diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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I
En su artículo “De Putas” Martín Kohan hace un preciso recorrido sobre las configuraciones de la prostitución en la Literatura Argentina. En el comienzo del siglo XX aparece Nacha Regules, personaje que Manuel Gálvez prefigura como víctima:
“Víctima múltiple: de las condiciones sociales imperantes y de su propia necesidad de vivir, del entorno y de sí misma, del rufián y la madama y de los policías cómplices, de los nefastos legisladores y del destino que le tocó”
Por su parte Roberto Arlt, como siempre, mueve el tablero; Kohan puntualiza que para el autor de Los siete locos: “la prostitución es menos un problema social que un modelo de acción política”. De allí se puede avanzar hasta los cuentos de Julio Cortázar, esos relatos “con putas” donde se prioriza “la escisión de dos mundos bien distintos y la posibilidad, siempre problemática de pasar de un lado al otro”.
La lista no puede obviar la Emma Zunz de Borges:
“es preciso considerar en qué sentido podría sostenerse que Emma Zunz es una puta, porque en última instancia lo cierto es que ella tan solo hace de puta. (…) En algo no procede como puta: es ella la que elige al hombre, en vez de darse a elegir. (…) Que rompa el dinero, como lo hace, al cabo del acto sexual, dice tanto sobre su necesidad de revertir lo que ha pasado como de la imposibilidad objetiva de hacerlo. Emma quiere suprimir la huella material de lo que sucedió, pero esa huella ya está alojada en su propio cuerpo.”
Más acá en el tiempo Fogwill le suma espesura al asunto:
“Las putas de Fogwill circulan en las antípodas de aquella de Manuel Gálvez: habitan en la ciudad contraria. Aquellas esperaban todavía una eventual redención por parte de la sociedad. Las de Fogwill vienen a decir exactamente lo opuesto: que es la propia sociedad la que debería ser redimida y que no será posible hacerlo.”
Como toda lista, algo siempre queda afuera, porque al recorrido de Kohan podría faltarle “La madre de Ernesto”. En ese cuento Abelardo Castillo muestra o más bien presenta un cuerpo femenino desdoblado. Están las fantasías de ese grupo de muchachotes alzados, la sexualidad como hipótesis. Cuando llega el momento de acceder a esa soñada dimensión, la madre de Ernesto los reconoce y asustada les pregunta si a su hijo le ocurrió algo malo. Castillo concluye el relato con una frase sutil y precisa: “cerrándose el deshabillé lo dijo”. Un gesto de clausura elocuente, el cuerpo vuelve a un estado asexuado, ya no es puta, sino madre. Bajo el mandato de Pirandello este personaje fluctúa entre dos roles eventuales, no hay esencia, sino mascaras.
Y tampoco deberíamos olvidar a esa muchacha matriculada bajo las siglas W218, una prostituta glamorosa y a su vez robótica, cuasi estalinista, sueño distópico de la protagonista de “Pubis Angelical”.
Pero lo mejor que se ha escrito sobre prostitución en la Argentina no pertenece al campo de la ficción, sino que es un libro de entrevistas realizado por Eliseo Verón, titulado “Mundos Paralelos”. El material, que permanece inédito y hasta hace algún tiempo se lo podía conseguir en la página web del fallecido semiólogo, podría funcionar como una especie de “novela polifónica”; la narración cabalga a puro diálogo y llega, incluso, a dibujar una clara parábola que va desde un comienzo un tanto liviano, donde la prostitución es una especie de juego meritocrático, hasta sus últimos apartados los cuales, de manera casi involuntaria, muestra una marginalidad que hasta parecen desbordar las tranquilas pretensiones académicas de su autor.
II
María (¿Magdalena?), protagonista de “Una vida en presente”, primera novela de Paula Puebla, es prostituta vip. Un puñado de clientes le alcanzan para tener un pasar ABC 1.
Si en el cuento de Castillo la dualidad estaba marcada por ser madre y ser puta, aquí María, además de su faceta prostibularia, se muestra como una tía dedicada. Su afecto no se limita lo material, pasa el llamado “tiempo de calidad” con sus sobrinas, conoce sus gustos, usan los mismos pijamas, miran películas juntas y hasta se saben fragmentos de films de memoria. El espacio familiar se completa con Julia, su hermana, y un cuñado, personaje un tanto esquemático, un malo de folletín al cual se le ven los hilos y las oscuras intenciones desde su primera aparición. Los hombres o más bien los clientes en la novela adquieren, no un rol secundario, sino una dimensión arquetípica. Está Gabriel, casado, mitómano compulsivo y fanfarrón, un sorete de manual y también Pereyra Pueyrredón el político afrancesado, un tanto superficial y generoso (con los dineros ajenos). Son “sus hombres objetos”, fichas que funcionan para mover los resortes del relato. En cambio el doctor Nicolás Abraham Seligman se maneja de manera huidiza. Su despotismo sobrepasa la ética profesional, digita a su antojo las acciones de María y finalmente logra que ella sienta algo cercano al amor, es decir un enamoramiento torpe, pavloviano.
Puebla practica un realismo nominalista: se mencionan marcas y lugares con una fidelidad casi periodística. El recurso por momentos puede resultar un tanto molesto pero parece tener la intención de dar cuenta pormenorizada del materialismo de María. Pero la novela siempre se deja leer, tiene un ritmo maratoniano, de serie de Netflix, un viaje que puede hacerse sin escala en dos o a lo sumo tres horas de corrido. Todo un merito en el campo literario actual, donde muchos escritores prefieren edificar un supuesto prestigio a la sombra de una prosa solemne y acompasada.
Eso sí, el latido enunciativo de la narradora es un poco distante, hay algo en la pulsión de su voz que genera cierto desapego, como si la impronta de la protagonista, su frialdad mercantil con los cuerpos encontrara su continuidad en el modo de relatar los hechos.
Pero hay algo más: si la narración parecía dar a cada paso lo que prometía en el estadío anterior, las últimas cincuenta páginas rompen cierto horizonte de previsibilidad. La aparición de un nuevo hombre, el Yeti, reconfigura un poco las cosas. Una humanidad que hace estallar ese lugar que la novela parecía haberle reservado a los personajes masculinos. Su presencia termina de horadar el ánimo de la protagonista y es un mojón para el lector, un aviso del cambio de vía. Por motivos que no vienen al caso María decide asomar sus narices en la “Deep Web” y justamente lo que termina haciendo es penetrar dentro de su propia oscuridad. El viaje de ella con sus sobrinas a Barcelona generan una tensión gratamente insoportable, es una especie de genial remake de “Un buen día para el pez banana” de J. D. Salinger. El último capítulo reacomoda las fichas, María nos regala un momento emancipatorio y a su vez arbitrario, vital y frágil, la conclusión perfecta porque nada cierra y todo está por verse.
Paula Puebla, es una activa twittera, su enérgica postura sobre el feminismo y la prostitución no admite medias tintas y hace buena combustión en esa burbuja pública que son las redes sociales. En “Una vida en presente” su pluma se vuelve menos sentenciosa, un pasaje que sin la premura de los 280 caracteres, la transforma en escritora.
(Actualización marzo-abril 2019/ BazarAmericano)