diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Croma 1. Los límites del color
Podría empezar por el final del libro y decir que la pregunta que late en su interior es cómo escribir sobre el color y cómo hacer de esa una escritura atravesada por la belleza indeleble de persistencia ante la muerte
Podría decir que el final lo conocemos todxs. O casi todxs. Que Croma es el cuaderno de apuntes, de citas, de emociones, de un artista que se está muriendo y que atraviesa su mayor momento creativo a contracorriente de la fragilidad de su cuerpo signado por el virus de vih+. También es la reconstrucción histórica y política del color y de la propia muerte. Un cuaderno que desafía la ceguera (de la historia, de la retina) sostenido en el amor y el afecto de sus amigxs y de Kevin Collins (HB en el libro), su último compañero.
El libro editado por Caja Negra es espíritu vivo de uno de los artistas más inclasificables de la cultura under británica de los años 70 y 80: Derek Jarman (1942-1994), el cineasta de culto de la subcultura LGBTIQ, el artista plástico que quiso hacer cine, el escenógrafo puto que empezó a experimentar en super 8, el esteticista marica adorador de los personajes de la iconografía religiosa, el experimentador visual, el realizador de algunos de los videos de música más incandescentes del Londres de los 80, el borde vivo entre el universo estético de la alta cultura y la cultura punk, el activista marica-queer anti normalidad gay que contrajo vih en 1986 y que se transformó en una de las caras visibles ante el silencio y el abandono estatal y colectivo en plena crisis del SIDA y el conservadurismo thatcherista.
Croma es tanto una técnica sobre los colores como una definición adaptada del latín del color. Una incertidumbre que descalza cualquier etiqueta de clasificación, del autor y de su lectura, nuestra lectura íntima y colectiva. Croma es, como la casa de Jarman de Prospect Cottage, un jardín lleno de colores y de flores que reverdece contra todo pronóstico en el medio de un desierto industrial asfixiante en la Inglaterra de principios de los años 90.
Croma, como las películas de Jarman, no te dibuja una sonrisa fácil, o una lástima idiota. Te enfrenta a la intimidad de los recuerdos, a la desesperación del olvido posible de las personas, las voces y las imágenes que amamos, al miedo de que se nos desdibujen aquellos colores que nos pertenecen, al esfuerzo por retenerlos en nuestra memoria viva del cuerpo.
Croma es un libro de color que nunca fue, una autobiografía colectiva de retazos anacrónicos, una reinvención de las imágenes ante la ausencia y la muerte, la propia, y la de lxs amigxs que se fueron antes. Es un cuaderno de apuntes eruditos sobre la tonalidad, la gama cromática, la combinación, la historia social y política, y la invención íntima de la experiencia sensible de los colores. Una experiencia íntima y colectiva imposible de homologar pero sí de compartir, porque aunque miremos lo mismo, nunca vemos lo mismo, dirá Jarman.
Jarman recorre arbitrariamente las mentiras blancas, a través de las sombras, entre las que se levanta con el rojo frenesí, se intensifica con el sueño del color, traspasa la materia gris, la mano verde, el color alquímico, el tosco y ramplón marrón, atraviesa la aurora y los peligros del amarillo, evoca a Leonardo, al Roman de la Rose, a Ficino, a Newton, para llegar hacia el azul, y transformarse en artes negras, en oro y en plata, en iridiscencia para volverse traslúcido.
En esa gama de intensidades avanza este libro. “El color tiene sus límites” escribirá Jarman refiriéndose al rojo de los labios de rubí para pasar al instante rojo como “un momento en el tiempo. Una explosión de intensidad”, un color que “se quema a sí mismo. La vida es roja. El rojo es para los vivos”.
Croma es un instante indomable de belleza persistente ante la muerte.
Croma II. Las tonalidades queer de Derek
Sin embargo, describir Croma como un libro de despedida es serle infiel a su más absoluto legado: la intensidad, el miedo y el placer de estar vivo se agita en cada una de las páginas de los 19 capítulos que contiene el libro. A ello se le suma una introducción del propio Jarman y un estudio preliminar de Hugo Salas que hace un impecable trabajo de edición, traducción, citas, referencias, contexto y renombre del universo del autor. Una versión infiel, pero con la más absoluta de las lealtades, como bien dice Salas. Esa infidelidad es uno de los grandes aciertos de la cuidada edición de Caja Negra que, además, está atravesada por el único color que se deja ver: el “azul Klein”, ese azul que es “la sangre de la sensibilidad (…) la oscuridad hecha visible”, y no sólo el horizonte constante de su ceguera, o el fondo lacerante de Blue (1993), su última película.
Este libro salda un desconcierto y una ausencia.
A 24 años de su muerte no es menor recordar la extrañeza que habita el universo Jarman. Nos sirve como dato mencionar que a instancias de este mismo lanzamiento editorial se realizó hace apenas un mes, en julio de 2018, la primera retrospectiva integral con subtítulos en español del autor —se habían proyectado sólo algunos de sus films en inglés en el BAC en 1999—. Su insistencia en un esteticismo exacerbado, sus referencias a la alta cultura, su erudición en la filosofía, la poesía, la historia del arte y la iconografía religiosa resultan demasiado queer para la cultura popular. Su activismo artístico y político, su visibilidad ante la crisis del SIDA, su anacronismo en las imágenes, sus reapropiaciones desviadas e insistentes en las genealogías queer, resultan demasiado punk y marica para la parafernalia progresista de la cinefilia local de los 80, los 90…y de la actualidad.
Pero volvamos al color, como dice insistentemente Jarman cada vez que el libro se le va entre las evocaciones… una vuelta condenada a su fracaso queer, porque una y otra vez Jarman abre imágenes y colores a historias inconclusas.
Croma no es entonces un libro sobre el color, tampoco del color. Es un libro de color de un artista multifacético que escribe la memoria sensible de las tonalidades cromáticas mientras se está quedando ciego por causas del virus de vih+, virus que contrajo en 1986 y que produjo, casi como marca de época, un cuerpo en frenesí. Entre 1986 y 1993, un año antes de su muerte, Jarman escribió, filmó y produjo seis largometrajes: Caravaggio, 1986; TheLast of England, 1987; War Requiem, 1989; The Garden, 1990; EduardoII, 1991; Wittgenstein y Blue, 1993 y la póstuma Glitterbug, 1994 que recupera una serie de filmaciones en super 8 a lo largo de su vida. A ellas se suman sus ya clásicas Sebastiane, 1976, Jubilee, 1976; The Tempest; 1979, Imagining October, 1984 y The Angelic Conversation, 1985.
Además, pintó grandes cuadros, acercándose y experimentando cada vez más con la ironía, el color, la enfermedad y la pintura. Una serie de imágenes que dialogan con el activismo de Act Up y las obras The General Idea y de David Wojnarowicz. También, filmó algunos de los videos de música más recordados de la escena pop y punk británica de los 80 trabajando junto a The Sex Pistols, The Smiths, Marianne Faithful (y sus increíbles 12 minutos de filmación de Broken Englishen 1979), Easterhouse, los Pet Shop Boys o la propia Annie Lennox en una escena memorable de Eduardo II cantando Every Time We Say Goodbye, entre tantos otrxs.
Escribió además de Croma, los libros Dancing Ledge, 1984; Kicking The Pricks (o The Last Of England), 1987; Modern Nature, 1991; At your own risk, 1992 y The Derek Jarman´s Garden, editado póstumamente en 1995.
Todo ese mundo está reelaborado y evocado a lo largo de Croma. Hay citas propias, referencias, explicitaciones de elecciones, evocaciones de escenas y actores, diálogos, amores, recuerdos, apuestas inconclusas, aclaraciones por parte de Jarman y referencias necesarias que introduce Salas como traductor y editor de la edición argentina.
A través de todas esas experiencias de la imagen, Jarman escribe sobre el color sabiendo que sus colores no son los nuestros y que nunca podremos reproducir nuestro instante de belleza tonal en una reproducción de imprenta “porque sería un torpe intento de atraparla”. Desarticula así su intención de escribir un tratado sobre el color y Croma se ve como un pasaje cada vez más intimista que hace un uso del anacronismo, del fragmento y de la cita para reconocer los bordes de la experiencia del color en la evocación de la experiencia individual, histórica, social y colectiva.
Allí se despliega el erudito que estudió crítica e historia del arte que inventa una genealogía marica y queer. Jarman cita de memoria o se reapropia de la filosofía griega clásica de Aristóteles y Platón, pasando por los poemas de Safo, atravesando a San Agustín, el Roman de la Rose, Ficino, la escuela neoplatónica, llegando al Renacimiento y los pintores como Caravaggio, Miguel Ángel, Leonardo y Boticcelli, los dramas isabelinos, las lecturas atentas e infieles de Shakespeare, las referencias a los Cuentos de Canterbury, los poemas de Ezra Pound, los análisis de Kandinsky, de Roger Bacon, de Panofsky, de Jung y de Wittgenstein hasta aterrizar en la actualidad de los gobiernos de Bush (padre) y Thatcher junto al “virus invisible” que lo está matando.
“El color es queer” dirá en un pasaje del libro. El marrón puede ser un color de la nostalgia, pero también de la lentitud del tiempo y la esperanza. El naranja es optimista y amigable, pero también está el naranja Turner. El verde es el color queer de la esperanza de Oscar Wilde pero también el del asesino y su veneno isabelino. El azul es el deseo de las películas porno pero también la oscuridad hecha visible. El enojo es rojo, la ira es púrpura.
Ese “color queer” que hallamos en Croma es, también, capaz de destrozar la universal exigencia de los esteticistas del cine que sólo ven un director de culto under, y que rechazan las marcas “identitarias”, “ghettificadas” de la marica que hace cine o que escribe un ensayo político desde su propia experiencia. Jarman es queer no porque sea una “reina varonil chupaconchas, de mal carácter, lameculos, una psicomarica (…) un heterodaimon que quiere lo contrario de la muerte, un chupapijas que se comparta como un hetero, un hombre lésbico con hábitos que rompen la pelotas (…) un NO gay”. Es queer porque abre el deseo, la fantasía, el cuerpo, la historia, la erudición, la belleza y la estética. Abre preguntas, imágenes y susurros que no son una respuesta identitaria sino una genealogía posible en una comunidad que no tenía imágenes donde verse.
Sin embargo el gesto queer de Jarman no se detiene en sus esquivas marcaciones del deseo sino que avanza hacia las propias estrategias formales de la escritura y la narrativa que sustentan el libro. No hay en Croma una única posibilidad de lectura ensayística o autobiográfica sobre el color. Las reconstrucciones de los colores de Derek son tan individuales como colectivas y, sobre todo, históricas y políticas.
Croma no es, entonces, sólo un libro de color sino nuestras preguntas pictóricas sobre la (nuestra) historia política y estética.
Croma III. Droga Chroma
En “sobre ver rojo” Jarman escribe: “en la antigüedad el color (Chroma) era considerado una droga (Pharmakon). Cromoterapia”. En esa cromoterapia se desliza del rojo vivo colectivo al rojo bienvenido en hospitales, el rojo que “siempre es danza de la muerte”.
Una y otra vez vuelve sobre la invisibilidad como marca ante la desidia y el abandono del estado. El duelo público. La ceguera propia. “Soy un laboratorio químico ambulante (…) trato mis enfermedades como si fueran autos chocadores: música, luces brillantes, sacudidas y de nuevo a la vida” escribe mientras narra las treinta pastillas diarias, los colores del hospital, las sombras de la ceguera, las evocaciones de los cuerpos que amó, el cuerpo y el ojo que fue, los libros que leyó, los que aún quedan por leer.
La cromoterapia se desplaza y se expande en “Hacia el azul”, quizá uno de los capítulos más citados del libro por ser un posible borrador de Blue pero, sobre todo, por elgrito poético y político cromático que lo habita. “Me siento derrotado. Mi mente está encendida y activa pero mi cuerpo se cae a pedazos, como si fuera una modesta lámpara que cuelga del techo de una habitación oscura y en ruinas. Aquí la muerte se siente en el aire, pero no decimos nada (…) yo he andado detrás del cielo (…) en busca del insondable azul de la dicha (…) ¿cómo habrán cruzado mis amigos el río cobalto?”
A pesar de la evocación individual es, justamente, ese azul uno de los recorridos más políticos del libro, una crítica feroz que dura hasta el presente. “No voy a ganar la batalla contra el virus (…) los bienpensantes se han adueñado del virus, así que nos toca vivir con sida mientras ellos sacuden de su edredón las polillas de Ítaca sobre un mar oscuro como el vino”. Un vino al que no le sigue el brindis sino una crítica ácida del sistema médico, de las pruebas sobre el cuerpo de los enfermos de vih+, los efectos secundarios de las drogas, el maltrato institucional y social, la “cláusula 28” –que regía en Reino Unido desde 1986 y que prohibía la “promoción, publicación o enseñanza de la homosexualidad”, y que fue recién derogada en 2003–, los discursos públicos y políticos que expulsaban a los “raritos pink”, la preocupación, la ira, la resignación, la construcción de comunidades de cuidados y de afectos en las salas blancas de la higiene hospitalaria. El amor y los besos contra todo, “el rocío al que siguen los rayos de sol (…) las chispas en el rastrojo (….) la espuela de caballero azul, sobre la tumba”.
Contra eso, la construcción y la invención política del afecto en la escritura.
“El amor es vida que dura para siempre, a ustedes la memoria de mi corazón” dice Jarman refiriéndose a sus amigos ya muertos mientras los va recreando, mientras hace suya una pregunta insistente que transforma su cuerpo en un cuerpo público: “¿Cómo nos perciben si es que nos perciben? Para la mayoría somos invisibles”.
24 años después de su muerte, Jarman resplandece más vivo que nunca. Brilla en su cine, en este libro, en las memorias y los cuerpos queer de aquellxs que le arrebatan un modo de existencia diferente a las lógicas del deseo, del capital, del sexo, del amor, del cuerpo, del cuidado colectivo, de la invención de imágenes. “Sabíamos que el tiempo habría de acabarse (…) no nos encontrará desprevenidos” escribió. Y en eso estamos, reinventando un mundo posible, una tonalidad viva que nos permita imaginar nuestra paleta queer de colores todavía por inventarse en un prisma que refracte otra sensibilidad cromática que nos abrace en la intemperie de las sombras del rojo frenesí de estar vivxs.
(Actualización septiembre – octubre 2018/ BazarAmericano)