diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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La lengua en off side
Suárez en Kosovo, de Eric Barenboim, Buenos Aires, Entropía, 2018.

 

Ganadora del premio de novela breve en la Bienal Arte Joven Buenos Aires 2017, Suárez en Kosovo de Eric Barenboim se propone dinamitar la lengua a partir de la estrategia del malentendido. Miguel Suárez, kinesiólogo y amigo de la infancia de la estrella de la selección uruguaya León Suárez, termina envuelto en una serie de confusiones que lo llevan a Kosovo. En el país balcánico pretenden que firme un contrato con el Hajvalia Football Club ya que piensan que se trata de León que acaba de ser suspendido por una agresión que cometió durante el mundial de Brasil. La novela es, entonces, una especie de ucronía paródica de la noticia insólita que difundieron los principales medios deportivos del mundo sobre el interés del club kosovarí por Luis Suárez después de que quedara inhabilitado para jugar en ligas dependientes de la FIFA por su recordada mordida al defensor italiano Giorgio Chiellini.

La arbitrariedad del nombrar, la distancia entre las palabras y las cosas, son (ex)puestas con humor en la novela, que elige escribirse desde y en la vacilación de ese absurdo, la vacilación entre los Suárez, entre identidad y nomenclatura, que incluso llega a incluir a un tercero, un Soarez, pasando la mitad del relato.

Las madres de los Suárez no eran la misma persona. Tampoco estaban casadas con la misma persona. De hecho, la madre de Miguel no estaba casada. No había ningún parentesco entre ellas. Es decir, los Suárez no eran hermanos, ni primos. Una propiedad curiosa del apellido Suárez es que era el vigésimo primer apellido más común del Uruguay. Había dos mil Herreras más, y mil Medinas menos. Entonces: León y Miguel no eran parientes (2018:16).

Barenboim sabe que el lenguaje no es inclusivo –utiliza la x para nombrar a un par de personajes, lxs mellizxs– sino fascista como supo señalar Roland Barthes. Destaca el crítico francés en Lección inaugural: “El lenguaje es una legislación, la lengua es un código. No vemos el poder que hay en la lengua porque olvidamos que toda lengua es una clasificación, y toda clasificación es opresiva: ordo quiere decir a la vez repartición y conminación” (2014:95). Esta dimensión fascista de la lengua es explorada en la novela a través de las distintas formas arbitrarias del nombrar, en la manera absurda en la que una misma nomenclatura designa cosas –identidades– diferentes y, más crudamente, en cómo un país bombardeado termina con sus monumentos y calles con los nombres del agresor:

Caminó hacia la E monumental pintada de camuflaje militar. Junior había dicho que el diseño cambiaba año a año, que era costumbre para los turistas realizar graffitis, estampar sus firmas. Era una forma de conectar la propia identidad con aquella de la nación. Miró el entramado de la baldosa roja, y detrás de la cara sonriente de Junior vislumbró un cartel en inglés, “Bill Clinton Statue”, que indicaba el rumbo hacia la figura que daba nombre a la avenida. El mismísimo Bill Clinton (2018: 23).

Barthes entiende a la literatura como una trampa a la lengua, como la “esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje” (2014: 97). Ya desde el propio título en Suárez en Kosovo se desarrolla una poética del estar fuera de lugar y el malentendido como estrategias escriturarias para tenderle una trampa a la lengua y colocarla fuera del poder. La relación lengua y territorio es puesta en cuestionamiento en la novela desde el absurdo, se procura construir una lengua (des)territorializada, una lengua de los hablantes.

¿Cómo se dirá bizcocho en kosovarí?, pensó Suárez, mientras caminaba por el Bulevardi Bill Klinton. Ignoraba la inexistencia del idioma “kosovarí”. Dos días después se enteraría, en un local de paraguas, de que la lengua más hablada en Pristina es el albanés (2018:9).

En su libro 1917 Martín Kohan destaca el estar fuera de lugar como la manera de estar en el mundo del escritor. Lo hace a partir de dos anécdotas que involucran a un autor comprometido y a un líder revolucionario: por un lado, Lenin le envía una carta a Gorki reclamándole por ciertas posiciones críticas y le aconseja dejar San Petersburgo, la capital rusa, por el ambiente pernicioso que implica y, por el otro, Trotsky expulsa, intempestivamente en plena ruta, a Breton de un auto que compartían. La politicidad del espacio autoral se concentra en ese fuera de lugar que atraviesa las tensiones entre vanguardia política y vanguardia artística, en esa “distancia y desencuentro entre el hombre de acción y el hombre de letras” (2017: 90). Esta (des)ubicación característica del escritor va más allá de las disputas estéticas y políticas que se asumen en la coyuntura.

Barenboim entiende que la potencialidad política de la literatura está en ese desplazamiento, en ese estar fuera de lugar, en la trampa del malentendido, en el traspasar los límites de la sintaxis y la linealidad del lenguaje instrumental. En este sentido, otro de los logros de la novela es la construcción de un narrador que no ocupa una posición fija, que es, a la vez, omnisciente y testigo, está dentro y fuera de la diégesis. Suárez en Kosovo se articula a partir de esa voz que se aproxima a una deidad, multiforme, (des)territorializada, que habita y dinamita la zona arbitraria de la lengua, un narrador que deja la lengua en off side.

 

(Actualización noviembre 2018 - febrero 2019/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646