diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La poesía todavía no existe
Nunca va a haber literatura
Daniel Durand, Segovia, 1990.
Odio los libros sobre. Teniendo adelante un lector así, tan fundamentalista y enfadoso, el libro del que quiero hablarles ya ganó la pulseada contra Lincoln Hawk, ese gigante interpretado por Sylvester Stallone en Over the Top (Menahem Golan, 1987): me refiero a Con Barthes, de Alberto Giordano. De este libro quiero hablarles. Y no digo escribir, sino hablar: apelar, invitar, expresar.
El detalle del título ya demanda una primera parada de oídos felina: ¿por qué «con» y no «sobre»? Algo se empareja en la preposición que elige Giordano para articular el nombre propio de Barthes en el título; pero se empareja en un sentido estrictamente amoroso: algo se amista, se amiga, acompaña o concuerda, se vuelve uno. Kurt Cobain solía decir que un amigo es el que sabe todo sobre vos y a pesar de todo sigue siendo tu amigo. De entrada, lo que notamos en este libro fundamental es que no hay concesiones: Giordano parece conocer al otro –y amarlo– por su defectos. Como si el «con» del título se transformara, sutilmente, en «contra»: el gesto crítico-pulsional sería, entonces, el de enamorarse, precisamente, de la imperfección, de la falla. Deleuze dijo una vez, en una entrevista, que ser amigos es ver a alguien y pensar: ¿qué es lo que nos hace reír hoy? De nuestros amigos nos gusta su locura, remata. Es decir: sus líneas de fuga. Casi al comienzo del libro, Giordano sostiene que lo mejor de Roland Barthes, su parte más productiva para el pensamiento crítico, son, precisamente, ¡sus contradicciones! O como lo escribe Giordano, de manera borgeana: «la vía de la incoherencia, que es la del olvido». Hay algo cómico en eso, porque Giordano lee a Barthes sin solemnidad pero, también, sin irreverencia. El gesto cómico aparece como operatoria de lectura: leer el tropiezo, el desbarajuste, la torpeza, la tontería. Acá está condensada, me parece, toda la inteligencia emocional e intelectual del libro de Giordano.
La preposición «con» deriva del latín cum que, de acuerdo con el diccionario Oxford, puede significar millones de cosas, entre ellas: un instrumento que sirve para hacer algo, unas circunstancias en las que algo acontece; también puede ser sinónimo de «a pesar de» («¡Con este sol!» dijo Juan Moreira); puede indicar compañía o condición de posibilidad. Entonces: Barthes como instrumento, Barthes como circunstancia y acontecimiento, Barthes como límite a transgredir, Barthes como amigo y Barthes como el enclave para dar el salto al vacío.
Creo que un buen lector es una persona que hace desaparecer lo que lee, que lo disuelve en la lectura, que lo vuelve prescindible. ¿Es importante haber leído el «Ensayo sobre el origen de las lenguas» de Rousseau para disfrutar la lectura que hace Derrida en De la gramatología? ¿Hay que leer a Louis Wolfson para apasionarse por esa idea de tartamudeo de la que habla Deleuze en uno de los ensayos de Crítica y clínica? Más allá de la cuestión profesional, lo que quiero decir es que hay algunos libros tan potentes que dan por tierra cualquier lógica histórica del saber. Leemos y nos deslumbramos y aprendemos, sin saber. Este libro es uno de esos libros.
Eso hace Giordano: por momentos, Barthes se transforma en una energía invisible que alimenta un pensamiento otro. En Argentina, muchas veces, tengo la sensación de que tenemos una excesiva admiración rockera y sacrosanta por ciertas figuras: Lacan, Foucault, Deleuze, Barthes. Una vez, hace más de diez años, en un taller de verano sobre las psicosis en Lacan, me acuerdo que le comenté a Alfredo Cosimi que la pieza donde dictaban el curso parecía la habitación de un adolescente: había dos cuadros inmensos de Freud y de Lacan que parecían Jim Morrison y Jimmy Hendrix. Freud y Lacan eran, de acuerdo con esa disposición del espacio, incuestionables e insuperables héroes del rock. La admiración los volvía infranqueables. La idealización de la crítica muchas veces traiciona al pensamiento de los mismos autores que promueve. Ya lo dijeron los Sonic Youth: Kill your Idols. Todo esto para decir, en definitiva, que en muchos momentos, Giordano me parece mil veces mejor que Barthes.
El libro de Giordano está compuesto por varios ensayos de tonos diversos que llegan hasta las entradas de un diario. De todos, mi preferido se llama «El poder de un lenguaje inútil». Creo que acá se cristaliza algo de la potencia de Giordano como escritor, crítico y lector: si hay algo difícil para la crítica, para su praxis, es retener una contradicción, afirmarla sin caer en el chamuyo, en la retórica vacía. Para esto, no solo hay que ser un gran teórico sino, ante todo, un gran escritor. Creo que el libro de Giordano, en este sentido, tiene valor literario, es decir: ritmo ideativo y verbal, imaginación estilística, figuras poéticas, giros argumentales sorpresivos, iluminaciones de la lengua, exabruptos, cortocircuitos del sentido. Cuando habla de la literatura, de su paradójica ontología, Giordano lee a Barthes desde Deleuze, desde Blanchot, desde Rancière, y piensa en algo que me parece fundamental: que cuando le asignamos un valor a la literatura, cuando decimos que la literatura es fundamental en este mundo horrendo, al mismo tiempo la traicionamos, porque la literatura es precisamente lo que interroga la idea misma de utilidad, de representación, de comunicación, de verdad. ¡El crítico está condenado a la infidelidad! Escribir la lectura es, irreductiblemente, traicionar la naturaleza sobrenatural, mágica, del objeto que nos hipnotiza. Ese «todavía» del verso de Daniel Durand –«la poesía todavía no existe»– habla, sin embargo, de un futuro en donde sí: como si la literatura fuera esa condición pospuesta del lenguaje, un poder adivinatorio, el tarot de la lengua.
Por último, mientras escribo esta reseña pienso, de hecho, que los mejores libros son esos que te hacen sentir que la reseña que vos podés escribir es malísima, pésima, ridícula, estúpida y patética –una reseña como esta–, porque, en realidad, lo que realmente te gustaría es tener el celular del autor, llamarlo a las tres de la mañana borracho y decirle que su libro es increíble, que te reconectó con la teoría –con la que venías desencantado–, en una palabra: que te partió la cabeza.
(Actualización septiembre – octubre 2018/ BazarAmericano)