diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Matías Moscardi
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La desposesión
Los perplejos, de Cynthia Rimsky, Buenos Aires, Leteo, 2019.

La lectura de esta novela, la lectura “profunda”, para retomar un tema de Los perplejos, me ha permitido reflexionar sobre un tipo de literatura contemporánea en el que la ficción y la no ficción permanecen como dos hilos indistinguibles en la construcción de una malla densa que hace reverberar varias cuestiones contemporáneas que me preocupan desde algunos años: el trabajo con material documental, la escritura en primera persona que sin embargo destruye al yo, la desposesión, el anonimato y la no pertenencia. Había comenzado a pensar algo sobre esto a partir de la lectura de Poste restante, pienso ahora, una novela de Rimsky que vino cronológicamente antes de Los perplejos, y la lectura de esta última me ha permitido articular mejor esas “perplejidades”.

Escribo algunas líneas sobre Los perplejos, entonces, desde estas preocupaciones.

¿A quién pertenece esta novela?, me pregunto a medida que avanzo en la lectura. No me refiero al autor o autora, esa figura cada vez más opaca que va desapareciendo por el resumidero de una narrativa que ofrece resistencia a las políticas identitarias de las que se apropia el neoliberalismo contemporáneo. Y me pregunto también, ¿será porque el neoliberalismo es aun más salvaje en estos sures que es nuestra literatura, la latinoamericana, la que mejor, me parece, ha esgrimido esta resistencia?

Al preguntarme, entonces, a quién pertenece esta novela, no me refiero al autor o autora. Me refiero al o a la protagonista o, más allá de los protagonistas, a la historia propiamente dicha. ¿De quién o de qué es esta historia? Hago esta pregunta obviamente retórica porque me parece que ella encierra algo que, junto con la destrucción del yo en alguna narrativa –y agrego, poesía– contemporánea, ilumina una corriente de desposesión muy evidente en esta novela. Los perplejos no es –creo– una novela que confronta la historia de Maimónides –la figura más prominente del judaísmo en la Edad Media– con la de la escritora que la escribe. O al menos no es solo eso. La historia de Maimóides en su exilio, expulsado de Córdoba, España, pasando por Fez y Tierra Santa, Alejandría y Fustat hasta llegar en un periplo que le lleva toda la vida a Alappi, transcurre entre 1135 y 1204 y se cuenta por fragmentos ordenados cronológicamente, interrumpidos por la historia de una escritora chilena –sin nombre, retengamos este dato– que viaja en un comienzo a Córdoba, España, para investigar sobre Maimónides, y termina viajando al azar por Eslovenia y Croacia, arrasadas ambas por las recientes guerras y sus paisajes de destrucción y miseria. En el exilio de Maimónides, la historia de Maimónides se deshace por momentos de la primera persona y a partir de allí cobran vida muchos otros personajes: Ibn Nasi, el filósofo que realizó una traducción revolucionaria de la Metafísica de Aristóteles, o Rafael, discípulo de Maimónides, por nombrar solo dos. En la historia de la escritora, relatada sin orden cronológico ni geográfico, fragmentos de una experiencia astillada emergen a través de algunos personajes inolvidables: el desertor de la guerra que luchó, según sus palabras, “del lado de los criminales”, la vieja que utiliza los zapatones de su esposo muerto varios números más grande dado que tras el régimen comunista ya no se consiguen zapatos durables.

Veo una destrucción de lo personal en la historia de Maimónides: la historia que se cuenta a partir de ese yo no es tanto la historia de su vida –hay datos personales, por ejemplo, ausentes, así como faltan fechas y precisiones. La historia de Maimónides, con todo lo que tiene para ser la historia de un ser excepcional, se encuentra narrada, en cambio, desde la vivencia propia de ese personaje que no se sabe excepcional, que duda y hasta fracasa en su tiempo y que se pierde a sí mismo tras la muerte de su hermano Daniel. Si en la historia de Maimónides ese descentramiento narrativo nos deja percibir que esa historia es la historia de las persecuciones a los judíos y no simplemente la historia de Maimónides, en la historia de la narradora también los personajes aparecen despojados de historias personales. ¿Quién es Moira, por ejemplo? ¿Cuál es la relación que la une a la narradora? Moira es un personaje deshilachado, que aparece de vez en cuando cuando la narradora evoca un pasado en Chile, y reconocemos que es un personaje importante en la vida de la narradora, la madre, tal vez. La historia que las une, sin embargo, más allá de los momentos particulares que aparecen en la novela, no se nos entrega. La novela se resiste a dar nombres de parentesco, de relación, a aquello que une a los personajes y a construir con ellos una historia familiar. Como si lo que la novela quisiera narrar fuera no la historia –la plot, la intriga– sino los momentos que construyen la experiencia, más allá del o de los sujetos. La vida, esos fragmentos de vida, encerrados en momentos particulares.

Con estos desplazamientos, descentramientos, y confusiones de cronología, Los perplejos construye una historia que no le pertenece a nadie. No porque se trate de una historia colectiva o sean muchos los personajes que aparecen y desaparecen a lo largo de sus páginas, sino porque todos los que aparecen lo hacen de un modo singular, sí, pero nunca personal. No están en función de una historia propia, una historia que les pertenezca, una historia en la que se resuma o conecte una identidad subjetiva autónoma y soberana, sino porque ellos, cada uno de ellos y ellas –elles– resultan arrastrados a la perplejidad, colocados en ella por el viento feroz de la historia, esta con mayúsculas. En esa historia con mayúsculas hay guerras, exilios, persecuciones, tierras devastadas y personajes arrasados, pero también hay deseo, hay compasión, hay solidaridad, y hay sexo.

Una historia sin pertenencia es una historia de la desposesión. Judith Butler y Athena Athanasiou, en un libro que me gusta mucho, distinguen dos tipos de desposesión. La desposesión que supone negar la idea de una soberanía del sujeto y pensarlo, en cambio, en redes y en solidaridad con esas redes, y la desposesión como una forma de sufrimiento infringida sobre aquellos que pierden sus tierras, su ciudadanía, sus medios de vida y resultan así sometidos a diversas formas de violencia. ¿Cómo pensar formas de subjetividad y de ética sostenidas en esa primera idea de desposesión, que hace de la subjetividad un vaciamiento del yo que posibilita, frenta a formas de poder y dominación sostenidas en la idea de un sujeto soberano y, sobre todo, propietario, una subjetividad desposeída que reconoce los lazos que lo unen con la alteridad que también lo constituye y a la que se obliga? Esa desposesión sería la condición necesaria para pensar en formas de colectividad que resisten a esa segunda forma de desposesión que significa sufrimiento –y que define, cada vez más, dolorosamente, nuestros mundos actuales de la precarización. En el astillamiento del yo, en el descentramiento cronológico y en la construcción de una historia sin pertenencia, pienso, Los perplejos resulta una invitación poderosa a construir una ética de la desposesión para nuestro mundo contemporáneo. Celebro por eso su publicación en Leteo en este 2019: frente a las políticas de la austeridad, la novela nos ofrece otros modos de imaginar nuestro mundo, y resistir, al menos imaginariamente, a la autoridad de ese otro mundo actual de la desposesión como forma de sufrimiento.

(Actualización mayo-junio 2019/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646