diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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No es casual que Washington Cucurto, Fabián Casas y Juan Diego Incardona, los autores reunidos en el presente libro por Carolina Rolle, tengan una actuación notable y prolífica en la década del nuevo milenio; tampoco es de desconocer aquello que dejan como secuela los años 90´ sobre un espacio global en el que el imaginario de las pertenencias identitarias se disuelve para dar lugar a lenguajes y prácticas que representen con eficacia el nuevo escenario cultural. Desde un proyecto político y económico que desarticulaba las consignas nacionales, las posiciones éticas e ideológicas respecto del pasado y de la Historia, licuaban las relaciones entre los sujetos sociales y el Estado – Estado como entidad institucional y jurídica reguladora de funciones, normas y compromisos públicos-; por lo cual, las subjetividades se transforman en sus vínculos, su lengua y sus modos de concebir el espacio y el tiempo. Los límites de un mapa que refiere a fronteras soberanas se diluyen en instancias globalizadas y la ciudad se hace eco de reconfiguraciones que desalojan gradualmente las localizaciones ligadas con alguna forma de costumbrismo y apego a antiguos hábitos. Se diría que la economía con sus sistemas de intercambios y medidas volátiles, con la especulación que pone al día las finanzas y los dictados del mercado responden a campos de prácticas sociales para rediseñar prácticas retóricas que hablen de afectos y sensibilidades modificadas. Y sobre un horizonte que activa gestos y figuras mimetizados con el discurso del poder, los noventa ceden a la implosión política y social cuyos escombros ponen en evidencia que la política es condición activa en el orden de lo cotidiano. Así como el lenguaje constituye al sujeto y no al revés, la cultura argentina da cuenta de que su experiencia del espacio y del tiempo, de los relatos de vidas íntimas o públicas, o las capturas intensivas de lo poético, están atravesada por acciones y decisiones de índole programática y general. Se trata de dar forma a una erlebnis que comienza a transitar otros derroteros donde los principios conceptuales de lo local y lo global se ven destituidos por una dislocación que perturba las estructuras conocidas y los imaginarios de las especificidades, allí donde las inmanencias de lo nacional y los reservorios de la memoria parecían tener un lugar asegurado. Sobre un escenario urbano que no esconde los jirones de hambre, deseo y nostalgia, Rolle nos muestra los modos precisos y creativos de procedimientos y técnicas de escritura donde los tópicos son materia y forma antes que meras evocaciones temáticas; dicho esto quiero puntualizar en la clave política de las tres poéticas analizadas, esto es, en la decisión que los autores asumen al colocar la escritura y la lectura, el deambular por las calles y los equívocos entre la distancia y el reconocimiento, como estrategias de una decisión común: la de generar otros mapas y territorios donde tengan lugar aquellas afinidades que sintonicen como antídotos frente a los impactos de la desolación, la violencia, el tedio, la soledad, la exclusión. Efectos todos de una conflictiva relación entre el todo y las partes cuando estas aún buscan su singularidad. De las remembranzas del pasado, la adolescencia y la infancia como centros en los textos de Casas e Incardona a la injundia festiva de la corporalidad sexuada y exuberante de Cucurto, el Buenos Aires y sus orillas muestran la cara de las ausencias, las pérdidas o si se quiere, la sugestión ante la posibilidad adversa de un nuevo cambio en el orden de cosas, que sobre todo en Incardona, contrasta con las nuevas oleadas inmigratorias de Cucurto. Como sea, en los tres autores se cuenta de que están hechos ciertos grupos, sectores que como remanentes desprendidos de viejos anclajes clasistas cobran conciencia de su desplazamiento constitutivo. Para ello se valen de técnicas artísticas que manifiestan la integración productiva de soportes, medios y estructuras mixtas: hablamos de la transmedialidad.
El comienzo del libro es categórico cuando Rolle elige con acierto las palabras de Jean-Luc Nancy a propósito de lo que el barrio representa: la figura de una presencia que se quiere definida, una fisonomía que apuesta a reivindicar aquellas formas de su distinción respecto de la ciudad. En ese deseo de reapropiación (de aquello que se supone perdido) se intensifican lazos de pertenencia que hacen que una comunidad haga uso de un doble acto, físico y simbólico. Es en esta línea donde los barrios se constituyen como constructos literarios, como dispositivo estético y artefacto cultural. Rolle es clara al indicar el peso de su argumentación, la que ni más ni menos sostiene la hipótesis central de su investigación. Esto nos habla de una literatura argentina que en su contemporaneidad configura nuevas poéticas tomando como punto de partida imaginarios urbanos representados en particularismos barriales, para lo cual propone una serie de obras producidas en Buenos Aires a partir de 2001. Esta periodización promueve indagar en aquellos aspectos que atañen a la potencialidad creativa de artificios que estilizan aspectos singulares, propios o novedosos en la posibilidad de explorar itinerarios aún no percibidos. Las representaciones o construcciones de los barrios de Once y Constitución en la obra de Norberto Santiago Vega (el nombre “propio” y sus heteronomías también es clave estratégica en la textualidad de Cucurto, precisamente como efecto irónico de una concepción de propiedad y pertenencia); el Boedo de Fabián Casas y Villa Celina de Juan Diego Incardona, reactivan la lectura histórica en la tradición urbana de la literatura argentina sosteniendo la hipótesis central de un imaginario barrial inescindible de la construcción de las poéticas puesto que, “a la vez que fundan su escritura, fundan también al barrio como espacio imaginario de su literatura”. Es aquí donde Carolina Rolle pone a funcionar el plano de una experiencia ligado a lo que Susan Buck Morss define como “sistema sinestésico”, un sensorium corporal y cultural del que resulta un conocimiento generado por los sentidos que afectan tanto lo íntimo como por la cultura que implican las zonas comunes de un saber compartido. Vivir y transitar las calles reclaman entonces la construcción innovadora pero sobre todo, transformadora de una mirada que sepa cruzar referencias y materiales de las artes plásticas, visuales, de la música, el comic y el cine. Este es el segundo estadio del trabajo de Rolle de donde se desprenden los fundamentos y objetivos de analizar con inteligencia y precisión la categoría teórico crítica de transmedialidad entre cuyos principales propulsores se encuentran Irina Rajewsky, Alfonso de Toro, Valeria Radriagán entre otros. Rolle tampoco desconoce aquellos trabajos que, como los de Raúl Antelo, Claudia Kozak, Florencia Garramuño, anticipan los deslindes y desafueros de las combinatorias técnicas que llevan a las prácticas simbólicas más allá de sus formatos y acuerdos previsibles. Asimismo, resulta insoslayable la observación acerca del sentido cumplido por el prefijo trans frente al más acotado de inter-medialidad. En esta línea, la idea de proceso, cruza e interfiere mecanismos de creación y estructuras de diferentes medios en una nueva articulación semióticas. Esta mecánica, a su vez, desjerarquiza los elementos previos con sus funciones asignadas, proponiendo en su sitio la potencialidad productiva de fronteras formales que han borrado los rótulos de sus géneros y soportes. Por ello hay que entender el sentido que surge a partir de estas prácticas, ni antes ni como relente exterior, ya que la transmedialidad en tanto incorporación de la tecnología exige la revisión de lo que se entendió por autonomía de las prácticas simbólicas. Aquí es donde reaparecen los estudios de Josefina Ludmer (Aquí América Latina), Néstor García Canclini o Ticio Escobar para revisar los desplazamientos de las estéticas contemporáneas fundadas sobre el suelo incómodo y perturbador de la no pertenencia, lejos de la suma de medios o disciplinas que suponen marcos previamente constituidos. El cuidadoso análisis de Carolina Rolle contempla la dinámica entre estos factores formales y técnicos que conforman las poéticas en cuestión, con el problema de la construcción de una lengua con otras nacionalidades y artes que asumen los costos y necesidades de una nueva mirada. Para ello la autora lee los cruces entre las maneras de hacer que las lógicas urbanas de los sujetos sociales promueven en torno de sus prácticas y enseres del mundo cotidiano. De Michel De Certeau toma en préstamo la extrañeza de la vida diaria suscitada por una geografía que se vuelve riesgosa en su asedio panóptico. Asimismo, la necesidad de reinventar un espacio cotidiano (privado, o mejor íntimo) se traduce en términos mitológicos, formas de un imaginario de lo inexistente cuya falta o ausencia puede revocar el vacío, guardado en algún lugar de la infancia, la memoria. Es esta proyección de un espacio posible, de lo que queda o de lo que ya dejó de ser y estar, lo que toma su forma de la noción de imaginario tal como Cornelius Castoriadis entiende el desplazamiento y variación por el cual unos símbolos se envisten de significaciones dotando a tales manifestaciones de una existencia, auténtica y real, involucrando la red histórica, institucional de una primera persona plural y colectiva. Esto es, el nosotros inescindible del tejido de estructuras simbólicas que constituyen lo real.
En la dialéctica de restitución (de antídotos protectores y conocidos contra el desamparo, la marginalidad y la pobreza) y conjuro (de la intemperie, la violencia y la exclusión) se formulan las ficciones de personajes y protagonistas habitantes de una ciudad en estado de cambio, problematizando el estatuto ficcional desde nociones habilitadas por nuevas formas del realismo. Rolle desarrolla la saga del Boedo de Casas sosteniendo el recurso a la lectura simultánea de su narrativa, su poesía y sus ensayos, así como las letras de rock y la participación en el guión del film Ocio, llevando al diálogo con el cine de Coppola y Jarmusch. Por su parte, el Villa Celina de Incardona se potencia el doble juego entre “monstruos” y peronistas, donde la “isla del lumpenaje” y las tretas del “aguante”, actualizan nuevos modos del suburbio. A su vez, los relatos orales, los proverbios y refranes que condensan un saber popular, la narrativa peronista de un movimiento nucleado en torno de la familia protegida por la ubicua figura de la eterna Evita, se corresponden en las ilustraciones de Daniel Santoro que de un modo complementario acentúa el carácter plásitico y visual de la prosa de Incardona. Por su parte, la autogestación performativa de la propia imagen que planea Cucurto, se realiza en la mitología del escritor negro en la doble condición de la marginalidad: la del centroamericano y la del “cabecita” del interior cuyo modelo máximo de filiación literaria cita el nombre de Ricardo Zelarayán. Un programa común une a los tres autores: salirse de la mirada fetichizada del embrujo que concita la ciudad pensada como esfinge. De este modo, cabe menos el ceremonial de acertijos y enigmas que la ciudad impone desde periferias demarcadas, que la reactivación de sentidos físicos con que autores-narradores captan la potencia significante de los fragmentos urbanos de una civilización que exhibe sus ruinas.
(Actualización julio - agosto 2018/ BazarAmericano)