diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Desdoblar un relicario
Dobleces, de Cristina Iglesia, Buenos Aires, Modesto Rimba, 2018. 

El poema de Tomatis que oficia de epígrafe en Glosa, de Juan José Saer, quizás sea una de las escenas inolvidables de las letras argentinas. No tanto por lo que dice; más bien por lo que calla. A simple vista, al menos: el narrador de la novela se ocupa, luego, de revelar la historia de este poema, que es la historia de una hojita –“hoja”, dice, pero siempre la imaginé chiquita como una servilleta de café, de esas que no secan– doblada en cuatro. “La hoja ha vencido al mensaje”, escribe Cristina Iglesia en el ensayo que da cierre a Dobleces, y eso importa en la medida en que el objeto mismo, que funcionara antes como soporte, adquiere una existencia independiente del poema, pero además una existencia supersticiosa, porque el Matemático no puede deshacerse de él. Obviando la humorada de Saer de poner a operar tal pensamiento mágico justamente en el personaje “racional” (aunque solo fuera en apariencia, en el nombre), el doblez de la hoja, condición necesaria para que ésta termine por tapar el mensaje pero, además, para transformarla en objeto, dice algo del modo en que Iglesia piensa la crítica y la escritura. Entendiendo, primero, que la conformación de un cánon literario tiene la irracionalidad de quien guarda papeles en una billetera y los transforma en reliquia –se puede, a seguir de Piglia, pensar en la relación entre el poema y el dinero que conviven en esa billetera; uno como talismán, uso desviado, el otro como uso normativo– pero, sobre todo, desde la voluntad de explicar el fenómeno de ese objeto convertido en amuleto que es también el reconocimiento de que no importa lo que diga el mensaje: importa que haya alguien que alguna vez quiso dar un mensaje. En ese gesto, también, está la importancia de que haya quien lo reciba.

Es por eso que los ensayos reunidos en este libro “se detienen –en términos de Sylvia Molloy– en los intersticios, en las manipulaciones, en los inesperados contactos, en las complicidades y en los desacuerdos”. Victoria Ocampo, Juana Manuela Gorriti, Juan Manuel de Rosas, Esteban Echeverría, Domingo F. Sarmiento, Juan María Gutiérrez, Florencio Varela, Lucio V. Mansilla, Eduardo Wilde son los nombres más destacados que aparecen en Dobleces, y digo los más destacados porque en este trabajo aparecen otros, menos conocidos, más ocultos, pero de gran relevancia. Iglesia analiza escritos autobiográficos, epistolares y de archivo con la ética del desdoblamiento: toma estos textos que de tan leídos se encuentran, en apariencia, cerrados, y trabaja sobre lo que quedó afuera de las historias oficiales de estas mujeres y hombres. En este sentido, las lecturas sobre Ocampo y Gorriti son fundamentales para un estudio de género de la literatura argentina. Además de algunos puntos en común que Iglesia invita a encontrar poniendo un ensayo detrás del otro –con casi un siglo de distancia, por ejemplo, ambas tuvieron una relación de conflicto con el país de origen y con la historia de los próceres familiares–, lo que más se destaca es el trabajo con el género autobiográfico y la excepcional relación de compromiso con la escritura. Las dos escritoras parecen tener, además, una perspectiva crítica sobre su propia posición como mujeres en el mundo de las letras. “Salvo que encuentre la autoridad de la propia voz, –escribe Iglesia– la mujer [...] carece de historia propia, de historia pública para ser narrada y, por lo tanto, siempre estará envuelta en los pliegues de las representaciones de los otros”. Encontrar la autoridad de la propia voz fue un imperativo para estas dos escritoras que, según sugieren estos ensayos, entendieron que esa voz tenía que ser conducida por la propia vida; no la vida como experiencia, más bien la vida como selección: la vida transformada en literatura. En este sentido, cobra especial pertinencia la frase heredada del feminismo de la segunda ola, lo personal es político, que además servirá de nexo para pensar la circulación epistolar en el exilio rosista. ¿Cómo se elige qué contar cuando no se puede comprobar el destino de las cartas?, ¿qué cosas se dejan fuera y cuáles se incluyen?, ¿cómo irrumpe lo cotidiano en un intercambio signado por la clandestinidad, es decir, por “el peligro de la lectura del enemigo”? Iglesia analiza las textualidades del exilio y muestra el interés que guardan las “correspondencias íntimas” en tanto “documentos públicos”; la relación entre la vida privada y la vida política es un nodo central de este libro.

El orden de los ensayos reunidos en Dobleces es curioso y quizás merezca ser analizado en profundidad; por ahora, basta mencionar que después de los textos sobre Ocampo y Gorriti, las correspondencias de Gutiérrez, Echeverría, Vicente F. López y Florencio Varela pierden peso al lado de las de Mariquita Sánchez. El ensayo que le sigue clausura el estudio de género en una reflexión sobre el rol de las mujeres en el proceso revolucionario rioplatense, donde se analiza La Matrona Comentadora de Castañeda como un caso de “periódico trasvestido” que entra en serie con el caso Emma Berdier, analizado a propósito de su relación con Gorriti. Iglesia, entonces, contrasta la voz de las mujeres con la voz que los hombres pretenden darles, una “buscada domesticidad de la escritura” que, paradójicamente, abre la posibilidad de que una mujer se encuentre incluída en el espacio público. A estos dos mujeres decimonónicas podríamos agregar una tercera, de comienzos del siglo XX: Clara Beter, de oficio prostituta y poeta rosarina, que publicaba en la revista Claridad y llegó incluso a editar un libro con esa editorial cooperativa sin revelar que su verdadera identidad era César Tiempo (Israel Zeitlin). ¿Qué interés guardan estos gestos? ¿Un afán aleccionador o el deseo de que, de hecho, las mujeres pudiesen dirimir un espacio en ese campo? Como sea, la categoría “mujeres impostoras” sirve en la medida en que son plasmadas en sistema con las otras dos categorías que trabaja Iglesia: mujeres de acción y mujeres de letras.

Hay un espacio entre lo que se escribe y lo que se decide borrar que otorga centralidad a los textos de la periferia de las obras: las historias de vida o, como en el caso de Echeverría, la falta de ellas, que habilita el despliegue de otra obra. La conformación de Juan María Gutiérrez como “el primer crítico de la literatura por nacer” depende en buena medida de este vacío. “Echeverría: la patria literaria” analiza, entre otros aspectos, la tensión entre el personaje creado por Gutiérrez y el Echeverría “real” (si es posible usar este término obviando sus complejidades). Otra lección desde y para la crítica literaria: existe allí donde la obra deja un espacio vacío, pero también donde el crítico se abre espacio entre la obra. El crítico puede pelear y vencer a la obra, puede incluso conformar su propia obra forzando a la anterior. Y puede, por qué no, hacer lo propio con una biografía. A propósito de Sarmiento, Iglesia vuelve a detenerse en el discurso epistolar y en su capacidad de condensar la operación literaria del recorte y la selección. Pero, además, analiza la operación sarmientina por excelencia: la traducción. “El cruce del océano se convierte [...] en una traducción irreverente de Fourier”, escribe Iglesia sobre el autor de Facundo y este pasaje sirve, a su vez, para iluminar el sentido del ensayo que le sigue, “Secretarios de la pampa. Apuntes sobre la figura del secretario letrado del caudillo gaucho”. Qué otra cosa es el secretario letrado sino un traductor irreverente que hace las veces de “escriba, [...], interlocutor, [...] mediador entre los mundos”. Traductor e intérprete, esta figura fascina a Sarmiento, que lo considera una suerte de traidor, es decir, un irreverente. Esta fascinación es la que, más adelante, lo convertirá a él mismo en aspirante a Secretario del General Urquiza.

Sarmiento afina el arte de la traducción y da con una palabra para nombrar la interpretación (traducción) del intelectual americano de la acción poética del flâneur: flanear, “el arte de pasear sin rumbo fijo [...] una manera de ser de París, que los extranjeros deben aprender a imitar”. Iglesia revela aquí la conexión improbable y convincente entre Walter Benjamin y Sarmiento, pues “la lectura que Benjamin hace del flâneur coincide con la actitud de Sarmiento, con su manera de entender la flânerie”. Esta clase de vinculaciones, remotas y deslumbrantes a la vez, atraviesan todos los ensayos que constituyen este libro –basta mencionar la relación entre los escritos de Eva Perón y los de Victoria Ocampo, desarrollada al comienzo– y revelan a su vez la ventaja crítica sustancial de apuntar a –citando a Iglesia en el ensayo sobre Wilde– “el nacimiento del autor”. A menudo se ha señalado que el crítico literario se parece al detective, que lee con la lógica de la sospecha para encontrar lo que el texto dice entre líneas o lo que el texto omite sobre su origen. Estos ensayos señalan, también, la relevancia de recuperar las biografías de los autores para buscar nuevos espacios en sus escritos y pensar las omisiones pero sobre todo las selecciones que los constituyen. Para explicar cómo un “rectángulo de papel blanco” se transforma en reliquia –y estos ensayos sin duda trabajan sobre textos y autores, si se quiere y entre comillas, “sagrados”, de la literatura argentina– hace falta desdoblar cuidadosamente sus páginas, pero además pensar las discursividades y, sobre todo, las circunstancias de vida que la rodean. Porque hacia el final de Glosa sabemos algo más sobre el poema que el Matemático guarda en su billetera: la muerte de Leto en plena dictadura. La biografía de Leto, que caminaba con él la tarde que recibió la hojita de Tomatis, acaso sea un dato clave para entender la conformación de ese amuleto.

 

(Actualización septiembre – octubre 2018/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646