diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Doscientos canguros, de Diego Muzzio, Buenos Aires, Entropía, 2019.
I. En uno de los tantos relatos maravillosos que integran Just So Stories, Rudyard Kipling narra la historia de cómo un bicho gris, lanudo y de patas cortas, al límite de lo ordinario, se transforma en un ser extraño y fascinante. “Hazme diferente del resto de los animales”, implora en vano el animalito frente a Nga y Nquing, dos deidades bastante malhumoradas que se niegan a cumplir con su pedido. Finalmente, es el gran dios Nqong quién acude en su ayuda y lo transforma en un animal singular, desproporcionado para los cánones habituales. La historia se titula “The Sing-Song of Old Man Cangaroo” y el protagonista es, como podemos imaginar, un canguro. Lo interesante de esta peripecia es que el cumplimento del deseo viene adosado a una cuota no menor de sufrimiento; el canguro no se convierte en canguro gracias a un encantamiento del dios, sino a que este le ordena a un hambriento perro llamado Dingo que lo persiga por toda la estepa australiana. Así, de tanto correr, sus patas se agrandan cada vez más y la forma de su cuerpo cambia por completo, al punto de no reconocerse. En su aparente sencillez, la fábula es perturbadora. Detrás de la claridad de su trama y del tono grácil con que se cuentan los hechos, anida una meditación profunda sobre los efectos imprevistos y radicales de aquello que deseamos. Como si dijésemos: hazme diferente a todos, a riesgo de convertirme en un extraño hasta para mí mismo.
II. Doscientos canguros comparte el estilo lúdico y reflexivo del relato de Kipling, un escritor con el Muzzio tiene más de un punto en común: ambos han escrito numerosos textos para niños, ambos les otorgan a los animales una presencia decisiva. Como en Mockba (Entropía, 2007), los siete cuentos que componen este libro tienen una estructura que podríamos caracterizar, de modo apresurado, como clásica. “Puedo pasar meses o años corrigiendo un libro”, afirmó recientemente el propio Muzzio, en conversación con Luciano Lamberti. En efecto, el control de la forma es total. Las historias de este libro son ensambles cuidadosamente articulados, en donde cada línea de diálogo, cada vuelco de la trama parece estar pensado hasta en sus más mínimos detalles. Si en Las esferas invisibles (Entropía, 2015), el clasicismo formal era indisociable del imaginario decimonónico en el que transcurría la acción –esa Buenos Aires gótica y fantasmal de 1871, arrasada por la fiebre amarilla– aquí el tiempo de la narración es el presente. Podría pensarse, incluso, que parte de la transparencia del estilo de este libro viene dado por el uso de un lenguaje coloquial, “contemporáneo”, muy alejado del idioma enrarecido y anacrónico de aquellas tres fascinantes nouvelles. En Doscientos canguros, lo extraño queda siempre por fuera del plano de la lengua.
III. Más allá del valor que tengan por separado, los relatos aquí reunidos pueden pensarse como un conjunto articulado en torno a un tema central: la paternidad. Cada uno de ellos es una suerte de exploración por esa zona densa y oscura en donde los vínculos entre padres, madres e hijos se tensan hasta el límite de la incomunicación, el desafecto o el odio. Lo filial como una forma de malentendido. Padres muertos, ausentes, controladores, pero también frágiles, dubitativos e incapaces de establecer vínculos medianamente estables con quienes los rodean. Así, en “El Hombre Neutral”, ese hombre que desaparece sin dejar rastro y del que solo sobrevive una foto como único recuerdo es quien marca la historia de Felipe, un joven trabajador aeroportuario que no sólo tiene que lidiar con los temores que signan su propia e inminente paternidad, sino que debe vérselas también con un hecho inaudito: una invasión de conejos que inunda su lugar de trabajo y abre el cuento hacia el terreno de lo desconocido. En “Los herederos de Buda”, la locura ajedrecística de Víctor Tromer es una fuerza que arremete contra todo lo que está a su alcance, incluido su hermano Gustavo, a quien lo une una larga saga de miserias compartidas. De fondo, constante y opresiva, la sombra terrible de un padre que hará lo imposible para exprimir al máximo la genialidad de su pequeño hijo ajedrecista. Con guiños a Stefan Zweig y Vladimir Nabokov, el relato extrema el verosímil hasta límites insospechados, al punto de imaginar una partida contra el mismísimo Bobby Fischer en un ignoto bar de Avenida Corrientes o introducir el horror de la represión y el terrorismo de Estado mediante una vuelta de tuerca inesperada. En “El caza Zero” hay también un patriarca temible; el dueño anciano de una tintorería en la que también trabajan, a destajo, sus dos hijos: Aiko y Teiji. La muerte del padre y un viaje sorpresivo a la costa atlántica abrirán, para Teiji, la posibilidad de un nuevo comienzo. O quizás no. El alcance de los fantasmas familiares se remonta aquí al mítico ataque a Pearl Harbor, en el que el abuelo del protagonista, Shintaro Onamura, tuvo un destacado rol como piloto de caza, el Zero-sen del título. “El cielo de las tortugas” es un relato tristísimo, narrado a varias voces, que cuenta la historia de Ana, una pequeña y sensible lectora de Lewis Carroll que pasa sus días internada en un servicio infantil de cuidados paliativos, gravemente enferma. Una tortuga llamada Alicia es el eje central sobre el que gira esta historia conmovedora sobre la muerte, la culpa y la posibilidad de redención. “Caballo en llamas”, por su parte, examina los traumas de una experiencia límite: la guerra de Malvinas y la vida de aquellos conscriptos que pelearon en las islas. Luego de un largo destierro, Patricio regresa a su pueblo natal para contarle a sus amigos lo vivido durante el tiempo en que estuvo ausente. En algún momento, la revelación inesperada de una historia de amor parte al cuento en dos y todo lo que sucede de allí en más se ve inundado por el vacío del presente y el dolor de aquello que se perdió definitivamente. El relato que da nombre al libro, “Doscientos canguros”, vuelve sobre el sendero trazado por Kipling para narrar la historia de Mercedes, otra niña amante de los libros, ofendida ante un padre que no está y una madre que entabla una relación con otro hombre. Siempre en compañía de su hermana menor, Mecha asimila como puede lo que ocurre a su alrededor, refugiándose en la lectura y, por qué no, en la invención de historias fantásticas sobre canguros que viven en los árboles. El final del cuento es ejemplar y tiene la inteligencia de resumir, en una escena memorable, esa extraña mezcla de candidez y oscuridad que llamamos infancia. Por último, en “La estructura de los mamíferos”, Muzzio recurre nuevamente al recurso polifónico para narrar la agonía de Brigitte X, una ex actriz de cine porno que, en el delirio de su enfermedad, rememora un pasado lleno de gloria y exotismo. Cuida de ella su hijo Lucio, un joven sumamente introvertido, obsesionado con una trabajadora del Zoo de Buenos Aires, a quien, en secreto, espía todos los días desde la ventana de su habitación.
IV. Como dijimos, el lugar que ocupan los animales en estos relatos es determinante. Si lo extraño es aquello que aparece y desestabiliza por completo el universo de lo conocido, los animales de Muzzio irrumpen allí donde menos se los espera. Invasión de conejos, ballenas estancadas en una ciudad costera, tortugas cruelmente decapitadas, leones que rugen en la noche. Quizás sean estas las escenas más poderosas de Doscientos canguros, aquellos momentos en donde el misterio se presenta en su cualidad más intransferible, resistente a la interpretación. “Hazme diferente al resto de los animales”, imploraba el bicho gris y lanudo de la fábula de Kipling mencionada al comienzo. Algo similar parecen pedir a gritos los personajes de estos cuentos: ser distintos de lo que son, tener la chance de imaginar vidas posibles por fuera de la prisión de lo existente y lo rutinario.
(Actualización julio-agosto 2019/ BazarAmericano)