imagen que llevan a cabo todas las potencias de la escritura. Expandir, entonces, lo poético hacia otras manifestaciones. No creo que la escritura en sí misma sea insuficiente. Pero este es un trabajo a explorar otras posibilidades, otros, si se les quiere llamar así, despliegues de lo lírico.

No decimos construcción de manera gratuita: Observante guarda una íntima relación con una mira arquitectónica, con un ojo en los andamios que ve cómo la casa comienza desde el techo. La fragilidad de este es uno de los temas de este libro. Fragilidad que involucra caída que involucra pérdida.

La totalidad de este conjunto –constituido de seis partes independientes pero emparentadas entre sí– repasa entonces, desde una prosa esencialmente fragmentaria pero no ajena a lo más esencial de lo lírico, las relaciones que se establecen (los puentes) entre una arquitectura o aún mejor una anti-arquitectura y sus materiales de primera mano. Podríamos decir que en este libro se intenta edificar un vacío, monumentalizar la pérdida, incluso. Si la anarquitectura era el deseo de alterar los ritmos urbanos, bien podríamos suponer que Observante es el de alterar los ritmos de la visualidad y su comprensión del espacio. Nos gustaría insistir en este punto: los poemas aquí reunidos, pese a las diferencias que median entre cada uno de sus “capítulos”, comparten, sin embargo, su carácter de equilibristas sobre una cuerda floja carente de una red. Particularmente llamativa es la figura de la ardilla sobre los cables de la luz. El balance que ella logra resalta entre las continuas pérdidas del equilibrio que se suceden a lo largo del libro. La figura de ese pequeño animal en el horizonte artificial del tendido eléctrico es un contrapunto, un pie de apoyo, ante la constante del resto de estas páginas.

En ese sentido, todo en este libro es una puesta, en la medida en que para reconocer un lugar hay que inventarlo a través de la mirada. El espacio no previo al ojo que lo observa (ni son gratuitos, por ende, los epígrafes con que se abre el libro, en especial el de John Berger, donde se explicita el carácter volitivo de ese mirar: al hacerlo, creamos ese espacio al que accedemos). La geografía que describe, entonces, este libro, depende en su totalidad de quien la observa. Tal ejercicio nos obliga a reparar en qué tipo de lugares construye o deconstruye esa retina que no registra sino que imagina. Tal vez haya un verso, hacia el principio del libro, que sin llamar la atención sobre sí mismo puede resultarnos útil a la hora de entender hacia qué tipo de prácticas poéticas Observante se encuentra más cercano: “Entonces el vertedero, la encrucijada, el trazo de contrastes, los anillos ovalados y las opacidades breves: puntos de cartografía en continente agostado (las cursivas son nuestras). Subrayo esas últimas palabras para llamar la atención sobre ese continente venido a menos, ese mapeo de la destrucción que –paradójicamente– es, o quiere ser, una propuesta si no de futuro, sí un anhelo de creación. La pregunta que surge entonces es: creación de qué.

La tensión de ese horizonte donde una ardilla (primitiva, virgen, originaria) se mantiene sobre los cables de la electricidad (artificial, creados por el ser human@) recorre de punta a cabo los textos que el lector tiene delante de sí. Aun cuando no sea necesariamente nueva este tipo de escritura en México, aun así sigue siendo poco practicada. Heredera de la tradición que ¿inaugura? un poeta como Gerardo Deniz (y que continúan, entre otros, Coral Bracho y, coetáneos a Cerón, poetas como Alejandro Tarrab y Amaranta Caballero Prado, la migración de estos textos hacia un escenario donde se despliegan en sus modalidades/versiones gráficas y sonoras, nos permite leerlos como los andamios de un discurso que los trasciende y presupone: un viaje de ida y vuelta por la página inicial y su despliegue performático, entre el equilibrio y la caída, entre lo observado y el ojo que lo crea.

Algun@s poetas se definen por el mundo que son capaces de inventar. Otr@s por el que son capaces de observar. Para felicidad de sus lectores, Rocío Cerón transita con fluidez entre ambas cofradías. Y nosotros hemos tenido la fortuna de ser sus contemporáneos y asistir como testigos a la realización de semejante tránsito. Ya con eso es suficiente para estar agradecidos.

 

(Actualización julio-agosto 2019/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646