diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Hace unos cuatro o cinco años Mónica Szurmuk viajó a Tulchin, un nombre que remite a lugares lejanos, a los que difícilmente nos conduciría un destino turístico o académico convencional. Tulchin queda en Ucrania, en Europa del Este, y Mónica fue para conocer el lugar donde había vivido Alberto Gerchunoff cuando era muy chico, antes de llegar con siete años a la Argentina, aproximadamente en 1890, para instalarse junto con su familia en el sur de Santa Fe, más exactamente en Moisés Ville. En ese momento, Mónica ya estaba preparando una biografía de Gerchunoff, y ese viaje de conocimiento puede leerse como una marca de lo que era la investigación que la conduciría a escribir La vocación desmesurada. Creo que en buena medida esa es la clave para entender cómo logró componer una biografía casi única en nuestro medio, en la que usa todos los recursos académicos para hacer otra cosa: fuentes de procedencia diversa (locales, europeas, multilingües), testimonios (del pasado y del presente), archivos variados y a veces insólitos (familiares, escolares, municipales, entre otros), bibliografía amplia (desde la clásica a la más contemporánea), todo eso para ensayar una modalidad del género que es débil en la tradición local. Porque se trata de una biografía que no buscó ser historicista, como ha sido el modo predominante del biografísmo en la Argentina (ya sea por la vía del historicismo duro o por la vía más reciente de la historia cultural), ni tampoco, desde ya, buscó ser psicologista (rasgo frecuente del género en la primera mitad del siglo XX), aunque tampoco es una biografía que intente reconstruir con la minuciosidad del detalle cada hecho de la vida del protagonista (a la manera de aquellas que se sumergen en la misma tarea de exhumación que llevan a cabo). Por eso, viaje de conocimiento, en el sentido amplio e itinerante que sugiere la expresión, es para mí el mejor modo de definir esta “vocación desmesurada”, que lo es tanto del escritor como de quien narra su vida. Pero también es un viaje de conocimiento para lxs lectores: cuando leemos esta biografía, conocemos a un Alberto Gerchunoff completamente diferente de aquel que los estudios literarios e históricos habían tendido a enseñarnos.
Hasta ahora, Gerchunoff era una figura más que nada estudiada por su lugar en la formación del campo literario del Centenario y también por su representación de la cultura judía, pero mucho menos por su participación en la política (en el socialismo, en el Partido Demócrata Progresista) y muy poco por su prolífica trayectoria posterior hasta su muerte en 1950 (en la prensa, como ensayista, dando conferencias, entre otras actividades). En cualquier caso, lo que le dio el mayor reconocimiento fue su obra inaugural, Los gauchos judíos, publicada en 1910, en la que él mismo dio cuenta, por medio de un relato cercano al costumbrismo, de sus primeros años de vida en la Argentina y de la tradición judía en la que se formó. Porque, en definitiva, siempre se lo conoció como un personaje secundario de las lecturas que se hicieron sobre Roberto Payró o sobre Manuel Gálvez para pensar la condición de la literatura a comienzos del siglo XX, o como el escritor judío que hace patente la variedad del pelotón de profesionales del Centenario, o como un one hit wonder con sus gauchos entrerrianos. Gerchunoff: el que era simpático y amiguero, buen colega y a veces algo provocador. Por eso mismo: ¿cuánto sabíamos, en verdad, de Alberto Gerchunoff? Si algo me entusiasma de las lecturas críticas es cuando, con un mínimo corrimiento de los lugares establecidos o con un desplazamiento somero de la perspectiva, cambia por completo la visión que se tiene de una situación, de una época, de un fenómeno, de un hombre o una mujer. Y eso es lo que ocurre con la biografía que Mónica Szurmuk escribió de Gerchunoff. La vocación desmesurada es un emprendimiento biográfico que modifica la imagen del escritor, tanto como la práctica del género en la Argentina, y tanto como la historia cultural, e incluso política, de los años en los que vivió.
François Dosse dice que la biografía es una novela verdadera. El biógrafo, explica Dosse, debe recurrir a la imaginación no solo debido a las lagunas de la documentación y a los vacíos temporales que intenta llenar, sino que la propia vida resulta ser un entramado de memoria y olvido. Como en toda biografía, en esta que escribe Mónica Szurmuk hay una escena significativa que condensa muchos de los sentidos de la vida de Gerchunoff. Esa escena es la de la muerte del padre: llegados a la colonia de Moisés Ville desde la Zona de Residencia de la Rusia zarista para dedicarse a los trabajos de la tierra, el padre es asesinado apenas un año después por lo que podríamos llamar un “gaucho malo”. En esa escena, que vincula con la muerte del propio Gerchunoff ocurrida repentinamente en 1950 en plena calle, Mónica no solo deposita los sentidos de la vida del escritor y de toda una parte de su obra, sino que en ella articula diversas temporalidades y le sirve tanto para reconstruir una historia de vida como para componer su relato.
Reconstrucción de la historia de vida: allí se cifra la memoria infantil y a la vez el olvido, es la escena de origen en Gerchunoff, el motivo que retorna siempre en las ficciones del adulto, ya desde Los gauchos judíos, y es a la vez el trauma, la escena obliterada de la muerte del padre inmigrante en el campo argentino, de la que no se quiere hablar porque configura la Tierra Prometida como un fracaso al que se debe todo el tiempo conjurar. Y composición del relato en varios tiempos. Por un lado, está el tiempo cronológico de la vida del protagonista, que es el hilo conductor, ya que se trata de una biografía organizada explícitamente por la cronología desde el título de los capítulos (por ejemplo: “De la Zona de Residencia al litoral argentino 1884-1891” o “En el mundo cultural porteño 1903-1910” o “Años de guerra” 1914-1919 o “La palabra justa 1936-1939”); no hay saltos en el tiempo, no hay retrospección, no hay subordinación de la vida a órdenes no biográficos, salvo por la reunión inicial de las dos muertes: la muerte de Gerchunoff, única alteración temporal que practica el libro, remite a la muerte del padre ocurrida cincuenta y ocho años antes para iluminarse mutuamente. Por otro lado, están los diversos tiempos que se entretejen con ese tiempo cronológico. Porque la muerte del padre evoca el pasado: la vida familiar en Rusia, la situación del pueblo judío y también la historia del pueblo judío, lo que convierte la vida de Gerchunoff en una exploración que ya no es únicamente la del escritor, el inmigrante argentinizado que fue actor del campo literario en profesionalización de las primeras décadas del siglo XX en Buenos Aires, sino que hace posible la descripción de todo un imaginario, de sus modos de vida y sus rituales, así como la narración de las persecuciones y los exilios desde la Zona de Residencia. Esas incrustaciones del pasado en el presente son un extraordinario trabajo de orfebrería en esta biografía. Y me permito esa expresión porque creo que podría ser una de las frases del “estilo anacrónico”, tal cual llama Mónica Szurmuk al estilo literario del propio Gerchunoff, que aprendió como segunda lengua un castellano algo arcaizante, como venido de otros tiempos. Pero además, en esa muerte del padre evocada en la muerte del hijo el presente y el pasado también se entrelazan con el futuro: con las hijas y las nietas y los nietos de Gerchunoff, uno de ellos, tan inesperadamente como la de sus antepasados, desaparecido en Tucumán en los 70 por la última dictadura militar; en Tucumán, allá mismo donde Gerchunoff se había ido con su mujer y sus hijos, muy joven, a ponerse al frente de una empresa periodística, experiencia que, aunque exitosa, duró apenas un año. Así, nos sumergimos en una biografía que va del pasado al futuro mostrando las derivas de la historia política, y de lo micro a lo macro yendo la historia de vida a encontrarse con la historia cultural.
En su conjunto, hay por lo menos tres cuestiones que a la luz de La vocación desmesurada se pueden revisar por completo en la cultura argentina porque se resquebrajan algunas cristalizaciones. La primera es la inmigración. No se trata acá de la consabida inmigración italiana ni tampoco de observar las redes de prostitución vinculadas con la inmigración de la Europa oriental. Más parecida a Promisión, la novela de la inmigración de Carlos María Ocantos, escrita en los 90 para alabar las bondades de la Argentina y sus modos de inclusión y ascenso social, que a las más conocidas novelas del 80, tan cercanas a la xenofobia, la vida de Gerchunoff nos hace entrar a la inmigración a través de la inmigración judía (parecida y diferente a la de sus propios gauchos judíos), y lo hace a través de la vida rural y de la vida urbana, con todos sus contrastes, ya que la tras la muerte del padre la familia se trasladó a Buenos Aires. El relato que hace Mónica Szurmuk se detiene en ese momento de transformación cultural de la Argentina, en el umbral del crisol de razas con el que se buscaría conformar la nacionalidad. Por eso, como dije recién, se puede confrontar con las novelas del 80 y asociar a las de los 90 sobre la inmigración; y se puede confrontar también con el relato autobiográfico del inmigrante italiano Roberto Giusti en sus memorias, que cuenta una experiencia en algunos puntos similar, o con el relato ficcionalizado de Roberto Arlt en El juguete rabioso y las dificultades que debe atravesar el adolescente Silvio Astier. Como si dijéramos: entre Abraham, el nombre original en Rusia, y Alberto, el nombre adoptado en el Río de la Plata, ¿quiénes son los que tuvieron que cambiar por completo de nombre en la Argentina del crisol de razas? Una pregunta que también nos podemos hacer hoy. La segunda cuestión es la formación del campo literario hacia el Centenario. Como anticipé, entrar allí con Gerchunoff es leer desde Gerchunoff a Payró, su gran amigo, su hermano mayor, y ya no al revés. Es leer la revista Ideas desde Gerchunoff y ya no desde Gálvez. Lo mismo con La Nación, donde Gerchunoff fue uno de los redactores más importantes. Lo mismo respecto de Leopoldo Lugones, de quien fue amigo hasta que las posiciones contrarias ante la guerra y acerca del fascismo los distanciaron. De ese modo, se puede ver toda la complejidad de ese campo cultural: la diversidad de voces, la convivencia de perspectivas diferentes, los alcances de las expectativas de inclusión y ascenso por el periodismo y por la literatura. La tercera cuestión es la relación entre cultura y política. La trayectoria de Gerchunoff, su militancia en el Partido Socialista y en el Partido Demócrata Progresista, su toma de posiciones dentro de la política local, su postura antibelicista respecto de las dos guerras mundiales, su trabajo para la Agencia Judía para conseguir la creación del Estado de Israel exhiben la versatilidad de una relación que excede un eventual cargo estatal. Esta biografía de Gerchunoff abre una vía para salir de la simplificación con la que frecuentemente se piensa el modo en que los intelectuales se vincularon con la política local e internacional desde comienzos del siglo XX y hasta los años 50.
Ahora bien: como dije casi al comienzo citando a Dosse, la biografía es una novela verdadera. Así leí este libro: como una novela apasionante que me descubría una vida mientras me ofrecía un nuevo itinerario, de varias entradas, para pensar la cultura argentina de la primera mitad del siglo XX. Y recurro a la primera persona, sobre todo, para hablar de la primera persona de la biógrafa, de Mónica Szurmuk. Porque en esa primera persona está otra de las claves de este libro. El modo en que aparece esa primera persona tiene para mí dos direcciones. Por un lado, es el modo que elige Mónica para implicarse con Gerchunoff. Ella lo sigue, se pregunta, le pregunta, se imagina, lo imagina. Allí está esa novela, en esa zona en que la imaginación se desata en su punto justo, en ese punto en el que nunca abandona a Gerchunoff y busca comprenderlo, pero en el que al mismo tiempo puede interrogarlo y tomar distancia cuando es preciso. Por ejemplo, cuando comenta alguno de sus libros y entonces, comprensiva de su proyecto, de su tono, incluso de su lenguaje, toma sutilmente distancia del estilo. Por otro lado, la dirección de la primera persona nos revela, en el mismo gesto de acompañamiento, en ese mismo intento de rellenar los tiempos y las lagunas, un archivo exquisito. Mónica Szurmuk pasó por muchas bibliotecas y hemerotecas pero además hizo una buena cantidad de entrevistas. Y se convirtió también, como quise mostrarlo desde el comienzo, en una biógrafa in situ: fue a los lugares donde el escritor vivió no solo en Buenos Aires, fue también a la Rusia de los Gerchunoff y a Entre Ríos. (Acá hay otro logro del libro: el acceso a fuentes diversas, plurales, de todo tipo, dio por resultado tener un libro como este, aprovechando un archivo del que aún resta tanto por explorar y a la vez contribuyendo con su investigación a una bibliografía ya suculenta pero que se ha producido en su gran mayoría fuera de la academia latinoamericana.) Esta primera persona, quiero subrayarlo, es lo que diferencia a esta biografía de otras biografías: una primera persona que consigue articular la imaginación afectiva con el archivo académico.
Finalmente, quiero hacer una aclaración: ni ese entramado temporal que intenté describir más arriba es solamente un recurso formal que encuentra Mónica para contar la vida de Gerchunoff o para proyectarla hacia una historia cultural, ni tampoco lo es este uso especial que hace de la primera persona. En todos esos recursos, búsquedas, procedimientos está presente lo que yo creo es el compromiso crítico y ético de la propia Mónica Szurmuk. Cuando ella dice, primero en el prólogo y después varias veces a lo largo del libro, que Gerchunoff era amante de la palabra y de la justicia, que quería transformar la vida en literatura y el mundo en un lugar justo, toca un punto al que es sensible ella misma. Porque al escribir la biografía de Gerchunoff lo hace como una crítica comprometida con la literatura, desde ya, pero también con los estudios de cultura judía, también con los estudios de la subalternidad, también con los estudios de género, también con la crítica como intervención. Igual que Gerchunoff, ¡aunque sin el estilo anacrónico!, Mónica Szurmuk sostiene a lo largo de la escritura de La vocación desmesurada todos sus compromisos críticos, que son, al menos tal como yo misma concibo la crítica, siempre, compromisos éticos.
(Actualización noviembre 2018 – febrero 2019/ BazarAmericano)