diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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M.S., una chica porteña de unos treinta años, se propone recuperar el tiempo perdido a causa de la ruina de su matrimonio, derrumbado por una relación desgastada que revela la incompatibilidad con su pareja. A partir del divorcio reanuda su vida de soltera: reuniones con amigos, el reviente, los estudios de Letras en la facultad, nuevas aventuras amorosas y el día a día improvisado, desmarcado de la rutina. El regreso a la carrera se efectúa mediante las lecturas que debe cumplir como parte del plan de trabajo que ha presentado en el marco de un seminario, y entre toda la bibliografía está Bajo el mismo río del escritor Marcelo Kaminsky, novela que capta su atención y le genera entusiasmo. La lectura le provoca tal efecto de identificación que la cautiva hasta encontrar la línea crítica del trabajo de investigación, así como también le da ganas de volver a escribir narrativa, deseo frustrado por su experiencia estudiantil. Una vez esbozado el texto académico, M.S. le escribe un mail a Kaminsky y así comienza la relación que se despliega en La felicidad es un lugar común. El propósito del correo es claro y continúa la línea de su intuición crítica: “quiero ver si se siente identificado con algo de lo que propongo”. Luego de un breve intercambio de correos, la protagonista comienza a hacerse de las obras que le faltan gracias a las indicaciones y recomendaciones del escritor. Algunas las consigue en una librería de usados que pertenece a dos poetas, a la que va por recomendación de Kaminsky, y con las que le faltan M.S. prepara una lista y vuelve a escribirle. De su respuesta obtiene dos cosas: él se compromete a regalarle los ejemplares en libro que le sobran y fotocopiarle los otros, y le da su número de teléfono. Ella lo llama, arreglan un encuentro en la casa de Kaminsky, y para los siguientes encuentros ya serán amantes.
Esta novela se sitúa en la zona de la literatura que problematiza su vínculo con la vida, pero no porque participe de las escrituras del yo de corte autobiográfico. No me refiero a la vida de la mismísima Skiadaressis escritora y su puesta en texto, sino a que la relación entre literatura y vida es objeto de reflexión en la novela. Sobre este punto cobra una importancia clave que la protagonista, voz narrativa también, sea estudiante de Letras: resulta obvio que maneja ciertos conceptos críticos como la muerte del autor de Barthes, como cuando le retruca a Kaminsky que la monografía “No es sobre vos, es sobre tu literatura”. También es en el marco de dicha relación donde se juegan las acciones y decisiones más profundas de la protagonista. La intensidad de la implicación de M.S. en las lecturas es la verdadera energía para estudiar un domingo con “la resaca y la boca entumecida por la merca”. El hallazgo de la prosa de Kaminsky le posibilita, además de retomar sus estudios –interrumpidos varias veces hasta con cambios de carrera–, el abandono de “la figura intocable del escritor y de toda la literatura” que había alimentado su experiencia en Letras y algunas historias familiares sobre genios y locos en su genealogía: “Durante mucho tiempo intenté escribir para ver si manifestaba algún talento heredado, pero nunca sentí que mis producciones estuvieran a la altura de la literatura que me gustaba”. Las ganas de volver a escribir regresan, finalmente, con un cambio de concepción sobre la literatura.
Aquello que le llama poderosamente la atención de la novela de Kaminsky es lo que luego va a marcar el accionar de la protagonista: Bajo el mismo río produce un efecto de realidad “tan potente que me hace sentir una espía en la vida del tipo, como si estuviera mirando un reality show”. Y eso es exactamente lo que hará ella: pasa de ser la lectora que imagina, cautivada por la escritura (también desde la figura barthesiana la imaginamos levantando la vista del texto), a convertirse en agente de esas acciones yendo a espiar al escritor, infiltrándose en su casa y descubriendo el secreto que hará que la narración desborde el realismo hasta diluirlo con la aparición de los clones en la casa de Kaminsky.
El objeto crítico de M.S., la estética de la proliferación en la narrativa de Kaminsky y el corrimiento de la fijeza en el estilo, también resulta ser más que eso. Cada obra parece escrita por alguien diferente porque efectivamente es lo que sucede: ella descubre que el escritor vive con diez réplicas suyas que producen para él. Confirma su hipótesis sobre la variación estilística y concluye que Kaminsky borra la imagen de autor único como figura de prestigio, pero lo hace no desde la lectura crítica o el análisis textual sino a través de la experiencia. En sus palabras, lo que encuentra es “la prueba de que eso [la multiplicidad de voces en el texto como si se tratara de muchos escritores] es lo fundamental en su obra, porque es parte de su vida que se filtra sin remedio en sus escritos”.
El aura del original está liquidada, tanto para el autor como figura como para el escritor y su encanto. Otra vez sobreviene la decepción amorosa. El “verdadero” Kaminsky cada vez se aleja más de sus expectativas: no la complace sexualmente, tampoco acepta tener un noviazgo con ella y desaparece por varios días sin prestarle atención ni dar explicaciones. Uno de los clones, al que bautizó Vitto por Vittorio Gassman y Marcello Mastroianni, se convierte a sus ojos en una versión mejorada: “Este parece que me quiere y el viejo fóbico de Kaminsky me rechaza sistemáticamente”. Vitto tiene las virtudes del parecido, la sumisión a sus deseos y ser amo de casa, mejor amante, peor escritor.
Con Vitto se mudan a Coronel Pringles donde comienzan una nueva vida. Con él, obviamente, tiene el mismo problema que con Kaminsky: las ilusiones son muy grandes ?“Todo sea para empezar de cero con él, construir una vida juntos, juntos para siempre”? y los resultados, grises, modestos. A la creciente incomodidad de la protagonista se le suma el comportamiento (o deberíamos decir, funcionamiento) anómalo de Vitto, como escribir siempre la misma frase en una página de Word o desmayarse de cara al plato en un almuerzo social de pueblo. Luego de este último incidente, duerme de manera continua durante tres días en los que ella planea meticulosamente cómo devolverle al escritor su clon sin meterse en problemas.
Para comunicarse con Kaminsky crea una cuenta de correo electrónico alternativa. El objetivo es no ser descubierta como la secuestradora del clon, sí, pero la maniobra tiene valor agregado que devuelve la novela a la relación entre literatura y vida. M.S. firma su mail para el escritor arreglando la devolución de Vitto como “Emma”. Completada esta tarea, Mme. Bovary cierra la sesión y borra el historial de internet. Borra la insatisfacción como leitmotiv, la constante de que cada proyecto comenzado con ilusiones se encamine hacia la decepción. Antes de abandonar a Vitto, encuentra un nuevo interés romántico en la escuela donde ha empezado a trabajar. Se trata de Jorge, un profesor joven de Historia que tiene a su favor no compartir las características principales de sus intereses anteriores: ni escritor, ni judío. Pero el triunfo de M.S. no es haber encontrado su objeto de deseo, sino haber huido con éxito de las expectativas desmedidas, del tedio de los grandes lugares comunes: la gran ciudad, la academia como consagración, la escritura del genio, el gran amor.
Solo después de la experiencia de estos acontecimientos M.S. podrá lograr en Pringles los objetivos que se propuso al principio de la novela. Ahora sí “En este pueblo me siento capaz de recuperar el tiempo perdido: voy a continuar la monografía y la carrera a distancia. Hasta me animo a retomar la escritura de ficción”. La felicidad es un lugar común es una novela cuya narración se expande menos a partir de las cosas que pasan que de las transformaciones en la subjetividad del yo que narra. Un yo que a fin de cuentas no le debe a Kaminsky una aventura amorosa sino la transformación del modo en que concibe la literatura y así, finalmente, de su vida.
(Actualización noviembre 2018 – febrero 2019/ BazarAmericano)