diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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A Rubén –protagonista de la novela Siempre empuja todo– las cosas no parecen salirle del todo bien: su hijo decide a último momento no acompañarlo a la costa. Sin embargo Rubén –jubilado y viudo– viaja igual para instalarse en un hotelito precario. El comienzo del relato es un despliegue ajustado de acciones costumbristas. Gana la escena el cuerpo desgastado del personaje principal, sus ñañas y recuerdos, sus obsesiones o más bien caprichos. Salvador Biedma presenta un narrador esterilizado, una especie de cámara de vigilancia parece seguir a Rubén, como si de aquella batería de funciones del lenguaje pensadas por el lingüista Roman Jackbson sólo se pudiera adoptar la informativa. La elección estética puede generar al comienzo cierta ajenidad porque el peso del artefacto literario opaca un poco todo. La cotidianeidad casi minuciosa de las primeras páginas hace temer un tránsito tedioso, pero la aparición de una adolescente –la chica Magnasco– reconfiguran la fuerza gravitacional de la novela. El contrapunto tracciona los episodios, en una dualidad primero fáctica: cuerpo viejo versus cuerpo joven, donde la sangre nueva es vampirizada:
La chica. La chica Magnasco. La había visto a lo lejos, más imaginación que certeza (...) Deseo, una palabra casi molesta a su edad, pero ahí estaba. (...) Algo crece en su mano, de a poco. Al calor, con el movimiento. Sí. Sí, estaba masturbándose. Sin pensar, sentado, con todo el cuerpo en tensión.
Es el final de la página 17. Algo se rompe o empieza a romperse a partir de este pasaje. Lo siente el protagonista y lo sienten los lectores. La progresión avanza a fuego lento. Se suman otros actantes, el pueblo comienza a adquirir fisonomía, peso, atmosfera. Pero el circuito principal, la combustión obra en lo latente. Deberemos esperar hasta la página 76 para que algo, de algún modo, alcance cierto punto de consumación. En un fluir más corporal que de conciencia, la estructura de la novela, al no estar dividida en capítulos, sino en pasajes, avanza, o más bien se descompone aunque nunca sin llegar a perder ese tono aséptico. Un realismo mesurado, con oraciones de una sola palabra, donde la descripción no se despliega, sino que se repliega.
Hay un peligro: reducir Siempre empuja todo al episodio final. En distintas entrevistas Salvador Biedma ha debido responder sobre la filiación de su novela con la problemática de la violencia de género. Si bien algo de eso hay, quizás el tiempo, futuras lecturas, reacomoden un poco el abanico temático presente en una narración que, por suerte, no tiene pretensiones unidireccionales.
(Actualización julio - agosto 2018/ BazarAmericano)