diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Desde que tomé posesión del cargo he organizado el establecimiento casi de nuevo, removiendo de las salas muchos objetos tan insignificantes que no deberían figurar en ningún museo público y científico.
Hermann Burmeister
1. Alguna vez escuché a Diego Vecchio hablar sobre la novela que estaba escribiendo en relación con El ritual de la serpiente, un libro del historiador del arte alemán Aby Warburg. Más allá de lo que la novela tiene de este texto, quiero rescatar las circunstancias en las que Warburg lo escribió y lo presentó, pues creo que ellas permiten una primera aproximación a las modalidades con que La extinción de las especies se enfrenta a los saberes que la preceden.
En 1921 Warburg es internado en el sanatorio Bellevue, dirigido por el célebre doctor Ludwig Binswanger. Diagnosticado de esquizofrenia, pasa tres años en esa institución psiquiátrica. Durante el tratamiento, Binswanger le sugiere retomar su trabajo intelectual y, en la medida que su afección se lo permita, presentar sus resultados dentro de la clínica: como una manera de certificar los avances de la cura. El 21 de abril de 1923 Aby Warburg expone El ritual de la serpiente ante un auditorio compuesto por pacientes psiquiátricos, personal médico e invitados externos. La conferencia evoca un viaje que Warburg había hecho a Estados Unidos en 1895, en particular la expedición etnográfica que lo llevó hasta los territorios Hopi, en Arizona.
El historiador del arte se viste de etnólogo a expensas de su padecimiento y, con ello, construye un saber bajo el dictado de su locura. “La confesión de un esquizoide” –así se refería Warburg a esta conferencia– deviene, por intermedio del análisis de las costumbres indígenas, una teoría cultural sobre el pathos simbólico. (Didi-Huberman, L’Image survivante)
Algo de esto hay en La extinción de las especies: la locura como estrategia de composición de un saber. O bien, el saber como forma última de una razón contraria a la síntesis. Opaca, acaso informe: se trata de una escritura entregada a un desplazamiento continuo, renuente al conflicto central, y que se multiplica como síntoma de la imaginación literaria, es decir, como dificultad.
2. La novela recorre, entre otras cosas, las circunstancias que derivaron en la conformación y apertura de una institución museal en la segunda mitad del siglo XIX, en Washington D.C. (el instituto smithsoniano).
Hay una suerte de humor virulento con el que la narración va haciendo lugar a su lengua imaginaria. Ni parodia ni sátira, La extinción elude ese tipo de síntesis. En cambio, muestra y disimula una pugna entre formas del conocimiento y de la imaginación.
Y así es como, entre otras cosas, nos enteramos que el coito fue inventado por los primeros anfibios para evitar la desecación de sus fluidos, según constata uno de sus personajes, Zacharias Spears, el primer director del Museo de Historia Natural, también conocido como el Tirano de los Huesos.
En otros términos, si Osos desbarataba la diferencia entre literatura infantil y literatura a secas, mostrando a cada paso la porosidad y la fragilidad de esas categorías. Ahora, en La extinción de las especies, no sabemos si se trata de una serie humorística sobre la transformación del conocimiento en exhibición museal, o bien si en el aspecto caricatural del relato se desdibuja, de hecho, la frontera de lo cómico, y ya no distinguimos si la risa es un efecto de sentido, o todo lo contrario: reír a falta de sentido, reír como quien certifica una confusión.
3. Ni la ficción ni la historia –más o menos parecidas, más o menos diferentes– entregan un solo indicio de los motivos que habrían conducido a Sir James Lewis Smithson a legar toda su fortuna para que se erigiera, en una ciudad y en un país que ni siquiera conocía, una institución museal al servicio del progreso y la difusión del conocimiento.
Este es uno de los puntos de partida de la novela: el hijo ilegítimo de un duque, descendiente de Enrique VII (otro hijo ilegítimo), transmite su herencia a un país lejano para que se cree un museo.
Entonces, si hay especies, hay herencia. Ahora bien, ¿a qué especies da lugar esa herencia?, ¿cuáles son sus taras hereditarias?, ¿cuántas de ellas sobrevivirán? ¿Qué será de los microbios, de las ardillas, o de los osos?
De una u otra manera, la novela trabaja con estas preguntas. Entretanto, la herencia de Smithson viaja hasta la capital de Estados Unidos y da curso a una sucesión de relatos, donde se reinterpretan los usos de su legado.
Leo el primer párrafo de la novela:
De los cien hijos ilegítimos que Sir Hugh Percy Smithson, primer duque de Northumbria, desperdigó por el suelo de Inglaterra, Gales, Escocia y las islas Hébridas, el único que pasó a la posteridad fue el niño que trajo al mundo Lady Elisabeth Hungerford Keate Macie, dama de gran fortuna y de mayor beldad, nieta de Sir George Hungertford, sobrina del duque de Somerset, descendiente de Enrique VII, rey de Inglaterra, fundador de la casa Tudor. Al nacer en un lugar y una fecha que fueron silenciados para disimular el desaire, el vástago recibió como nombre James Lewis.
4. Hace un rato dije al pasar “lengua imaginaria”. No sé muy bien qué quiere decir esto en términos abstractos o generales. Lo que también es una manera de decir que las definiciones se llevan mal con aquello que llamamos literatura. Como sea, doy algunos elementos que podrían ayudar a dibujar algunos trazos de esa lengua en la novela.
La extinción de las especies se aleja decididamente de las modulaciones del lenguaje oral. A falta de coloquialismos rioplatenses la novela construye otros: “apolillada”, “apergaminada”, “tiñosa”, son palabras que sirven para adjetivar a Europa desde Norteamérica.
Por momentos, incluso, me dio la impresión de estar leyendo una novela traducida desde otra lengua: se “fornica”, se “trocan” objetos, se viaja en “paquebote”, se caminan una cuantas “yardas”. En otros pasajes no me quedó otra que recurrir a la web para entender qué eran los “vapores mefíticos”, o para saber qué era el “tungsteno”. En fin, también fui anotando algunos usos verbales poco extendidos: hay etnólogos que “sanguijuelean”, hay territorios que son “enjesuitados”. Los personajes no mueren, son “guadañados”.
5. La extinción de las especies: novela de museos, también novela de un museo. “Novela-museo”, con guión y todo junto, así lo escribe Macedonio Fernández en su Museo de la novela de la Eterna. Digamos, novela equivale a museo.
Abro al azar Egocidios, el ensayo de Vecchio sobre Macedonio. Juro que lo abro al azar y leo: “En los papeles de Macedonio hay un “pensamiento” pero que no tiene nada que ver con el pensamiento. De ahí (…) la incomodidad de la postura de lectura que exigen. Hay que leerlos al pie de la letra, sin olvidarse del chiste. Y hay que leerlos como un chiste, pero tomándoselos al pie de la letra”.
El humor como repertorio de contradicciones, como sitio de combate.
6. La gran literatura norteamericana aparece en La extinción de las especies como una marca de estilo, aunque no se trata tanto de estilos de escritura, sino más bien de estilos resultantes de distintos tipos de cortes. Así las cosas, hay un personaje de “barba mellevilliana”, u otro de “bigote hawhthorniano”.
Ahora bien, si la literatura aparece en la novela como un tipo de corte o de división, se podría decir que en la reiteración de ese gesto se despliega la novela. No solo qué entra, qué sale, o qué es expulsado del museo, sino también y ante todo, cómo se divide, cómo se corta el conocimiento para dar lugar a nuevas series de objetos en exhibición.
La revista Documents –una suerte de museo portátil de la imaginación crítica–incluye en su diccionario la entrada “museo”. Firmada por Georges Bataille, dice, entre otras cosas, lo siguiente: “De acuerdo a la Grande Encyclopédie, el primer museo en el sentido moderno del término (es decir, la primera colección pública) habría sido fundado en Francia por la Convención, el 27 de julio de 1793. El origen del museo moderno estaría entonces ligado al desarrollo de la guillotina”.
Bigotes o cabezas: la literatura y el museo se exhiben como maniobras de corte.
7. Aprovecho la mención de la revista Documents para evocar uno de los imaginarios con que dialoga la novela. En términos muy esquemáticos, se podría decir que las vanguardias de principio del siglo XX pusieron en marcha dispositivos que apuntaban a la puesta en crisis de las formas ya consolidadas por las instituciones museales. En este marco, las expresiones artísticas y las costumbres de los llamados pueblos primitivos constituyeron una de las principales vías mediante las que se procuró alterar, romper y reacomodar las tradiciones dominantes. Sin ir más lejos, el subtítulo de Documents resume bien este cambio de foco. Bajo su título se consignan en la portada los campos de interés de la revista: Arqueología, Bellas Artes y Etnografía.
En este sentido, se podría evocar un trabajo de Sophie Tauber-Arp, integrante fundadora del dadaísmo, quien confeccionó dos trajes siguiendo el modelo de las muñecas hopis que había visto en el consultorio del doctor Jung. Una fotografía de 1925 la muestra vestida cual katcina.
La extinción de las especies trae en su portada una imagen con distintas katcinas. Para los hopis, las katcinas son, tanto los distintos personajes que encarnan los miembros de la tribu en su danza ritual, como las pequeñas muñecas hechas a semejanza de los bailarines, y que los hopis cuelgan en las paredes de sus casas. A los niños se les inculca un “gran terror religioso” ante las katcinas, que les son presentadas como “seres sobrenaturales terribles” (Warburg, Le Rituel du serpent)
Todo esto para decir que la última vez que vine a la presentación de un libro de Diego Vecchio me llevé un oso de peluche, cortesía del autor. Hoy espero llevarme una muñeca hopi katcina.
8. Termino con un poco de realidad.
Si en el futuro alguien se dispusiera a investigar sobre los distintos finalistas de, digamos, los primeros 35 años del premio Herralde, constataría, tal vez, que los premios son una manera en que la literatura se museifica. En ese sentido, no deja de ser una feliz paradoja que en la edición número 35 del premio, haya quedado finalista una novela que asedia las grietas con que se puede reescribir la imaginación del museo.
Termino, ahora sí, con una cita de la novela:
“Los museos están provistos de tentáculos que se alargan y despliegan miles de millas hasta alcanzar con sus ventosas un fetiche fabricado en el otro extremo del mundo, antes de contraerse y replegarse en un paralelepípedo de cristal”.
Texto leído en la presentación de la novela, realizada en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, en la ciudad de Buenos Aires, el 7 de abril del 2018. El título reproduce la indicación dada a los asistentes en la entrada del museo para encontrar el auditorio donde tendría lugar la presentación.
(Actualización mayo - junio 2018/ BazarAmericano)