diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Machos de campo es un libro de relatos disidentes, que instala una mirada en el borde, en una línea que se traspasa de un lado a otro, y en el goce de ese traspaso. Leo todas las historias montadas sobre dos ejes: el espacio y la voz.
La portada es una síntesis del hilo que sostiene los relatos. La foto de Martín Toyé, en blanco y negro, muestra el perfil de un joven que posa de espaldas, con la cara girada hacia la izquierda. El plano recortado deja ver solo la parte superior del torso, desnudo. Hay en la imagen símbolos que juegan con estereotipos (hetero-homo) que parecerían contraponerse. El rostro recio del morocho (¿el negro toba de “Boyitas”?), de barba tupida y cabello corto, acomodado detrás de un alambre de púas, y en contrapunto, una flor detrás de la oreja, de la que además cuelga un aro que es una argolla pequeña. Estos últimos elementos re direccionan la mirada al gesto del hombre que se descubre suave detrás de su dureza. Como si la fotografía hubiera sido tomada en el instante inmediatamente previo a una sonrisa amable y dulce. En el fondo, la vegetación frondosa del campo abierto.
Estos relatos corren de eje la tradición sexual heteronormativa imperante en el interior del país, donde pareciera que las discusiones sociales en torno a la libertad sexual y de género vienen demoradas. Con antecedentes en la literatura nacional, como es el caso de Ladrilleros de Selva Almada, los personajes de Machos de campo se gustan, se desean, se enamoran en el marco de sexualidades disidentes. Pero no solo en esa disidencia transitan el borde: las situaciones que enmarcan sus encuentros son, si no siempre, muchas veces marginales: relaciones secretas, despreciadas por el otro (el padre, por ejemplo), en casas vacías, bajo el consumo de alcohol, o drogas. En algunos relatos aparecen personajes camioneros, también de algún modo íconos de la masculinidad heterosexual, disfrutando de manera abierta o esquiva de esos encuentros.
Esta marginalidad que rodea a los personajes en aspectos tan diversos genera en los relatos un clima de soledad, de desalojo. Los personajes son seres errantes buscando otro que los contenga sexual, social y emocionalmente: “No sabía si levantarme y escapar o qué, porque en el fondo esa escena me gustaba. No por deseo sexual, si no por saberme deseado. Había algo de gozo ahí” (“El baile de la bombachita rosa”).
Hay dos ejes, decíamos, que sostienen o refuerzan la idea del borde. Por un lado, el espacio, el paisaje. El campo, la ruta y sus márgenes, el río Paraná, los descampados, un vagón de tren abandonado. Como si las relaciones de estos personajes estuvieran, por definición, condenadas a la clandestinidad y muchas veces a la humillación. Hombres “de familia” que atienden sus deseos a escondidas del mundo, pibes que se encuentran con un universo hostil a sus identidades. En ese sentido, el último relato, “Boyitas,” es una bocanada de aire al final de una serie de historias angustiantes. En este último cuento, el encuentro entre ellos, hermosos, en el río amable que los cubre y los mezcla, es un canto de amor, que termina incluso con la imagen de la fecundación masiva que poblará de hombres bellos el mundo.
El espacio tiene, además, un epicentro, que es “el pueblo de mierda,” en el que los personajes se reconocen y en el que es tan difícil esconderse o disimularse.
Machos de campo es un libro sobre el cuerpo y los cuerpos. Los que desean, gozan, se reprimen, pero también los que dan voz a sus propias historias o a las ajenas. Son los cuerpos que construyen la trama social que sostiene la historia. En esta idea del borde, el cuerpo y el yo juegan a escindirse y reunirse nuevamente. Cómo responder a lo que a mi/tu cuerpo le pasa. Qué hacer cuando mi/tu propio cuerpo me/te resulta extraño, ajeno. Cuando yo/vos soy/sos otrx.
Otra manera de pensar el margen, anticipábamos, es el trabajo con el punto de vista y las voces. A lo largo de los relatos el punto de vista va cambiando (incluso a veces dentro del mismo cuento, saltando de una persona o una mirada, a otra): hay narración en primera y tercera y, varias veces, en una audaz segunda persona. Las voces que narran también fluctúan y por eso a veces son más atrevidas, otras más tímidas o escandalizadas.
La segunda persona aparece como apelación a un interlocutor a quien se está contando algo que sucedió. Por eso está ligada al tono y registro coloquial y a un relato un poco esquivo de los hechos. El narrador cuenta sabiendo que aquel a quien le habla conoce a los personajes que nombra y las historias que refiere. Como testigos lejanos, los lectores debemos reconstruir la historia reponiendo aquello que los personajes saben y nosotros no. Las apelaciones, además, son una vía de entrada para sugerir un juicio de valor del narrador hacia los personajes, al convocar a su interlocutor en estos juicios busca complicidad o, al menos, comprensión sobre su manera de ver los hechos.
Otro borde que atraviesan los relatos es el textual. Si bien son todas narraciones, algunas extrapolan formas de otros géneros, como el guión cinematográfico o el chat de mesengger. A partir del juego con los distintos formatos el autor propone además nuevas miradas sobre historias que ya contó, de otra manera y desde otra perspectiva. Así, algo del relato de pueblo en sus múltiples voces se va recuperando. A veces se trata de la misma anécdota, en otros casos son historias distintas pero el pueblo funciona como un núcleo de sentido. Para ser un libro de cuentos, es curioso encontrar a los personajes en un relato y en otro, como en un hilo de continuidad. Pero esta continuidad no es suficiente para pensar al libro como una novela, porque aparecen también historias únicas. Ese es otro sentido en el que el libro transita los bordes.
Machos de campo es entonces un libro dispar sobre cuerpos disidentes, que cuela por fuerza y prepotencia a las historias tradicionalmente escondidas en el relato general, históricamente legitimado. En consonancia con las discusiones que se vienen dando en distintos espacios sociales sobre la igualdad de derechos para todxs, la literatura nos enamora también de otrxs cuerpxs y su deseo de ser narradxs.
(Actualización julio - agosto 2018/ BazarAmericano)