diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Las cartas de Francisco Gandolfo: genealogía de escrituras.
Correspondencia, de Francisco Gandolfo, Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2011. Selección y prólogo de Osvaldo Aguirre.

En una carta fechada en 1947, la primera del volumen que recopila la correspondencia del poeta, Francisco Gandolfo concluía: “Una de las cosas que me favorecieron al descentrarme fue la de mi alejamiento de los superfluos círculos ya sean culturales o sociales de la ciudad”. Por entonces, la ciudad referida es San Rafael, y esa preocupación por la labor creativa ante los “superfluos círculos culturales” contrasta, llamativamente, con el valor que tendría años más tarde, y después de su radicación en Rosario, la figura del propio Gandolfo. Así, en una carta a Mario Levero de 1982 leemos: “Suelo decir siempre que Rosario es la (nuestra) capital de la poesía (..)”. O, según palabras del mismo Levrero un año antes: “(…) parecería que la poesía argentina se ha concentrado en Rosario, en una curiosa polaridad extrema Gandolfo-Sevlever- el primero empujando continuamente a que el Verbo se haga Carne, el segundo contemplándolo extasiado”.

            De tal forma, con “Introducción”, “Notas” y “Testimonios” a cargo de Osvaldo Aguirre, Correspondencia repone, entre otras, las marcas de un escritor, y una escritura, alrededor de las cuales giran concepciones sobre el hecho poético, la actividad editorial, el mercado y los distintos momentos históricos por los que transita el epistolario. 

            Los posibles bloques temáticos y de sentido, las factibles líneas de interés a lo largo del volumen, son muchas y variadas: incluyen el registro biográfico, el “anecdotario cultural”, comentarios sobre obras, o simples notaciones cotidianas, administrativas. Pero, tal vez, los pasajes que mejor se aprecien son aquellos en donde se oye al escritor, al poeta que construye formas de intercambio y contacto con los demás, que define preferencias, lecturas, que va fijando y sosteniendo un estilo.

             En esta dirección, un primer punto de inflexión se produce en contacto con Jorge Vázquez Rossi, una suerte de hito en la correspondencia de Gandolfo. En 1959, y luego del envío del poeta con originales de Mano a tierra, la respuesta de Rossi sentencia: “Yo no leí todo el conjunto de sus poemas, pero de los que vi puedo decirle que a primera vista me parece que falta en usted un concepto lúcido de la poesía, se nota una carencia de lectura y a veces ciertas frases que no responden a más necesidad que la de la rima impuesta (…)”.

            En 1967, Gandolfo responde: “Le diré que a partir de su ya casi legendaria carta intensifiqué mis búsquedas en lecturas y creación, siempre con la lentitud que me imponen el trabajo y la crianza de mis seis hijos. Para colmo en estos últimos años, paralelo a mi renovación en poesía y el logro y mantenimiento de una voz propia, tuve que realizar esfuerzo super extra para independizarme con un negocio y seguir aun amortizando una casa”.

            La declaración, que de alguna manera sirve para visualizar además una imagen de escritor, se completa con una idea que puede leerse casi como una característica del epistolario: “Pero creo que estas luchas materiales sirven también para darle tensión vital a mis versos”. Porque, si algo se desprende del recorrido a través de cincuenta años de correspondencia, si algún efecto de lectura irradia desde las cartas, éste reside en la fuerza vital,  en la “prepotencia de trabajo” con la cual Gandolfo se arroja al ejercicio y difusión de la poesía.

             Según Aguirre, el lapso temporal que media en la respuesta de Gandolfo señala, en cierto modo, la maduración de un estilo y un lugar de enunciación: “Gandolfo deja pasar ocho años antes de contestar, y lo hace cuando gana el primer premio en un concurso de poesía en cuyo jurado se encontraba justamente Vázquez Rossi”. A su vez, en 1965, el escritor había obtenido una mención por su libro Fonemas en el marco del concurso “Legado Manuel Musto”, suceso analizado asimismo por Aguirre en tanto cierre de un período de aprendizaje: “El reconocimiento parece funcionar como una autorización para dirigirse a otros escritores, con la convicción de ser uno de ellos”.

            En las antípodas, podrían colocarse las líneas del “éxito”, o de una difusión sabia y escépticamente sopesada en el epistolario con Levrero. Ya en la década del ochenta, cuenta Gandolfo: “Tenemos la misma edad (60 pirulos) y estos boys nos aprecian como a troesmas”. Mario Levrero, por su parte, se declara todavía más acuciado por el reconocimiento: “Como contrapartida, parece que sin querer metí los dedos en el peligroso enchufe de la notoriedad (…)”. “Comenzaron a sucederse los “descubrimientos” en las páginas de los periódicos (…)”.

            Por el camino, un conjunto multiforme de textos narra el perseverante despliegue de la escritura, el intercambio franco y expansivo de opiniones, la creación y el desarrollo de proyectos.   Entre los hechos decisivos que acompañan la trayectoria de Gandolfo, y debería decirse inclusive la de otros escritores, se cuentan la fundación de la imprenta “La familia” en 1964, y cuatro años después, el lagrimal trifurca, revista literaria que funciona como órgano de contacto, publicación y difusión. Por ende, y como se aclara en la introducción del volumen: “La correspondencia, así, permite seguir la producción íntegra de Gandolfo y observar muy de cerca la del grupo que integró a través de la revista el lagrimal trifurca (1968-1976)”.

             En este punto, y más allá del resto de los integrantes del grupo (Eduardo D`Anna, Hugo Diz y Samuel Wolpin), la figura de Elvio Gandolfo ocupa un lugar central en la correspondencia, ya sea a partir de las referencias sobre la creación y el desarrollo de la revista, o en los enriquecimientos literarios mutuos que se establecen con su padre.

             De esta manera, el epistolario se abre además como un registro de la génesis y el desarrollo de “el lagrimal desde su interior, es decir, a partir de una dimensión privada, personal y familiar en la cual, asimismo, las marcas grupales son una constante. Sergio Kern, uno de los hijos de Francisco Gandolfo, refiere: “Como trabajábamos juntos todos los días, la charla estaba siempre y los sábados cuando iban a la imprenta algunos amigos y los poetas que hacían el lagrimal, era muy interesante escuchar todo lo que se hablaba. Además de que lo imprimías. Escuchaba hablar de poesía mientras imprimía poesía”. “Horas y horas imprimiendo. Ahí Elvio y mi padre aprovechaban para leer, porque ponían el libro que estaban leyendo, abierto, sobre la tabla de la impresora (…)”.

 

Testimonios                                                                                     

            Pero, ante todo, tal como ocurre con la poesía de Francisco Gandolfo, lo que destaca en el lagrimal es la respuesta, cargada de originalidad, frente al entonces panorama de la poesía. Esta suerte de renovación, de propuesta alternativa, conjugaba la utilización de un registro concreto y cotidiano, se diría en cierto modo definido por el despojo y una contundente austeridad, junto con la potencia disruptiva del humor, la ironía y el sarcasmo.

            Al respecto, promediando la década del ochenta, es decir, con un estilo y una voz ya consolidados, Gandolfo concluye en conversación con Daniel Garibaldi: “Es así viejo, la poesía está para afanarle el fuego a los dioses, como Prometeo (…)”. O, en carta a Mario Levrero: “Gozo cuando molesto lo seguro, esquemático, oficiosamente cultural”.

            En paralelo, los destinatarios de los poemas dan cuenta del carácter inasible, inquietante o atípico de su producción. En 1979, dice Mario Levrero: “No sé cómo se llama eso que usted hace, pero me parece bueno. Me gustó leerlo. Me parece imprescindible que exista y que alguien lo haga. No sé cómo se llama su verdadera profesión (…)”. “En resumen, esto que usted me ha enviado no es poesía, no puede modificarse, debe vivir aunque nadie lo acepte (no es lindo, no se entiende, parece joda, etc.). Es un objeto vivo que está en el mundo, y chau. Jódase”.

            Asimismo, en “Testimonios” -anexo de la Correspondencia que incluye las palabras de escritores como Jorge Isaías, Eduardo D`Anna y Angélica Gorodischer- Juan Carlos Moisés reseña el valor que tuvo para su formación el contacto con la revista y la producción del grupo: “Ese año (1974) en La Plata, después del viaje a Rosario, quemé todo lo que había escrito hasta ese momento y empecé de cero (…)”. “Como los dibujos, que también eran una posibilidad de explorar el humor. A la poesía de Francisco (pero también a la de Elvio y Sergio) la veía diferente de todo lo que se escribía entonces”.

            Daniel Freidemberg, por su parte, al hablar de el lagrimal se detiene en la poesía de los años sesenta y setenta, tendiendo, al mismo tiempo, relaciones con el presente: “Había encontrado una vuelta, me parecía, que preservaba los mejores hallazgos del 60 y carecía de sus vicios. Me llamaba la atención esa mezcla de humor con lo antipoético y en algunos casos con cierto juego intelectual, sobre todo en Francisco y en Eduardo D`Anna”. “Curiosamente, ahora, por el contrario, estoy harto de la complacencia conformista que veo en quienes se refugian en “lo no poético””.

            En simultáneo, algunos destinatarios de las cartas ejemplifican las lecturas y los referentes a los que se dirige el poeta por esos años: Osvaldo Lamborghini, Juan José Saer, y, puntualmente, Juan L. Ortiz. Dirigiéndose al primero, establece en 1972 Francisco Gandolfo: “He leído tu extenso poema a Evita que me ha conmovido (…) Te digo que algo como lo tuyo hacía falta porque vos ves cómo nos estamos muriendo de frigidez poética, de cancheros en la onda, de falsos tratando sin seriedad ni respeto, sin sentir ni vivir los angustiosos temas sociales”.

            En cuanto a Juan L., figura que se convierte en un referente del grupo, y a la que se le dedican plaquetas y publicaciones diversas; oímos en la intimidad de una carta a Elvio de 1971: “[Jorge] Isaías lo visitó a Juan L. y éste le dijo que el lagrimal es la mejor revista literaria del país. Llevó el nº. 2 y el viejo se lo autografió y corrigió dos versos. Quedó chocho el viejito”.

            Por otro lado, gran parte de la trayectoria de Francisco y el grupo aparece atravesada por los años de la dictadura. En esta línea, entre otros testimonios de la época, y amén de los innumerables ejemplos comprendidos en el cuerpo de las cartas, figuran los interesantes aportes de Jorge Isaías y Angélica Gorodischer, escritores que reponen el clima del momento y los modos en las cuales se sostenía el ejercicio de la literatura.

            Según Jorge Isaías: “El clima era asfixiante en la dictadura. Amigos del Arte y la Sala de la Pequeña Muestra eran los únicos lugares donde íbamos. Por eso sale también la idea de los viajes a los pueblos, que hicimos con Francisco, Angélica y Alma (Maritano)”. Sobre el mismo hecho, recuerda Angélica Gorodischer: “Las lecturas que hicimos juntos en los pueblos fueron algo maravilloso. Parecíamos la troupe de una radionovela: hoy Venado Tuerto, mañana Los Quirchinchos, pasado Corral de Bustos (…) Después vino la parte fiera. Con la dictadura, hicimos algunas presentaciones de libros pero tuvimos no encontronazos con los milicos pero sí gente que fue a espiar”.

 

Poesía y Correspondencia

            Naturalmente, la correspondencia de Gandolfo da cuenta de la concepción, producción y recepción de su obra, desde Mitos (1968), hasta Presencia del secreto (1987); pasando, entre otros, por El sicópata (1974), Poemas joviales (1977), o Plenitud del mito (1982).

            En este punto, unas veces es la escasa repercusión en los medios nacionales la queja que despunta en el epistolario. En otras, el reconocimiento de sus pares, de poetas y escritores de relevancia que comentan la lectura de sus obras, se superpone a la escasa difusión recibida en los círculos académicos, o en los ámbitos periodísticos y culturales masivos.

             Condensando esta dinámica, junto con su concepción acerca de la práctica escritural, en 1974 resume Francisco Gandolfo: “Mi primer libro, Mitos, que apareció en 1968, tuvo algunos comentarios de diarios, entre ellos Clarín y La Prensa, pero no se vendió. De cualquier manera, la poesía no vive del éxito, sino del espíritu que sostiene a través del tiempo y los que se desaniman por el rechazo carecen de verdadera vocación. Yo llevo más de treinta años trabajando el verso y hace apenas ocho que me animé a publicar”.

            Quizás, las líneas que mejor definen esta dinámica entre el escritor y las implicancias de su obra en los “grandes medios”, sean aquellas que él mismo usara para caracterizar su encuentro con la literatura de Sevlever, líneas dirigidas en 1981 a Mario Levrero: “Como buen poeta, llega sin apuro. Y no con la chafalonía de un éxito, sino con el dolor de un supuesto fracaso”.         

            En sentido contrario, el descubrimiento y difusión de otros escritores se presume en los interlocutores de la correspondencia como un mérito de el lagrimal. Daniel Freidemberg, por ejemplo, afirmaba en 1978: “Hablando de Ortiz: ahora que me acuerdo, yo empecé a leerlo gracias al lagrimal. (…) Ustedes fueron parte de los muy pocos que le dieron bola cuando nadie se acordaba de él”. O, de acuerdo con el mismo Gandolfo en diálogo con Carlos Roberto Morán: “Entonces recordé que cuando Cristina (Peri Rossi) era prácticamente nadie en el mundo de las letras, nosotros le publicamos en 1969, hace 15 años, un original poema titulado “El tío extraño”.

            Es decir, en sintonía con un modo de hacer poesía, una posible salida de cara a los círculos ya establecidos y consagrados, se encuentra en los diversos intercambios de materiales, opiniones y escritos a los que Gandolfo imprimía un carácter franco, informal e inclusivo. Según el testimonio de Javier Cófreces, en sus inicios, y tras una carta de presentación enviada al poeta: “A pesar de nuestra condición de primerizos y novatos en el ámbito editorial, Gandolfo nos respondió con una cordialidad y gentileza increíbles”. Luego, se detalla el curioso mecanismo utilizado por Francisco para la entrega de sus libros: “Aquella inolvidable caja de zapatos contenía Mitos, El sicópata, El sueño de los pronombres y los Poemas joviales, una obra genial publicada en 1977 y que celebro y disfruto hasta el día de hoy”. 

            De acuerdo con Osvaldo Aguirre, a lo largo del epistolario distintas generaciones de poetas se transforman en interlocutores de Francisco Gandolfo. Prosiguiendo con el razonamiento, habría que pensar hoy en aquello que la edición de sus cartas tiene para decirle a las generaciones actuales.

            En principio, Correspondencia es un libro amplio en varios sentidos. Una obra que incita a la lectura y funciona como una especie de aliciente, uno de esos libros que acicatean el impulso creativo, escritural. En última instancia, “uno de esos libros que valen la pena”,  paráfrasis que podría tentarse de las palabras que Carlos Morán le dedica al escritor en los párrafos últimos del libro: “Gandolfo, aparte de un ser inteligente, mesurado, más que original con su poesía, era esa clase de gente que valía la pena. Ése es el balance que puedo hacer”. 

 

(Actualización marzo-abril 2012/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646