diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
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Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Julieta Novelli
/  María Eugenia López

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Diseño

Gabby De Cicco

La palabra que da nombre
Amarino, de Gilda Di Crosta, Rosario, Ivan Rosado, 2018.

«Todas las revelaciones interiores –poesía, pensamiento,

contemplación, memoria y reminiscencia– tienen un rasgo común:

nos apartan de la sucesión habitual de los hechos

para transportarnos a otra duración, a un tiempo ‘recién nacido’».

 

Albert Béguin sobre Novalis

 

 

Si algo me gusta de un libro es que desde su nombre me interrogue, y el último libro de poemas de Gilda Di Crosta logró eso, hacerme preguntar si la palabra que le da nombre existe.

Apenas tuve el libro entre mis manos, la conjunción del color de la tapa junto con al nombre me hicieron pensar en una piedra, una piedra muy especial.

Según un diccionario amarino significa dotar un barco de tripulación. Volví a pensar en los colores y esas ‘olas’ del dibujo de tapa. Pensé el libro como un navío por habitar, y a la vez en esas piedras que se van juntado al caminar por una orilla de río o mar, o las grandes rocas que hacen encallar a las embarcaciones.

Este libro navío hila poemas como anotaciones mínimas, que provienen de «esa potencia/ la escena/ –pasajera–/ del yo» de una manera que me recuerda a lo que dijo la poeta negra Audre Lorde en sus Diarios del cáncer: «el silencio no te protegerá».

Los poemas de Gilda se presentan obstinados como las palomas del primer poema, aquellas que intentan atravesar las ventanas. Sus palabras se obstinaron «a partir de los días que creí/ que no iba a tener muchos días», y desde su centro fuerza a lo «insuficiente» de la lengua para que cuente, para que dé cuenta de las piedras descubiertas, de las sostenidas y entregadas en gestos de amor en las manos, en las lunas entrevistas, en las dudas que recorren el libro.

El yo avanza desnudo en los poemas pero avanza no siendo yo, o desarmándose, descarnándose. Como dice la poeta en este poema:

 

nada quien

de día–

en la paráfrasis

nadie–

ni la idea

de noche–

expía

 

 

La brevedad y los guiones permiten varias lecturas en donde el yo es nada y nadie, incluso en la paráfrasis. Este recurso me trae a la memoria el uso de Susana Thénon de los espacios entre palabras en su libro Distancias. También los recursos que Di Crosta pone en escena en la última parte de su libro, Reversados, me recuerdan a algunos de los utilizados por Thénon en Ova Completa.

Tanto en esas obras y en este libro de Gilda hay algo con el yo y con el lenguaje. Algo pugna por ser dicho y a la vez intenta retirarse hacia el gesto anterior de escribir. Pero esto no sirve para ‘expiar’ la ‘impudicia/del lenguaje’.

Hay alguien que ‘piensa/ no hay poema’ y justo allí se da paso a la otra sección del libro, titulada Yo y mi pensamiento, que oh sorpresa, o no tanto, está compuesta por un solo poema, en donde se nuestra impúdicamente ese deambular del pensamiento reconociendo que ‘no hay palabra/ no hay distancia/ de la palabra’.

Leer Amarino me llevó a pensar en los fragmentos, no en los aforismos, referidos por la cita del epígrafe del Dr. Samuel Johnson. El poderío de este libro de poemas, lo que pone en juego, es la escritura sobreviviente, y esta escritura tiene, sí o sí, que ensayar nuevas texturas y medidas. La poesía de Gilda se ha caracterizado por lo breve, eso no sería la ‘novedad’, aquí sí hay un ir a lo profundo de lo breve, explorando una cartografía del yo en vilo, del decir del yo en vilo, de la vida en vilo, diluyéndose el yo.

 

(Actualización marzo-abril 2019/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646