diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Un mapa genera la ilusión de estar mirando desde arriba. Google Earth la alimenta, dándonos la posibilidad de encontrar la cabeza del vecino cruzando la calle y nuestro auto estacionado en la puerta. Si avanzamos en la búsqueda, quizás aquella bicicleta que vimos en la esquina, ahora aparece duplicada en la avenida: es un rompecabezas del mundo capturado desde un satélite y con cámaras 360°, un patchwork donde cada localidad está detenida –hasta su próxima actualización– en fotos tomadas durante unos pocos días.
“He visto el plano del pueblo el cual no puede ser más hermoso y extraño a la vez, pues es una estrella perfecta”. Con esta cita de Lodovico Quaranta (Cuaderno de viaje, excursión por La Pampa de 1891), arranca Italó de Paulina Cruzeño. El nombre del libro coincide con el del pueblo ubicado en el sur de la provincia de Córdoba, una localidad a 5 horas de la capital, que cuenta con 1139 habitantes y, según la exhaustiva descripción de Wikipedia, contaba con la señal de Frecuencia Modulada FM Cristal, que dejó de escucharse el 22 de marzo de 2016, “debido al escaso apoyo comercial de la localidad y los altísimos costos de mantenimiento”. El epígrafe, en principio, parece querer situarnos, como si no bastara con la referencia del nombre propio, ni con del arte de tapa, donde se observa un mapa de la parte del sur de Córdoba, más pampa que punilla, más llanura que sierra, contradiciendo nuestro imaginario.
Paulina Cruzeño traza su propio croquis del pueblo con cada poema, como si fueran las puntas de esa estrella perfecta, hermosa pero extraña. Sin embargo, Cruzeño ya no mira desde arriba sino que imprime sobre la perspectiva del viajero, la suya, la mirada local, la de quien ve desde adentro, atrapado por esa jaula que es el horizonte en los pueblos de llanura. La voz es la de una adolescente que se colectiviza en otras chicas como ella: “De haber podido elegir quizás ninguna/ estaría acá. ...”, como dice el poema “Este es el último verano”. En un puro presente, la voz recorre el pueblo y hace zoom en pequeñas escenas de ese “último verano”. ¿El último de qué? ¿De la juventud, de la escuela, del aislamiento? Con ese adjetivo, despliega la posibilidad de una salida del territorio como promesa o deseo del que no hay planos posibles.
Estos poemas, muestran la hilacha del pueblo y la sacan al sol, la hacen relucir:
A la siesta, la reina
barre la vereda en bombacha y corpiño.
Si le pregunto por qué no se viste
me dice: la gente
cree que es un mallita
Lo conocido visto de cerca, muy cerca, puede volverse extraño hasta perder sentido. Y en Italó, tanto lo íntimo y familiar (la ropa interior de la madre, la desnudez de las amigas) como lo foráneo (“Un camión cargado de hombres/ aparece por la calle del centro. Son los que vienen a hacer la ruta/ y traen, a las chicas como yo/ un poco de descanso”) queda expuesto a la mirada y a la voz. Estos extraños que vienen a medir el terreno, remover la tierra para trazar el camino (una salida); tampoco tienen escapatoria, no conocen el territorio:
Es el topógrafo y anda en la Saverio gris
(...) Lo veo siempre:
a la salida del colegio, en el kiosco
en el bar, en la esquina
(...) No hay escondite para él en este pueblo.
Lo miro fijo donde lo encuentro...
Todo está expuesto y al rayo del sol. En Italó todo brilla como una estrella perfecta: los camisolines de raso, los campos de maíz, el polvo en las pieles mojadas de los adolescentes, la puerta de chapa de la cooperativa como una lengua húmeda, la calle espolvoreada de arena como un churro. El sol es una “piedra pómez” en la espalda o “cubre como una sábana gastada por el uso”. Todo está tan a la luz que puede velarse. Y los que más brillo conservan son aquellos que todavía guardan, como un divino tesoro, la posibilidad de irse:
Con el viento, las partículas
de guadal se nos pegan
y parecemos hechos de lentejuelas.
Brillamos al sol, nuestra piel
es nueva y lo sabemos.
Si nos vieras desde arriba entenderías:
jóvenes y dorados
listos para huir.
(Actualización mayo-junio 2019/ BazarAmericano)