diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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El primer texto de Animales, de Hebe Uhart (1936 - 2018) es, en sí mismo, una clave de lectura o, mejor dicho, una pequeña red de escritura que se expande hacia el interior del libro y hacia otros de la propia autora. Es que en “Mi historia con los animales”, el texto en cuestión, tenemos –en apenas siete páginas– la construcción de la voz de la narradora a partir del cruce temporal que va del recuerdo al presente (“volvía a Moreno y contaba a mi mamá lo que pasaba allá. Pienso ahora que me mandaban como espía”), la observación desenfadada y sorprendida de una niña (“alrededor de los siete años pensaba que cómo era que a ella siendo loca las plantas le brotaban igual que a los demás”) y la mirada adulta, atenta y reflexiva que va de los animales a los humanos, como una naturalista que se vuelve antropóloga (“Hay algo que hemos perdido los hombres, en función de la adquisición del lenguaje que privilegia los contenidos comunicativos sobre el lenguaje gestual: hemos perdido el saber del lenguaje corporal, el no verbal”).
Si bien el libro se titula Animales, también podría llamarse Humanos. Es en el camino que comunica del reino animal al reino humano donde se ubica la narradora. La observación de la naturaleza, cuestión central, parece conformarse como una mirada que va y vuelve una y otra vez desde los animales hacia las personas y viceversa. Observar a los animales es observar el vínculo que los une con los hombres y las mujeres, y es observar, también, lo que la cultura ha hecho con esos seres: de qué manera el lenguaje, la experiencia y la escritura atraviesan ese mundo otro de los animales para unirse con la propia experiencia de ser humano. Así, encontraremos un minucioso repaso de ciertas tradiciones literarias fuertes (como la grecolatina y la rioplatense) que aparecen en pie de igualdad con los refranes del campo y de los pequeños pueblos del interior de Argentina:
Yo no recuerdo haber insultado invocando a los animales; los han convocado a todos para insultar. “Perro” está en la Ilíada, ojos de perro, dicen. “El caballo” le decían a una compañera en sexto grado, “gato” a las prostis, y “vaca” a las gordas. Me identifico con Felisberto Hernández, que dice en su cuento “Úrsula”: ”Úrsula era gorda como una vaca y a mí me gustaba que fuera así”. Se necesita valentía en el Río de la Plata para decir eso. (…) Me gustan mucho los dichos camperos de la provincia de Buenos Aires, en los que cada situación, habilidad o deficiencia es llamada con un animal. Para la monotonía, “Siempre igual como cara de oveja”. Para la formalidad, “Formal, como burro en corral”. Para la desconfianza, “Más desconfiao que caballo tuerto”.
Uhart demuestra aquí una gran capacidad para estar siempre a la escucha: es un oído atento al dicho popular, a las historias familiares y a la propia voz que regresa del pasado para hablarle como una invocación de sí misma la que le permite lograr un entramado de discursos: superpuestos e hilvanados sutilmente, aparentan una sencillez que no es tal. Porque no es sencillo pasar de los filósofos más arduos a una payada, de la anécdota familiar al comportamiento de los loros, de la literatura griega a la perra rolinga de la vecina de barrio. Pero Hebe Uhart transita esos caminos con un tono cercano, hasta íntimo en su decir, como si de una larga conversación se tratara.
En la cita anterior vemos, además, un rasgo presente en todo el libro (y en gran parte de la obra de Uhart, podemos agregar): una forma sutil del humor. Un cierto manejo de la ironía, de un humor sosegado, como quien mira la escena, observa, aprende y sonríe. Deleitarse con un mundo que es propio y ajeno a la vez, con la mirada de alguien siempre a medio camino entre lo urbano y lo pueblerino. Una mirada de cronista, que implica un cierto desfasaje o una extranjería entre el yo que observa y eso que se mira. Ese pequeño hiato que permite, acaso, como dice Julia Saltzmann en la presentación de sus Novelas reunidas (también editadas por Adriana Hidalgo), que lo nimio se vuelva interesante y “lo cotidiano, único, revelando aquí y allá fértiles parcelas –como dicen a menudo sus personajes– `de gran aprendizaje`”.
La historia de los animales es también, para Uhart, la historia del pensamiento de la humanidad acerca de los animales. Una presencia ineludible en la vida de los seres humanos. Presencia tan fuerte que por momentos se transforma en un espejo que devuelve las virtudes, los defectos, las certezas y las dudas de cualquier vida: “Parafraseando a Nietzsche cuando dice que el hombre se constituyó en un animal lleno de futuro, a mí el mono me parece un animal preñado de futuro. Y envejecen, como nosotros: tienen canas y la boca se les curva en señal de escepticismo, sus ojos se vuelven más chicos y penetrantes, prueba de que la penetración en nosotros es un signo del tiempo y de la necesidad, y no de que nos hayamos vuelto más sabios de viejos. Salú, mono querido”.
En poco menos de doscientas páginas, Uhart atraviesa de modo ágil por tradiciones literarias, estudios científicos, medios de comunicación (los textos Animal Planet I y II, por ejemplo) y, siempre, la cultura popular. En ese sentido, el trabajo de rescate lingüístico, de arqueóloga del lenguaje ejercido por la autora es clave. Ella misma, en su discurso de aceptación del premio Manuel Rojas, daba cuenta de este aspecto de su obra: “He tratado de registrar el lenguaje, los modismos regionales y lo que esto implica: una forma de ver el mundo. Y también a veces logré tener un registro de la forma mía de ver el mundo”. Mirar al otro para mirarse a sí misma, ese camino que, ya dijimos, es el eje de todo el libro: observar a los animales para observar a los humanos. De hecho, la narradora habla de “animales humanos”, nos pone en pie de igualdad, acerca ambos mundos para decir, tal vez, que no hay dos “reinos”, sino uno solo. Hay, a veces, hasta una pequeña envidia, un sentir que desea volver a ese estado más primigenio, más libre: “Hay un oso que come flores y se rasca el cuerpo contra un árbol. Tiene una expresión de gran felicidad, me encantaría hacer esas dos cosas. Tan extraña es la vida sobre la Tierra”.
Resulta complejo completar una enumeración de todos los temas que cruzan el libro. De la microhistoria familiar a la vida de los exploradores y naturalistas del siglo XIX, de la tía “loca” al estudio sociológico (“Me gusta visitar los zoológicos, porque creo que los animales y los letreros participan de características nacionales”), de las tradiciones filosóficas y literarias a la pequeña anécdota de barrio, Animales lo conecta todo, para esgrimir una mirada con múltiples matices que es, a la vez, joven y anciana, asombrada y perspicaz, sabia e inocente. Un estilo fiel a la propia figura de Hebe Uhart, esa gran escritora a la que siempre se vuelve, como quien regresa a la casa de la infancia y la ve con ojos de niño-adulto, de suave asombro, de melancólica felicidad.
(Actualización marzo-abril 2019/ BazarAmericano)