diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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A pesar de lo borgeano, el título tiene poco que ver con la duplicidad autoral desde donde podría leerse. Y si es así, es para referir cómo con la reedición de este libro, se pone en circulación un material que difícilmente podríamos tener todos quienes aprendimos a admirar al Vicente Luy de La vida en Córdoba o de La sexualidad de Gabriela Sabatini o de No le pidan peras a Cooper, entre otros títulos memorables. Caricatura de un enfermo de amor es el primer libro publicado por Vicente en 1991. Y si aludimos a esta duplicidad en el título de la reseña también es porque el libro parece tener poco que ver con el Vicente sarcástico, por momentos sadeano, siempre sacando la literatura fuera de sí a partir de las innumerables performances, lecturas o de la escritura en estrecha relación con los medios, diarios e Internet. Un escritor fuera del tiempo de la poesía de los ’90 o, al menos, circulando en sus márgenes, casi invisibilizado, pero que, después de su muerte, va cobrando una dimensión cada vez mayor en homenajes escritos o en ciclos de lecturas.
En efecto, en Caricatura de un enfermo de amor hay poco del Vicente mecenas de Flopa Manza Minimal y del primer cd de Gabo Ferro; del inventor de un juego de azar para evitar la fuga de capitales que fue un fracaso; del performer del grupo Verbonautas, que tomaba por asalto diversos bares de Buenos Aires; del centro del escándalo político con el intendente Mestre por un cartel donde posaba desnudo junto a sus amigos en un collage con un niño enfrente desnudo; y del que irrumpió en un concierto de Lisandro Aristimuño para leer poemas frente a un público apático que le dio la espalda.
Sin embargo, allí, ya comienza a fulgurar con singularidad el Vicente que vendrá después; el que escribirá la experiencia de estar medicalizado e internado en diversos hospicios psiquiátricos, el nieto del reconocido poeta español Juan Larrea, con quien tuvo una convivencia tan hermosa que, en este libro en particular, se acercan poéticamente para separarse de manera irremediable en sus escrituras, lo que no impidió, sin embargo, que Vicente cayera en una depresión profunda a su muerte; y este libro es, también, el comienzo de puesta en escena del derrochador acérrimo de la cuantiosa herencia familiar en ediciones de sus primeros libros de un costo de 20 mil dólares en pleno menemismo. Es decir, es un libro donde el mito Vicente Luy comienza a configurarse.
Es lo que aparece durante la lectura de un libro que aún sigue ligado sutilmente a una estética más tradicional, surrealista por momentos, pero con una intensidad difícil de definir. Y es esa intensidad la que ya va configurando la frase típica de Luy, por momentos aforística, que reaparecerá en sus textos posteriores; aunque más que aforismo, podríamos pensar en una especie de frase casi consigna-slogan hecha para irrumpir en público en los mismos bares donde luego realizará sus performances y puestas en voz, pero que en la lectura nos sacude con la súbita aparición de una verdad pequeña y efímera, sarcástica y corrosiva, que difícilmente pueda dejarnos inmune: “porque se trata de vivir, no de estar vivo”, o “en cuanto un hombre acaba, otro ocupa su lugar”.
Esas frases incisivas comienzan a resaltar con chispas intensivas los poemas. Quizá porque, como asegura un momento antes, si se trata de vivir y no de estar vivo, “es la vida, oscilante. De plomo, de hierbas y de un constante movimiento”. La vida como movimiento oscilante, como errancia, es lo que se delinea en estos primeros poemas de Luy. Y en esa errancia queda claro, desde el inicio, que la escritura será justamente eso. No la carrera profesionalizada y evolucionista tradicional de un escritor, sino una escritura vital y errante, a los saltos, en constante movimiento y no encauzada en ningún proyecto definitivo ni a largo plazo. Escritura y también práctica artística, performance e intervención vacilante y en un puro riesgo, sin el control de ningún fin dado de antemano que pueda durar:
“La energía es parte de todos los proyectos, y cada uno de ellos es energía saliéndose del rumbo, retorciendo cauces, para encontrar en cada uno a aquel que buscamos con la mirada.
Todo proyecto es una carencia.
El movimiento no tiene por qué significar otra cosa que movimiento.
Y, difícilmente, por otra parte, la energía tenga destino fijo.
Mientras haya vida poco posible parece el paraíso.
Noviembre nació de un ejercicio cualquiera.
Imaginen diciembre con amor.
Enero no podría”.
Lo que anima la práctica de Luy es energía en movimiento que sale del rumbo del proyecto. Por eso, todo proyecto es una carencia, porque está animado por una energía que, trasladada a las palabras o al poema no se mantiene en sí, como ese poema que salta de la prosa al verso. Es un puro movimiento de la energía que anima lo vital sin destino fijo.
Pero, sobre todo, lo que más aparece, entonces, como extensión de la energía vital, es el amor que enferma hasta convertirlo en una caricatura. Un sufridito irónico que reaparecerá en distintos momentos del libro, proclamando, casi cartesianamente “Sufro”, luego existo. En esos amores correspondidos y no, en los que el tono de la escritura se detiene muchas veces, es donde hay que ver el movimiento que animará lo que siga de Vicente. Será la caricatura del que ha sufrido por amor y que luego, en cambio, sufrirá por la falta de amor en un mundo donde cada vez se siente más excluido, lo que implicará, paulatinamente, abandonar el predominio del tópico amoroso, por el sarcasmo corrosivo de lo político y de lo social que moverán su escritura y su práctica hacia otro lugar. Y es justamente por ser una caricatura enferma de amor, que ya en los versos de este libro algo hay de la mítica muerte de Luy cuando en febrero de 2012, de visita en Salta, fue a ver un departamento que se encontraba en alquiler y engañó a los agentes inmobiliarios: se hizo pasar por un inquilino en potencia que, cuando lo convocaron para visitar el departamento, decidió arrojarse desde el piso séptimo del edificio donde se encontraba la locación. Ese final, de algún modo, anticipado en los diversos intentos de suicidios previos, estaba ya escrito en este libro:
“Un enfermo empieza con ‘i’, o no
la rima lo determina.
De hecho, cada tanto al mediodía
el mío
subido a un plato de sopa que tampoco le toca esa
vez
con su piyama nuevo
sale a por la luna
y sólo regresa por cortesía
porque tiene unos amigos un poco pálidos
que vienen a verle morir.
Mi hombre tiene, además,
reuma en un riñón
corazón en el corazón
infinito en la voz
y de la obra social rigurosamente al día,
y es peor.
Mi enfermo es un suicida
uno que le da golpes a la muerte
golpeándose en la vida”.
(Actualización marzo-abril 2019/ BazarAmericano)